¿Cómo será la población mundial? Menos niños y más ancianos en el planeta de los 10.000 millones de personas
Las tasas de fecundidad se reducen en todo el mundo, lo que, unido al aumento de la esperanza de vida, aboca a un envejecimiento generalizado. Y, por primera vez en al menos cuatro siglos, la población mundial retrocederá.
El mundo dejará de ser joven en las próximas décadas. El alargamiento de la vida y el descenso generalizado de la fecundidad, incluso en los países que ahora tienen tasas de nacimientos propias de la era preindustrial, harán que la proporción de personas mayores alcance cotas inéditas en la historia de la humanidad: en apenas dos décadas, el 15% de los habitantes tendrán más de 65 años y cuando acabe el siglo, ya serán casi el 25%.
El envejecimiento será la tendencia demográfica más acusada en un planeta que rebasará los 10.000 millones de habitantes mediado este siglo, con África como principal motor demográfico, frente al estancamiento de Asia y el retroceso de Europa. Una recomposición de la población mundial acompañada de numerosas transformaciones, que hunden sus raíces en las últimas décadas del siglo XX, pero que ya están en marcha y que tendrán profundas repercusiones en la sociedad, la economía y las relaciones humanas. Esto es, en la manera en la que el ser humano se desenvuelve en el mundo.
La primera consecuencia de la caída de la natalidad y el envejecimiento generalizado será que, si se cumplen las proyecciones de Naciones Unidas, la población mundial disminuirá por primera vez en, al menos, cuatro siglos. Será una caída leve, pero inexorable, a partir del año 2086, que constituye la última fase de la transición demográfica: desde las altas tasas de natalidad y mortalidad propias de la era preindustrial hasta unas tasas de nacimientos y muertes que serán bajas en todos los rincones del globo.
Esa transición se asociaba en el siglo pasado al desarrollo económico, ya que los países avanzados fueron los primeros en experimentarla. Pero ahora, en cierta medida, la evolución de la población se ha desvinculado del progreso económico: las previsiones son que todos los países, tanto los de renta alta como los de ingresos medios y bajos, reduzcan sus tasas de fecundidad y, a medida que aumenta la esperanza de vida, tengan cada vez un mayor porcentaje de ancianos.
China y el fin de la transición demográfica
Un buen ejemplo del final de esa transición y del estancamiento demográfico que se aproxima es China, porque su política de hijo único, vigente durante casi cuatro décadas, ha acelerado notablemente el proceso. Ahora la preocupación de Pekín ya no es controlar la natalidad para evitar la superpoblación, sino al contrario, estimular los nacimientos para contrarrestar el envejecimiento: el año pasado, por primera vez en seis décadas, perdió población y, cuando acabe el siglo, el 40% de los chinos tendrán más de 65 años.
"China se da cuenta de que la política de hijo único es beneficiosa en un primer momento, por el dividendo demográfico, la economía tiene que mantener a menos gente, pero ahora hay una pirámide invertida con muy poca gente en edad laboral para mantener a los mayores y a los niños", explica David A. Sánchez-Páez, investigador del Centro de Investigación Demográfica de la Universidad Católica de Lovaina. Las consecuencias son ya apreciables: China era el país más poblado del mundo hasta el año pasado, pero en 2023 le ha sobrepasado India.
Es un camino que ya han recorrido la mayoría de los países desarrollados. Dentro de diez años, Rusia dejará de estar entre los diez países más poblados del mundo, el último europeo en esa lista. También lo transitarán los países que todavía hoy mantienen una elevada natalidad, como Níger, donde aún se premia a las mujeres que tengan más de diez hijos y donde la tasa de fecundidad es de 6,75 hijos por mujer. En 2050 ya habrá bajado hasta 4,25 hijos por mujer y en 2100 se situará, según estima Naciones Unidas, en 2,22 niños, es decir, ya muy cerca de la tasa de reemplazo, que se sitúa en 2,1 hijos por mujer.
"Es evidente que los modelos de comportamiento de la población menos fecundos están cada día más extendidos, por diversas razones", admite Vicente Rodríguez, profesor emérito ad honorem y responsable del Grupo de Investigación sobre Envejecimiento del CSIC. Entre esos motivos, Rodríguez resalta que las políticas de control de la natalidad se han generalizado para estimular el crecimiento económico, a través del ya mencionado dividendo demográfico: menos hijos suponen menos población dependiente en proporción a la fuerza laboral, lo que facilita la inversión y el desarrollo.
Menos hijos y una vida más larga
Sánchez-Páez señala otro factor directamente vinculado con ese: "Históricamente, se tenían muchos hijos porque pocos de ellos llegaban a edad adulta y porque eran quienes se hacían cargo de los padres. Cuando se crean los sistemas de seguridad social, y particularmente cuando aparecen las pensiones, esa necesidad deja de ser tan relevante". Esto es, los hijos eran un seguro para la vejez cuando no existía otra cobertura.
También influye la incorporación de la mujer a la educación y al trabajo, así como un acceso más fácil y barato a anticonceptivos, que les permite un mejor control de la maternidad. En última instancia, si los hijos ya no son un seguro para la vejez, es una cuestión de coste de oportunidad para la familia: "Un hijo es muy costoso, en tiempo y en dinero. Si hombres y mujeres están inmersos en el mercado laboral, para ambos el tiempo de cuidar un hijo es escaso, aunque a la mujer le sigue siendo más costoso. Y el dinero que cuesta un hijo también ha aumentado con el tiempo", asegura Sánchez-Páez. En última instancia, están cambiando las preferencias sobre tener o no descendencia frente a otras prioridades vitales.
Son transformaciones que arrancan en el siglo XX y que se van extendiendo poco a poco por todo el planeta. No es casualidad que los países que mantienen las tasas más elevadas de fecundidad se encuentren en África, donde los sistemas de pensiones son débiles o inexistentes, las mujeres aún no han accedido en gran proporción a la formación escolar ni al trabajo remunerado y el uso de los anticonceptivos aún es reducido en comparación con los países más desarrollados.
Pero las previsiones son que también en los países menos desarrollados se produzcan los mismos cambios, al mismo tiempo que otro fenómeno que empezó en las economías avanzadas pero que se extiende por todo el mundo: el aumento de la esperanza de vida. "La sanidad tiende a mejorar, incluso en los países menos desarrollados, tanto por las aportaciones de los propios países como por las políticas internacionales, y se están controlando enfermedades infecciosas que no hace tanto estaban muy relacionadas con una elevada mortalidad", indica Vicente Rodríguez.
La alargada sombra del envejecimiento
Menos niños y una vida más larga solo pueden resultar en un envejecimiento progresivo de la población, otro fenómeno que ya era apreciable a finales del siglo pasado en los países más desarrollados, pero que ahora se está trasladando al resto del planeta: "Los países menos desarrollados tienen ahora un ritmo de crecimiento de la población mayor más acelerado”, ratifica Rodríguez.
El especialista del CSIC recalca que es difícil aventurar cómo será la vida dentro de unas décadas y cuál será el límite de la edad prospectiva, es decir, cuando empezarán a declinar las capacidades funcionales en los seres humanos del futuro. Pero si se atiende a la edad cronológica y tomando como referencia el umbral de los 65 años, las personas mayores serán un cuarto de la población mundial al acabar el siglo y solo en un puñado de países de África serán menos del 10% de la población.
La consecuencia más evidente de ese envejecimiento es un cambio drástico en la composición geográfica de la población mundial. Europa, el continente más envejecido, seguirá perdiendo peso, Asia y América se estancarán y África será el motor demográfico del planeta: en 2100, el 38% de los casi 10.350 millones de habitantes del planeta serán africanos.
"Por eso es tan importante que cambien sus condiciones de desarrollo: la viabilidad económica, social y medioambiental de África va a ser fundamental, porque ahí es donde va a estar el grueso de la población mundial", señala Ángeles Sánchez Díez, economista de la Universidad Autónoma de Madrid especializada en integración económica, que apunta que, de lo contrario, la primera consecuencia será una enorme presión migratoria sobre Europa.
Los retos de un mundo superpoblado y envejecido
Además, el envejecimiento de la población mundial plantea un reto con el que ya están lidiando las sociedades más desarrolladas, a saber, la sostenibilidad de los sistemas de pensiones. "Es una cuestión que no se ha resuelto, ni técnica ni ideológicamente. El modelo tal como lo teníamos pensado hace dos décadas es insostenible", reconoce Sánchez Díez, que opina que "la clave es si se va a tener renta suficiente para mantener el consumo, con más tiempo de vida".
Porque la población que se jubila suele reducir su consumo, aunque también se esperan que surjan nuevas oportunidades económicas ligadas al envejecimiento, como los servicios de cuidados o la oferta de ocio vinculado a personas mayores. En cualquier caso, a más gente dependiente, más tensión para los sistemas de provisión pública: "Obviamente, vamos a tener que pagar más impuestos", augura la economista, "el Estado del Bienestar no se puede mantener sin una fuerte carga fiscal, y tres de los cuatro pilares -pensiones, sanidad y dependencia- cada vez van a ser más necesarios en una sociedad envejecida".
Para aliviar esa carga, todos los expertos consultados coinciden en que las migraciones pueden contribuir a equilibrar los desajustes demográficos. "No sé si van a poder compensar todos, pero van a ser esenciales, sobre todo para un continente envejecido como este", sostiene Ángeles Sánchez Díez en referencia a Europa, donde las personas mayores de 65 años serán un tercio del total al terminar este siglo.
No será la región mundial más envejecida: las proyecciones de Naciones Unidas estiman que en Latinoamérica y el Caribe serán casi el 64%, más de 400 millones de personas sobre un total de 650 millones. El más exagerado ejemplo de una humanidad que envejece al mismo tiempo que se multiplica.