El regreso de Anna a la tumba de su padre un año después: "Tuvimos que huir dejando atrás a familiares vivos y muertos"
- RTVE.es estuvo con Anna en la morgue de Mykolaiv donde reconoció el cuerpo de su padre fallecido durante un bombardeo
- Un año después la acompañamos a visitar la tumba, a donde no ha tenido la fuerza de regresar hasta ahora
Anna ha necesitado casi un año para volver a enfrentarse a la ausencia de su padre. Sube a nuestro coche y se ajusta bien el abrigo, como si necesitara protegerse del gélido frío al otro lado de la ventanilla del vehículo. Cuenta con ilusión su intención de reinstalarse en Mykolaiv, pero antes, necesita pasar por el pueblo donde vive su familia, encontrarse con su madre, visitar lo que queda de su escuela, el lugar donde su padre fue víctima de un bombardeo a los pocos días de iniciarse la invasión rusa, y lo que es más importante, visitar su tumba. "No sé si conseguiremos encontrar dónde está", dice con tristeza en los ojos.
Hace un año, en la morgue de Mykolaiv, coincidimos con ella cuando iba a reconocer el cadáver de su padre. Aquel 17 de marzo se recuerda a sí misma aturdida, no podía creerse que la vida de su padre, y la suya propia, se hubieran truncado para siempre. Se llamaba Nykola y tenía 62 años. “Murió el día 13 y lo enterramos el 17 de marzo, después huimos a Chernovtsi, en el oeste de Ucrania. Yo en septiembre volví a Odesa y hasta ahora no he podido volver a casa", relata.
Anna poco a poco va indicando el camino hacia su aldea, Zelenyi Hai. Desde lejos se ve la devastación. "Eso de ahí era la escuela", señala con el índice los restos de una gran construcción reducida a escombros. Se lleva las manos a la cabeza antes de bajar, le cuesta asimilarlo. Le cuesta abrir la puerta del coche y enfrentarse a la realidad. Pero finalmente se decide. No puede hablar. Solo necesita llorar. "Es aquí", repite. Pide tiempo y paciencia. Quiere, aunque no puede. Le pesa dar cada paso. Suspira, intenta tomar el máximo de oxígeno con la esperanza de conseguir fuerza. Se enjuga las lágrimas con la manga del abrigo en un intento de disimular una emoción irrefrenable. No puede hacer nada. "Es la escuela donde yo estudié y mi madre fue profesora", balbucea. Luego intenta explicar, atropelladamente, cada detalle de la muerte de su padre, el cómo y el porqué. "Era un civil y trabajaba en la administración del pueblo. Se refugió en la escuela con los vecinos y murió por salir cinco minutos a hablar con unos militares y fumar un cigarro tras el impacto de un misil. Impactaron dos seguidos".
Despacio, abre la puerta que da paso al patio del centro y nos invita a entrar. Da un paso y vuelve. Se quiebra. “Qué queda de nuestra escuela”, murmura. "Mi padre estaba en la primera planta y había 100 civiles en el sótano, todos se salvaron, pero mi padre, el director del centro y tres militares murieron". Explica que según testigos estuvo unos minutos gritando y enseguida dejaron de oírle. Los equipos de rescate no pudieron sacarle a tiempo porque “era muy peligroso”. Ella le llamaba al teléfono y le salía apagado. Pero en cuanto se enteró de que había habido una explosión llamó a los servicios de emergencia. "Tenía la esperanza de que estuviera vivo bajo los escombros". Tardaron tres días en localizar el cuerpo y finalmente la llamaron desde la morgue para identificarlo. En aquel momento, coincidió con este equipo de RTVE.es que se encontraba allí. "Quiero ver a mi padre, ¡tengo que comprobar que es él!", gritaba en aquel entonces. Y un año después le cuesta hacerse a la idea de que ya no está. "Todos los días pienso en él. Todos los días. Era un hombre bueno y le echamos mucho de menos", asegura con melancolía. No ha borrado su número de teléfono ni los mensajes que le mandaba.
“Todos los días pienso en él. Todos los días. Era un hombre bueno y le echamos mucho de menos“
Entre los escombros surgen los restos de mesas rotas, sillas, lápices y cuadernos, entre misiles y casquillos de balas. Además, hay un piano cubierto de cemento. Un libro con una dedicatoria a una alumna graduada, 'El fin de la soledad' de Benedith Wels. Al otro lado, un cráter en el suelo que recuerda la huella del misil que segó la vida del padre de Anna. Con cuidado, baja al sótano. Una nevera, una mesa, una lámpara. "Según me han contado, no le dio tiempo a bajar al sótano".
Su madre ha vuelto hace dos semanas: todo le recuerda a él
Transcurren un par de horas. Durante este tiempo, su madre y su hermana la llaman constantemente. "Están preocupadas porque dicen que es peligroso que estemos aquí", nos dice. Se va calmando e intenta recuperar las fuerzas. Necesita un abrazo de su madre que le insufle energía. La casa de sus padres es otra parada en este viaje de ausencia. Se llama Strutynska, tiene 63 años y ha vuelto hace un par de semanas al que fuera su hogar; está recogiendo las cosas y todo le recuerda a su marido. "Es difícil vivir sin la persona con la que has compartido toda tu vida", dice. El jardín está descuidado. "Él siempre se ocupaba de las plantas". Las dos lo recuerdan en el patio de la casa. "Habéis venido en un mal momento", confiesa la madre al explicar el motivo de tanta tristeza.
A pocos metros de la casa materna, Anna se detiene al ver a Giulia recogiendo maderas de su hogar destruido. Su compañera de clase y amiga de la infancia. Se abrazan y hablan un buen rato. Las dos nos explican que esta localidad no llegó a estar ocupada por los rusos, pero sí que la atravesaron en su intento de ocupar Mykolaiv. "Veíamos las columnas de tanques por la carretera", recuerda. Ella es de las 500 personas de esta localidad que no se han marchado. Aquí antes de la guerra vivían unas 1.200 personas. Se trata de un pueblo campesino. De hecho, “los campos de cultivos también han dejado de dar sus frutos”, lamenta.
Visita por primera vez la tumba de su padre
El contexto de conflicto no le permitió enterrar a su padre cerca de casa. La acompañamos al cementerio de la capital de la provincia. Un campo de cruces que se extiende hasta el horizonte. Es enorme. Ella vino aquí el 17 de marzo cuando hicieron el funeral y nunca más regresó. Después de un año de guerra, observa que hay más tumbas, se siente confusa, no es capaz de localizar el nicho de su padre. Su hermana le hace una videollamada para guiarla. Tarda un buen rato buscando, pero no se rinde, siguiendo, una por una, las instrucciones de la hermana. "En este sendero a la derecha", repite. "Tiene unas flores blancas y sé que está limpia", se oye al otro lado de teléfono. En un instante enmudece, se lleva las manos a la boca: "Es está".
Se queda un rato observando. Leyendo bien cada letra de la lápida. "Todo coincide", acierta a decir. Es una tumba en tierra porque este no es su lugar de descanso definitivo. "Quiero trasladarlo a su tierra natal", afirma mientras acaricia la tierra que le cubre. "Te quiero. Te echo mucho de menos. Pronto te llevaré a casa. Te lo prometo, papá", le dice. Se toma su tiempo. "Hacer todos los papeles y llevarle de aquí va a ser mi objetivo en cuanto me instale".
"Nos vimos obligados a salir de casa y dejamos atrás a familiares vivos y muertos", explica mientras la acompañamos a Mykolaiv, donde piensa mudarse a partir de la semana que viene. Aquí tiene su piso, "aunque no tendré agua potable", se lamenta. Los ataques a las infraestructuras de agua y luz han dejado a muchos barrios sin servicios básicos y con graves problemas de abastecimiento. Mientras recorremos la ciudad, constatamos que muchas personas acarrean garrafas que cargan hacia las fuentes públicas que aún funcionan. Ella trabaja en una empresa que vende productos de agricultura y mantiene el trabajo pese al conflicto. "Solo necesito un ordenador con conexión y un teléfono”. Volver es sinónimo de que todo va a ir bien, explica, la gente quiere regresar a sus casas. Mykolaiv ha sido durante meses escenario de duros enfrentamientos convirtiéndose en un símbolo de la resistencia ucraniana.
"Tengo ganas de estar cerca de mi madre, de caminar por nuestras calles y volver a mi vida", responde cuando se le pregunta por la situación en Jersón. Es consciente de que está a 60 kilómetros y que la ciudad sigue sufriendo los ataques de la artillería, pero también es cierto, dice, que el repliegue de las tropas rusas al otro lado del río Dnipro "es una tranquilidad". Anna, al igual que esta ciudad, intentará convivir con la amenaza que se cronifica en el frente sur, mientras piensa en la reconstrucción de su nueva vida. "Estoy feliz porque hoy finalmente he podido visitar a mi padre", se despide satisfecha y sonriendo.