Luis Mateo Díez, el cuentista prolífico a lomos de la fantasía: "Soy un aventurero de lo cotidiano"
- El narrador leonés, de 81 años, ha ganado el Premio Cervantes 2023
- Díez es el creador de la comarca imaginaria de Celama que atraviesa sus novelas
Si la patria es la infancia siempre indeleble, para Luis Mateo Díez "las tradiciones de la oralidad de los cuentos populares" que escuchaba arrobado en su niñez leonesa, ejercieron de semillero de una curiosidad infinita y espoleta hacia una fantasía latente que nunca se desvanece. Como forma y fondo de vida.
"Era un niño escritor, curiosón y llorón que vendía cuentos con mi hermano y muchos pensaban que tenía una vida interior penosa, pero tenía una inquietud e hice del llanto una profesión para que me quisieran", cuenta jocoso sobre este viaje hacia los "resortes misteriosos", en los que cabalga a lomos del humor como escape el último Premio Cervantes.
"De pequeño era un pájaro de cuidado con un cinismo candoroso. Un cazador de ranas que para mí eran seres mitológicos", bromea sobre sus travesuras de "niño palabrero".
Esa infancia de "secretos en un desván" y maquinación continua está contenida en lo incontenible: una comarca inventada nombrada Celama que cobra vida en la mayor parte de sus novelas y escenario específico de la trilogía "El reino de Celama". Un universo ancestral y torrencial expandido en más de 400 personajes que nació por pura ansiedad imaginaria.
"La inventé casi por necesidad aunque ya hay una gran tradición de Faulkner para acá, pero yo tuve la necesidad de tener mi propio territorio con vida y mis palabras. Con sus nombres particulares en los personajes Luengo Pruno, Martin Huero, porque en cada palabra está la identidad", señala en una entrevista en RTVE sobre el simbolismo fértil con el que riega su territorio de ensoñación.
En Celama, una provincia tan detallista a la que se llega por los caminos inscritos en un mapa real y que cuenta con su propio glosario, se ancla el flechazo toponímico de Díez porque siempre "me fijo en cómo se nombran los pueblos".
Esta obsesión antropológica por el lenguaje vertebra la literatura del académico, en la que cada palabra casi es el hallazgo de una gema que clasifica con precisión notarial porque todo empieza en los cuadernos, que acumula por decenas.
"Me denomino escritor "cuadernista" porque son mi diario de bitácora y así se donde voy. Allí extiendo una mirada que se estiliza en la escritura y su dimensión metafórica. Voy corrigiendo y en mi caso todo empieza con un título que están muy incrustados, porque contienen la idea y a veces también tengo la frase final que me ilumina", explica sobre su metodología propia.
"La auténtica condición del arte es la irrealidad"
Adorador de Kafka por su querencia hacia el extremo y de los mundos de Juan Rulfo, Luis Mateo Díez es quizás el Cervantes más extensamente quijotesco en la esencia pura del "pleito entre lo imaginado y la quimera". Una mirada que orbita sobre el ser humano con un poso que no escora la fragilidad.
"En mis personajes hay cierta convicción vitalista de que la supervivencia no es fácil, de que el mundo no te lo pone fácil y es contradictorio". Y aporta su receta sobre el fin último del arte: "debe inquietar y llevar a la reflexión, la literatura debe estar alejada de la autocomplacencia".
Cinéfilo, viajero empedernido, acreedor de una nutrida biblioteca "desordenada" y transmutado de escritor "indolente a muy prolífico" con una cuarentena de libros. El deseo de encarrilarse le llevó a estudiar Derecho. El ensayista acabó compaginando muy gozosamente la escritura con su tarea como funcionario en el ayuntamiento de Madrid durante cuarenta años.
"El municipalismo me enfocó porque aunque la rutina está mal vista, en mis novelas está la experiencia de lo cotidiano, el destino en la vuelta de la esquina. Me considero el aventurero de lo cotidiano", remacha con convencimiento y cita a Borges porque "la auténtica condición del arte es la irrealidad".
Vitalista y guasón, a sus 81 años, a pesar de que la "vejez es terrible y trabaja contra la memoria", simplemente recuerda como abjuró de su primer poemario, Señales de humo, hasta que los pasos en la narrativa le han conducido a los máximos reconocimientos literarios (Premio Nacional de las Letras en 2020), que explotan en la cumbre del Cervantes.
¿A quién le dedica el premio? "El reto es para mi lectores que son los cómplices, a ellos les doy el pasaje para que viajen a través de la imaginación". Una imaginación de "niño best seller" que no ha perdido la capacidad de reirse de sí mismo.