Ya no es (sólo) la economía, tonto
- Sondeo tras sondeo y elección tras elección la economía pierde peso como determinante electoral
- Para entender algunos fenómenos políticos hay que prestar atención a la percepción y a la inmigración
Mucho hemos abusado periodistas, politólogos y políticos de la clave electoral que se atribuye a Bill Clinton, pero cuyo autor fue su estratega y jefe de campaña en 1992, James Carville: “It’s the economy, stupid” (Es la economía, tonto).
La consigna, hablar de la situación económica, obedecía a la comprobación de que lo determinante para decidir el voto era el bolsillo. Pero ese lema que valía para la década de los 90 hace tiempo que ha perdido fundamento. Ya no es el estado objetivo de la economía lo que moviliza a los electorados y premia opciones políticas, aunque no anda lejos. Hemos visto cómo perdían votos, y elecciones, gobiernos que habían levantado la economía o que estaban mejor que su entorno.
Estados Unidos: polarización, Trump y “one issue voter”
Es el caso de Joe Biden. La economía de los EE.UU. va mejor que el año pasado, pero sus niveles de aprobación son bajos, hasta el punto de que el propio Carville, según citaba The Hill, duda de que su hallazgo siga vigente. En diciembre, el periodista Josh Boak escribió en Associated Press: “El presidente Biden se enfrenta a un desafío irritante: justo cuando la economía se fortalece, la gente siente lo contrario. Según los economistas y los expertos en demoscopia, nunca ha habido semejante brecha entre la salud de la economía y la percepción pública”.
Otro dato, en 2016 (Hillary Clinton frente a Donald Trump) la opinión mayoritaria de los encuestados republicanos sobre la economía era negativa, pero una vez que fue elegido Trump y antes de que tomara posesión, (entre el 9 de noviembre y el 20 de enero) ese juicio pasó a ser positivo. El escollo, por lo tanto, no es el dato objetivo, sino reconocer que la economía va bien cuando no gobiernan los tuyos. En este caso, además, el presidente saliente era un afroamericano, Barack Obama, lo cual da pie a especular sobre cuánto de prejuicio, de racismo, había en ese juicio.
La polarización estadounidense venía creciendo desde los años 90, desde la Presidencia Clinton, pero entró en otro nivel en 2012 con la reacción a la Presidencia de Barack Obama. Se entró en la era Trump y en un mayor tribalismo. Los medios de comunicación más solventes pasaron a ser, para los seguidores de Trump, fake news (desinformación), las opiniones del líder se impusieron a los datos; las conspiraciones, a los hechos, y aumentó el llamado votante por una sola cuestión, los one issue voters. Y la mayor de esas cuestiones fue el discurso apocalíptico de Donald Trump contra la inmigración, sobre todo la que entra por la frontera con México, y el famoso muro (que ya había empezado a construirse con Bill Clinton). Uno de los gritos coreados con más fervor en sus actos de campaña de 2016 fue “Build the wall!” (¡A construir el muro!).
Recordemos un pasaje del lanzamiento de su primera campaña en junio de 2015: “Cuando México nos manda gente, no nos manda a los mejores, gente como vosotros. Nos manda gente muy problemática, que traen sus problemas. Nos traen drogas, delincuencia, violadores. Y, supongo, alguna buena gente”.
La inmigración y el derecho al aborto entran en la categoría de cuestiones que por sí mismas movilizan electores. Fue el caso de las últimas legislativas (2022). El Partido Demócrata resistió mejor de lo previsto, y el Partido Republicano no arrasó por los votantes progresistas que fueron a las urnas a defender el derecho al aborto. Fue como reacción a la sentencia del Tribunal Supremo que devolvió a los estados la posibilidad de prohibir ese derecho que desde 1974 era de alcance federal.
En 2024 la inmigración sigue siendo el gran ariete del Partido Republicano, hasta el punto de que ha sacrificado la ayuda a Ucrania para presionar al gobierno de Biden.
En una encuesta de diciembre de Gallup, la economía era la principal preocupación para un tercio de los encuestados, en segundo lugar empataban el pobre liderazgo de Biden y la inmigración.
En otra encuesta del Pew Center (junio 2023), la mayoría de los estadounidenses están con los republicanos en economía, inmigración y delincuencia. Y según un estudio de YouGov (marzo 2023) sobre qué preocupa a los votantes de uno y otro partido, solo hay cierto acuerdo de prioridades en la economía y la sanidad, pero en orden inverso. La economía, para los republicanos; la sanidad, para los demócratas. Y las dos en las que más discrepan son el cambio climático y la inmigración.
Los EE. UU., un país hecho de inmigrantes, sigue mayoritariamente valorando el fenómeno, pero a la hora de reclutar votantes la inmigración es un gran reclamo para la derecha.
Europa, rota por la inmigración
En 2016, la Unión Europea perdió a uno de sus miembros de más peso, el Reino Unido. Los británicos decidieron en referéndum (52%-48%) abandonar el club y la inmigración fue el mayor factor en la balanza.
En el verano del 2015 se había producido la llamada crisis de los refugiados en Europa, la continental, muy particularmente en las costas griegas, y el tránsito por los Balcanes hasta el destino favorito: Alemania o Suecia.
El dinero que se ahorrarían al salir de la UE y su “Take back control of our borders” ("Recuperar el control de nuestras fronteras”) fueron la clave.
Sin la carga xenófoba, el Brexit no habría triunfado.
¿Qué quieren decir cuando dicen inmigración?
El concepto inmigración en el debate político actual incluye varios sentimientos según quién lo oye:
La inmigración como competencia en el mercado laboral y en los servicios públicos. Sanidad, educación y vivienda, principalmente.
La inmigración amenaza la identidad propia: los hispanos en el caso de los Estados Unidos y, sobre todo, los musulmanes en Europa. Ante ese enemigo hay que “recuperar el país”, El Make America great again de Trump, el Les Français d’abord de Jean-Marie Le Pen, o la Préférence nationale que ha recuperado su hija Marine. O la propia denominación del nuevo partido a la derecha de la derecha en Francia, Reconquête, que apela directamente a la Reconquista española.
A menudo se habla de exceso de inmigrantes, pero el verdadero mensaje es que hay demasiados conciudadanos (reconocidos o no legalmente como tales) de cultura islámica. De nuevo aquí la percepción supera los datos contrastados. Todas las encuestas, da igual el país, reflejan que la ciudadanía exagera la realidad. Es habitual que los encuestados den porcentajes entre el 20 y 30 por ciento. Pero los datos estimados de los censos son otros. En Francia, un 8%; en los Países Bajos, 6%; en Alemania, parecido, un 6,6%, que es la media europea. Italia está por debajo de esa media, con algo menos de un 5% de la población. En España es similar, el 4,8%, con una presencia muy dispar según comunidades autónomas.
Inmigración es, en el uso electoral, una amenaza económica, laboral e identitaria. Y, también, a la seguridad. El vínculo, con o sin razones fundadas, entre inmigrante, en especial musulmán, y delincuencia es un denominador común en toda Europa. Además de los prejuicios, dos factores ha aumentado esta asociación y su permeabilidad en la ciudadanía: la otredad de la inmigración, que sea distinguible por la apariencia de la población nativa tradicional, y la irrupción del terrorismo islámico. Hasta hace unos 30 años el terrorismo en Europa era blanco y de cultura cristiana, “europeo”, “propio”.
Olvido interesado. El olvido más flagrante en algunos de los países europeos es que han sido imperios, y algunos de los inmigrantes de primera, segunda o tercera generación, que, por lo tanto, ya no son inmigrantes, vienen de países que fueron colonia o protectorado. Muchos de ellos o sus progenitores no llegaron como extranjeros, sino como ciudadanos nacionales.