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El verano agudiza los trastornos de la conducta alimentaria: "Te da pánico enfrentarte a la playa o la piscina"

  • Una mayor exposición corporal, el cambio de rutinas o los planes sociales que implican comida influyen en el malestar
  • Expertas coinciden en que esta época y la Navidad son las que más afectan por los mensajes sociales que se lanzan

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Mujer mira al mar durante una puesta de sol
Expertos afirman que los Trastornos por la Conducta Alimentaria se agravan en verano, en gran parte por la exposición corporal

“Los veranos eran muy complicados. Te da pánico ese momento de enfrentarte a la playa o a la piscina, de ver a esa gente que no ves durante el años (…) y luego tenías el miedo a la comida”. Así cuenta Olga Alejandre cómo eran sus veranos con un trastorno de la conducta alimentaria (TCA).

Se refiere al pasado porque ella superó este problema, pero recuerda la dificultad de esta época en su vida: “Yo padecía trastorno por atracón y en mi caso era un descontrol completo. Luego, en septiembre, volvía a la restricción y a la dieta estricta”.

Por su parte Pepi Aymat, madre de paciente con TCA, afirma que cuando este problema entra en una casa, "es un tsunami". "Es muy difícil, no sabes cómo actuar", confiesa. El verano es uno de los momentos del año donde más se agrava este tipo de trastornos por una mayor exposición corporal, más planes que implican comer con familia y amigos, o el cambio en las rutinas.

La exposición física del verano agrava los trastornos de la conducta alimentaria

La nutricionista especializada en TCA, Irene Toledo, afirma que esta época es, junto con Navidad, “la que más afecta y donde vemos más recaídas en procesos que ya están muy encaminados”.

Un aumento de casos que también nota la psiquiatra y coordinadora de la Unidad de Trastornos de Conducta Alimentaria del Hospital Universitario Santa Cristina, Belén Unzeta. "Solemos tener un aumento de las derivaciones siempre antes y durante el verano”, dice a RTVE.es, “pero sobre todo antes, porque anticipan lo que puede llegar a ocurrir”.

“Esta y Navidades son dos fechas claves”, asegura la también presidenta de la Asociación en Defensa de la Atención a la Anorexia Nerviosa y Bulimia (ADANER), Pepi Aymat, que subraya que cuando comienza septiembre “es un boom apabullante” en la Asociación.

Influye exponerse corporalmente en verano

El incremento de la temperatura y las actividades propias del verano derivan en una “mayor exposición a lo corporal, a llevar menos ropa y eso influye también en comparar unos cuerpos y otros”, tal y como afirma Unzeta.

Y es que, durante el invierno, las pacientes “están más ‘protegidas’ detrás de la ropa”, según Toledo. Habla de manera femenina porque la mayoría de las personas que sufren este problema son mujeres. Según datos de 2021 de la Associació Contra l’Anorexia i la Bulímia (ACAB), nueve de cada 10 de estos casos afectan a mujeres.

Sobre esto Olga Alejandre, que ha contado su historia en un libro y es dietista especializada en TCA, destaca que la autoestima, que “es más bajita” en las personas con este problema, influye a la hora de “enfrentarse a una situación en la que se van a ver en bikini o en bañador”.

Por ello, a nivel social también es complicado reunirse con gente, porque las afectadas piensan "me van a juzgar", según expresa Irene Toledo. Esta es la razón por la que las personas que sufren el trastorno tienden a aislarse y a no asistir a los planes veraniegos.

Cambios en la rutina y en la forma de alimentarse

El cambio en las rutinas también es uno de los condicionantes para que los pacientes se sientan peor. La psicóloga general sanitaria especializada en TCA, Laura Alberola, afirma a RTVE.es que, al haber más tiempo de ocio y de descanso, se está más "en contacto con aquello que les está pasando”, algo que “puede ser terriblemente doloroso para la persona”.

A ello, Unzeta agrega también “la ausencia de planificación” que sí tienen estas personas durante todo el año. Y no solo en cuanto a la productividad, también a la comida. “Casi todas (personas con TCA) tienen un patrón alimenticio muy marcado, entonces en vacaciones, como sales más, te enfrentas a situaciones que por lo general no estás enfrentando en tu casa a diario”, afirma Alejandre.

En vacaciones (...) te enfrentas a situaciones que por lo general no estás enfrentando en tu casa a diario

La vida social se incrementa y, con ello “un mayor tiempo de convivencia con las familias, por lo que se generan muchos más roces o desencuentros”, asegura la psiquiatra Unzeta, lo que agrava la dificultad emocional.

"Fiscalizar la comida" o estar "más aislado" pueden dar pistas de que algo va mal

Es precisamente esa cercanía de estos días la que pueden aprovechar los familiares y amigos para detectar que algo va mal, sobre todo con personas que no han sido diagnosticadas pero que tienen una relación complicada con su cuerpo y con la comida.

Laura Alberola recuerda que “los criterios clínicos nos sirven a los sanitarios para ponernos de acuerdo entre nosotros”, pero “no es necesario que alguien tenga este diagnóstico para pedir ayuda porque lo está pasando mal”.

Localizar los signos es difícil “porque desgraciadamente hay muchas conductas que para mí son disfuncionales y que hemos normalizado”, dice Irene Toledo. Conductas como “fiscalizar la comida”, también “que haya habido cambio de peso relativamente brusco” o “hablar mucho de alimentación”, dice la nutricionista.

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A esto, Toledo le suma la restricción: “Ver que no quiere desayunar o comer” después de salir a cenar, por ejemplo. También la utilización del deporte, “que se incrementa o sube de forma más obsesiva” o que haya “momentos de crisis” a la hora de probarse ropa.

Por su parte, Belén Unzeta destaca que nos puede dar información el hecho de que nuestro ser querido tenga conductas “que no son habituales en él o ella”, porque “está más esquivo, más aislado o evita el contacto”.

También puede pasar que plantee “que se quiten determinados alimentos en las recetas” o “que se eviten”. “El hecho de que cambie la forma de vestir (…), que desaparezca la comida de forma inusitada (…) que se encuentre comida en la basura cuando no debería haber”, también puede llevarnos a pensar que esa persona está teniendo un problema.

"El trabajo que tienen las familias es crear un ambiente de comunicación"

Lo primero que hay que hacer si creemos que nuestro ser querido tiene un problema con su alimentación es “no atosigarle”, afirma Pepi Aymat, a lo que le suma buscar profesionales especializados porque “ellos solos no pueden”. Los familiares, según su opinión, deben aprender a ser “buenos acompañantes”.

Y es que abordar el problema de manera brusca o directa puede provocar el efecto contrario, por ello lo mejor es hablarlo con la persona “sin juzgar” y a través de una conversación “fluida”, según Olga Alejandre.

Tenemos que aprender a ser unos buenos acompañantes

La misma opinión comparte Belén Unzeta, que cree que el mayor trabajo que tienen las familias en estos casos es “crear un ambiente de comunicación”. “Interesarnos por qué está ocurriendo de fondo (…) qué le está generando miedo, frustración, rabia o tristeza”. A ello suma el que el entorno cuente también sus “propias experiencias para que desde ahí ella pueda abrirse”.

Laura Alberola añade que podemos validar que la persona no quiera hablar en ese momento, dejando claro que estamos disponibles “desde el amor y desde el cariño”, pero “no echamos la bronca”.

La publicidad y las redes sociales no ayudan con la presión estética

Pese a la dificultad para encontrar datos actualizados, se calcula que en España hay unas 400.000 personas que padecen trastornos alimentarios, los cuales se han incrementado a raíz de la pandemia.

Aunque afectan más a mujeres que a hombres, estos también los sufren, muchos en forma de vigorexia, según la especialista Belén Unzeta. Asegura que los hombres “siguen pidiendo poca ayuda, también porque tienden más a centrarse en el ejercicio físico”, algo que la sociedad todavía normaliza.

Además, preocupa el hecho de que cada vez se inicien a edades más tempranas. Según un estudio internacional liderado por el investigador de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM), José Francisco López Gil, el 22% de las personas entre los 7 y los 18 años muestra algún tipo de trastorno de la conducta alimentaria.

Según la psicóloga especializada en TCA, Laura Alberola, tenemos un papel como sociedad que empieza por la familia y por los mensajes que damos basados, sobre todo, en la cultura de la dieta. “Si yo estoy haciendo dieta, mi hija o mi hijo va a entender que eso es lo correcto y da igual que yo le ponga un plato de comida distinto”, dice.

Mensajes poderosos que comienzan “no hablar de los cuerpos de nadie” y que siguen por no esconder los cuerpos: “Si tengo barriga no esconderla” porque “esto se hereda a nivel conductual, por así decirlo”.

La psiquiatra Belén Unzeta insiste en que, en la sociedad “cada vez se prima más la estética, la apariencia, el demostrar que no tenemos ningún problema ni ninguna dificultad”, algo que se lleva “a la publicidad y a las redes sociales” a través de “nuevas dietas”.

Como profesional opina que la tendencia ahora es “hacer restricción de determinados alimentos sin tener ninguna tolerancia o alergia” o llevar al extremo formas de vida “como el veganismo o el vegetarianismo” que bien gestionados no suponen ningún problema.

Por su parte, la nutricionista Irene Toledo también opina que debemos deshacernos de las creencias “de conseguir el cuerpo perfecto para el bikini” y ser prudentes con las cosas que se comparten en redes porque, aunque se haga “con la mejor intención del mundo, no quiere decir que a esa persona no le perjudique”.

“Cuando veo que mi cuerpo no siempre está perfecto”, afirma, “que cambia a lo largo del día y tiene estrías o celulitis”, en ese momento se empieza “a pensar que la que lo está haciendo mal soy yo”. Pese a ello Unzeta opina que “que hay cada vez más foros” o lugares en internet donde “se puede visibilizar mucho más y quitar el estigma”.

Un ejemplo es el de la propia Olga Alejandre, que se muestra tal cual en redes transmitiendo que este trastorno “sí que se cura”.