Dinamarca y la abdicación de Margarita II: de Babilonia a Bluetooth
- La reina Margarita II se va dejando su país en la Unión Europea y en la OTAN y convertido en una potencia en energía verde
Se va la reina que tomó el nombre de su antecesora, Margarita I, conocida como la Semiramis del Norte. La primera Margarita –a caballo entre los siglos XIV y XV– asentó su trono sobre Dinamarca, Noruega, Suecia y Finlandia, la denominada Unión de Kalmar. Su colega babilonia, Semiramis, se le había adelantado, como recuerdan de Herodoto a Rossini, pasando por Dante y Voltaire, recorriendo su imperio asirio desde Libia a India.
Es curioso que tanto Margarita II como Isabel II del Reino Unido eligieran sendas predecesoras –en el caso de la última a la Isabel I, en cuyas tierras tampoco se ponía el sol–, conocidas por pensar a lo grande. Una declaración de intenciones que ambas han cumplido a rajatabla hasta el final. En el caso de la danesa, rompiendo la cadena de sucesión entre Christians y Fredericks. Ella ha sido un impasse entre dos Federicos, contando como un Cristiano.
Dinamarca es el portero entre los mares Báltico y del Norte; o lo que es lo mismo, el guardián del tráfico marítimo entre los imperios ruso y sueco, al Este; alemán u holandés, al Oeste. Esa importancia estratégica le ha supuesto históricamente pingües beneficios en forma de tasas y prebendas.
Los sistemas de crédito convirtieron a Dinamarca en uno de los países más ricos de Europa, la raíz de una clase media ilustrada que ya en el siglo XVII educaba a sus burócratas en el comercio, las finanzas, la guerra y la armada. La corona aseguraba las prebendas de su nobleza con un código de leyes escritas, y un sistema fiscal de vanguardia.
Cien años después, con la Ilustración, se legalizó la libertad de prensa y la enseñanza universal. En 1818, un banco central independiente. En 1849, una nueva carta magna apuntalaba la monarquía constitucional, auto limitando su poder, inoculándose así contra las revoluciones anti absolutistas que se propagaban por Europa, de España a Rusia.
Obviamos aquí la pérdida con Alemania de Schleswig-Holstein, que Lord Palmerston famosamente definió como un puzle diplomático que sólo entendían tres personas: una había muerto, otra se había vuelto loca, y él mismo, pero se había olvidado de todos los detalles.
Christian IX (1818-1906), tatarabuelo de Margarita II, se convirtió en el suegro de Europa. Sus vástagos, hijos e hijas, tan bien educados, ocuparon los tronos del continente. Alejandra, el británico; Dagmar el ruso; Jorge, el griego. Sin contar con su sucesor, Federico VIII de Dinamarca, cuyo hijo acabaría convirtiéndose, por sufragio universal, en Haakon VII de Noruega. Las reuniones de familia eran legendarias.
Todo esto para indicar que las bases de la importancia política de Dinamarca han desembocado en la proclamación del país como el más feliz del mundo, o hallarse entre los cinco más felices, desde que las Naciones Unidas miden el estatus de bendición colectiva de los Estados.
De potencia verde a la paridad de género
Margarita II sucedió a su padre cuando éste murió el 14 de enero de 1972. Con ella, Dinamarca vivió la crisis del petróleo de 1973, superándola creativamente como parece ser su sello de identidad. Entonces el país volvió en masa a las bicicletas. Los daneses recuerdan todavía cómo sólo se podían duchar una vez a la semana, o cómo los domingos podían circular únicamente las ambulancias.
La reina que se va deja su país en la Unión Europea y en la OTAN y convertido en una potencia en energía verde, después de haber sido los primeros en crear turbinas para los molinos de viento y un Ministerio de Medio Ambiente. Su compañía de bandera, Maersk, cuenta con la mayor flota del mundo –disputándose un puñado de naves con MSC–, y sus contenedores transportan casi el 20% de la mercancía del mundo por sus aguas. También quiere liderar la transición verde en su campo. Dicen que es porque son daneses.
Margarita II deja Dinamarca convertida en un Estado de bienestar donde existe la paridad total entre el hombre y la mujer. Entre el 75 y el 80% de las mujeres entre 16 y 66 años tienen trabajo. Las preferencias sexuales están garantizadas en su Constitución. Como que el 60% de los impuestos recaudados se destinen a gasto público.
En los contras, que la solución a todos los problemas de los taciturnos daneses –que se lo pregunten a Hamlet– no es condición sine qua non para el endeudamiento permanente, ni el alcohol, o la paz perpetua.
El segundo lunes de enero, la alarma por un posible ataque ruso en el sur de Suecia, última aspirante a entrar en la OTAN, llegaba hasta la vecina Dinamarca desde el Ministerio de Defensa de Estocolmo. Ya hace meses que naves rusas estarían elaborando mapas de cables submarinos –internet y demás sistemas de datos–, entre los mares Báltico y del Norte.
Forma parte de la herencia que Margarita II lega a su hijo y sucesor, Federico X. Apelando, como siempre, a su altura de miras. Como las del rey vikingo, Harald Bluetooth, que en el siglo X uniera las tribus de Dinamarca en un único reino, haciendo así de su dinastía la monarquía más antigua del mundo. El hombre del diente azul es tan actual que sus iniciales fundidas en 1997 diseñaban una nueva runa para la nueva tecnología sin cables.
Margarita II está en Netflix. Sus habilidades artísticas con el decoupage, decorar recortando y pegando fotos, hasta crear un nuevo ambiente, una realidad imprevista, se ponen de manifiesto en la adaptación del relato de Karen Blixen, Ehrengard: el arte de la seducción, por el director Bille August. Un festival prodigioso de giros de guion. Como el de su abdicación.