La situación en Rusia tras la revuelta de Wagner: dos certezas, muchas preguntas y varias conjeturas
- La tibia reacción de Putin tras el avance de los mercenarios de Wagner desata las especulaciones sobre su futuro
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Todo intento de golpe de Estado o rebelión de algún tipo suele estar rodeado de confusión, uno no va anunciando y dando pormenores de sus pasos para derrocar al poder. Añadamos a ello que en Rusia los periodistas aprendemos a ser más cautos de lo reglamentario porque siempre flota la sospecha de que no nos cuentan la verdad, y de que detrás hay mentiras o una retorcida lógica que se nos escapa.
Además, en este caso, tenemos sobradas pruebas de que ni el Kremlin ni Yevgueni Prigozhin son fuentes fiables.
Dos únicas certezas: una, el presidente Vladímir Putin es desde el sábado más débil que antes, y también su ejército. Dos, todo el empeño del Kremlin para que la guerra pasara desapercibida en Moscú se han ido al garete.
El sábado se pidió a sus ciudadanos que no salieran de casa, y que el lunes no fueran a trabajar, y aumentaron visiblemente las medidas de seguridad en la capital. Hasta ahí las certezas.
En el momento de escribir este artículo no sabemos el paradero de Putin ni el de Prigozhin. Nos abruman las incógnitas, el desconcierto y la incertidumbre.
La amenza más humillante
Veinticuatro horas después del anuncio sorpresa de que los mercenarios de Wagner detenían su marcha sobre Moscú y Prigozhin había pactado con el Kremlin una salida pacífica, los observadores seguimos en un estado de “¡¿Cómo?!”, convencidos todos de que esto no puede terminar aquí.
Se ha repetido hasta la saciedad que Vladímir Putin puede entender y respetar a un enemigo, pero lo que no consiente ni perdona Putin es un traidor, y un traidor es precisamente en lo que, según Putin, se ha convertido Prigozhin, un traidor “que apuñaló por la espalda”.
Una columna de mercenarios, comandados por un tipo que se ha hecho de oro gracias a su amistad con Putin y que se han convertido en la unidad de élite en la invasión de Ucrania, montó en cuestión de horas la peor amenaza, la más visual, la más humillante para cualquier dirigente: avanzó esa columna de tanques hasta apenas unos 200 Km de la capital sin encontrar resistencia.
Para colmo, en la retirada tras el pacto, algunos ciudadanos despidieron a esos mercenarios con vítores: “¡Wagner! ¡Wagner!”
Lo ocurrido el sábado trasciende las críticas, a veces feroces, al ministro de Defensa y los militares regulares, es una afrenta al presidente. Siendo así, ¿se va a conformar Putin con un castigo menor que el que ha aplicado, incluso con la muerte, a otros que le han plantado cara sin tanques?
¿Qué han pactado?¿Cuál será el futuro del traidor? ¿Cómo va a reaccionar Putin? ¿Una purga en el ejército, el gobierno y entre los magnates que hayan podido apoyar esa rebelión? ¿Un ataque apocalíptico sobre Ucrania? Se disparan las conjeturas.
Esto no acaba aquí Un ex-jefe del Estado Mayor del Reino Unido, el general Richard Dannatt, ha aventurado que es posible que el exilio de Prigozhin en Bielorrusia sea para lanzar desde ahí otro avance sobre Kiev para tomar la capital de Ucrania.
En Ucrania un asesor del gobierno, Anton Gerashchenko, especula con la posibilidad de que una vez demostrado que el presidente Putin ha perdido el control absoluto de Rusia se desencadene una guerra de clanes, de ejércitos privados, los que salgan de Wagner, el del presidente checheno Kadírov, los de Gazprom y los que puedan crear otros magnates, los llamados oligarcas.
Cuidado con lo que deseas
El miércoles 21 de junio, en el seminario sobre Defensa que se celebra cada año en Toledo, el coronel José Luis Calvo señaló que el peor resultado de la guerra en Ucrania sería que se enquistara, que durara años, para añadir inmediatamente después que peor aún sería una Rusia inestable, el caos, porque “el caos es muy delicado de gestionar”. Apenas tres días después, esa posibilidad se ha hecho diáfana.
Otra cita. Al poco de que Rusia invadiera Ucrania y Occidente aprobara una batería de sanciones para presionar al presidente Putin, un analista ruso nos advirtió a una serie de periodistas y analistas: “Una revuelta interna no tiene por qué traer un sustituto mejor para los intereses occidentales”.
En cuanto se vio que en Ucrania Rusia no obtendría la victoria rápida -¿en tres días?- que Putin había prometido, muchos historiadores intentaron aplicar un “no hay mal que por bien no venga”, y recordaron que los grandes cambios en Rusia se han producido tras una gran derrota militar. La retirada de Afganistán en 1989 fue el principio del fin de la Unión Soviética, que se precipitó, recordémoslo, con un golpe de Estado fallido. El golpe fue en 1991, en agosto, y la URSS no llegó a fin de año.