Eterna Concha Velasco, un talento inmenso disfrazado de algo cotidiano
Llevábamos tiempo pensando que podría suceder en cualquier momento, pero nos resistíamos a creerlo. Concha Velasco era, como esas estrellas que amamos de la pantalla, eterna. De hecho lo es, porque, a diferencia de los comunes mortales, todos esos momentos no se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia: Concha Velasco sí es eterna a través de sus películas, y por supuesto del recuerdo que nos deja.
Escribo estas líneas rápido por necesitad, pero con todo el sentimiento. Con Concha Velasco me pasa que tengo la impresión de haber vivido siempre con ella, como una vecina, alguien cercano. No porque la conociera de pequeño, claro, que la conocí muchos años después, sino porque de pequeño, en mi casa, oía hablar a mi madre de “Conchita” Velasco, y la veía en la televisión o en el cine, y era como alguien de la familia, cercana, entrañable, divertida, pizpireta.
Conchita era de la familia, claramente, como Pepe Isbert y tantos otros actores y actrices españoles de aquella época. Pero, además, uno de mis primeros recuerdos de ir al cine estaba ella de protagonista. Iba al cine Usera con mi abuela, que nos colaba, pero esa es otra historia. El caso es que una de las películas que yo vi allí de niño, fue Las que tienen que servir, que me parecía muy divertida, porque, además, la casa en las que servían aquellas era un “casoplón” de unos americanos ricos en las afueras de Madrid y era una casa supersofisticada. Una sofisticación que chocaba con sus protagonistas, Concha Velasco, Manolo Gómez Bur, Gracita Morales… Entonces era solo una película muy divertida para mí y por supuesto no sabía que Conchita Velasco era una estrella. ni que José María Forqué era uno de esos directores que estarían en las enciclopedias del cine como uno de los grandes de haber sido americano.
Muchos años después, Días de Cine le dio a Concha Velasco el premio “Elegidos para la gloria” y entonces la camelé y le pedí que me dedicase el blu-ray de esa película tan entrañable de mi infancia que desde entonces es un tesoro muy especial entre las muchas películas que me rodean en mi casa.
Conchita se convirtió en Concha, y aunque supo poner gesto adusto cuando tocaba hacer un papel serio, yo siempre la veía como una de aquellas Chicas de la Cruz Roja, o como aquella maravillosa “Chica ye-yé”. Pero Conchita Velasco no se convirtió en Concha sin más. Su enorme talento llenó de vida personajes inolvidables en películas inolvidables de ese cine español que no tendríamos que reivindicar tanto. Pedro Olea sacó de ella el pedazo actriz dramática que podía ser en Tormento o Pim, pam, pum... ¡fuego!.
Pero, que me perdone mi querido Pedro Olea, Concha Velasco era una de esas actrices, que hacían que la gente fuera al cine a ver las películas por ella, porque siempre daba gusto verla en la pantalla, como en el teatro, o como en la televisión. Nuestros ojos se fijaban en ella, en su presencia, en su talento inmenso disfrazado de algo cotidiano, como si ser tan grande fuera lo normal.
Me ha dado mucha pena enterarme de la muerte de Concha Velasco. Simplemente pensamos que esas cosas no le pueden pasar a alguien como ella. Ahora, quizás, Concha Velasco esté Más allá del jardín, de camino entre París y Tombuctú, gozando de una libertad que ya no es provisional, y sin tener que decirle a nadie que ella se baja en la próxima, y riéndose con los que tocan el piano. Porque, como decía al principio, ninguno de esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.
Hasta siempre, Concha, Conchita, Velasco.