'Una montaña lejana...', el arte y la naturaleza como bálsamo contra la represión
- Chongrui Nie narra cómo se convirtió en artista al ser deportado al campo durante la Revolución Cultural China
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Desde que le descubrimos en la serie del Juez Bao (Amok ediciones), el dibujante Chongrui Nie se ha convertido en uno de nuestros artistas favoritos gracias a la belleza y el detallismo de sus ilustraciones. Ahora nos llega su obra más personal, Una montaña lejana... (Amok Ediciones), en la que recuerda como, hace 50 años, fue uno de los jóvenes de familias intelectuales obligados a dejar los estudios y a trabajar en el campo por la Revolución Cultural China. Aunque él no se desanimó y, fascinado por el paisaje rural, siguió luchando por su sueño de convertirse en artista. Y, como podéis ver en las ilustraciones de este artículo, lo consiguió.
Nacido en 1943, en la India, Chongrui Nie es originario de una familia de mandarines o altos funcionarios de la provincia de Hunan. Desde muy pequeño vivió en Pekín donde, como vemos al principio del cómic, le pilló esa Revolución Cultural (1966-1976) por Mao Zedong en 1966, en su intento de recuperar el poder.
El plan de Mao consistió en cerrar las escuelas y universidades y utilizar a los jóvenes más crédulos y propensos a la violencia para que extendieran su credo por toda China. Pero lo que empezó como algo supuestamente idealista terminó con el nacimiento de los temidos Guardias Rojos, grupos de jóvenes que fueron responsables de terribles sucesos, desde la destrucción de milenarias obras de arte hasta el encierro en "campos de reeducación" e incluso la ejecución de intelectuales.
Como la situación se le fue de las manos y, en un intento de frenar a esos Guardias Rojos, millones de jóvenes urbanos fueron obligados a dejar los estudios y trasladados a lejanas áreas rurales para trabajar como campesinos y operarios. Se los conocía como los “jóvenes educados” o los “jóvenes enviados abajo”. Chongrui Nie fue uno de ellos: se hizo mecánico y fue enviado a construir fábricas de armas en la remota provincia de Shanxi.
La belleza del arte y la naturaleza le cautivó
El cómic comienza con esa llegada de Chongrui Nie al Monte Guancen, en la región de Ningwu, en la provincia de Shanxi. A pesar de la dureza del trabajo, el ilustrador quedó fascinado por la belleza que le rodeaba, por esas impresionantes y bellísimas montañas que también estaban llenas de historia. Y por eso decidió vivir esta experiencia, que duró dos años y medio, como una bendición y no como un castigo.
Y por eso, 50 años después decidió regresar a esa zona para reencontrarse con su pasado y retratar, a través de sus espectaculares ilustraciones, a la juventud china de aquella época, cuyos sueños se vieron frustrados por el absurdo de la Revolución Cultural, la industrialización excesiva y la explotación salvaje de los recursos. Pero este cómic no habla de política, sino del impacto que esos eventos políticos dejaron en toda una generación y como ello ha moldeado la China actual.
Y, sobre todo, habla de la búsqueda del arte y la belleza. Una belleza que recorre cada una de sus espectaculares páginas. Desde esos impresionantes paisajes montañosos hasta el precioso templo del Trueno que estaba en plena montaña y que fascinó al autor desde que lo descubrió. Un templo con cinco siglos de antigüedad que estaba perfectamente conservado y donde convivían estatuas de personajes confucianos, budistas y taoistas.
Desgraciadamente, ese templo sería destruido poco después por los Guardias rojos. Actualmente se ha reconstruido, convirtiéndose en una popular atracción turística a pesar de que, como lamenta el autor, le hayan añadido unas horribles tejas amarillas que nunca existieron.
Destacar también su encuentro con un puma que podía haber acabado con su vida en cualquier momento. Un encuentro que también simboliza esa siempre tensa relación del hombre con una naturaleza a la que queremos subyugar, sin respetar ni su poder ni su belleza.
Un relato contado a partir de los recuerdos
El cómic está dividido en pequeños capítulos en los que el autor recuerda a sus amigos y a la gente del pueblo con los que convivió durante aquel periodo. Y donde también recrea pequeñas anécdotas. Sin olvidar algunos pasajes en los que recuerda lo dura que era la vida en esa fábrica de armas, donde no le dejaban dibujar porque le podían acusar de desvelar secretos militares (aunque lo que pintase fueran paisajes naturales). A pesar de esas amenazas, el autor no dejó de usar sus lápices.
Tenemos que alabar la fantástica edición de Amok, que ha cuidado con mimo todos los detalles, desde el papel hasta los extras, entre los que destaca el estupendo prólogo de Raúl Ramírez Ruiz, de la Universidad rey Juan Carlos, que nos sitúan en el contexto histórico y nos ayuda a comprender los entresijos de esa Revolución Cultural China y como afectó a toda una generación.
También son fantásticas las fotografías tomadas por el propio autor y, sobre todo, los bocetos que realizó durante los dos viajes que hizo a la zona, medio siglo después, para reencontrarse con su juventud. Y, por supuesto, sus espectaculares ilustraciones, porque, aunque no deje de ser un cómic, a veces nos parece un álbum ilustrado.
En fin, una obra de arte que nos ayuda a comprender una parte de la historia de China, un país tan fascinante como intrigante para nosotros. Y que es un maravilloso relato autobiográfico y, sobre todo, una obra de arte. Un arte que, al final, siempre acaba imponiéndose a la barbarie.