¿Cómo han cambiado las sequías en España? Del punto de inflexión en los noventa al "dramático" 2017
- En 2005, se inició un ciclo seco que duraría con altibajos hasta finales de 2009 y generalizó las restricciones en campo y ciudad
- La primera que se conoce en la península fue en el 1059 a.C., pero ahora se espera que sean más intensas y frecuentes
Las sequías son cíclicas en el clima mediterráneo. La norma es clara: siempre vuelven, pero ahora la preocupación reside en que se espera que sean más intensas y frecuentes debido al cambio climático.
Hablamos de sequía hidrológica cuando un periodo de lluvias escasas (sequía meteorológica) se prolonga y se acaba traduciendo en pocas reservas de agua en embalses y acuíferos para la demanda que existe. Es la situación que encontramos en este último año especialmente en las cuencas del Guadalquivir, Guadiana, Ebro y las Cuencas Internas de Cataluña, según el último informe del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. Los regantes fueron los primeros en ver cómo se les recortaba la dotación de agua para sus campos en Sevilla o Lleida y, luego, han llegado los cortes nocturnos y las restricciones en jardines o piscinas de los municipios más afectados.
El patrón lo marcan los planes de gestión de sequías. Pero, ¿cómo afectaron y se abordaron estos ciclos secos en el pasado? Repasamos los periodos más extremos de los últimos años y de la historia de la península ibérica.
2017: sequía corta, pero intensa
De las sequías recientes en España la del 2017 figura en los registros como una de las más relevantes, porque fue bastante generalizada y llegó incluso a zonas que normalmente no están afectadas por este problema, como la cuenca del Duero. El déficit de precipitaciones comenzó en abril y se prolongó hasta finales del 2018, afectando a todo el territorio, según una retrospectiva de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET). El periodo seco fue particularmente intenso para Galicia y Castilla y León (Miño-Sil, Duero), y largo para las grandes cuencas de la vertiente atlántica del Tajo, Guadiana y Guadalquivir.
Se partía además de un año hidrológico (que comienza en octubre del año anterior, es decir, 2016) con los embalses ligeramente por debajo del valor medio de los últimos años y tras tres años de caídas consecutivas. Las cuencas del Júcar y del Segura eran las más comprometidas de inicio, pero la situación de "emergencia", el nivel más alto, se llegó a activar también en zonas del Miño-Sil, el Duero, el Tajo y el Guadiana.
Si comparamos sus datos generales con la sequía de este año, las cifras eran menos alarmantes. A principios de junio, los embalses para consumo humano alcanzaban el 55,7% de su capacidad máxima, frente al 39,4% de la misma semana este año. No obstante, hay que tener en cuenta que no se puede analizar la gravedad de una sequía solo por el nivel de los pantanos y que la eficiencia en el uso del agua se ha ido mejorando con los años.
Finalmente, 2017 cerró diciembre con los embalses de uso consuntivo al 33,8%, cuando debería estar al 50%, según la media de los diez años anteriores. ¿En qué se tradujo eso? La prensa de entonces recoge el impacto en la agricultura, con limitaciones al riego de León a Almería, y también en ciudades como Vigo o Coruña, que tuvieron que aplicar medidas de ahorro de agua en la limpieza de calles, el cuidado de jardines o la utilización de fuentes. Al terminar este año "dramático", la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA) valoró las pérdidas por la sequía en el sector en más de 3.600 millones de euros.
Más allá de las restricciones, la sequía meteorológica concitó las condiciones necesarias para una devastadora ola de incendios forestales provocados que quemaron buena parte de Galicia, Asturias y Castilla y León en octubre de 2017. En total, ardieron ese año 178.234 hectáreas en España, según el Ministerio de Medio Ambiente, una superficie muy superior a la media del decenio y solo superada desde entonces en el aciago 2022.
2005-2009: la sequía más larga del siglo XXI
En 2005, España se adentró en una sequía que duraría con altibajos hasta finales de 2009. Comenzó, como es habitual, con la escasez de lluvias en 2004 en todo el país, pero con especial intensidad en el interior (Tajo, Ebro, Guadiana) y el Pirineo Oriental, de acuerdo con los registros de la AEMET. Así, en septiembre del 2005 ya habían saltado las alarmas: los embalses se encontraban al 39,9% de su capacidad, un nivel al que no descendían desde la sequía de 1995 y que, en cambio, este año se ha alcanzado antes de verano. La peor parte se la llevó la cuenca del Segura, que rozó el 10%, pero también Júcar y Cataluña, que se mantuvieron por debajo del 30%.
Fue precisamente en las cuencas internas catalanas donde el problema se recrudeció en los próximos años, pero no fue la única 'víctima': el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel profundizaba el descenso de su nivel de agua hasta una situación de emergencia nunca vista hasta el momento, algo que biólogos y organizaciones ecologistas achacan al sector agrícola y sus regadíos intensivos en los alrededores del humedal.
Desde junio de 2005, las autonomías Aragón, Cataluña, Comunidad Valenciana y Murcia impusieron límites al uso del agua en piscinas y jardines para poder garantizar el consumo humano, mientras en Andalucía, Castilla La Mancha y Extremadura se restringían solo los riegos agrícolas. Después del verano, llegaron las restricciones también a Madrid, y en Málaga se redujo el caudal por persona y día. En agosto de 2006 se produjeron incluso cortes del suministro durante la noche en algunos pueblos de Jaén, como recogía entonces el diario El País y está ocurriendo ahora en zonas de Málaga y Córdoba.
La escasez de agua afectó también al norte peninsular, con restricciones en municipios cántabros en 2006 y vizcaínos a comienzos de 2007, pero la última fase del periodo seco se concentró sobre todo en el arco mediterráneo y el Guadalquivir. Para esas zonas, el Gobierno autorizó nuevos trasvases desde el Tajo y aprobó medidas extraordinarias.
1991-1995: punto de inflexión en la gestión de sequías
La sequía que se extendió de 1991 a 1995 se consideró la "peor del siglo", aunque la falta de datos fiables para compararla con otras anteriores impide cotejarlo, como señaló el catedrático Manuel Ramón Llamas en un artículo de análisis publicado en 1997. La afirmación pudo ser más política que realista, porque lo cierto es que este ciclo sí marcó un punto de inflexión en la gestión hídrica y avivó la "guerra del agua" entre Castilla-Mancha y las huertas de levante, Murcia y Valencia.
De hecho, afectó especialmente en el este y el sur de España, y en el último año, su punto álgido, hasta 12 millones de personas llegaron a sufrir restricciones por la falta de agua para atender a la demanda, esto es, más del 25% de la población.
"En ciudades como Sevilla se activaron planes de evacuación ante la imposibilidad de garantizar unos suministros mínimos a la población. La producción agrícola sufrió pérdidas anuales de entre 30 y 42.000 millones de euros", describe un artículo en 2019 de los geógrafos Álvaro-Francisco Morote, Jorge Olcina y María Hernández. Andalucía sufrió particularmente esta situación y la hemeroteca recoge múltiples restricciones en la costa: desde cortes del suministro durante la noche a la necesidad de camiones cuba para abastecer a Fuengirola y Estepona, en Málaga.
Los expertos coinciden en la relevancia política de esta sequía porque cambió el modo en el que se respondió y, sobre todo, se preparó para futuros problemas. "Contribuyó a que la Dirección General de Obras Hidráulicas comenzara a considerar, aunque fuera tímidamente, que la utilización de las aguas subterráneas podía resolver algunos problemas. (…) A lo largo de esos años 1991-1995, el Congreso de los Diputados, a propuesta del Ministro de Obras Públicas, aprobó presupuestos para actuaciones de emergencia por valor de unos 100.000 millones de pta. Pues bien, buena parte de ese dinero fue destinado a realizar captaciones de aguas subterráneas", describió Llamas.
Además de comenzar a utilizar acuíferos con los que antes no se contaba, también se instalaron primeras desaladoras en la España peninsular, en Almería, Málaga y Alicante. No obstante, lo que realmente supuso un "cambio de paradigma" fue la incorporación de la gestión de la demanda de agua (y no solo la oferta) y la mejora de la planificación para evitar el despilfarro, ya fuera por los regadíos, a través de pérdidas en la red o por un uso inconsciente en los hogares.
Sequías históricas en la península
Las sequías son parte de la historia de la península, aunque la adaptación de las sociedades pueda moderar sus consecuencias. Entre 1944 y 1946, España también sufrió una "pertinaz" sequía, como decían los noticiarios del franquismo, cuyo impacto se mezcló con la hambruna de posguerra.
Destaca en los libros de historia también el ciclo que se extendió de 1749 a 1753, bajo el reinado de Fernando VI, en las regiones que hoy son Andalucía, Cataluña, Comunidad Valenciana y Castilla-La Mancha. La escasez de agua y, por tanto, de alimento provocó revueltas populares y hambre, según recoge un catálogo de sequías históricas que publicó en 2013 el Gobierno.
Igualmente, entre 1872 y 1880 sucedió el ciclo seco más importante del siglo XIX en la península, causando estragos en el campo, mientras que "la primera sequía de la que se tiene conocimiento data aproximadamente del año 1059 A.C., que afectó al área mediterránea", se lee en el documento, que toma sus datos a partir de series de precipitación reconstruidas, trabajos de climatología histórica y análisis de los anillos de crecimiento de los árboles.