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Análisis

Silvio Berlusconi: adiós a una vida de excesos

  • Italia despide este miércoles en Milán al ex primer ministro en un funeral de Estado
  • El líder de Forza Italia levantó un imperio mediático y político que marcó la historia del país
  • Funeral de Silvio Berlusconi, en directo

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Homenaje a Berlusconi en Arcore
Un mural de flores y fotos recuerda a Berlusconi en la Villa San Marino en Arcore.

Silvio Berlusconi tenía una fortuna inmensa y quiso un país. No lo compró, pero supo manejar las grúas para edificar su victoria como un edificio más del empresario constructor. Cuando llegué a Italia, Romano Prodi acababa de arrebatar a Berlusconi la presidencia del Consejo de Ministros. No sobrevivió dos años a los duelos dialécticos de 'Il Cavaliere' y sus acólitos.

Una de las últimas escenas parlamentarias fue mofarse de Prodi en la misma sede donde reina la voluntad popular. Recibió gritos de "mortadela" mientras exhibían en la sala un enorme ejemplar del fiambre típico de Bolonia, cuna del aburrido profesor.

Eran polos opuestos: uno zalamero, bromista y de dudosos principios; el otro, con prestigio político pero con el carisma ausente: como una mortadela. Y Silvio se lo merendó para volver a ser primer ministro. Giorgia Meloni ya estaba bajo su manto. La joven rubia sabía que tras una buena sombra se acaparan fuerzas para captar el sol. Y hoy es su sucesora en el Palacio Chigi (La Moncloa italiana) con una ideología que sacude el letargo de la Unión Europea.

Fortuna y excesos

Berlusconi ha muerto como senador. El palacio donde anida la Cámara Alta italiana está a pocas manzanas del Panteón. A Silvio no le hubiera importado que su cuerpo descansara en esa maravilla de la arquitectura del Imperio con cúpula abierta para que vuelen espíritus nocturnos y se sumerjan entre siluetas de la madrugada romana. Sí, allí, junto a los dos primeros reyes de Italia, Vittorio Emanuele II y Umberto I.

Posiblemente en su interior pensara que, así, sus restos tendrían el reconocimiento que se mereció. Al fin y al cabo, en el céntrico mausoleo, visitado por miles de turistas cada día, también hay políticos como Agostino Depetris. El palacio romano de Berlusconi está apenas a cinco minutos caminando. Como si fuera un edificio oficial, siempre custodiado por un grupo de carabineros. Pero es lo más cerca que ha dormido del Panteón.

Trabajador, visionario y embaucador, compró Villa San Martino en 1973. Era un constructor de éxito y la mansión pertenecía a una familia aristocrática, Casati Stampa, con fortuna devorada por el tiempo. La propiedad se valoró en 1.700 millones de liras. Silvio la compró a cambio de 500 millones en acciones no monetizadas. Y allí construyó su propio mausoleo donde, desde este miércoles, reposará su vida abundante de excesos.

Las paredes de Villa San Martino cobijan recuerdos de algunas madrugadas acortadas por el jolgorio y desenfreno. Pero es la residencia familiar y sacrosanto espacio para su eterno descanso.

Por eso las fiestas del 'Bunga Bunga' se celebraron a varios cientos de kilometros. Villa Certosa, en la isla de Cerdeña, acogió las más célebres excentricidades de un caballero que luchaba contra el paso del tiempo rodeado de jóvenes a las que se bautizó como sus velinas. Con ellas se hizo "fotos inocentes" de las que decía nada temer. Frente al agua esmeralda se colorearon madrugadas interminables con punzadas azules, tan necesarias para que su masculinidad fuera, con 80, como debió de serlo con 30.

El 'disparo' a Putin y el 'cucú' a Merkel

Berlusconi era un personaje que no conocía la vergüenza ni el recato: de mi tiempo en Italia, dejó dos imágenes para ilustrar su figura. La primera, una rueda de prensa en Roma con Putin. Él sonriente, el ruso, con fría mirada de aniquilador. En la ronda de preguntas, un periodista formula una incómoda para el estadista de Moscú, que le mira fijamente sin un pestañeo, ni un leve gesto. Pétreo, como una estatua del Kremlin.

En la sala, un estruendoso silencio que se rompe cuando Silvio mueve sus brazos y, cogiendo un imaginario fusil, hace que dispara al cronista. Viniendo de Berlusconi solo podían ser balas de jarana. No convirtió panes en peces pero deshizo el áspero silencio en un río de sonrisas. Hasta al exagente de la KGB se le escapó un mueca bajo su imperturbable mirada. La segunda imagen me lleva a Nápoles, en una cumbre bilateral con Alemania.

Solo a él se le ocurre recibir a Angela Merkel escondido tras la efigie ecuestre de Carlos III para hacerle 'cucú', ante la sorprendida mano de hierro europea, cuando la canciller llevaba, en el portafolios, planes de recorte en plena crisis de la burbuja.

No he visto su rostro en la capilla ardiente, pero en esa pelea contra Cronos su cara ya advertía su edad. Hace una década, Berlusconi dijo que iba a vivir 125 años. Algo ha fallado en la programación.

Esta vez, Berlusconi no ha seducido a Cronos como hizo con los marqueses de Casati Stampa a quienes dejó sin casa ni dinero para albergar su descanso eterno.