Asesinato de John F. Kennedy: 60 años de fantasmas y conspiraciones
- Varias investigaciones han intentado aclarar lo que sucedió realmente en Dallas aquel 22 de noviembre de 1963
- Sin embargo, aún quedan demasiados puntos ciegos, y la mayoría de estadounidenses sigue sin creer la versión oficial
Inclinada sobre la parte trasera de aquel automóvil, Jackie Kennedy palpó la superficie del maletero con sus guantes blancos en un intento desesperado por recoger los sesos de su marido, que habían saltado por los aires apenas tres segundos antes. Ni siquiera en aquel momento perdió su habitual glamour, esa apariencia refinada de criatura de la alta sociedad neoyorquina, crecida entre las boutiques de la Quinta Avenida y las mansiones de East Hampton, que once años atrás, cuando solo era Jacqueline Bouvier, había cautivado instantáneamente al entonces candidato a senador por Massachusetts.
Desde el primer momento, el joven John F. Kennedy vio en aquella atractiva periodista con aura de princesa de Wall Street a la primera dama que encajaba al milímetro en la horma de su ambición política, y su olfato no le engañó. Únicamente le hicieron falta tres años como inquilina de la Casa Blanca para que aquella mujer delicada, francófila y amante de las palabras casi tanto como del lujo y el dinero, alcanzase la categoría de leyenda. Pero el cuento de hadas había terminado convertido en pesadilla. Ahora, después de regresar a su asiento, sostenía en el regazo a su marido herido de muerte, mientras la limusina presidencial enfilaba a toda velocidad hacia el hospital Parkland de Dallas.
La imagen de la mujer más poderosa del mundo, enfundada en un vestido de tweed de Chanel salpicado de sangre y aferrada al cuerpo inerte de su esposo, era el vivo reflejo de toda una nación que se tenía a sí misma por el pueblo elegido, pero que a la hora de la verdad era incapaz de huir de sus propios demonios. El asesinato de Kennedy forma parte del imaginario estadounidense como el rompecabezas nunca resuelto de una sociedad que lo contempló con la misma mirada incrédula con la que décadas después asistió al desmoronamiento de las Torres Gemelas, aunque en el caso del magnicidio esa sensación de irrealidad se mantuvo y nunca terminó de aceptar la versión oficial de los hechos.
Comisión Warren
Hubo tres investigaciones que intentaron aclarar lo que sucedió realmente aquella fatídica mañana de otoño en la plaza Dealey. La primera fue la de la Comisión Warren, creada casi de inmediato por el nuevo presidente Lyndon B. Johnson, quien para evitar el vacío de poder, cumpliendo con el mandato constitucional, había jurado precipitadamente el cargo a bordo del Air Force One aún estacionado en el aeropuerto de Dallas, con su predecesor de cuerpo presente, mientras esperaban para despegar rumbo a Washington.
El informe de esta comisión, publicado a finales de septiembre de 1964, fue el que fijó el relato oficial de la muerte de Kennedy que se mantiene después de seis décadas, a pesar de que ni abordaba ni despejaba las principales incógnitas, y de que acabó despachando el magnicidio sin apenas profundizar en sus múltiples contradicciones.
La investigación concluyó que Lee Harvey Oswald actuó solo, y que realizó tres disparos desde la sexta planta del Depósito de libros escolares de Texas, su lugar de trabajo, situado en una posición sospechosamente privilegiada cuando la comitiva dobló la esquina de la calle Houston con la calle Elm y redujo la velocidad casi hasta detenerse. Poco antes, la ruta original había sido modificada y el nuevo trazado obligaba a realizar ese incomprensible giro de 120 grados que contradecía los principios más básicos de seguridad.
De los tres disparos, dos alcanzaron al presidente, el primero en el cuello y el segundo en la cabeza. Sobre esa primera bala, la que no le mató, el informe oficial concluyó que impactó en la parte trasera de su cuello, salió por la garganta, traspasó la espalda del gobernador John Connally -que viajaba justo delante en el Lincoln presidencial-, le destrozó una costilla, y apareció por la parte delantera de su cuerpo, para herir su muñeca y finalmente alojarse en el muslo.
Lo cierto es que resulta difícil creer que un solo proyectil causara semejantes heridas a dos personas distintas, y que saliera intacto, pues así es como lo hallaron en la camilla del gobernador, en el Parkland Hospital. Por eso esta teoría es conocida como la de la “bala mágica". Para quienes dudan de su veracidad, una explicación más convincente es que hubo al menos cuatro disparos, efectuados por dos o más tiradores desde diferentes posiciones.
La Comisión Warren igualmente llegó a la conclusión de que también había actuado solo Jack Ruby, el mafioso de poca monta que dos días después, mientras Oswald era conducido a la cárcel del condado, le descerrajó un disparo a quemarropa en el vientre y le mató ante la mirada atónita de decenas de periodistas. Cuando le preguntaron que por qué lo había hecho, Ruby se limitó a decir que había redimido a la ciudad de Dallas y que además le había evitado a Jacqueline Kennedy la tortura de tener que testificar en un juicio frente al asesino de su esposo.
Jim Garrison, fiscal de Nueva Orleans
La segunda investigación fue la que llevó a cabo el fiscal de Nueva Orleans, Jim Garrison, inmortalizado por el director Oliver Stone en su controvertida película JFK: Caso abierto. En 1967, Garrison arrestó a Clay Shaw, empresario de la ciudad del delta del Misisipi, y le acusó de ser parte de un complot para matar al presidente. El fiscal encontró relación entre Oswald, Shaw y el piloto David Ferrie, quien estaba a los mandos de un avión que salió de Dallas el 22 de noviembre de 1963, y que habría servido para evacuar de la escena del crimen al equipo ejecutor.
La hipótesis de Garrison, que nunca pudo ser probada, contemplaba un oscuro juego de intereses en el que se entreveraban la extrema derecha estadounidense, la CIA, la mafia, el sector más fundamentalista del anticastrismo e incluso el propio vicepresidente Lyndon B. Johnson, que habrían conspirado para asesinar a Kennedy y convertir a Oswald en un chivo expiatorio.
Garrison creía que el magnicidio estuvo motivado por el profundo descontento que suscitó la política exterior del presidente, especialmente sus esfuerzos por encontrar una solución política para Cuba y Vietnam, así como sus maniobras destinadas a limar asperezas con la Unión Soviética dentro de aquel universo esquizofrénico de la Guerra Fría. La invasión de Bahía de Cochinos, orquestada por la CIA pero condenada al fracaso por la falta de apoyo militar de Washington, habría sido otro de los detonantes; igual que su respaldo al movimiento por los derechos civiles liderado por Martin Luther King.
Tras un polémico y mediático juicio que duró varios meses, Shaw fue absuelto. Una sentencia que llegó tarde para Ferrie, quien antes incluso de que arrancase el proceso judicial ya había pasado a engrosar la larga lista de muertes misteriosas que rodean al caso Kennedy.
Esta segunda investigación fue la que permitió a la prensa ver por primera vez la película de Abraham Zapruder, un fabricante de ropa de Dallas que aquella mañana de noviembre de 1963 decidió filmar el paso de la comitiva de John F. Kennedy con su cámara doméstica Super 8, sin saber que aquella secuencia de 26 segundos se convertiría en uno de los testimonios visuales más importantes de la historia de Estados Unidos.
Comité Selecto de la Cámara sobre Asesinatos
Sin embargo, hubo que esperar hasta 1975 para que el vídeo de Zapruder se emitiese por primera vez en televisión, con toda su brutalidad explícita, dejando en evidencia ante todo el país la fragilidad de la versión oficial. A raíz de este hecho, resurgieron las dudas sobre el informe Warren, lo que llevó a establecer en 1976 el Comité Selecto de la Cámara sobre Asesinatos, integrado por representantes tanto del Congreso como del Senado, y cuyo cometido fue investigar las muertes de John F. Kennedy y Martin Luther King –asesinado en Memphis en 1968-.
Su dictamen, emitido en 1979, llegó a la conclusión de que en Dallas hubo cuatro disparos y dos tiradores, lo que le llevaba a admitir que el presidente fue “probablemente asesinado como resultado de una conspiración”, aunque no especificaba quién o quiénes eran los responsables. En todo caso, rechazaba la participación de la CIA, el FBI, la Unión Soviética, el Gobierno de Fidel Castro y la oposición anticastrista, por lo que tampoco dejaba muchas opciones a las principales teorías conspirativas, lo que no ha impedido que el escepticismo se haya mantenido con el paso de los años.
En 2013, con motivo del 50º aniversario de la muerte de Kennedy, una encuesta encargada por la agencia de noticias Associated Press a la empresa de datos GFK reveló que aproximadamente el 60% de los estadounidenses seguía sin creerse las conclusiones de la Comisión Warren, y estaba convencido de que el asesinato presidencial había sido el resultado de una conspiración, mientras que apenas un 24% consideraba que Oswald actuó por su cuenta, y el 16% no estaba seguro.
El éxito de la película de Oliver Stone JFK: Caso abierto, estrenada en 1991, sirvió para resucitar por enésima vez los fantasmas del magnicidio. Fue tal el impacto que tuvo en la sociedad estadounidense, que el Congreso aprobó la Ley de Registros, promulgada por el presidente Bush en octubre de 1992. El texto exigía que todos los documentos secretos del asesinato debían ser desclasificados en un plazo máximo de 25 años -que expiró en 2017-, a menos que razones de seguridad nacional aconsejaran mantener la confidencialidad.
El expresidente Donald Trump y ahora Joe Biden han desclasificado miles de documentos, pero otros muchos siguen sin ver la luz, ya que las agencias de inteligencia han presionado con fuerza para que sigan siendo secretos. En todo caso, los archivos desvelados, que son la mayoría, apenas han aportado detalles que no se conocieran con anterioridad, y tampoco se esperan grandes sorpresas, incluso aunque se llevase a cabo una desclasificación total. Como la lógica conspiracionista se encarga de recordar una y otra vez, si la CIA estuvo involucrada, es muy probable que haya eliminado cualquier documento comprometedor.
Aquella mañana de otoño en Dallas, el cuento de hadas del 35º presidente de Estados Unidos y su etérea esposa saltó por los aires y acabó esparcido sobre el maletero de un Lincoln Continental, ante los ojos incrédulos de una nación que desde entonces se resistió a aceptar el relato oficial de los hechos. Después de 60 años, el magnicidio más famoso de la historia moderna sigue presentando demasiadas aristas y puntos ciegos, y quizá por ello los fantasmas que lo rodean no han conseguido nunca descansar en paz.
Infografía y desarrollo: Pedro Jiménez, Juanma Leralta e Israel VisedoVídeo y foto: Documentación SSII TVE / Getty / Biblioteca LBJ