Las claves de 'Los asesinos de la Luna': Scorsese, la polémica osage, y la paradoja del 'cine del qué' sobre el 'cine del cómo'
- El cineasta estadounidense rebaja su estilo para homenajear a los indios osage
- Su película se centra en los criminales que conspiraron para matarles y heredar su fortuna
Martin Scorsese es indiscutible. A lo largo de 26 largometrajes de ficción se puede ser irregular, pero solo los verdaderamente grandes cuentan con un número tan elevado de obras maestras, rasgos estilísticos únicos, y todopoderosa influencia sobre el cine de los 70 en adelante. Por eso el estreno de Los asesinos de la Luna, una de sus películas de producción más ambiciosa, es un auténtico acontecimiento.
A Scorsese hay que sumarle, a su genio cinematográfico, su imprescindible labor como conservador y divulgador de la historia del cine. Erigido una especie de guardián de las esencias del cine puro, y protagonista de absurdos debates en redes sociales por sus opiniones contra las películas de superhéroes, su figura sirve de meme que certifica “lo que es cine” y “lo que no”.
Al recoger el Premio Princesa de Asturias de las Artes en 2018, Scorsese leyó en su discurso: “Lo más emocionante de estos tiempos es cuando veo una película de un cineasta joven o novel y me entusiasma o me veo transportado por lo que se llamaría un “gesto cinematográfico” de su creación. Podría ser una yuxtaposición de un plano a otro, podría ser una composición, podría ser un movimiento de cámara. Sé que me entusiasma porque me doy cuenta que el cineasta se sintió impulsado a hacerlo de ese modo”.
Scorsese es un divulgador brillante y en los últimos años ha expresado su queja de que las películas reciben más atención y premios por su mensaje y lo que cuentan y no tanto por el cómo, la forma cinematográfica que reivindica una y otra vez. Entre el ‘cine del qué’ y el ‘cine del cómo’, Scorsese pide a gritos lo segundo.
Y llega Los asesinos de la Luna, una película con un ‘qué’ más que potente. Una de las tendencias más importantes de las películas oscarizables de Hollywood en la última década es la de expiar de algún modo el pasado racista y esclavista de la historia de EE.UU. En ese relato, Los asesinos de la Luna encaja como un guante y además enfoca la no tan conocida historia de los indios osage, expulsados de sus tierras a finales del XIX y llevados a unas peladas colinas de Oklahoma. Cuando el subsuelo de sus nuevas tierras resultó ser un maná petrolífero se hicieron millonarios de la noche a la mañana, pero quedaron expuestos a la avaricia del hombre blanco.
Justo en ese momento comienzan las tres horas y veinte minutos de Los asesinos de la Luna. Leonardo DiCapio y Robert de Niro son dos de esos oportunistas de la peor calaña que acuden al condado osage para hacerse con los llamados headrights: derechos de lo osage sobre la explotación mineral de su terruño que no podían ser vendidos ni traspasados sino por herencia. El sistema consistía en emparentarse en matrimonio de algún modo y heredar así ante un posible fallecimiento del osage. Lily Gladstone interpreta a Molly, una mujer india educada en idioma inglés que se casa con Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio).
¿Tiene Los asesinos de la Luna esos “gestos cinematográficos” que reclama Scorsese o se parece más a una película importante por lo que cuente y no por cómo lo cuenta? Por contradictorio que pueda parecer para los principios defendidos por Scorsese, es más lo segundo. Los asesinos de la Luna es una de las películas formalmente más comedidas de Scorsese, precisamente sobre una trama que es una explosión de cine negro con western presente incluso en el libro de investigación periodística de David Grann en la que se basa.
En una rueda de prensa hace dos días, Scorsese lo explicaba así: “Las películas para mí son en última instancia una pieza musical. Esta película es como un bolero que comienza lento y se mueve lentamente en círculos y de repente se vuelva más intensa hasta que explota”.
No es que la forma de Los asesinos de la Luna sea plana, sino que Scorsese muestra más que nunca respeto por las víctimas, algo que la emparenta con Silencio como una de las menos ambiguas con la violencia de su filmografía. Siguiendo con el símil musical, Scorsese deja el rock, incluso la música clásica, para buscar un tono más monocorde.
El propio Scorsese defendía la película en Cannes llorando al recordar el sufrimiento del pueblo osage. Desde esa misma rueda de prensa de mayo hasta las entrevistas de esta misma semana, Scorsese a menudo está escoltado por el jefe de la Nación Osage, Geoffrey Standing Bear, que asesoró y avala la película. Los asesinos de la Luna parecía tener un certificado antipolémicas en relación a su trasfondo histórico, aunque esta, finalmente, ha brotado. ¿Por qué?
Con los osage, pero sin los osage en el centro
Al adaptar el libro de Grann, Scorsese y su guionista tomaron dos decisiones importantes. La primera y más entendible es eliminar hasta el mínimo la trama sobre el origen del FBI. La investigación de la matanza de los osage fue una oportunidad para la incipiente policía federal de John Edgar Hoover que buscó apuntarse un tanto investigando lo que el corrupto aparato policial-judicial de Oklahoma encubría. Scorsese no solo renuncia a Edgar Hoover como personaje, sino que rebajó sustancialmente el papel del investigador del FBI Tom White, que interpreta Jesse Plemons (papel que antes del cambio iba a interpretar DiCaprio).
La otra decisión, la más compleja, fue renunciar al suspense. El libro de Grann va desplegando la llegada de los blancos que muestran interés por la comunidad osage, emparentándose en matrimonios con muchas de las indias, y la aparente figura benefactora de Bill Haley (Robert de Niro), para ir desvelando su realidad criminal en paralelo a la investigación. Scorsese muestra las cartas bocarriba desde el comienzo: su punto de vista es el de los arribistas asesinos.
Fue una decisión coherente con toda la carrera de Scorsese, que desde Malas Calles ha retratado gangsters y el crimen organizado de su tiempo y de otros anteriores. Ese es su territorio y no un tradicional ‘¿quién ha sido?’. Pero precisamente ahí está la polémica: ¿por qué ‘la gran película en memoria de los osage' está principalmente centrada en los delincuentes que los estafaron y asesinaron?
Es lo que voces osage han empezado a señalar sin tapujos desde que los pases de la película se han abierto a más público. Christopher Cote, consultor de la lengua osage para la película mostró su franqueza en la misma alfombra roja tras salir de la proyección esta semana: “Como osage, quería que esto fuera contado desde los ojos de Mollie y lo que su familia vivió. Pero creo que necesitamos a alguien Osage para que lo haga”. El lingüista concedió que Scorsese hizo un buen trabajo representando a la comunidad, pero no entendió que la historia “se contara casi en su totalidad desde la perspectiva de Ernest Burkhart”.
Todo esto son asuntos extracinematográficos, vinculados a la representación de las minorías y las guerras culturales. Los indios nativos americanos apenas han sido representados en el cine, pero Los asesinos de la Luna puede ser una gran o no tan gran película al margen de su precisión histórica y valor social. Pero el doble discurso, en parte contradictorio de Scorsese, sí es real.
Porque, ¿es Los asesinos de la Luna una película de referencia históricamente sobre los hechos? No: es principalmente una recreación de un personaje, Ernest Burkhart, cuya personalidad y biografía auténtica está envuelta en cierto misterio. En el libro de Grann se retrata como un hombre simple, algo bobo, manejado por su tío y sin especial encanto. Scorsese y su guionista han rellenado esos huecos y le han aportado algo más de atractivo por mucho que la esencia sea su estupidez con la que juegan cómicamente. En ese sentido, es una apuesta valiente de una superestrella como DiCaprio, que defiende uno de los retos más difíciles para un actor: un personaje pasivo.
Los asesinos de la Luna especula además sobre la relación de Burkhart y Molly, jugándosela en el filo de la romantización. Un aspecto que chirrió especialmente al lingüista Cote: “Le dieron una especie de consciencia y una implicación de que hay amor. Pero cuando alguien conspira para asesinar a toda tu familia, eso no es amor. Es un abuso”.
Scorsese desgrana así su apuesta: “Lo que quería capturar era la naturaleza del virus que crea esta sensación de genocidio tolerable. Por eso elegimos la historia entre Ernest y Molly porque la base del amor es la confianza. Nuestra historia es esa traición”.
El resultado de todo es un Scorsese distinto, que tiene por un lado algo de sus grandes frescos sobre la violencia en EE.UU (Gangs of NewYork y El irlandés) y algo de su vertiente trascendental (La última tentación de Cristo, Kundum y Silencio) en el respeto y admiración en mostrar la espiritualidad de los osage, que define no como un “realismo místico”, sino como “un sueño real” que se opone “al mundo blanco europeo”, en sus propias palabras. Es decir, un compendio y una evolución de su obra. El anuncio de su nueva película, The Wager, otra adaptación de David Grann sobre el motín en un barco británico en el siglo XVIII, con DiCaprio al frente, ya indica su querencia por lo histórico. Al tiempo.