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Víctor Erice, un Donostia contra su leyenda: "No me reconozco en el relato épico sobre mí como cineasta"

  • El director recibe el segundo Premio Donostia de la edición en la ciudad en la que creció
  • Presenta Cerrar los ojos,  participada por RTVE, que se estrena hoy en cines

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Víctor Erice, en San Sebastián, donde recibe el Premio Donostia
Víctor Erice, en San Sebastián, donde recibe el Premio Donostia y presenta 'Cerrar los ojos'.

La presencia de Víctor Erice en el Festival de San Sebastián para recibir el Premio Donostia se auguraba poco menos que fantasmal. Por su fama de hombre esquivo y recluido, por sus históricas porfías con la industria, y por su ausencia en el pasado Festival de Cannes. Pero el Erice terrenal se ha manifestado en Donostia como un león menos -o nada- fiero, emotivo y agradecido del cariño que le brinda el certamen.

Todo cuadra en Donostia, la ciudad de su infancia y juventud: Erice ha recibido una calurosa ovación en la rueda de prensa, nada habitual a rendirse y ponerse de pie. Antes de que Rafael Moneo levantase el moderno Kursaal, el emplazamiento pertenecía al Gran Kursaal Marítimo, el antiguo palacio donde el niño Erice acudió por primera vez a una sala de cine. También aquí ganó la Concha de Oro hace 50 años con El espíritu de la colmena.

Lúcido y calmado, Erice, 83 años, recuerda bien las memorias personales superpuestas de la ciudad. “El descubrimiento del cine me hizo descubrir la historia con mayúsculas. No me refiero a las películas de romanos, sino a las películas donde lo que sucedía en la pantalla tenía continuidad en la calle. Recuerdo también el teatro del Kursaal, con ciudadanos que iban al gallinero y otros a la platea, se percibía la codificación de las clases sociales. Ya no se habla de esto porque el audiovisual tiende a vivir en una cierta burbuja”.

Del niño al ganador de la Concha de Oro en 1973. “Subimos a recibirla Elías Querejeta y yo, que éramos amigos. Recuerdo que la mitad del cine pateaba y la otra mitad aplaudía, lo cual era un índice de su vitalidad. Era una película hecha a contratiempo para las pautas y convenciones del cine en ese momento. No es lo mismo que cuando luego es sancionada y forma parte de la historia del cine”.

El propio festival le ha moldeado. “He visto a Howard Hawks pasear por la parte vieja y en la bahía en un velero. Por aquí han desfilado Hitchcock, Nicholas Ray, Von Sternberg, o Mamoulian”.

"'Cerrar los ojos' no es testamentaria"

No se reconoce, nunca lo ha hecho, en el Erice controvertido. “No quiero ofender a nadie. Pero verdaderamente desconfío de la leyenda épica de mi persona como cineasta. En ese relato épico se cuentan las cosas de un modo en el que no me reconozco. Está bien como elemento publicitario”, ha explicado. “Es como cuando se dice que llevo 30 años sin dirigir, pero yo cuento los cortometrajes e instalaciones museísticas".

También reniega de la visión de Cerrar los ojos como broche de una carrera. “Toda esa retórica de los mass media de que es testamentaria… Si admito eso solo tengo como horizonte vital el museo de cera, la jubilación o el cementerio. Comprenderán que me resista. Pero ya lo dijo John Ford en El hombre que mató a Liberty Valance: hay que imprimir la leyenda”.

'Cerrar los ojos', estreno 29 de septiembre

El Premio Donostia a toda la carrera es el primero para un director vasco. Erice ha rememorado al que considera el más grande de los artistas vascos: Jorge Oteiza. “El arte como algo sanador fue su reivindicación fundamental. Decía algo muy rotundo: el arte debe morir para que el hombre viva. Se enfrentaba al gran tema del siglo XX, que ha afectado a los lenguajes, que es la muerte del arte. Su proyecto político frustrado tantas veces fue pasar el arte a la educación. Pensaba que no hay educación que cumpla una función social verdadera que no tenga una educación estética. El arte es el elemento fundador de todas las culturas. Y perdón por citar a grandes maestros a los que no llego ni a la suela de los zapatos”.

Erice dice haber leído lo que se ha escrito sobre Cerrar los ojos y niega que su película contenga gramo alguno de nostalgia. “No soy nostálgico. No es una película de los viejos proyectores. Es algo que se ha ido y lo acepto como servidumbre del tiempo. Desde hace 15 años utilizo vídeo digital, no tengo nada fetichista con la tecnología. En talleres con los jóvenes les pregunto cuál es el soporte de imagen que más ha perdurado. ¿Digital? ¿Fotoquímico? Y hay que decir: es el óleo”.

Más que nostalgia, dice “levantar acta de algo que termina”. Y aunque cita a Antonio Gramsci (“el pesimismo del intelecto, el optimismo de la voluntad”) para defender la esperanza en el futuro del cine, reconoce que los tiempos, simplemente, han cambiado: “El desafío ahora es para los jóvenes cineastas, que reconozco que lo tienen mucho más difícil que yo cuando empecé”.