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Anna Chernalinka, refugiada ucraniana: "No es posible vivir siempre esperando"

  • Unos 90.000 ucranianos, de los más de 170.000 acogidos desde el linicio de la guerra, han elegido quedarse en España
  • El idioma, el empleo y la vivienda son los problemas más importantes que dificultan el proceso de integración de los refugiados

Por
Anna Chermalinka
Anna Chernalinka huyó con su familia de la guerra de Ucrania y lleva más de un año viviendo en Sevilla.

Aquella mañana del 24 de febrero de 2022, como todos los días, Anna Chernalinka se asomó por la ventana de la cocina en su casa de Dnipro, la ciudad más importante del centro-este de Ucrania, a unos doscientos kilómetros del Donbás. Desde la altura del quinto piso, el último del edificio de viviendas en el que residía, la fábrica Yuzhmash, parecía todavía más grande y decadente que a ras de suelo. Se fundó en 1944 y era de las pocas instalaciones industriales estratégicas que seguía activa tras el fin de la Unión Soviética.

No recomendado para menores de 7 años Informe Semanal - Una nueva vida por delante - ver ahora
Transcripción completa

Aquí en verano, 35 grados qué fresco,

En Ucrania 35 grados, que calor

y para mí es muy extraño, cuando sales de casa a las 4 tarde.

La ciudad está vacia.

Para Ana y su familia casi todo en Sevilla es chocante y distinto.

Desde lo más trascendente, el idioma y su aprendizaje.

Hasta las pequeñas cosas como el sofocante calor sevillano,

que no perdona, ni en primavera.

y determina el latido de la ciudad.

Los niños están jugando en los sitios para los niños

y con columpios y todo.

Qué hora: dos de la noche.

¿Cómo puede ser eso?

Pero me han explicado que en el día no es posible estar

porque está calentísimo y por eso la gente quiere salir,

pero sale en la noche.

Las crisis internacionales de los dos últimos años

han estirado hasta el límite el sistema de acogida

por la llegada de miles de refugiados.

En agosto de 2021 el regreso de los talibanes al poder

en Afganistán,

supuso la evacuación de los colaboradores afganos

y sus familias, de los que más de 2000 residen

actualmente en España.

Tampoco había tanto tiempo para pensar.

El único que pensamos es sacar los niños

y llevarlos a un sitio seguro.

No había pensado que como vamos a vivir, habrá trabajo,

habrá viviendas, habrá casa.

No, vamos a salvar a los niños y ya el resto lo conseguimos allí.

Seis meses después, en febrero de 2022,

la invasión rusa de Ucrania movilizó a millones de personas

que huyeron de la guerra hacia otros países europeos.

España ha acogido desde entonces a más de 170 000,

de las que unas 90 000, la mayoría mujeres y niños,

reconstruyen aquí sus vidas.

No es posible vivir siempre esperando.

Tú puedes esperar una semana, un mes,

pero ya pasó un año y nosotros no sabemos

Y la vida sigue.

Ah, y el tiempo pasa, la vida pasa.

Por eso tenemos que también seguir ahí y vivir con nuestra familia.

El día 20 de agosto del año 2021, nos llamaron de la Agencia Española

y nos dijeron que es el momento de ir al aeropuerto

para poder salir del país.

Durante esas noches esperando no teníamos ninguna esperanza

porque estábamos todo el rato pensando

¿Qué nos va a pasar con los talibanes?

¿Podremos salir del país o no?

Teníamos muchas preguntas en nuestras cabezas.

La familia de Wajirah y Saboor no renuncia a ciertas costumbres

muy arraigadas en su rutina diaria.

Como la de asomarse para comprobar quién llama al timbre.

Viven en Toledo, en un piso de Cruz Roja

con sus tres hijos

que hablan perfectamente el castellano.

Para sus padres este aprendizaje está siendo más complicado

lo que lastra su acceso al mercado laboral.

Para nosotros es un poco difícil porque el 90 %

de las familias afganas que están en España

están teniendo ese problema, el idioma y la búsqueda de empleo.

Pero yo espero que eso se arregle

y que podamos tener alguna oportunidad.

Nosotros haremos todo lo posible, de una manera activa,

todos los días para tener un trabajo aquí en España.

Para esta familia urge encontrar un trabajo

porque, como para todos los refugiados,

las ayudas expiran a los dos años

y en su caso este plazo termina en pocos meses.

En Afganistán, Saboor colaboró

con la Agencia Española de Cooperación

y ahora echa una mano con la burocracia a los afganos

que siguen llegando vía Irán o Pakistán.

Wajirah, además de excelente cocinera, es la vicepresidenta

de la primera Asociación de Mujeres Afganas en España.

Lo que queremos hacer y lo que ya estamos haciendo

es ayudarnos entre nosotras en diferentes aspectos:

por ejemplo en la educación,

en la búsqueda de empleo el aprendizaje de idiomas.

Es decir, cómo integrarse bien y cómo acostumbrarse

a vivir aquí en España para que las mujeres afganas

también puedan tener un buen futuro.

La realidad es que el sistema es garantista

en cuanto a su situación mínima vital,

pero está siendo muy limitada para poderlos ayudar tanto

en el aprendiza je de la lengua como en las posibilidades

de una formación que les ayude a integrarse laboralmente.

Los problemas se repiten con Ahmed y Sofía.

De momento no trabajan,

a pesar de que Ahmed tiene estudios superiores,

estuvo empleado en la embajada española en Kabul

y se maneja bien en castellano.

El matrimonio reside con sus tres hijos en un piso,

en el extrarradio de Madrid, tutelado por ACCEM,

una ONG especializada en la atención a los refugiados.

Que tampoco queremos una vida llena de lujos, de la vida normal,

como todos los españoles.

Una casa, un trabajo y un colegio para los niños.

Un futuro para los niños.

Significa mucho.

Muy, muy grande oportunidad para mí.

Para mis niños, niñas especialmente porque en Afganistán

ellos no pueden salir en la escuela,

en salir de casa para ahora ellos van a la escuela

y yo soy, estoy muy feliz.

Con o sin contrato de trabajo,

alquilar un piso en Madrid o en cualquier otra ciudad

para este matrimonio es muy complejo.

Les exigen unos avales y una fianza que no pueden aportar.

El acceso a una vivienda es otro impedimento

para su integración en la sociedad española

y para cumplir con el objetivo de vivir

sin dependencias económicas.

Lo que estamos buscando,

pues cualquier cosa es lo que hay que apoyar,

que nos da la garantía mínima para poder sobrevivir.

No digo cualquier trabajo,

diría unos ingresos mínimos para poder llegar al fin de mes.

Generalmente lo que están encontrando

es un puesto de hostelería o de recepcionista.

Y te encuentras a una mujer fiscal en Afganistán

que había estudiado Derecho, trabajaba en la Fiscalía,

la Fiscalía de Derechos y de Violencia contra la Mujer

y de Anticorrupción,

y ahora está trabajando de recepcionista en un centro,

está feliz porque tiene trabajo.

Las expectativas y los baches emocionales son determinantes

al reiniciar la vida en otro país.

Hace un año la llegada a Villanueva de la Vera de Olga

y Natalia con sus dos hijos revolucionó este pueblo cacereño

de unos 2000 habitantes, apacible y rodeado de naturaleza.

Mi vida en Ucrania era más estable,

tenía una vida normal, un trabajo que me gustaba mucho.

Era educadora en una guardería con niños de dos hasta siete años

y también trabajaba como psicóloga infantil.

En un día se cambió todo: perdí mi trabajo,

perdí el sentido de la vida, porque no sabíamos qué pasaba,

ni cuánto va a durar todo esto.

Al principio fue difícil, porque es otro país, otro idioma.

Yo personalmente echaba mucho de menos mi casa

y sentía nostalgia de mi ciudad donde había trabajado muchosaños.

Cuando me di cuenta de que no podía seguir

con mi vida normal, al principio eso fue muy duro.

Todos mis amigos se quedaron en Ucrania.

En Villanueva de la Vera la vida es más asequible

que en una gran ciudad

y cuentan con la ayuda directa de los vecinos,

que se han volcado con ellas.

Desde el primer momento les cedieron una vivienda

en la que Olga y Natalia conviven junto a sus dos hijos.

Disfrutan de una vida más independiente,

pero hay menos oportunidades laborales.

Empecé a trabajar como camarera en un bar

y ahora soy ayudante de cocina.

Agradezco mucho a mis jefes por lo que tengo ahora

yporque aquí he encontrado un sentido a mi vida.

Mi hijo también está muy contento.

Estudia en el colegio y ha aprendido rápido el español.

Habla mejor que yo,

porque es más fácil aprender cuando tienes 8 años.

Estoy muy agradecida.

Me gusta la vida en España, pero es una vida distinta.

En Ucrania yo trabajaba en otra cosa.

Soy graduada universitaria en Farmacia

y en mi país estuve trabajando muchos años como gerente

de una farmacia.

También estudié cosmética y trabajé en este campo.

Ahora en España estoy trabajando

como camarera de piso en un hotel.

En Ucrania trabajaba con mi cabeza y aquí trabajo con las manos.

Es otra cosa.

Creo que para mi hijo será mejor que estudie

y se quede a vivir en Europa,

porque aquí hay más posibilidades para su futura vida

y no sabemos cuándo acabará la guerra.

Así luego podrá contribuir a la reconstrucción de Ucrania.

En el caso de Ucrania,

a diferencia de los refugiados de otros países,

l a Unión Europea ha activado por primera vez

la protección temporal una directiva

que se creó durante la guerra de Yugoslavia.

Mientras dure el conflicto en Ucrania,

otorga el permiso de trabajo y residencia de manera automática,

además de acceso a la sanidad y a la educación.

Está claro que es una buena opción el que se plantee la directiva

de protección temporal y ya sabemos que existe un camino

para que se haga en otros momentos,

con lo cual sí debemos tomarlo como una cuestión de oportunidad,

más que por otras cuestiones.

Y ahora mismo en donde se trabaja,

donde estamos consiguiendo que la gente se emplee,

aunque no se consiga esa homologación de títulos,

es a través de lo que se llaman las capacitaciones profesionales,

es decir, el demostrar de alguna manera

que tú sabes hacer algo y que por lo tanto

tengas más acceso al mundo laboral.

Un ejemplo de los beneficios de estos cursos profesionales

son Anna y su marido que, como no es ucraniano,

pudo abandonar el país con su mujer y sus dos hijos.

Anna, tiene una cita con la trabajadora social de ACCEM,

la ONG que tutela su adaptación,

para hablar de su última entrevista de trabajo,

para él que recibió formación.

A mí me han dicho que lo has hecho muy bien,

que la entrevista fue muy bien

y con el idioma no ha habido problema ninguno.

Eso espero.

Y bien.

La familia está en la segunda fase del proceso de acogida,

es decir, tienen una autonomía casi completa.

Con muchas dificultades,

han logrado alquilar un piso en Sevilla.

Para nosotros eso fue muy duro,

porque en Ucrania si tú tienes dinero,

tú puedes alquilar el piso.

Aquí no.

Aquí tienes que mostrar tu nómina, tu contrato de trabajo.

Y cuando nosotros llamamos y decimos que de ACCEM tenemos ayuda

para seis meses, seguro, seguro.

No, no.

Entre todas las experiencias que vivieron hasta llegar a España,

Anna recuerda la enorme tensión

al coger el tren hacia la frontera polaca.

Los andenes estaban repletos de personas que también huían.

Temió que impidieran a su marido subir al vagón

porque, debido a la guerra, los hombres entre 18 y 60 años

tienen prohibido salir de Ucrania.

Por eso entran dos niños y mi marido como ayuda,

nosotros con los bolsos y yo estoy detrás de él.

Yo lo empujo al tren y corremos.

Yo estoy llorando.

La gente grita y nosotros intentamos ir

más profundo al coche de tren y cubrirnos con abrigos, con todo.

Estamos en el piso así porque había muchísima gente,

no había sitio para sentarse.

Nosotros estuvimos en el suelo y en el coche todo el día,

toda la noche y luego todo el día,

con un poco de comida y un poco de agua.

Nada.

Yo cuando llegué a España yo sabía sólo una palabra: Gracias.

Son historias de integración de familias en España

que con todas sus dudas y tropiezos han elegido quedarse

para seguir adelante.

Pero no siempre funciona y en otros casos

tras intentarlo aquí,

ponen rumbo a otros países europeos

con mejores ayudas económicas y sociales.

Decisiones que cambian el curso de una vida

con la esperanza de, algún día, poder regresar a casa.

Informe Semanal - Una nueva vida por delante - ver ahora

Este enorme complejo aeroespacial que llegó a emplear a unos cien mil trabajadores, había perdido todo su esplendor y relevancia pero, la mañana que empezó la guerra, Anna y su marido comprendieron que la fábrica sería uno de los objetivos que primero caerían bajo las bombas rusas y que, por tanto, constituía una seria amenaza para sus vidas y las de sus dos hijos pequeños. Guardaron lo imprescindible en tres o cuatro bolsas, para tener las manos libres durante el trayecto, pensó Anna, e iniciaron un incierto viaje hacia la frontera polaca.

Dieciocho meses después de aquella fatídica mañana Anna ha acudido a la sede de ACCEM en Sevilla, una ONG especializada en la atención a los refugiados, para contar su historia a Informe Semanal. Su relato ha empezado con aquel recuerdo.

Como no hay cole por la Feria de Abril, la acompañan sus dos hijos, Danilo de nueve años y Yaroslav, de seis que se entretienen dibujando y, pese a su corta edad, apenas han molestado a su madre durante la hora y media que ha durado la entrevista. El marido de Anna finalmente no ha podido acudir porque tiene una entrevista de trabajo en una empresa de placas fotovoltaicas, un empleo para el que ha recibido un curso de formación profesional en Sevilla. No es ucraniano y por eso consiguió salir del país y acompañar a su familia hasta España.

Cuando llegué sólo sabía decir una palabra: gracias

“La guerra sigue y la vida también, no es posible vivir siempre esperando. Tú puedes esperar una semana, un mes, pero ya pasó un año y no sabemos cuándo va a acabar todo. Por eso tenemos que seguir…” reflexiona Anna en perfecto castellano. Empezó a estudiarlo con una aplicación para el móvil durante las interminables horas en el autobús de camino a España: “Cuando llegué sólo sabía decir una palabra, gracias”.

El trauma de la huida

Aunque ya ha pasado más de un año y la adaptación a su nueva vida en Sevilla avanza a buen ritmo el trauma de la huida todavía duele, asegura Anna, especialmente en los niños que “echan mucho de menos Ucrania y al resto de la familia”. De aquellos días de miedo e incertidumbre Anna recuerda especialmente cuando subieron al tren con destino a la frontera polaca, con los andenes repletos de personas que también huían.

El trauma de exiliarse de Ucrania

La gente grita y nosotros intentamos ir hasta lo más profundo del coche del tren y cubrirnos con abrigos

“Muchísimas”, dice Anna, “tantas que no se veía el tren” y con el temor de que a su marido le impidieran acceder al vagón porque los hombres de entre 18 y 60 años tienen prohibido salir de Ucrania. “Me coloco detrás de mi marido mientras él ayuda a los dos niños a subir. Entonces yo le empujo hacia dentro y corremos. Yo estoy llorando. La gente grita y nosotros intentamos ir hasta lo más profundo del coche del tren y cubrirnos con abrigos, con todo. Estábamos en el suelo porque había muchísima gente y no había sitio para sentarse.”

De los más de 170.000 refugiados de Ucrania a los que ha acogido España desde que empezó la guerra, unos 90.000 han elegido quedarse y reiniciar sus vidas en un país totalmente ajeno a su lengua y a su cultura y en el que, probablemente, jamás pensaron que acabarían viviendo.

El problema de la vivienda

La familia de Anna se encuentra en la segunda fase del sistema de acogida, lo que significa una autonomía casi completa. Lo más complicado ha sido “encontrar el piso en España, es muy difícil sin contrato de trabajo” prosigue Anna. “Para nosotros eso fue muy duro, porque en Ucrania si tú tienes dinero, tú puedes alquilar la casa. Aquí no, aquí tienes que mostrar tu nómina, tu contrato de trabajo…”.

Una mujer y dos niños en un puente sobre el estanque de un parque.

Anna se refugió en España con su marido y sus dos hijos, Danilo de nueve años y Yaroslav, de seis. RTVE

Según Enrique Barbero, Director general de ACCEM, la vivienda es fundamental y es uno de los elementos más complicados a día de hoy de conseguir a todas las personas de este país. Y evidentemente el ser refugiado, venir de otro país, tiene un plus a la hora de conseguirlo.

Los perfiles de estas personas son altos, podrían trabajar en empleos distintos a los de baja cualificación en los que están

”Otro de los mayores problemas a los que se enfrentan los refugiados es la homologación de títulos académicos que, según Barbero, “es prácticamente imposible en España”. Por eso, las ONG especializadas en la integración de los refugiados se centran en los llamados programas de capacitación profesional, “es decir, demostrar de alguna manera que tú sabes hacer algo y que por lo tanto, tengas más acceso al mundo laboral, porque en muchos casos los perfiles de estas personas son perfiles altos, donde podrían trabajar en cuestiones distintas a las que ahora mismo están pudiendo trabajar, que normalmente son empleos de baja cualificación”, concluye el director general de ACCEM.

Colaboradores afganos evacuados por España

Este también es el caso de los colaboradores afganos y sus familias, que fueron evacuados por España con la vuelta al poder de los talibanes en agosto de 2021. “Las afganas y afganos que colaboraron con nosotros, explica Ignacio Álvaro, excoordinador de la Agencia Española de Cooperación, eran de una clase media o media alta en el contexto de Afganistán. Gente que había trabajado, hablaba idiomas gran parte de ellos, tenían estudios superiores…, o sea, eran gente que tenía una buena vida y obviamente la situación aquí ha sido complicada”.

Según este experto, en la actualidad el noventa por ciento de los expatriados afganos no tiene trabajo, principalmente por las dificultades en el aprendizaje del idioma. “Las clases de español han sido un problema más de los que ha habido”, asegura Ignacio Álvaro.

Ahmed Baloch, refugiado afgano

Ahmed Baloch tiene estudios superiores y trabajó algunos años en la embajada española en Kabul. RTVE

Ahmed Baloch tiene estudios superiores y trabajó algunos años en la embajada española en Kabul, por lo que se maneja bastante bien con el castellano. Pero todavía no ha encontrado trabajo. Vive en un piso de acogida tutelado por ACCEM en el extrarradio de Madrid junto a su mujer y sus tres hijos menores de edad, dos niñas y un niño.

Lo mismo que Saboor y Wajilah, un matrimonio afgano también con tres hijos, que reside en Toledo, en un apartamento de Cruz Roja, a los que está costando aprender castellano, lo que lastra su acceso al mercado laboral. En Afganistán, Saboor trabajó durante años para la Agencia Española de Cooperación y Wajirah, además de excelente cocinera, es la vicepresidenta de la primera Asociación de Mujeres Afganas en España.

Se mantienen con las pocas ayudas que reciben, aunque el horizonte de integración es muy complicado

“De momento, se mantienen con las pocas ayudas que reciben, aunque el horizonte de integración es muy complicado”, concluye Ignacio Álvaro. Según las estimaciones de este experto, de los cuatro mil refugiados afganos que ha acogido España, entre el 40 y el 50 por ciento, ponen rumbo a otros países europeos, principalmente Alemania, porque tienen allí familiares y amigos, o porque disponen mejores ayudas económicas y sociales. Historias de integración cuyo éxito también depende de las expectativas y los baches emocionales que experimentan los refugiados durante el proceso de adaptación.

Cuando nos despedimos de Anna y de sus dos hijos el calor sevillano aprieta en pleno mes de abril, algo desconcertante para esta familia. “En Ucrania, 35 grados es calor. Aquí 35 grados es fresco. A las cuatro de la tarde no hay ni un alma viva por la calle. Parece el Apocalipsis”, concluye Anna entre divertida y sorprendida.