Las viudas en Afganistán, bajo el yugo talibán: "Me siento una miserable, creen que no debemos existir"
- RTVE.es recoge el testimonio de dos viudas afganas: Roqiya ha conseguido huir a Islamabad y Roya malvive en Kabul
- En estos dos años estas mujeres se han visto forzadas a casarse con talibanes, a la pobreza extrema y al aislamiento social
Roqiya tuvo la mala suerte de nacer niña en Afganistán. Ser mujer, casarse y la muerte de su marido han sido la peor de las condenas en un país que lleva cuatro décadas de conflicto casi ininterrumpido. A sus 29 años divisa una vida marcada por las idas y venidas de los talibanes. Tenía tres años cuando irrumpieron por primera vez en el poder y fueron derrocados cuando cumplió ocho. Fue en 2001 cuando pudo pisar una escuela, con la llegada de un gobierno auspiciado por la comunidad internacional, liderada por Estados Unidos y la OTAN.
A los 16 años no pudo esquivar el matrimonio con Rehmatullah, un joven militar, elegido por su familia. Estuvieron 13 años casados hasta que el 19 de abril de 2019 vinieron familiares a su casa para informarle de que su marido había muerto en un atentado en un control en el extrarradio de Kabul. Se quedó sola a cargo de un niño de diez años y una niña de ocho. "Tengo buenos recuerdos y me ha dado a mis dos hijos", relata a RTVE.es, en un intento de recomponer el puzzle de una vida nada fácil.
Hasta la llegada de los talibanes a Kabul el 15 agosto de 2021, Roqiya mantenía a sus hijos gracias una familia que le encargaba lavar ropa. Después emigraron a Irán y se llevaron el único ingreso de dinero que tenía. "Mi gran problema es que murió mi marido y llegaron los talibanes", dice. Los fundamentalistas lograron hacerse con el control del país en una ofensiva de poco más de una semana y desde entonces han reinstaurado un emirato islámico que somete a la sociedad, especialmente a las mujeres, a una lista de prohibiciones basada en una estricta interpretación del Islam.
"Nos culpan a las mujeres de la muerte del marido"
Las mujeres no pueden acceder a la educación secundaria y universitaria. Los talibanes han ordenado el cierre de todos los salones de belleza, baños públicos y centros deportivos femeninos, sectores que servían como fuente de empleo para las mujeres. Además, el hecho de que no puedan trabajar, excepto en el ámbito sanitario y en la educación primaria, dificulta la vida a aquellas que están solteras y son viudas. Se encuentran sin fórmulas para ganar dinero.
"No tengo acompañante para hacer nada. ¿Quién trabaja por mí? ¿Quién me ayuda a sacar adelante a mis hijos?", se pregunta Roqiya. "Me aterraba perder a mis hijos por hambre, me volvía loca estar en casa sin poder hacer nada", añade. Hay numerosas familias que estaban mantenidas por mujeres, puesto que muchos hombres murieron o resultaron heridos en el curso del conflicto. Tampoco pueden viajar a más de 70 kilómetros de casa sin la compañía de un muhrim (padre, hermano o marido). Por lo que una mujer cuyo marido ha fallecido vuelve a depender de su familia política, de su padre, de sus hermanos o del hijo varón.
"Uno de los legados de décadas de guerra en Afganistán es el alto número de viudas, y según algunos informes, sitúan su número en más de 2,5 millones", explica a RTVE.es Mahaiuddin Sayfi, director de proyectos de We World en Herat, una organización que forma parte de la Alianza ChildFund que en España está representada por la ONG Educo. Según datos de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), la media de edad de una viuda afgana es de 35, teniendo en cuenta que los matrimonios precoces siguen a la orden del día en zonas rurales y en algunas ciudades. Una de cada tres chicas se casa antes de cumplir los 18 años. "Son jóvenes que están desempleadas y no hay suficiente ayudas para resolver todos los problemas a los que se enfrentan", añade Sayfi.
“Uno de los legados de décadas de guerra en Afganistán es el alto número de viudas, y según algunos informes, sitúan su número en más de 2,5 millones“
Tradicionalmente, se ha mirado mal a una viuda. "Nos culpan a las mujeres de la muerte del marido", dice Roqiya. En el imaginario colectivo aún pervive el pensamiento de que el hombre que muere es porque su mujer "es mal augurio". Un viudo siempre podrá rehacer su vida, ellas casi nunca. En muchas zonas rurales pierden su libertad de movimiento, no pueden hablar en voz alta o divertirse, ni mucho menos ir a bodas y hay familias que les impiden llevar ropa de color. Las normas sociales las condenan al aislamiento.
Roqiya quiere hablar y compartir su historia. Acepta la entrevista porque ha conseguido llegar a Islamabad (Pakistán) hace unas semanas, gracias a la ayuda de un amigo consiguió un visado para cruzar al país vecino y obligó a su padre a acompañarla durante la travesía. "Le rogué a mi padre que me llevara a la frontera. Pasé mucho miedo, pero conseguí cruzar con mis dos hijos y pedí un taxi para que me trajera a la capital", relata aliviada. "Sufrí muchos problemas para llegar aquí. Tenía miedo de que los talibanes me arrestaran y me encarcelaran nuevamente", asegura.
Arrestada dos veces: "Me torturaron"
Tras una larga huida de los talibanes y sin ahorros en Pakistán, espera conseguir un visado con ayuda de alguna organización internacional, le gustaría venir a España. "He sido arrestada en dos ocasiones en Kabul", denuncia. Le tiembla la voz y confiesa que aún no ha "perdido el miedo". "Me encarcelaron y me torturaron", asegura con rabia ahora que está a salvo. "Aquí las mujeres viven mejor, pero hay muchos afganos y la situación es muy complicada", dice, mientras envía una foto de ella posando sin burka y abrazando a sus dos niños. "No podía quedarme en Afganistán", reitera.
La joven denuncia la impunidad con la que han actuado los talibanes a lo largo de estos dos años. "Vi asesinatos selectivos y arrestos misteriosos", confiesa. Han castigado especialmente a activistas por los derechos humanos, los que luchan contra el borrado de las mujeres, también a periodistas, profesores universitarios o exfuncionarios civiles y militares del gobierno anterior de Ashraf Ghani.
Crímenes y violaciones de derechos humanos que no se investigarán. Ha vivido en su propia piel los golpes, los insultos y la humillación durante las manifestaciones por los derechos de las mujeres. "Nos atacaron con gases lacrimógenos para silenciarnos", dice. Fue arrestada durante varios días en diciembre y fue liberada bajo vigilancia y con la garantía de su familia de que no se volvería a manifestar nunca más. Sin embargo, cuando comenzaron las clases, en marzo de este año, sin la presencia de las niñas, volvió a manifestarse. Otra vez detenida con un megáfono en la mano. En esta segunda ocasión fueron más duros con ella. No le quedó más alternativa que huir del país. "Hemos pasado por muchas penurias en estos dos años de emirato islámico", cuenta abatida.
“La muerte de mi marido fue el detonante de mi miseria“
La vida para las mujeres que no cuentan con un hombre en casa se ha vuelto insostenible. "La muerte de mi marido fue el detonante de mi miseria y con la llegada de los talibanes crecieron exponencialmente mis problemas", dice. Las han excluido de todos los ámbitos de la vida social, cultural y política. "Se creen que no debemos existir", denuncia.
Envía otras fotos de ella manifestándose con otras jóvenes. Ha formado parte del movimiento de mujeres que han desafiando a los intransigentes para exigir su derecho a la educación y al trabajo de las mujeres. "Me amenazaron de muerte. Las mujeres viudas y sus hijos están en riesgo de hambre y muerte", concluye. "Como viuda, siempre me he sentido miserable", dice.
“No quiero que sepan que soy viuda”
Roqiya piensa en todas las viudas que no han podido salir, como el caso de Roya, huérfana desde muy pequeña. Su tío la casó con 14 años y lleva más de dos años sin ninguna pista sobre el paradero de su marido. "Estoy convencida de que está muerto", dice. Es un secreto. "Nadie puede saber que soy viuda, me da mucho miedo que me obliguen a casarme con un talibán", dice. En esta situación de precariedad y pobreza que muchas, asegura, se han visto obligadas a casarse con fundamentalistas o incluso a ejercer la prostitución.
Tiene un niño de dos años y viven en una habitación en un piso compartido en un barrio de la capital. Lleva seis días sin salir de casa, solo sale por motivos urgentes, "para ir al médico o algo muy urgente", asegura. No quiere que la paren en la calle y le pregunten dónde está el muhrim. Además, ella pertenece a la minoría Hazara, una de las más perseguidas por los talibanes. "Vivo con miedo las 24 horas", reitera. Se dedica a coser vestidos tradicionales para pagar el alquiler y algo de comida. "Si necesito algo de fuera se lo pido al hijo de mi vecina", explica. El marido desapareció antes de la llegada de los talibanes y en agosto de 2021 estaba embarazada de ocho meses. Son muchas, asegura, las mujeres que han sido abandonadas por sus esposos.
“La ayuda de la comunidad internacional ha disminuido y esto afectará principalmente a las familias de las mujeres viudas”, asegura el portavoz de We World. Recuerdan que en las zonas rurales las viudas dependen de la familia del difunto marido si decide mantenerla o, en caso contrario, la abandonan a su suerte. "Finalmente, casarán a sus hijas en cuanto puedan o venderán a sus hijos para que puedan sobrevivir", asegura el portavoz de la ONG.
Además, se han visto forzadas a vender los bienes de su casa o a mandar a sus hijos a mendigar para conseguir ingresos. "Las cifras muestran que la mayoría de las familias encabezadas por viudas están endeudadas y padecen enfermedades crónicas", dice Mahaiuddin Sayfi.
Roya muestra las cajas de ansiolíticos: "O tomo calmantes, o me voy a suicidar", confiesa. No puede hablar, ni puede gritar, ni desahogarse. "Este mes para comprarme estas medicinas no he pagado el alquiler, pero la casera me ha entendido", dice desesperada. "No soy yo. Somos muchas. Es un dolor compartido. Todas tenemos los mismos problemas por ser mujeres y viudas", concluye antes de despedirse.