Cuando llegar a un lugar seguro como refugiado no es suficiente: "Se ganan unos derechos, pero se pierden otros"
- RTVE.es habla con personas de Nicaragua, Haití, Siria o Afganistán sobre cómo viven en los países de acogida
- Casi 110 millones de personas se vieron obligadas a desplazarse en 2022, según ACNUR
La huida, el viaje y la llegada son tres puntos de inflexión en la vida de una persona refugiada. No es suficiente con dejar atrás la inseguridad de un país en conflicto, el hambre provocado por la crisis económica global, la cronificación de la pobreza en lugares donde el futuro no existe o las catástrofes que deja a su paso el cambio climático. Llegar y reiniciar la maquinaria para construir una nueva también es difícil.
La supervivencia sigue siendo un escollo en el país de acogida para las casi 110 millones de personas obligadas a los desplazamientos forzosos en 2022, según el último informe de la Agencia de Naciones Unidas para el Refugiado (ACNUR). Es difícil estimar el tiempo que necesita una persona en su proceso de adaptación en España, Costa Rica, Líbano o México.
“Tengo que luchar todos los días”, dice Roya Musawi, periodista y refugiada afgana de 28 años, a RTVE.es. Llegó a España con sus padres y sus cuatro hermanos en agosto de 2021, tras la vuelta de los talibanes a Afganistán. Actualmente trabaja en una organización local en Santander que atiende a sus compatriotas. Su contrato tiene fecha de caducidad, por lo que a Roya le preocupa su futuro. Mientras, ha tramitado la homologación de su título, “tarda mucho y tengo que esperar tres años para conseguirlo”, lamenta.
Es difícil ser una más sin el idioma. “No entenderse es la principal barrera”, apunta. Más complicado es cuando apenas puede comunicarse en inglés. “Es imposible conseguir un trabajo sin que exijan el castellano”, argumenta. No son suficientes los cursos que realizan las ONG: “En seis meses no se puede aprender español”. No descarta que le toque dedicarse al cuidado de personas mayores o a la limpieza de casas particulares.
“Se debería aprovechar nuestro talento”
El acceso al mercado laboral es más impermeable para las personas que “no son hispanohablantes”, coincide Raquel Santos, responsable de Inclusión de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). “Para aquellas que vienen de Ucrania o Afganistán el aprendizaje del español ha sido mucho más lento y es un requisito imprescindible”, apunta. De hecho, tras la invasión de Moscú en Ucrania, nuestro país ha acogido en los primeros doce meses a casi 170.000 personas y solo 13.695 han encontrado un empleo. “Recibimos un número considerable de ofertas de empleo de grandes empresas, pero el requisito era el idioma”, explica Santos.
Roya compara su situación con sus amigas que han ido a otros países como Francia o Alemania. “Tienen más oportunidades”, asegura. Recuerda que, entre los 3.900 afganos evacuados por el Gobierno español, la gran mayoría cuentan con carreras universitarias. “Se debería de aprovechar nuestro talento y usarnos”, dice sonriendo. Pese a todo está agradecida. Quiere hacer hincapié en que viene de un país marcado por décadas de guerra y ha encontrado un lugar seguro. “Tengo paz y seguridad, pero me siento sola”, reconoce, sobre la soledad que tanto atraviesa la vida exiliada. “Paseando pienso que lo tengo todo, pero en mi país tenía una vida construida, mi gente y mis sueños”, concluye esta joven que hizo historia en su familia al conseguir mudarse y vivir sola en Kabul. Se independizó muy pronto, hacía colaboraciones con medios internacionales y organizaciones como Missing Perspectives.
“Tengo paz y seguridad, pero me siento sola“
“Los afganos vinieron ya reubicados, venían de parte del Ministerio de Asuntos Exteriores con la concesión de la protección y entraron enseguida en el sistema de asilo”, recuerda la responsable de Inclusión de CEAR. La organización denuncia “el colapso” en el sistema de citas. “Solo conseguir una cita para rellenar un formulario y solicitar la Protección Internacional puede tardar meses”, denuncia Santos. “Les expone a una situación de mayor vulnerabilidad ya que es un paso imprescindible para tener acceso a centros y dispositivos de acogida, a la formación o a la sanidad”, argumenta.
Otro de los grandes problemas al que se enfrentan las personas refugiadas una vez que salen de los recursos es encontrar una vivienda propia. “Cuando llegan a la fase de autonomía lo más difícil es acceder al mercado privado de vivienda. Los precios son elevadísimos y tenemos a gente atrapada en los centros de acogida con el estatuto de refugiado concedido, pero no consiguen acceder a una casa”, explica la responsable de inclusión de la organización. En el último año notan que la situación de la vivienda ha empeorado. Se trata de personas que no tienen ingresos estables, ni contratos a largo plazo, ni avales y no cuentan con una red de apoyo. Incluso han presenciado casos de desahucios o en los peores casos más dramáticos se han quedado en la calle.
Atrapados en Irán en medio de la precariedad
Hosain Haidari es abogado afgano y llegó a España en enero de 2023. Actualmente vive en un recurso de CEAR. El Observatorio Internacional para la Abogacía en Riesgo (OIAD) ha conseguido que le dieran un visado. Antes de la vuelta de los talibanes, era un prestigioso abogado penalista que ejercía en la ciudad de Herat, pero la llegada de los intransigentes puso su vida en jaque. Se frustró su primer intento de huir del país, dejaron salir a su familia, pero a él le detuvieron y le llevaron a un centro de tortura. “Estuve cuatro meses en un centro de detención donde nos torturaban a diario”, rememora.
“El día que solo nos apalearon con madera nos parecía el menos malo”, asegura. Tras quedar en libertad se escondió en una casa que estaba en proceso de construcción, mientras esperaba para poder volver a intentar salir a Irán. En Teherán trabajó de albañil para poder costearse una habitación. Recuerda que hay muchos de sus paisanos en el país persa que viven en circunstancias muy precarias. Hay familias enteras que están esperando poder salir de allí. La mujer y los hijos de Hosain han llegado a Turquía y esperan poder ser reagrupados pronto.
Los datos de ACNUR de este año confirman que hay unos 19,1 millones de personas desplazadas más que el año anterior. “Se trata del mayor aumento de la historia”, explica Sophie Muller, representante de ACNUR. “Hemos revisado las estimaciones que teníamos de la población refugiada de Afganistán, las cifras de venezolanos en su mayor proporción en Colombia o en Perú”, detalla Muller. Además, tienen en cuenta conflictos que no están tan presentes en los medios como la actual guerra en Sudán, pero también Yemen, República Democrática del Congo, Myanmar o en la región de América Central.
La agencia de la ONU pide más solidaridad entre países para dar respuesta a todos al desplazamiento forzoso al que están condenadas millones de personas. “Calculamos que los 46 países menos desarrollados, que cuentan con menos del 1,3% de la riqueza global, se encuentran con el 20% de todos los refugiados en el mundo”, asegura Sophie Muller.
Líbano: las escuelas que excluyen a los refugiados
Un ejemplo de países colapsados es Líbano, donde más de un millón de habitantes son refugiados de una población de unos 4,2 millones. Ha sido un país histórico de acogida a la población palestina y desde 2011 a sirios que huyeron de una guerra que no termina. Usama Hellak abrió una escuela para brindar a los niños y niñas refugiadas la posibilidad de estudiar.
“Estamos en un barrio muy humilde cerca de un campo de refugiados de Beirut y el 85% de nuestros alumnos son sirios”, explica. El pequeño país de los cedros atraviesa una grave crisis económica, acompañada de una indemne inestabilidad política que implica que nueve de cada diez familias sirias vivan en situación de extrema pobreza. El PIB per cápita ha sufrido una caída de un 40% desde 2018 y la inflación se ha disparado al 268,8%. La moneda libanesa ha perdido más del 98% de su valor frente al dólar estadounidense.
Gayda Said Ahmed ve pasar la vida encerrada en un campo sin la posibilidad de volver a su casa en Damasco. “Siria aún está en guerra. ¿Cómo voy a volver?”. Ella vive desde hace más de una década en un asentamiento informal que iba a ser temporal. Todas sus metas ahora se reducen a una choza, cinco litros de agua al día y sigue dependiendo de una ayuda humanitaria que cada vez más escasea. Ve la vida de sus hijas pasando, la de sus nietos que han nacido en Líbano también. En un país donde sufren racismo y exclusión social. “Lo que más me duele es que mis pequeños no podrán estudiar”, añade.
Viviana, una haitiana en la frontera entre México y EE..UU.
Estudiar se vuelve una misión complicada en los puntos de frontera que a su vez suelen ser los lugares que más número de refugiados aglomeran. Miles de personas atraviesan Latinoamérica para llegar a la frontera entre Estados Unidos con México. Viviana es haitiana, tiene 35 años y ha conseguido entrar en la universidad para estudiar Trabajo Social antes de cruzar a EE.UU..
Lleva dos años en Tijuana, llegó expulsada de la violencia machista que sufrió en su matrimonio. Madre de dos hijos, decidió pedir el divorcio y marcharse a Brasil. Estuvo en el gigante iberoaméricano, pero no consiguió mantenerse con un trabajo ni tampoco mandar dinero a sus hijos. Entonces, decidió emprender una larga travesía hasta llegar a México en diciembre de 2021.
La rabia de ser inmigrante y de encontrarse en una de las fronteras más frecuentadas le llevó a ofrecerse como voluntaria en la organización Haitian Bridge Alliance. A los tres meses le hicieron un contrato y ya lleva un año trabajando y estudiando en la universidad. Hace un mes reagrupó ha reagrupado a su familia y ahora su objetivo es graduarse antes de cruzar. “Soy consciente de las dificultades que hay al otro lado, aquí tampoco hay vida, pero quiero ir preparada”, concluye. “En Brasil fue muy difícil y no quiero volver a vivir lo mismo”, reflexiona.
Nicaragua: Volcánicas lucha por los derechos de las refugiadas
Las dificultades pueden perdurar en el tiempo. Ximena salió de Nicaragua tras las protestas de 2018 que culminaron con la petición de dimisión del presidente Daniel Ortega y en las que fallecieron unas 350 personas. Ella lleva desde los 17 años siendo activista feminista y medioambiental. Desde hace cinco años vive en Costa Rica. “Se ganan unos derechos, pero se pierden otros”, denuncia. El estigma de ser nicaragüense y activista la acompaña todos los días en la isla del Pacífico.
Ximena ha creado Volcánicas, una organización para ayudar a mujeres refugiadas o exiliadas para contar con una comunidad de apoyo. Desde la organización hacen talleres de sustento, terapías colectivas y reparten kits de higiene para las refugiadas.
“Los seguros médicos son muy costosos y si no tenemos un trabajo decente no podemos pagarlos”, recuerda. “Es importante crear redes de apoyo para luchar por nuestros derechos”, asegura en una videollamada con RTVE.es. Lleva una camiseta blanca en la que pone: “Traigo en mi camino, en mis entrañas historias de mi abuela, de mi madre y mis hermanas”. Cinco años después, siendo refugiada, sigue enfrentándose a problemas identitarios provocados sobre todo por el rechazo de los demás. La vivienda, el trabajo y el acceso a los servicios básicos son lo más difícil.