La Policía vigila a 600 bandas en España: "Entre ellos se odian a muerte, actúan sin pudor y a veces a plena luz del día"
- En el último año las bandas juveniles se han reactivado, son más violentas y están mejor armadas
- Kevin y Jenny comenzaron a tener contacto con estas organizaciones desde la adolescencia
Las bandas urbanas son organizaciones criminales con normas rígidas de cohesión, disciplina y fidelidad. La fortaleza de estas organizaciones reside en su ejército: chavales dispuestos a superar cualquier prueba para entrar en la banda. María José Cabrera es policía de Participación Ciudadana, una unidad que recorre colegios e institutos advirtiendo a los jóvenes del riesgo de entrar en una banda urbana: “Van a fijarse en el chico o la chica que esté más en la calle, en el más débil o en el típico líder del grupo, el chulito", relata Cabrera.
Sus miembros se aprovechan de la situación de vulnerabilidad que viven muchos de los chicos que intentan reclutar: “La mayoría son de familias desestructuradas o que sufren bullying”, asegura Kevin, un joven que estuvo durante quince años dentro de una de estas bandas.
Actualmente el Ministerio del Interior vigila a más de 600 bandas juveniles, casi un centenar de origen latino. Las más activas: Trinitarios, DominicanDon’t Play (DDP), Latin Kings y Ñetas. “Entre ellos se odian a muerte. Son enemigos acérrimos. Actúan sin pudor y muchas veces a plena luz del día. Se encuentran en el metro un grupo contra el otro y se agreden”, relata el Inspector Jefe ‘Cacho’. “La violencia es una de sus fortalezas por eso comenten homicidios y lesiones gravísimas, porque utilizan armas muy contundentes, los conocidos bolo machetes".
El Inspector Jefe "Cacho" pertenece al grupo 20 de la Brigada de Información de Madrid. Están en alerta máxima. En el último año estas bandas se han reactivado, están mejor armadas y se llevan peor. En dos meses se han realizado 6.400 operaciones policiales y se han intervenido más de 3.000 armas, algunas de fuego.
La Policía tiene fichados a 400 pandilleros activos en Madrid. El Observatorio de Bandas Latinas asegura que son, al menos, 2.500. El doble que hace dos años. Nueve de cada diez pandilleros son españoles de origen latinoamericano. "Estamos detectando que con 12 años ya están empezando. Durante los últimos seis meses hemos detenido en Madrid a 248 pandilleros mayores de edad y casi 150 menores. Te puedo asegurar que hace años el tanto por ciento de menores era bastante más bajo”, afirma ‘Cacho’.
Carlos fue pandillero y hoy es pastor en el Centro de Ayuda Cristiano, un proyecto de la Iglesia Evangélica en Madrid que ayuda a jóvenes a salir de las bandas: "No se trata de la típica pandilla de amigos que se junta para fumar unos porros y beber”, explica Carlos. “Son organizaciones criminales internacionales que tienen una jerarquía y están muy estructuradas”.
En la cúspide está el rey, debajo sus lugartenientes y los responsables de los coros o capítulos, pequeñas facciones asentadas en distintos territorios. Actúan por separado a las órdenes de un jefe. Kevin fue uno de ellos. Se encargaba de preparar las emboscadas, lo que ellos llaman las caídas, es decir "vigilar dónde está la otra banda, controlar las salidas, cogerles de sorpresa y encerrarlos para que no huyan".
La historia de Kevin y Jenny: entraron, obedecieron y escalaron
Kevin llegó a España desde Ecuador con su madre cuando tenía catorce años. Ella trabajaba doce horas al día. Kevin estaba solo y no tenía amigos, así que empezó a ir al parque, donde conoció a los que poco después serían sus compañeros de banda durante quince años. "Yo no tenía ni idea de que pertenecían a una banda. Comencé a juntarme con ellos, a jugar al fútbol, y ellos comenzaron a invitarme a sus fiestas... como a acogerme”, rememora Kevin. “Entonces, en una de esas fiestas yo les pregunté: ‘¿Qué tengo que hacer para ser uno de ustedes?’, y ellos me dijeron: ‘Tienes que tener sangre, demostrar que eres capaz de cualquier cosa por nosotros’. Para demostrar esa lealtad, Kevin tuvo que apuñalar a otro chaval que estaba allí.“Ese fue mi inicio y eso fue lo más leve que hice a partir de ese momento”, recuerda el joven. Kevin logró escalaralto: "Llegué a una posición donde tenía a mi cargo 34 chicos de unos catorce, quince años. Si nosotros, los adultos, cometíamos algún delito grave por el que podíamos pagar prisión, les pedíamos que se culpasen”.
Jenny, por su parte, comenzó sus contactos con estas organizaciones a los doce años, cuando se enamoró del jefe de una banda. Comenzó a seguirle, sin saber hasta qué punto su vida daría un giro radical. "Un día fui con mis amigas a una matiné y allí nos encontramos a un tipo de chicos que no había en nuestro barrio. Llevaban pañuelos, vestían de manera diferente…”, cuenta Jenny a RNE. “Preguntamos y nos dijeron que eran de una banda. Ellos controlaban la matiné, quien entraba y quien salía. Eso nos fascinó y comenzamos a aproximarnos a ellos”. Fue así como Jenny conoció a uno de los jefes de la banda y comenzó una relación sentimental. “Antes había sufrido bullying y vi la oportunidad de decir: ‘Ahora soy yo la que va a mandar. Nadie me va a tocar’", relata.
Kevin pasó quince años entre reyertas, cuchillos y amenazas. Decidió salir.Buscó el amparo de la Iglesia Evangélica. Aun así cuenta que estuvo vigilado durante un año: "Hice muchas cosas de las que me arrepiento. Tenía miedo de la banda rival y de la mía propia. Dormía con un cuchillo debajo de la almohada, me drogaba continuamente para noquearme”. Jenny se quedó embarazada con catorce años. El que hasta entonces era su novio la abandonó. La banda la dejó de lado mientras los pandilleros rivales la descubrieron y persiguieron. Más de una vez se vio muerta: “Son esas cosas que te hacen pensar en qué clase de persona te has convertido”, afirma.
Ahora Kevin es oficial de pintura y piensa en casarse. Jenny sigue curando heridas, trabaja en un restaurante y tiene pareja. Los dos aprenden a vivir.