Xavier Aldekoa: "Recorrer el río Congo ha sido el reto más difícil de mi carrera"
- El periodista presenta Quijote en el Congo, que narra el descenso por el gran río desde las fuentes hasta la desembocadura
- "No habría podido hacer este viaje si no llevara veinte años como corresponsal en África", asegura
A lo largo de más de 4.700 kilómetros, el río Congo se abre paso por el corazón de África como una inmensa arteria que lo inunda todo de vida. Bajo el estruendo de sus aguas se mezcla el eco lunático de los exploradores del pasado con el de los grupos rebeldes que ahora imponen la ley de los Kaláshnikov; aunque por encima de todo palpita un universo de selvas vírgenes, espíritus sumergidos, barcazas abarrotadas, ciudades bulliciosas y pescadores tan fundidos con su entorno que resulta difícil distinguir dónde termina la persona y dónde comienza el río. Quizá el Congo nunca haya sido la entrada al infierno descrita por Joseph Conrad, sino tan solo una puerta abierta a los pueblos fascinantes que lo habitan.
Pocas naciones representan con tanta crudeza la herida en carne viva de África como lo hace República Democrática del Congo. Brutalizado y depredado sistemáticamente, el país que germinó alrededor del segundo río más caudaloso del planeta ha pagado con su propia sangre el precio de las incalculables riquezas que guarda bajo su suelo. Pero hay un tesoro aún más valioso que ha permanecido a salvo de toda codicia, y para acceder a él no es necesario resquebrajar las entrañas de la tierra, sino simplemente sentarse y escuchar.
Ese tesoro es el de su gente, que Xavier Aldekoa se ha propuesto descubrir en su nuevo libro Quijote en el Congo, recorriendo el gran río desde las fuentes hasta la desembocadura, en un viaje que tiene mucho de iniciático, pero también de obsesión infantil, las más difíciles de extirpar. Después de casi media vida recorriendo los caminos de África, el periodista catalán se reencuentra a sí mismo en cada latido de una corriente de agua monstruosa y al mismo tiempo tierna, convertido en un minero del alma humana. Y lo hace ejerciendo el oficio más maravilloso del mundo, que no es otro que el de mirar a los ojos a las personas y escuchar lo que dicen, para después contar su historia.
PREGUNTA: ¿Qué tiene África para que se le llegue a amar de esa manera tan apasionada e incondicional?
RESPUESTA: África tiene mucha calle. Creo que es un continente que está acostumbrado a vivir en comunidad, a recibir al extranjero, al extraño, y eso te permite entrar en realidades que normalmente están vedadas. Te dan la mano muy rápido, te sonríen muy rápido, y es sobre todo un continente muy transparente. Quien es malo le ves venir de lejos, y quien es bueno, también.
P: Ya recorriste el Nilo, y ahora le ha llegado el turno al otro gran río africano. ¿Qué has encontrado en el Congo que no encontraste en el Nilo?
R: Son dos ríos completamente diferentes. El Nilo es un imán de civilizaciones, y en cambio el Congo continúa siendo uno de los ríos más inexplorados. Es prácticamente la única vía de comunicación para mucha gente, pero durante siglos ha sido un misterio, y ha provocado incluso cierto temor. Recorrer el Nilo es mucho más apacible, y recorrer el Congo probablemente ha sido el reto más difícil de mi carrera como periodista en África. Es realmente complicado en algunos tramos, diverso, hostil en algunos puntos también… Es un río efervescente.
P: Cuando dices que es “realmente complicado”, ¿a qué te refieres exactamente?
R: El río Congo, en su primer tramo largo, el Lualaba, que abarca unos 2.000 kilómetros desde las fuentes hasta Kisangani, es una zona de nadie. Hay muchos tramos que no están bajo la autoridad del gobierno y atraviesas zonas controladas por grupos rebeldes. Tienes que negociar con ellos para poder atravesarlas, y son zonas violentas.
Luego en prácticamente todo el río no hay horarios, no hay barcos regulares, tienes que buscarte la vida para poder avanzar, y eso implica que los barcos a veces se paran o están sobrecargados. Por ejemplo, en el tramo principal navegable de Kisangani a Kinshasa estuve en una barca atestada, con 300 personas en dos plataformas donde prácticamente no nos podíamos mover. Pero a la vez eso me permitía aproximarme a una realidad muy hermosa. La conexión que creas con la gente con la que estás viajando varios días en canoa o en una barcaza con ciertas estrecheces te permite vivir su realidad diaria, que es dura pero a la vez está llena de muestras de compañerismo, de familiaridad…
P: Un ejemplar de El Quijote te acompañó durante todo el viaje. ¿Por qué elegiste este libro? Aunque tú te identificas con Sancho Panza…
R: Totalmente, porque yo como Sancho Panza miraba alucinado lo que pasaba a mi alrededor. El Congo es un río quijotesco, misterioso, valeroso, místico, que se mete donde sea… Consigue encontrar su camino en medio de una selva imposible y vivir aventuras extraordinarias. El Quijote es el Congo, y yo soy el Sancho Panza que observaba todo lo que iba pasando a mi alrededor con los ojos como platos.
“El Congo es un río quijotesco, misterioso, valeroso, místico... “
Escogí El Quijote porque es un libro de esos que tenemos siempre pendiente. Sabía que muchas veces no iba a tener electricidad, así que cogí un libro de papel y me dispuse a avanzar por el río y a avanzar por uno de esos libros de aventuras que nos ha acompañado toda la vida. El Quijote se convirtió además en un compañero de viaje, porque me servía de apoyo cuando estaba desesperado, me sacaba una sonrisa cuando el día había ido mal… Aunque también me permitió ver cómo me veían los demás. El hecho de que mucha gente me viera leer cuando estaba en los barcazas, a veces provocaba reacciones increíbles. Pensaban que era un brujo porque me veían con un libro tan grueso.
P: Una vez escribiste: “Probablemente no hay un lugar en el mundo donde el pasado explique más el presente que África. Donde la violencia de ayer sea el punto de partida del hoy”. ¿Es República Democrática del Congo el ejemplo de esto, el país que mejor representa la grandeza trágica de todo un continente?
R: Probablemente, sí. Probablemente el Congo es la esencia del continente a nivel de esa historia herida. Herida por la esclavitud que lógicamente no empieza hace cinco siglos en Congo, pero sí que tiene en la costa de Congo y de Angola uno de sus principales puertos de salida de esclavos. Y Congo no solo se quedó ahí, porque después vino el rey Leopoldo II de Bélgica y decidió convertirlo en su jardín, y empezó una cadena de abuso que llega hasta nuestros días. El marfil, el caucho, el cobre, el coltán, el cobalto, los diamantes… Estas riquezas habrían sido un tesoro, una maravilla para cualquier país del mundo, pero para Congo han sido una maldición.
“Hay mucha gente interesada en que Congo no acabe de funcionar del todo. “
Aunque aquí matizaría un poco, porque yo creo que sigue teniendo una riqueza brutal a nivel cultural y humano, y eso en absoluto es una maldición. Congo es un país maravilloso. Viajar por Congo es un regalo. Es verdad que a nivel económico ha tenido siempre todo lo que ha interesado al mundo, y todo lo que le ha interesado a un mundo sin escrúpulos. Esclavos, marfil, cobre, la bomba de Hiroshima el uranio viene de Katanga, el coltán de nuestros móviles, y ahora lo veremos también con el cobalto necesario para las baterías de los coches eléctricos… Hay mucha gente interesada en que Congo no acabe de funcionar del todo, porque es una economía en la que la rapiña y el descontrol benefician a muchos.
P: También has llegado a asegurar que en África nada está roto, sino que está esperando a ser reparado. ¿Es Congo un país roto, o solo está esperando a ser reparado?
R: Es un país al que a mucha gente le interesa de alguna manera que permanezca quebrado. Roto no, porque el congolés en general es muy persistente, muy resistente. Está acostumbrado a sobrevivir desde que nace, y eso crea un clima también de camaradería, de ayuda… A veces también hostil, pero si te habitúas no es un problema.
“El congolés está acostumbrado a sobrevivir desde que nace. “
Yo lo vi enseguida, por ejemplo cuando iba a subir al barco para hacer esta ruta de un tramo del río, que dura varias semanas, el capitán me dijo: “Yo te dejo subir, pero si luego no resistes lo que es viajar a la congolesa, no quiero quejas”, y yo notaba que con el paso del tiempo, el que vieran que me habituaba a viajar como todo el mundo, con la suciedad que implicaba, ya que estaba todo lleno de cucarachas, de gusanos, había serpientes algunas veces cuando parábamos a dormir… En esas incomodidades de viajar 300 personas en una barcaza con solo un baño, que era un agujero en el suelo. Pero el que vieran que me adaptaba, terminó generándoles un cierto respeto, y cada vez me fueron aceptando más como si fuera su familia. Al final me ayudaron e incluso me protegieron, cuando vieron que viajaba como ellos. Así que Congo quizá no te abre la puerta enseguida, pero una vez que estás dispuesto a mirar a los ojos de la gente, es un país extraordinario.
P: El Congo es el segundo río más caudaloso del mundo. ¿Crees que ese agua puede llegar a ser el coltán de un futuro no tan lejano?
R: Congo tiene ahí una gallina de los huevos de oro, porque posee una cantidad de agua descomunal. Yo no he visto una fuerza de la naturaleza tan brutal como la que he visto allí. Estamos hablando prácticamente de un mar en movimiento hacia el océano. Tiene la capacidad para abastecer de agua y generar electricidad para el resto del continente, pero todo eso necesita inversiones probablemente extranjeras, y también un buen manejo de las inversiones desde dentro. La sensación es que, debido al cambio climático, el agua va a ser un bien más escaso y va a provocar guerras, y Congo tendrá mucho que decir en ese futuro.
P: El río que has navegado, y la vida que has descubierto a su alrededor, se parecen poco a ese oscuro inframundo descrito por Joseph Conrad…
R: A mí me encanta El corazón de las tinieblas. Es un libro extraordinario, y además fue una crítica muy importante para que después se aboliera la esclavitud y lo que estaba ocurriendo en el Congo, que era una bestialidad. Pero dicho esto, yo no quería explicar esa oscuridad. De hecho, yo recorro el río de manera inversa a cómo lo hace el protagonista del libro de Conrad. Si hay tinieblas, están en el corazón de los europeos que fueron hasta allí a expoliarlo, en el corazón de los aliados africanos que esclavizaron a la gente, y en el de los que siguen explotándola. No en los congoleses, ni en la selva, ni en ese río que yo he conocido. Es verdad que es hostil, es complicado de recorrer, pero qué menos, una tierra a la que han golpeado tantas veces, cómo no vas a salir de alguna manera damnificado. Salir indemne sería extraño.
P: ¿Qué pueblos o historias que te has encontrado en el viaje te han sorprendido especialmente?
R: El Congo ha sido una experiencia realmente intensa. Creo que no habría podido hacer este viaje si no llevara veinte años como corresponsal en África. Eso significa que hay muchísima gente que me ha ayudado, y que me ha sorprendido por su amabilidad, su generosidad, su bondad…
“Los pigmeos están luchando contra los gigantes chinos que les están talando los bosques. “
Pienso en los pigmeos que están luchando contra los gigantes chinos que les están talando los bosques. Pienso en Japhet, que es un estudiante de ingeniería que me acompañó prácticamente la mitad del viaje. En muchísima gente que ha estado ahí. Ancianos que entrevisté en la desembocadura, en Boma, en la única residencia que queda. En los artistas de Kisangani… Es que es un microcosmos, un universo interesantísimo y diverso. Yo creo, sinceramente, que es un pequeño paraíso en la tierra.
P: Pero también te has encontrado un río amenazado, y quizá la herida más visible sea la deforestación voraz que acabas de mencionar…
R: Congo es el segundo país del mundo donde más árboles se cortan, por detrás de Brasil. Sobre todo los bosques primarios de la selva de Congo son bosques que no están muy estudiados, porque es muy difícil acceder. Eso significa que tienen un ecosistema, una flora y una fauna riquísimas, pero ya han empezado a esquilmarla, desde empresas chinas a libanesas o europeas. Además es una lucha que están llevando a cabo congoleses, partiéndose la cara por algo que es de todos. Cuando se dice que el Amazonas o el Congo son los pulmones verdes del planeta, es que es así literalmente. Por lo tanto, creo que es responsabilidad de todos proteger esos pulmones por los que cuatro congoleses se están partiendo la cara contra gigantes.
P: El periodismo que llevas a cabo requiere de dos ingredientes que cada vez escasean más en este oficio: tiempo y dinero. El resultado es maravilloso, y al mismo tiempo necesario. Pero, ¿crees que esta manera de hacer periodismo está en peligro de extinción?
R: Yo creo que no desaparecerá porque siempre habrá algunos locos que, como yo, invertimos todo en tiempo, en salud o en ahorros para seguir contando historias. En este libro, ha habido muchos momentos en los que me arruiné y no sabía cómo continuar. Intentaba obtener dinero de un lado y de otro, pero no tenía ningún tipo de seguridad sobre si me iban a salir los números, porque si la primera semana te has gastado la mitad del presupuesto, ¿cómo sabes si la otra mitad te va a llegar para finalizar el viaje? Este es un proyecto que tenía desde hacía muchísimo tiempo y tenía que apretar los dientes e ir hacia adelante. La vida es apretar los dientes y hay que contar con todas esas dificultades.
“Siempre habrá algunos locos que lo invertamos todo para seguir contando historias. “
Luego es verdad que el periodismo no está en general apostando por este tipo de historias que requieren tiempo, y se prima más la velocidad, el refreír o aliñar algunas cosas para que haya mucha cantidad. Se cuentan los clicks únicamente de una manera numérica… Estoy un poco desencantado con esa manera de entender el oficio, pero creo que sigue habiendo gente que lo dignifica, que trabaja muy bien, y no solo pienso en aquellos que ya llevamos unos años. Pienso en profesionales como tu compañera Ebbaba Hameida, que dignifican el oficio. Y podría decir más. Siempre surgen jóvenes que están ahí empujando para que esto siga. Mireia Merino, una chica que acaba de ser becaria en La Vanguardia, finaliza la beca y se va a Ucrania. O Fermín Torrano, un periodista de Navarra al que no conozco personalmente. Ves a gente joven que está sacándose sus reportajes en África, como David Soler… Es verdad que cada vez es más difícil, pero quien queda quiere a este oficio con pasión, y eso a mí me hace reconciliarme con el periodismo, y me hace creer que aún queda cierto margen para la supervivencia de esta manera de contar.