La violencia se dispara en Cisjordania, la otra prisión palestina al aire libre
- Desde que estalló la guerra la violencia en Cisjordania ha dejado más de 150 muertos y 1.500 detenidos
- Sigue en directo la última hora de la guerra entre Israel y Hamás
Mientras todos los ojos del mundo están puestos en Gaza, la violencia en Cisjordania se ha disparado en medio de un clima de venganza. En poco más de un mes, las fuerzas israelíes han matado a 167 palestinos y otros ocho han sido asesinados por colonos, mientras que tres israelíes han muerto en ataques de palestinos. A esto se suman los más de 1.512 palestinos detenidos desde el 7 octubre, la mitad en detención administrativa, sin cargos ni juicio, y que podrían sufrir maltrato y torturas, así como la expulsión de 1.025 personas de 15 comunidades palestinas y de Jerusalén Este.
"Ya no puedo ir a trabajar porque no es seguro desplazarme desde Ramala a Jerusalén", afirma May, que prefiere no dar su apellido. "Existe la posibilidad de que los colonos de los asentamientos nos ataquen porque la situación es muy tensa", reconoce esta mujer palestina de 35 años.
"El 7 de octubre, un grupo de soldados y colonos israelíes vestidos con uniforme militar me detuvieron", cuenta Issa Amro de 43 años. "Me llevaron a la base, me ataron las manos, taparon mis ojos, me amordazaron y me metieron en una habitación helada. Me golpearon, insultaron, escupieron e incluso amenazaron con violarme. Estuve diez horas así hasta que me soltaron. Fue un infierno", denuncia este activista de Hebrón, la ciudad más grande de Cisjordania.
Días después, otro grupo de soldados israelíes se presentó en su vivienda en el barrio de Tel Rumeida, donde viven colonos y palestinos bajo control israelí. "Me dijeron que tenía que marcharme el tiempo que durase la guerra", dice indignado Amro, que tuvo que pasar varias semanas en casas de familiares y amigos hasta que le permitieron volver. Ahora, al igual que el resto de palestinos de su barrio, solo pueden salir a la calle dos horas, tres días a la semana. "Es peor que estar en una prisión", afirma.
"El 16 de octubre, un grupo de colonos con uniforme del ejército, que ya conocíamos de vista, entraron en nuestra aldea. Sacaron a la gente de sus casas, les pegaron y nos amenazaron con matarnos y destruir el pueblo si en 24 horas no nos marchábamos. Los niños estaban aterrorizados", relata Hamdan Al-Hourani, que junto a su mujer y tres hijos vive en Susya, un poblado de la región rural de Masafer Yatta, al sur de Hebrón.
Desde aquella noche, grupos de colonos pasean cada día alrededor de la aldea y Hamdan teme que puedan volver a atacarlos. "Todos los accesos a Susya están bloqueados, así que no podemos ir en coche a Yatta, la ciudad más cercana donde compramos alimentos, medicinas y forraje para el ganado, nuestra principal fuente de ingresos", lamenta.
56 años de ocupación y apartheid
Ori Givati fue militar del Ejército israelí y ahora es uno de los responsables de la ONG Breaking The Silence (BTS), centrada en la lucha contra la ocupación. "Tras las atrocidades de Hamás y el comienzo de la guerra, hemos visto un incremento de la violencia de los colonos en Cisjordania. Grupos grandes entran en las aldeas, amenazan a los palestinos, les atacan y eso obliga a los palestinos a huir y dejar sus tierras", afirma a RTVE.es.
Aunque la guerra haya intensificado la opresión de los palestinos en la Cisjordania ocupada, la vida allí nunca ha sido fácil.
Los 56 años de ocupación militar con la que Israel busca anexionarse todo el territorio palestino han llevado a la consolidación de un sistema de control y segregación, por el que las autoridades israelíes privilegian a los judíos israelíes y privan a más de tres millones de palestinos de sus derechos civiles y políticos. Un sistema que, con el tiempo, ha sido reconocido internacionalmente como un auténtico apartheid.
Vivir en Hebrón: un "microcosmos de la ocupación"
El calvario por el que pasó Issa Amro el 7 de octubre no es un hecho aislado. "Los colonos y los soldados israelíes me han atacado tantas veces que no puedo decir un número exacto. De media lo hacen unas dos o tres veces por semana", asegura.
Amro, ingeniero de profesión, es el fundador de Jóvenes contra los Asentamientos, una organización que ofrece un camino alternativo a la juventud en la resistencia no violenta. "Organizamos protestas, distribuimos cámaras para que puedan documentar las violaciones, capacitamos a las familias que viven aquí para que conozcan sus derechos. Intentamos contrarrestar la política de desalojo y desplazamiento forzoso que hay contra nosotros", subraya Amro, que en 2010 fue nombrado por Naciones Unidas Defensor de los Derechos Humanos del año en Palestina.
Desde 1997, Hebrón está dividida en dos zonas: el sector H1, bajo control de la Autoridad Palestina, que se extiende por el 80% de la ciudad y da cabida a unos 160.000 palestinos, y el sector H2, bajo jurisdicción israelí, en el que vive Amro y otros 40.000 palestinos junto con unos 800 colonos israelíes protegidos por más de 650 soldados de las Fuerzas de Denfesa de Israel (FDI).
"Hebrón es un microcosmos de la ocupación. Aquí se prueban diferentes formas de control para luego exportarlas al resto de Cisjordania: la violencia de los colonos, las patrullas militares, las invasiones a propiedades palestinas, los castigos colectivos, las tecnologías de vigilancia", explica a RTVE.ES Ori Givati.
En el sector H2 hay unos 80 puestos de control. Además, señala Givati, "existen calles en las que no está permitido que circulen vehículos palestinos, pero por las que los palestinos sí pueden caminar y luego están las vías esterilizadas", aquellas que tienen prohibido pisar y sólo pueden utilizarlas ciudadanos israelíes o con pasaporte internacional.
Todas estas restricciones tienen un impacto enorme en la vida de los palestinos. En un día cualquiera, Issa tiene que pasar por dos o tres checkpoints, en los que muchas veces es retenido durante "cinco minutos o tres horas, todo depende de lo que decida el soldado de guardia".
"La arbitrariedad forma parte de la ocupación. A los soldados no se les da instrucciones claras de lo que pueden hacer o no con la población palestina, por lo que todo depende de su personalidad, del día que hayan tenido, cómo estén de humor, etc. Es lo que pasa cuando mandas un ejército a vigilar y controlar a población civil", reconoce Givati, que sirvió en el ejército durante tres años, pero en 2017 decidió romper el silencio y dar testimonio sobre su experiencia.
Una ciudad, dos leyes
El compromiso de Issa con la resistencia pacifista vuelve locos a los responsables del ejército israelí que durante años han montado una campaña contra él y su centro social. Actualmente Issa se enfrenta a 18 cargos que serán juzgados por un tribunal militar israelí, donde el índice de condenas es superior al 99%.
Mientras que los israelíes gozan de las garantías que ofrece el sistema judicial civil que rige en Israel, los palestinos están bajo una severa ley marcial. "Según la ley militar soy culpable hasta que se demuestre lo contrario. No puedo protestar de forma pacífica, tampoco hacer obras de mantenimiento en mi casa, se controla la cantidad de agua y electricidad que consumo, mientras que ellos (los colonos) pueden circular por donde quieran, pueden protestar y expresarse con libertad", sentencia Issa.
Muros, checkpoints y carreteras segregadas
Israel ha establecido en Cisjordania carreteras exclusivas para israelíes, que los palestinos tienen prohibido utilizar, "al igual que había en Sudáfrica carreteras para blancos y carreteras para negros", apunta Luz Gómez, Catedrática de Estudios Árabes en la Universidad Autónoma de Madrid. Además, palestinos e israelíes tienen que conducir automóviles con matrículas de color distinto: blancas y amarillas, respectivamente.
"Para conducir por Cisjordania es necesario tener habilidades especiales. Debes estar muy atenta y saber lo que puedes y no puedes hacer cuando estás pasando con tu coche por un puesto de control delante de un soldado o varios apuntándote con una M16", asegura May.
"No puedes frenar de golpe ni tampoco entrar demasiado rápido en el punto de control porque eso podría ser percibido como una amenaza y te pueden disparar. Además, tienes que ver si hay colonos a tu alrededor porque si cometes algún error, pisas el acelerador sin querer o te acercas demasiado a ellos puede ser el fin", detalla May.
"Cuando supe que estaba embarazada lo primero que me vino a la cabeza es cómo iba a conducir para evitar los ataques de colonos si tengo a mi bebé en el asiento de detrás. De algún modo, he normalizado todo esto", confiesa May, acostumbrada a las dificultades para desplazarse en Cisjordania y Jerusalén Este, donde Israel impone 565 obstáculos a la circulación, entre ellos, un muro de casi 800 km, que provocan, apunta Gómez, "la fragmentación de la continuidad del territorio palestino".
Hasta el 7 de octubre, May tardaba entre hora y media y tres para ir desde su casa hasta su trabajo en Jerusalén. Como cualquier palestino con documentación cisjordana, May necesita un permiso especial de las autoridades israelíes para entrar en Jerusalén Este.
Ella lo consiguió gracias a su trabajo en una ONG internacional, pero ese privilegio no le libra de tener que pasar un examen diario para llegar a la oficina. "Entre Ramala y Jerusalén hay unos 20 minutos, pero con este sistema tardo hora y media e incluso tres", explica.
"En el control de seguridad alguna vez no me han dejado pasar por problemas técnicos y han llegado a cachearme desnuda", admite. "Creen que nuestro tiempo no importa, que pueden hacer con nosotros lo que quieran y dejarnos esperar durante horas", dice con hartazgo.
Cuando el activismo es cuestión de supervivencia
"Decidí hacerme activista hace siete años, tras un curso de fotografía, cuando me di cuenta de que debía documentar lo que estaba ocurriendo en mi aldea y así poder denunciarlo y contarlo a todo el mundo", relata Hamdan Al-Huraini, de 33 años.
Su aldea, Susya, está en zona C, la mayor (61%) de las tres en las que quedó dividida Cisjordania por los Acuerdos de Oslo de 1993 y donde el ejército israelí tiene pleno control. Construir en el área C es una misión casi imposible para los palestinos y aproximadamente el 95% de las solicitudes presentadas se rechazan, por lo que prácticamente cualquier edificación allí es "ilegal" según Israel.
"Todas las viviendas en Susya tienen orden de demolición. Podemos quedarnos sin hogar en cualquier momento", reconoce Hamdan, que aún recuerda la ola de destrucciones y traslados forzosos que han asolado su pueblo. La primera expropiación fue en 1986 "para convertir nuestras tierras en un sitio arqueológico. No solo destruyeron todas las casas, también las cuevas naturales que nuestras familias utilizan", lamenta.
La última gran expropiación ocurrió en el 2001. Desde entonces, la presión internacional y la batalla legal de los habitantes de Susya y de la región de Masafer Yatta ha conseguido que no se ejecuten todas las demoliciones. Sin embargo, la prohibición de construir llega incluso a las escuelas y clínicas médicas, a las carreteras que conectan las aldeas o al suministro eléctrico y de agua.
Mientras que todos los asentamientos israelíes están conectados a la red de agua y electricidad, Hamdan y sus otros 350 vecinos dependen de paneles solares y cisternas de agua, que, en muchos casos, también acaban siendo destruidos por excavadoras israelíes.
"Hay una política oficial que potencia el asentamiento en las colonias. El estado de Israel les da a los colonos ventajas fiscales, un mayor a acceso a la educación o facilidades para adquirir viviendas. En 1990 no llegaban a 100.000 los colonos, ahora, entre Cisjordania y Jerusalén Este,hay cerca de 800.000. Esto supone una transformación de la demografía y del paisaje de Cisjordania", subraya Luz Gómez.
"Las colonias se instalan en lo alto de las colinas controlando los valles donde están los pueblos palestinos, impidiendo la continuidad del territorio y la vida de los agricultores, que son fundamentales en la economía cisjordana", añade.
Desprotegidos ante la violencia de los colonos
A las dificultades impuestas por la burocracia de la ocupación, se suman las agresiones de los colonos de los asentamientos cercanos. Una violencia, señala la ONG israelí B’Tselem, "organizada, institucionalizada y bien equipada" que, a veces precede a la violencia de las autoridades israelíes, y en otras ocasiones se incorpora a ellas, para lograr un objetivo: más tierra para Israel con menos palestinos en ella.
"Es el Estado de Israel, el responsable de todo el proceso legal que permite a los colonos perpetrar violencia. Hay una rutina sistemática de acoso diario por parte de los colonos contra nuestras aldeas para desesperarnos y hacernos sentir inseguros incluso dentro de nuestras casas y que al final prefiramos marcharnos", reconoce Ali Awad, activista de la zona y creador de la campaña #SaveMassaferYata.
"Los colonos gozan de una impunidad total porque los palestinos tienen mucho miedo de denunciar. A veces cuando presentan una denuncia después de un ataque, son ellos los que acaban arrestados", afirma Givati. Incluso cuando se atreven a denunciar, tienen pocas oportunidades para que se haga justicia. Según B’tselem, la probabilidad de que haya una acusación es sólo del 3%.
A pesar del miedo y la incertidumbre Hamdan lo tiene claro: "Seguiré viviendo aquí, en Susya. No pienso marcharme. Sabemos por experiencia lo que ocurrió antes. Si nos vamos no podremos regresar. Es lo que les pasó a mis abuelos. Aunque vuelvan y nos maten a todos nunca nos marcharemos", zanja.