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¿Cuánto contamina una guerra? El rearme mundial amenaza con disparar las desconocidas emisiones militares

  • Las emisiones militares suponen el 5,5% del total de CO₂ expulsado a la atmósfera, más del doble de la aviación
  • Los países no están obligados a contabilizar lo que emiten sus ejércitos y estos datos son poco transparentes

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Dos aviones F-18 en unos ejercicios en Canarias en 2021
El grueso de las emisiones militares proceden del uso del combustible de los aviones

El mundo volvió a recordar trágicamente lo que era una guerra en toda su magnitud con la invasión rusa de Ucrania. Apenas un año y medio después, en el siempre turbulento escenario de Oriente Medio, se desataba otra ofensiva militar, la de Israel en Gaza, de dimensiones inéditas. Los conflictos abiertos han devuelto un protagonismo diluido en los últimos tiempos a la defensa y han dado lugar a un rearme internacional con consecuencias globales. Y una de las más graves, pero también de las más desconocidas, es su impacto ambiental.

Los ejércitos, incluso sin contar los impactos que se desatan directamente en las guerras, representan el 5,5% de las emisiones globales, según un informe de 2022. Es el equivalente a lo que emite toda la industria a nivel mundial, y más del doble de lo que contamina la aviación comercial. O dicho de otra manera, si los ejércitos "fueran un solo país, serían el cuarto mayor emisor del mundo, por delante de Rusia", explica a RTVE.es Stuart Parkinson, director de la organización científica Scientists for Global Responsibility y coautor de dicho informe.

Pero este "enorme impacto", como señala Parkinson, no está reflejado por completo en ningún registro oficial, a diferencia de las emisiones de otros sectores, como la energía o el transporte. Investigar lo que contaminan los ejércitos es una tarea que se hace a ciegas, y solo ha empezado a arrojarse luz sobre ello con recientes estudios independientes.

El Pentágono, la institución pública más contaminante del mundo

"Las emisiones de CO₂ militares fueron explícitamente excluidas del Protocolo de Kioto en 1997 a petición de Estados Unidos", la primera vez que el tema estuvo sobre la mesa, asegura Chloé Meulewaeter, investigadora del Centre Delàs de Estudios por la Paz. En el Acuerdo de París, en 2015, se invitó a los países a reportar sus emisiones, aunque de manera opcional, y solo un puñado de Estados lo hacen, aunque muchas veces de forma parcial y en otras categorías. Lo que se emite en aguas internacionales o en el espacio aéreo, una parte fundamental de la huella militar, ni siquiera aparece, apunta Parkinson.

No es casual que EE.UU. liderara la causa para no contabilizar estas emisiones, ya que su ejército es el mayor del mundo, y el más contaminante. Es el país que más gasta en sus tropas -más que Rusia y China juntos- y sus emisiones militares superan por sí solas lo que contaminan países ricos y de tamaño medio en su totalidad, como Suecia o Dinamarca.

El Pentágono, la institución pública que más contamina del mundo, ha emitido desde que empezó la Guerra contra el Terror en 2001, tras el 11S, hasta 2018, 1.200 millones de toneladas de CO₂, lo mismo que 257 millones de coches. Esto equivale al doble de los vehículos que hay actualmente en las carreteras en Estados Unidos, según un informe de la Universidad de Brown de 2019.

A pesar de no estar involucrados directamente en ningún conflicto, los ejércitos europeos tienen también una importante huella ecológica. Las emisiones anuales de los cuerpos militares de la UE equivalen a lo que emiten 14 millones de coches, según un estudio elaborado por las organizaciones Conflict and Environment Observatory y Scientists for Global Responsibility para el grupo del Europarlamento The Left, en base a datos de 2019.

No solo CO₂: contaminación de acuíferos y destrucción de hábitats

A la hora de hablar de lo que contaminan los ejércitos, la mayor parte de las emisiones corresponde a las emisiones por quemar combustible en los aviones -que puede llegar a suponer el 70% del CO₂ emitido-, pero también barcos de guerra y tanques. Pero su huella ecológica va mucho más allá. "Los daños se producen a lo largo de todo el proceso de militarización, tanto por los conflictos armados en sí, como en los entrenamientos, en el mantenimiento de bases militares o en el proceso de producción de armamento", explica Meulewaeter, también investigadora en la Universidad de Granada.

Los daños se producen a lo largo de todo el proceso de militarización, tanto por los conflictos armados en sí, como en los entrenamientos, en el mantenimiento de bases militares o en el proceso de producción de armamento

No solo se emiten gases de efecto invernadero, sino que en los conflictos o en los ensayos militares "se liberan tóxicos que se quedan durante años, tanto en tierras agrícolas como en las aguas o en la atmósfera", añade, y cita en concreto los ensayos nucleares, con consecuencias durante siglos. Por no hablar del "impacto en los ecosistemas de los incendios causados en los conflictos, el movimiento de refugiados o la reconstrucción tras la guerra", señala Parkinson, por su parte.

Ucrania es un buen ejemplo. Los incendios que causan las bombas han quemado miles de hectáreas, en muchas ocasiones en espacios protegidos, y los bombardeos sobre fábricas e instalaciones químicas han liberado peligrosas sustancias en el territorio, contaminando ríos y acuíferos y obligando a desplazarse a las poblaciones locales.

El rearme de la OTAN puede disparar las emisiones esta década

Con el estallido de este conflicto, los países occidentales redoblaron sus inversiones militares, incluso los más reacios hasta ahora, como Alemania. España, por ejemplo, se comprometió durante la pasada cumbre de la OTAN en Madrid a destinar el 2% del PIB a defensa al final de esta década, la histórica reclamación de Estados Unidos a sus socios, lo que supondrá en la práctica doblar el presupuesto actual, del 1,09%. Nuestro país es el penúltimo en la lista por gasto militar, pero solo siete países europeos superan el 2%.

Este gran incremento en la inversión en defensa ya está provocando un aumento de su impacto en el cambio climático. Un reciente informe calculaba que en los dos últimos años -prácticamente desde que empezó la guerra en Ucrania- las emisiones militares de los países de la OTAN han aumentado un 15%, y no hay visos de que este ritmo se vaya a reducir con la amenaza de una escalada del conflicto en Oriente Medio -como se ve con la operación recién lanzada por EE. UU. y otros países para proteger los buques en el Mar Rojo-. Si todos los miembros de la Alianza Atlántica llegaran al 2% de gasto militar en 2028, se emitirían en total en estos años 2.000 millones de toneladas de CO₂, el equivalente a un país como Rusia, señalaba este estudio.

Según Parkinson, este aumento en la inversión militar y en emisiones "va a socavar", el objetivo marcado por la ciencia, y plasmado en la última cumbre del clima, de reducir en un 43% las emisiones en esta década para limitar el aumento de temperatura a 1,5 grados.

Además, recuerda que los países ricos se han comprometido a destinar 100.000 millones de dólares al año en financiación climática a los más vulnerables, un objetivo todavía no alcanzado, mientras que el gasto militar global es de dos billones de dólares. "El dinero está disponible para los ejércitos pero no para el cambio climático. Y esta es una crisis global, que está matando a gente a día de hoy", señala.

¿Qué hacen los ejércitos para reducir sus emisiones?

Aunque los ejércitos no están obligados a reportar sus emisiones y, por tanto, a reducirlas, sí que han empezado a llevar a cabo medidas para reducir su huella ambiental, como aumentar la eficiencia de su equipamiento o el uso de energías renovables. El Ministerio de Defensa español, por ejemplo, informa en su web de medidas como la "sustitución de luminarias por tecnología led, la renovación de las instalaciones de climatización", "el uso de videoconferencias para reducir los viajes" o "diversos proyectos de calefacción por biomasa, climatización por geotermia y uso de energía solar".

Pero los expertos advierten del limitado efecto de estas prácticas. "Las soluciones tecnológicas que se plantean, como un mayor uso de la energía nuclear, combustibles sintéticos para los aviones o mecanismos de compensación de carbono, son muy problemáticas y tienen efectos secundarios", explica Parkinson, científico de SGR.

La OTAN ha anunciado su intención de alcanzar las emisiones cero netas en 2050, un compromiso también de muchas industrias armamentísticas. Pero Meulewaeter considera que estas promesas no son más que estrategias de "greenwashing" o lavado verde, porque a la vez "se están desarrollando armas como el caza F-35 que contaminan tremendamente, más del doble que un F-16".

La solución "más efectiva": frenar la carrera armamentística

Para atajar verdaderamente el impacto climático de los ejércitos, Parkinson ve como única solución "fijarse en la raíz del problema". "Los datos históricos desde el fin de la Guerra Fría demuestran que la reducción de la actividad militar es la manera más efectiva de reducir las emisiones militares", afirma. Para ello, reclama revivir la vía diplomática y no la militar como solución a los conflictos, y rechaza el argumento usado por muchos países de que es necesario rearmarse para enfrentarse al vecino que está invirtiendo más en su ejército.

"Si nos enzarzamos en una carrera armamentística mundial, eso llevará a más guerras, no a menos. ¿Aumentar el gasto militar contribuye realmente a la defensa y a que estemos más seguros, o nos hace menos seguros? Es una pregunta que hay que hacerse", lanza.