Las historias de la ocupación rusa en Ucrania
- La Red de Periodismo de Investigación de la UER recopila testimonios de ucranianos que viven en zonas ocupadas por Rusia
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Cada vez que Ucrania ha liberado zonas que habían sido ocupadas por el ejército ruso, sus habitantes ucranianos han vuelto a respirar tranquilos y sin miedo después de sobrevivir a la pesadilla. Estas son las historias de algunos de ellos.
Anton, un policía de Jersón
Anton Lomakin fue policía en Jersón durante siete años. Cuenta que los rusos le cogieron y le apuntaron con una ametralladora y le pidieron información sobre armas. Estuvo detenido cuatro meses. Recuerda los gritos de otros presos en la cárcel y cómo algunos murieron en la prisión por torturas.
Dice que le aplicaron múltiples descargas eléctricas, que le golpearon con un palo de hierro y le sometieron a ahogamiento simulado. "Simplemente, me subieron la parte inferior de la camiseta por la cabeza, de modo que la camiseta se sujetaba como una máscara, cubría la cara por completo. Tres o cuatro personas me sujetaron los brazos y las piernas. Y uno de ellos cogió el agua, 10 litros, no, 6 litros, creo. Empezó a verter el agua lentamente sobre mi cara".
Explica que en esa situación se empieza a perder el conocimiento y a asfixiarse, entrando en un mundo en el borde entre la vida y la muerte. Y le hicieron preguntas. "¿Vas a responder? ¿Responderás? Y ya solo dices: Sí, lo haré, lo haré", sólo para detener el vertido. "Si no contestas y no dices nada, te mantienen así hasta que empiezas a vomitar o a tener convulsiones o simplemente pierdes el conocimiento".
Su abuela, Emilia Zasherynska, supo en qué prisión estaba gracias a una nota que la esposa de otro recluso sacó a escondidas de la cárcel. Mientras le buscaba, aceptó el pasaporte ruso porque tenía problemas en los controles. "Me amenazaban con que no me darían una pensión, era imposible ir a un hospital", explica. Se deshizo del pasaporte ruso en cuanto llegó a Odesa.
"Me daba miedo tenerlo aquí", dice. También quemó el pasaporte ruso de su difunto marido en cuanto falleció. Ella achaca su muerte al estrés de la ocupación y a la detención de su nieto Anton. "Estaba muy preocupado y nervioso, iba de una habitación a otra. Trataba de obtener alguna información, en algún lugar, algo. Incluso encontró algunos conocidos. Pero nada. No pudo hacer nada", recuerda Emilia, convencida de que su marido estaría vivo, si no se hubiesen llevado a Anton. "Tuve que enterrarlo sola. No había nadie para hacerlo. Ni siquiera puedo explicar lo difícil que fue. Los vecinos me ayudaron, dos chicos. Obviamente pagué por eso. Hace menos de un año", concluye.
Artem, el historiador
Artem Petrik está realizando su doctorado en Historia en el Instituto de Historia y Arqueología de la Región Báltica de la Universidad de Klaipeda, en Vilna, la capital de Lituania donde vive desde hace varios años. Casualmente viajó a Ucrania, donde nació, antes del comienzo de la invasión rusa.
Lo hizo para presentar un libro y visitar a la familia en Jersón y, al final, quedó atrapado por la ocupación, escondido y ocultando su identidad. Vio cómo se realizaba la rusificación de la cultura, a través de los periódicos, la televisión, la radio o los libros. "La conclusión de que, si no quieres ser ruso, morirás. Si apoyas la identidad ucraniana, tendrás problemas graves: encarcelamiento, muerte, tortura", asegura.
Explica que todo el mundo estaba en peligro y que los principales objetivos eran las familias de soldados ucranianos, los policías, los jueces, los periodistas, los profesores también científicos, sobre todo historiadores. "¿Por qué historiadores?", se pregunta Artem.
La respuesta es sencilla: "Porque, desde el punto de vista de la cosmovisión rusa, un historiador es un propagandista, forma parte del sistema ideológico", responde. La propaganda rusa estaba llena de odio hacia todo lo ucraniano, luchaban constante y brutalmente contra la identidad ucraniana, explica este historiador. Y recuerda cómo los libros ucranianos fueron confiscados de las bibliotecas y quemados y cómo empezaron a colocar por toda la ciudad carteles con retratos de zares rusos, comandantes y hasta consignas escritas que decían que Jersón es una ciudad con historia rusa o Rusia está aquí para siempre, etcétera.
Esto es lo que hicieron también en otros territorios ocupados. Y en referencia a los colaboracionistas, los divide entre aquellos que ya eran claramente prorrusos incluso antes de la invasión y aquellos que se convirtieron en colaboradores con la ocupación. "Creo que la mayoría de estas personas no lo hacen por ideología, trabajan para los rusos por dinero, por desarrollo o por venganza contra Ucrania, por ejemplo, porque sus carreras terminaron durante la revolución de 2014", dice convencido.
Larysa Borova, desplazada de su hogar
El hogar de Larysa Borova sigue en manos de los rusos. Ella consiguió huir en junio de este año de los territorios ocupados. Confirma las presiones de las autoridades ocupantes para que los ucranianos bajo ocupación soliciten el pasaporte ruso.
"No te dan la pensión sin pasaporte ruso, ni comida, ni servicios médicos. No cabe discusión sobre ello" dice. Explica cómo una amiga, que sigue allí, la llamó para contarle que ya tenía el pasaporte. Su amiga está jubilada y lo necesitaba para conseguir la insulina necesaria para sobrevivir. "Ya la habían advertido de que la próxima vez que fuese a por insulina, no se la darían sin ese documento. Así presionan para que aceptes la ciudadanía rusa", explica Larysa, que ahora se siente a salvo de terror vivido durante los 15 meses que permaneció en territorio ocupado.
A la pregunta de si tiene la impresión de que los rusos utilizan los pasaportes como una especie de arma, responde rápidamente. "¡Sí, sí! Es lo mismo que las armas. Pero no las que disparan, sino el arma moral. A veces estas armas morales duelen más que una ametralladora. Porque la ametralladora dispara una vez y ya está, pero la moral, cuando te presionan todos los días, es muy dura". Larysa dice con rabia que lo ha perdido todo por culpa de los rusos y que su vida se volvió imposible bajo la ocupación porque, a pesar de recibir ofertas de trabajo de los rusos, se negó a trabajar para ellos. "Los odio", confiesa.
Natalya, una empresaria de Melitopol
Natalya Rudich, de 36 años, vivía en Melitopol. Tenía un negocio de maquinaria agrícola y de piezas de repuesto. Incluso se había presentado a la alcaldía de su ciudad en las elecciones de 2020. Al inicio de la invasión, trabajó como voluntaria repartiendo medicinas y alimentos. Abandonó su zona ocupada a principios de abril, cuando las autoridades empezaron a acorralar a los activistas, y se instaló en Zaporiyia y creó un centro para refugiados. "Mi casa está ya ocupada por personal del FSB (Servicio Federal de Seguridad de Rusia).
a propiedad ha sido revendida varias veces. Teníamos cámaras y grabaron algunos coches que se acercaban y vigilaban el edificio. Tenemos matrículas y las caras de las personas que entraron en nuestro edificio. Lo vimos todo, lo sabemos todo. Luego, arrancaron las cámaras de vigilancia. Y a partir de ahí ya no hemos podido ver qué ha pasado. Se llevaron todo lo que pudieron de la casa. Pasamos 15 años construyendo esa casa, pensando que iba a ser para toda la vida, pero ha resultado de otra manera", cuenta con enorme tristeza.
Según Natalya, durante el primer mes de ocupación, se cerraron las tiendas y las farmacias y las autoridades rusas secuestraban a gente por la calle. "Sólo funcionaban los mercados informales y estaban vigilados normalmente por miembros del FSB y por soldados rusos. Paraban y registraban a la gente, en plena calle, y a muchas personas se las llevaban no sabemos dónde. Gente que conocía no ha sido localizada hasta hoy", relata Natalya. Sólo unos pocos de sus amigos y parientes permanecen en la ciudad ocupada.
Ludmila y Oksana, dos amigas desplazadas en Zaporiyia
Ludmila y Oksana son dos mujeres ucranianas que ahora viven en un centro de desplazados en Zaporiyia. Prefieren no decir sus verdaderos nombres por razones de seguridad. Una trabajaba de ama de casa y la otra en la casa de la cultura del pueblo del que proceden. Abandonaron sus hogares en los territorios ocupados ante el temor de que uno de sus hijos mayores, de 20 años, pudiese ser reclutado. Pagaron 500 dólares por persona para poder salir y viajaron a través de Bielorrusia. Sus maridos y el resto de sus familias siguen en la zona ocupada.
Ellas también confirman la necesidad de tener el pasaporte ruso para recibir servicios básicos y, en el fondo, para poder realizar cualquier gestión. "En general, la gente se ve obligada a obtener pasaportes", aseguran y explican que se amenaza y presiona a los padres con la pérdida de la patria potestad de los hijos, si no los envían a la escuela, rusa, por supuesto. "Así que te lo tomas como una cuestión de supervivencia. Todo el mundo tiene miedo en los territorios ocupados, no se permite hablar de Ucrania, ni los símbolos ucranianos", dicen con resignación.
Y añaden que, por ejemplo, "si conduces tu propio coche y te para una patrulla y no tienes pasaporte ruso, simplemente te pueden quitar el coche y no devolverlo jamás". Explican que la vida puede parecer normal allí pero que, en realidad, "vives como una araña en un frasco, corres en círculos como caballos en un circo" y con la preocupación, bajo un miedo constante, de si vendrán a por ti en cualquier momento.
Viktoria, la bibliotecaria de Mariúpol
Viktoria Lisogor era la jefa de la red de bibliotecas de Mariúpol. Ahora vive en Dnipro e intenta hacerse con copias de los libros que había en la biblioteca de su ciudad y que los rusos destruyeron. No pierde la esperanza de regresar un día para sustituir en las estanterías los libros que han colocado los rusos por los ucranianos.
Mirando un mapa de su ciudad, observa el lugar donde está su casa, mientras dice que su vida está destruida, que ya no existe lo que una vez tuvo y que todo esto duele de verdad, siendo consciente de que su vivienda ya estará en posesión de otras personas.
"Espero que nadie vaya a vivir allí y que la ciudad sea liberada y los rusos huyan. Si no, vivirán sobre la muerte de otras personas. Su conciencia les dirá. Debajo de cada edificio en ruinas están los restos de personas muertas en los combates o en los bombardeos que no pudieron ser recuperados", afirma con tristeza, mientras piensa también en el teatro de Mariupol bombardeado y pide que no sea reconstruido porque, en realidad, es la tumba de muchas personas muertas y que quedaron entre los escombros. "Debe ser un monumento conmemorativo", dice con firmeza.
Relata que la mitad de los trabajadores de la biblioteca se quedaron en Mariúpol. Dice que había gente que, de alguna manera, estaba esperando a los rusos y que otros callan por miedo y trabajan con cierta normalidad para mantener a sus familias y esperan acontecimientos. "Cuando los territorios sean liberados habrá que hacer un trabajo de reeducación", advierte.
Leonid, médico de Jersón
Leonid Remyga es el jefe médico del Hospital Clínico de la ciudad de Jersón, el único hospital que permaneció activo durante el tiempo que duró la ocupación rusa. Explica que, a partir de agosto de 2022, fueron obligados a expedir certificados de nacimiento rusos y que hubo escasez de medicamentos desde el segundo mes de la ocupación y que las medicinas procedían de Rusia. Fue destituido de su puesto y las autoridades rusas pusieron a su gente y el hospital fue registrado conforme a la legislación rusa.
Al final, fue detenido. Denuncia que sufrió coacciones y tortura psicológica. "Cuando estaba en cautividad, fui testigo de que la gente simplemente moría a causa de la tortura. Utilizaban mucha violencia e insistían en que sólo habláramos en ruso. En la cárcel, nos exigían cantar el himno de Rusia, todos los días.
Y cuando aparecía alguien del Servicio Federal de Seguridad o un guardia, teníamos que ponernos firmes y decir ¡Gloria a Rusia!, ¡Gloria a Putin! ¡Gloria a Shoigu! Si no lo hacías, te ponían los grilletes, te vendaban los ojos, te llevaban al pasillo y te golpeaban con palos o con los puños y los pies. Para evitar la tortura, teníamos que decir eso. Pero no conseguí aprenderme el himno ruso y me golpearon varias veces. No podía memorizarlo", relata.
"Todo el mundo estaba mentalmente destrozado. Y había miedo y opresión psicológica. Y cuando los ocupantes rusos vinieron, fuimos testigos de cómo saqueaban nuestra ciudad, cómo se burlaban de nuestra gente y nos amenazaban y decían que Rusia había llegado para salvar Ucrania del nazismo", recuerda ahora el horror vivido.