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Guerra en Ucrania

De pesca y de playa bajo un cielo de pólvora por la guerra: "Todos tenemos ganas de sentir un poco la vida"

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Varias personas se bañan en la playa de Sloviansk
Varias personas se bañan en la playa de Sloviansk

A las afueras de Sloviansk, bajo un sol abrasador, se está formando un pequeño atasco. Se amontonan viejos Ladas y utilitarios modernos, una furgoneta de reparto y un SUV pintado de verde militar con una Balkenkreuz estampada en la puerta. Van todos a la playa, a unas pocas decenas de kilómetros del frente.

En la ciudad donde estalló la revuelta secesionista pro-rusa de 2014, hoy bajo control ucraniano, la playa interior, junto a la iglesia de la Resurrección, atrae a locales y soldados, a jubilados, a niños y a cualquiera que tenga un rato de ocio. Sloviansk era y es famosa por sus aguas termales y sus barros reparadores. La guerra no ha frenado la afición.

"Vengo aquí todos los días del verano", cuenta Anna, de pelo corto, flequillo rubio teñido. "Estar en esta playa sólo me da sensaciones positivas y todos tenemos ganas de sentir un poco la vida en medio de esta situación tan terrible". Anna reconoce que en Sloviansk no se pueden sentir completamente seguros pero afirma que en la playa sólo hay "alegría".

Una pareja se abraza en la playa a lo largo del río Dniéper en Kiev

Una pareja se abraza en la playa a lo largo del río Dniéper en Kiev JAE C. HONG/ AP PHOTO

Sus amigas Karina y Svetlana lucen bikini y gafas de sol que parecen sacadas de un episodio de Corrupción en Miami, la serie de Michael Mann. "Nos sentimos seguras", explican, "sobre todo comparado con el año pasado. De hecho, el año pasado no nos bañamos pero este sí, todo está bien". En esta tarde de julio no se oyen bombardeos, no pasan aviones, no se ve el humo de la artillería. "Ya estamos hartas de la guerra", resumen, "queremos que esto acabe cuanto antes".

"No debe haber guerra, pero tenemos que defender Ucrania hasta que no quede aquí ningún ruso"

Alrededor del equipo de TVE se ha ido formando un pequeño grupo de niños y curiosos. Dimitri es uno de ellos. Está eufórico en esta playa. Nos cuenta que es soldado y que está pasando unos días de permiso: "Me alisté el 25 de febrero para defender Kiev, y desde entonces he estado en todo el país. Ahora estoy en el Donbás. Antes pensaba que aquí solo había minas y carbón, pero ahora me encuentro con este lugar, este balneario y descubro que la naturaleza aquí es bella, ¡es la Suiza del Donbás!" Dimitri cree que "no debe haber guerra, pero tenemos que defender Ucrania hasta que no quede aquí ningún ruso".

En unos días, Dimitri volverá al frente de Bajmut, el más mortífero de la zona. Como él, otros soldados toman el sol, se bañan y ríen como adolescentes. Algunos, de hecho, acaban de serlo. No beben alcohol. aquí impera la ley seca. Recuerdo de que por mucho que brille el sol, la guerra sigue.

Pescando en la frontera

A pocos kilómetros de la playa de Sloviansk, media docena de cañas de pesca apuntan hacia las aguas mansas de la presa de Pechenihy. Es una trampa del hombre al río Donets, el que más al sur regará parte del Donbás. Aquí, en la región de Járkov, la presa también es lugar de baño para algunos y coto de pesca para otros.

Un hombre pescando en la presa de Pechenihy

Un hombre pescando en la presa de Pechenihy VICTOR GARCÍA GUERRERO

Nicolai, jubilado, pudo volver a su dacha en la zona hace sólo unos pocos meses porque, durante la primera fase de la invasión, el terreno estuvo bajo ocupación rusa. Ahora la usa de nuevo como base de operaciones para sus incursiones pesqueras en la presa. "Es mi momento de descanso", nos dice, "y no por pescar, sino por el aire fresco y porque así puedo comunicarme con la naturaleza".

Empieza a caer la tarde y llegan más pescadores. Es su hora favorita. Llegan en coche, cruzando puentes que, durante la invasión, estuvieron bloqueados. "Aquí estuvo casi todo ocupado", explica Nicolai. "A un lado del río estaban los ucranianos y al otro, los rusos. La gente podía cruza a pie por el puente peatonal, pero no los coches". No ha habido muchos casos como este de Pechenihy en el que los dos bandos han permitido la circulación fluida de los civiles.

"A veces hay disparos, la guerra sigue", recuerda, "pero está bonito aquí: los atardeceres son preciosos"

Anatoli, otro pescador, también agradece la posibilidad del descanso junto al agua. "A veces hay disparos, la guerra sigue", recuerda, "pero está bonito aquí: los atardeceres son preciosos". Lo son: el sol se va poniendo entre las coníferas y no es fácil imaginarse este paraje entre cañones. Pero "había minas y trampas", subraya Anatoli, "y muchos coches quedaron destruidos. Esto llegó a estar lleno de chatarra. Ahora ya está perfecto".

De momento, los pescadores sólo sacan algas. Yuri echa sus aparejos al agua por primera vez. También viene de Járkov a pasar unos días en su dacha. Señala hacia el puente y dice: "Los ucranianos lo volaron, y luego la presa, para que los rusos no pudieran entrar en Pechenihy". Ahora Yuri dice que quiere "que la paz venga cuanto antes. Que se acabe la guerra". Y antes de irnos, presume: "Mirad, ayer estuve aquí y pesqué tres kilos y medio", y se ríe.

Sin playa en Zaporiyia

Este año la playa de Zaporiyia está vacía. Las tumbonas y las sombrillas no tienen ocupantes. Y no es porque haga mal tiempo, al contrario. Ni porque falte gente. Zaporiyia, la gran ciudad del curso sureste del Dniéper está abarrotada en julio.

Pero en Zaporiyia, sencillamente, falta agua. La explosión de la mina de Kajovka, que los ucranianos atribuyen a los rusos y los rusos a los ucranianos, ha dejado prácticamente sin agua el tramo que va desde esta ciudad hasta casi la desembocadura del río en el mar Negro. Sin agua, la playa es metafísica.

La rotura de la presa ha acabado también con estanques y embalses que vivían de la concentración de las aguas del Dniéper. En uno de estos remansos, comprobamos el tamaño de la sequía: nuestros pies parecen pisar suelo firme sólo unos pocos metros, después la arena comienza a ceder y, finalmente, nos hundimos. Y en el medio todavía hay algo agua: el río Dniéper no se deja cruzar fácilmente ni siquiera cuando se seca. Más en blindado o vehículo pesado, fácil presa del fango disfrazado oculto baja la primera capa de firme aparentemente transitable.

El lecho del embalse de Kajovka está cubierto de conchas de moluscos muertos: millones de seres vivos han muerto a consecuencia de la ruptura de la presa. También han aparecido algunos restos de batallas pasadas, como en Nikopol, donde han visto cascos de soldados de la Wehrmacht. Las rimas de la historia también aparecen en la playa.

Encierro de verano

En Dnipro no hay playa, pero sí riberas arenosas del Dniéper. Los habitantes de la antigua Dnipropetrovsk viven mirando al río todo el año y en verano no hacen una excepción: pasean en bici, patinete, y corretean en las horas menos calurosas del día. Las sirenas de la alarma antiaérea, que suenan frecuentemente, no los separan ni un instante de su ocupación.

Menos para quienes procuran no salir de casa. Es el caso de Misha (nombre ficticio para preservar su identidad), joven profesional que teme tanto al reclutamiento forzoso del que puede ser objeto en plena calle, que apenas sale de su casa. "Tengo miedo de ir al centro y que me entreguen la citación: a la tercera, te pueden llevar al frente".

El caso de Misha no es excepcional. Andrii (otro nombre ficticio) nos dice que entre su grupo de amigos -todos treintañeros- se ha extendido una cierta paranoia con respecto al reclutamiento. Andrii lo desdeña: "Si te quieren entregar la carta, vale, pues que te la den, y luego tú haces lo que quieras. O te plantas y les dices que te dejen en paz, o que eres gay, o Testigo de Jehová, pero tienes que enfrentarte a ellos".

Varias personas se refrescan en el río Dniéper en Kiev, Ucrania

Varias personas se refrescan en el río Dniéper en Kiev, Ucrania JAE C. HONG/ AP PHOTO

Misha no quiere enfrentarse a nadie y reconoce que puede estar un poco obsesionado. Pero el hecho es que se está pasando el verano en casa, sin río, ni amigos, sólo conectado a internet, con sus redes sociales, sus colegas con los que habla por videoconferencia… y todas las ganas de vivir.

Porque Misha nos pregunta qué leemos, de qué equipo somos, en qué ciudad nacimos. Su curiosidad es insaciable, quizás acrecentada por la soledad y la angustia, o esa ansiedad juvenil del verano, cuando todas las cosas parecen posibles, como ir a la playa en medio de un bombardeo.