Genealogía de lo cursi: la cultura del buen mal gusto
- CentroCentro abre una exposición con más de un centenar de objetos decorativos, mobiliario, fotografías y obras de arte
La palabra "cursi" apareció en la lengua española a comienzos del siglo XIX y tiene un origen disputado. Algunos buscan su etimología en la abreviatura de cursiva, caligrafía que se puso de moda por influencia de Inglaterra a finales del siglo XVIII, muy difícil de imitar. La RAE actualmente define así el adjetivo aplicado a uncosa: "que, con apariencia de elegancia o delicadeza, es pretenciosa y de malgusto". La sala de exposiciones CentroCentro de Madrid se rinde a "lo cursi" desde este viernes con una exposición con más de un centenar de objetos bajo el título Elogio de lo cursi.
Comisariada por el profesor de Historia del Arte en la Universidad Complutense Sergio Rubira, se podrá ver en la planta 4 de CentroCentro. La exposición traza una genealogía de lo que ha estado asociado a lo cursi desde la aparición de la palabra en la lengua española a comienzos del siglo XIX. Muestra "cómo su historia guarda relación con la ruptura de las normas de clase, las de género o la construcción de 'lo español' antes de la llegada del siglo XX', ha explicado el Consistorio.
La muestra reúne una selección de más de cien piezas de la cultura popular como muebles y objetos decorativos, libros, fotonovelas, cómics, postales, carteles publicitarios, anuncios de obras de teatro, fotografías de escena, procedentes de instituciones como el Museo de Historia de Madrid, Museo de Arte Contemporáneo, Museo del Romanticismo, Museo de Artes Decorativas, Colección Madrazo, Biblioteca Histórica de Madrid, o Centre de Documentació i Museu de les Arts Escèniques Institut del Teatre.
Todo ello junto a citas de autores como Benito Perez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Jacinto Benavente, Ramón Gómez de la Serna o Enrique Tierno Galván y obras contemporáneas de Costus o Nazario.
Origen del término
Otros estudiosos encuentran el origen del término en las hermanas Sicur de Cádiz, que copiaban la moda de París, la exageraban y con adornos ocultaban las manchas, los desgarrones y los brillos de unos vestidos desgastados por el tiempo. Cuando paseaban las gritaban ''Sicur! 'Sicur! 'Sicur! 'Sicur!'. De este modo, por la repetición, su apellido invertido se convirtió en sinónimo de ridículo.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX los cursis fueron fundamentalmente aquellas y aquellos jóvenes de clase media baja o clase baja que copiaban las actitudes y el gusto de la burguesía adinerada y la aristocracia, clases a las que no pertenecían y que les querían excluir.
En las novelas de la segunda mitad del siglo XIX se encuentran numerosos ejemplos de personajes cursis, como Rosalía Pipaón, protagonista de La de Bringas, de Pérez Galdós, cuyas aspiraciones siempre fracasaban. Ser cursi suponía un desplazamiento de clase que no podía admitirse. De este modo, el político conservador Francisco Silvela vinculó la cursilería a la revolución.
La cursilería se dio también en los aristócratas que querían imitar el buen gusto. Sucedió lo mismo con los burgueses que miraban a la nobleza y compraban muebles y bibelots de oferta con los que adornar sus casas como si fueran palacios.