Pedro Almodóvar: "Lo peor para la escritura es ser autocomplaciente"
- El ojo crítico entrevista al director que publica El último sueño, donde recopila relatos escritos a lo largo de su vida
La literatura siempre ha transitado por Pedro Almodóvar. De un modo directo en sus películas, con numerosos personajes escritores y libros que, nada azarosamente, disemina por los decorados. Y de un modo latente en la conformación de su personalidad creadora desde que, siendo un niño, pedía por catálogo a Galerías Preciados libros que le atraían solamente por su título.
El cineasta ha reunido en El último sueño (Reservoir Books), relatos escritos desde su adolescencia hasta la actualidad. Dice Almodóvar que nunca lee lo ya escrito (ni vuelve a ver sus películas ya estrenadas) y que El último sueño le debe mucho a Lola García, su secretaria personal, que en cada mudanza se encargaba de rescatar de los cajones los cuentos. No es el primer libro de Almodóvar, que ya publicó Fuego en las entrañas en 1981 y Patty Diphusa en 1991 (además de sus guiones editados). Pero sí su libro más personal por lo que tiene de acompañamiento a su biografía.
“Me ha sorprendido recuperar la memoria de los momentos en los que estaba escribiéndolos. He tratado de no corregirlos para que tuvieran el sabor de cuando los hice”, dice Almodóvar en una entrevista con El ojo crítico. “He hecho 22 películas y dos cortometrajes con los que me identifico con lo bueno y lo malo, pero pasó algo que no me había ocurrido antes: sentir al leerlos que desde que terminé el bachillerato ya era la misma persona. Me reconozco en la determinación, deseo de dirigir y escribir, me he encontrado ya hecho. Una sensación agradable de sentirse ajeno a ti mismo”.
Antes incluso, cuando era un niño de ocho años que escribía contestaciones para las cartas que recibían sus vecinas analfabetas descubrió a través de su madre el poder la ficción. “Mi madre las leía y se inventaba cosas, las adornaba. Yo era muy pequeñito, todavía moral y me escandalizaba. Mi madre me decía: ‘pero, ¿has visto lo contentas que se han puesto’. La ficción cumple esa función. La realidad hay que rellenarla con otros elementos para ser vivida. Poca gente no ve nada de ficción a lo largo del día. En el confinamiento nos dimos cuenta de esa necesidad”.
Confiesa que el primer libro que marcó a Almodóvar fue El lobo estepario, de Herman Hesse. “También recuerdo que encargué Buenos días, tristeza, de Françoise Sagan, que entonces estaba de moda. Era un título precioso para un niño que aún tenía que esperar años para irse de su pueblo. Trataba de la angustia existencial adolescente: aunque la protagonista no estaba exenta de glamour, estaba llena de tedio. Yo tenía solo una bata, pero entendía a la protagonista”, reconoce.
El tedio, precisamente, se filtra en un relato de sus últimos años. “Es algo que me da vergüenza. Si algo estaba seguro en mi vida, en los años 70 y 80, era que el día y la noche no tenían fin y eran la misma cosa. Pensaba que me faltaba tiempo y nunca me aburriría. Y descubrir 40 años más tarde que hay un jueves santo en el que estás absolutamente aburrido. Es un descubrimiento melancólico, no alegre. Tiene que ver con la soledad, hay una relación causa-efecto. Hay fechas, como las Navidades en las que la soledad se me hace más doliente y viva”.
"Siempre he escrito solo, pero tengo en mente escribir con alguien"
Una cita de Truman Capote en Música para camaleones ("Cuando Dios entrega un don, entrega al mismo tiempo un látigo, que sólo sirve para autoflagelarse") le marcó hasta el punto de hacérsela recitar a Cecilia Roth a su ‘hijo’ con aspiraciones literarias de Todo sobre mi madre. “Es lo más profundo que se ha escrito sobre la creación. La autoflagelación es necesaria. Es lo que hace que no seas autocomplaciente, que es lo peor para la escritura”.
¿Se parece escribir al cine? “Sí, aunque son dos disciplinas distintas, siempre paso por la fase escribir guiones. El rodaje es una gran fiesta familia que puede convertirse en una gran tragedia familiar. Vives una vida coral en el mejor y peor de los sentidos. La escritura siempre es solitaria. Cuando estás en racha y en contacto con los personajes, ellos mismos te dictan lo que quieren. No eres dueño totalmente de la escritura. Es una experiencia tan hipnótica como el cine. Hay que cortar muchas ramas y quedarte con el tronco. Hacerlo en soledad es duro, pero hasta ahora no he conocido a nadie con quién escribir, pero es algo que tengo en mente. Prefiero pasar esa época con alguien con quien compartir”.
¿En qué libros acude una y otra vez en busca de paz? “El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. Nunca me lo he leído de una vez, pero voy por partes y siempre me impresiona. Es un libro muy pesimista, pero aun así encuentro cierto solaz en el mundo en el que él habla de sí mismo y sus identidades. También recurro mucho a Borges, para mí es el gran maestro de cómo utilizar la menor cantidad de palabras para componer una frase rotunda. También leo a Henry James al que si llevo 10 años sin leerle es muy sugerente y empiezo con Otra vuelta de tuerca. 2666, de Roberto Bolaño, quiero volver a leerlo porque me parece la gran novela en español de este siglo. Pero no quiero dejarlo a la mitad y me echa para atrás que son 1000 páginas. Como tengo miedo a la velocidad, solo he montado tres veces en moto porque recuerdo que me preguntaba: ¿estoy dispuesto a morir con la persona que lleva esa moto? Con los libros me pasa igual. Con 2666 quiero hacerlo, pero no encuentro tres meses para leerlo”.