Y Sudáfrica sonrió a Mandela
- Se cumplen 10 años de la muerte del carismático líder, el primer presidente negro del país
- El equipo de 'En Portada' al que concedió la última entrevista en exclusiva regresó a Johannesburgo tras el fallecimiento
Encendí el móvil nada más aterrizar en el aeropuerto Oliver Tambo de Johannesburgo. Los pitidos comenzaron a sucederse. Doing. Doing-doing. Doing-doing-doing… En la pantalla se amontonaban decenas de los antiguos sms. Mandela ha muerto.
Corrimos para franquear la aduana lo antes posible. Descubrimos el vestíbulo del aeropuerto menos bullicioso de lo habitual, solo había dos conductores con carteles adosados al pecho. Uno llevaba escrito BBC. En el otro cartel, que aguantaba nuestro querido Mandla, se podía leer: TVE.
Las vidas de Madiba
El mundo sabía, desde hacía días y semanas, que las 'vidas' de Nelson Mandela; que el corazón del artífice de la Sudáfrica multicolor estaba muy cansado; que el gran desmontador del régimen del Apartheid daba por concluida su obra.
Porque Mandela tuvo varias vidas y varios nombres. Las vidas: la de abogado, la de activista, la de (fracasado) padre de familia, la de preso, la de político conciliador y la de filántropo. Su vida fue una continua evolución. Nació en la familia de un jefe de la tribu tembu; fue miembro del Comité Central del Partido Comunista de Sudáfrica; creó el grupo guerrillero Umkhonto we Sizwe (vinculado al Congreso Nacional Africano) y, años más tarde, fue quien frenó el deseo de venganza de los miles y miles de negros sudafricanos después de sufrir decenios de humillación racista. Y los nombres: Rolihlahla, algo así como revoltoso, es su nombre xhosa (su etnia). Nelson se lo puso un profesor de su colegio en el Transkei. Y Madiba, como en realidad le conocen los sudafricanos, es el nombre del clan.
Sudáfrica salió a la calle a celebrar su figura
Desde el aeropuerto, le pedimos a Mandla, nuestro conductor, que nos llevara directamente a Houghton, el barrio de Johannesburgo en el que Nelson Mandela tenía su lujosa vivienda, en la que había fallecido horas antes. De camino paramos en un par de concentraciones improvisadas. Los sudafricanos tomaron ese día esquinas y avenidas para compartir su dolor en familia, en comunidad.
Nosotros (el equipo de En Portada de TVE con Susana Jiménez, Marcelo Illán y Juan Lage) nos enfrentamos a ese dolor con la mirada europea, como un occidental se planta ante la muerte de un ser querido. Tardamos poco en comprender que las despedidas en África no son necesariamente tristes. La ausencia provoca dolor, pero a la vez se festeja la vida de una persona sin igual.
Al principio, nos chocó. Al cabo de unos minutos entendimos por qué, de repente, la gente cantaba, bailaba y se divertía. Los sudafricanos decidieron celebrar el privilegio de que su país hubiera recibido el regalo de tener a Mandela. Vimos más sonrisas que lágrimas, especialmente en el barrio de Soweto, donde vivió Madiba antes de ser encarcelado. Soweto (contracción de South Western Town) fue durante el Apartheid algo muy parecido a un campo de concentración, con alambradas y torres de control desde las que los policías vigilaban cualquier movimiento en torno a las matchboxes, las cajas de cerillas. Así es como llamaban los represores a las pequeñas viviendas en las que residían miles de negros, incluidos Nelson Mandela y su entonces esposa Winnie.
Ese 5 de diciembre de 2013 Sudáfrica perdió al líder generoso que nos enseñó que tu carcelero puede ser también tu amigo. Su funeral fue un hito global, ante decenas de líderes mundiales en el Soccer City de Soweto (el mismo estadio del derechazo de Iniesta que empotró el balón en las redes holandesas). Hoy no imagino un líder mundial que sea capaz de concitar tanta unanimidad en el mundo. Su muerte nos dejó un legado luminoso, que pocos han sabido preservar.