Carlos III, año I: de la pompa de la coronación a los retos del Reino Unido
- La tradición por encima de todo, una exportación exitosa de la casa real británica como instrumento de diplomacia blanda
- Carlos III hereda un reino menos unido que el de su madre donde cada vez se cuestiona más la unión entre Iglesia y Estado
- El domingo, "Carlos III, año I", a las 16:00 en el Canal 24h
¿El poder del rey es divino? ¿El Jefe de Estado jura ser el defensor de una religión en concreto? ¿Hay una Iglesia de Estado? Si nos atenemos a la letra de la coronación de Carlos III, la respuesta a todas estas preguntas anteriores es sí. ¿No es anacrónico en una democracia parlamentaria del siglo XXI? La respuesta vuelve a ser afirmativa. ¿Entonces? Se trata del Reino Unido.
Excepcionalidad
La ceremonia, estrictamente litúrgica, religiosa, de la coronación es compatible con una democracia liberal europea, en una sociedad multiétnica y multireligiosa como es la sociedad británica hoy, porque participantes y espectadores saben que es, por encima de todo, un homenaje, un festín que se dan monarquía y ciudadanos (la mayoría, no todos) para celebrar la excepcionalidad de la monarquía británica y, en el fondo, la excepcionalidad británica a secas.
"Nadie lo organiza como nosotros", "somos los mejores organizando estas pompas", son frases que he oído a los británicos en la boda del hoy príncipe heredero, en los "jubileos" de la reina Isabel II y en cualquier evento que tenga que ver con la realeza.
La británica es la única monarquía europea que mantiene la coronación, y la única que ha convertido sus grandes eventos en una exportación de éxito. Ninguna otra casa real tiene su poder de convocatoria, ni moviliza los medios de comunicación extranjeros como la británica. Lo saben y lo explotan.
La pompa y los rituales arcaicos se convierten en un instrumento de diplomacia blanda, como lo pueden ser James Bond o la música pop. Un ejercicio habitual en el Reino Unido es intentar calcular, además de cuánto les cuesta la monarquía, cuánto dinero aporta la monarquía a través del turismo y todo lo que rodea a su atractivo.
Al igual que en algunas Semanas Santas y romerías en las que se mezcla lo religioso con la mera tradición y el folclore, así ocurre con los fastos reales. Organizan reuniones en casas o parques para verlo con familia o amigos, participan en los picnics callejeros, engalanan las calles como en las fiestas mayores, se adornan con todo tipo de complementos (gafas, sombreros, diademas…) que luzcan la bandera británica o motivos reales. Es, por encima de todo, una fiesta en un país que no tiene fiesta nacional oficial.
Ya no es lo que era
Según las encuestas de opinión, los más jóvenes ya no participan mayoritariamente de esa euforia, y crece el porcentaje de población que considera más lógica una jefatura de Estado elegida en las urnas que una hereditaria, pero eso no se traduce en un cuestionamiento político profundo de la forma de Estado.
Consciente del anacronismo de la ceremonia, Carlos III introdujo en la liturgia menciones a la libertad de profesar otras religiones y credos, en la lista de invitados, junto a otras realezas y políticos, hubo miembros de la sociedad civil, y una de las lecturas del Evangelio corrió a cargo de un no cristiano, el primer ministro Rishi Sunak.
Trascendente, por impensable hace pocos años, la asistencia a la coronación (del rey británico y defensor de la Iglesia Protestante) de dos dirigentes del Sinn Fein, el partido irlandés católico cuyo brazo armado, el IRA, mató al tío-abuelo y mentor del rey, Lord Mountbatten, y que aboga por la salida de Irlanda del Norte del reino para unirse al resto de la isla, la República de Irlanda.
En estos aspectos complejos se centra el En Portada "Carlos III, año I", en él pasamos página a la pompa y analizamos las circunstancias del reino de Carlos III.