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Bukele, el líder popular y "autoritario" que ha hecho de la lucha contra las maras su seña de identidad

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¿Cómo era Bukele antes de iniciar su carrera política?

Cuando se alzaron las primeras voces críticas sobre una deriva autoritaria de su Gobierno, Nayib Bukele las neutralizó definiéndose a sí mismo como un “dictador cool” y sus seguidores hicieron lo propio con #Québonitadictatura, la fórmula utilizada en Twitter para alabar sus hazañas políticas. Según todos los sondeos, este domingo volverá a ser elegido presidente, pese a que la Constitución salvadoreña prohíbe repetir mandato. Lo hará en unos comicios celebrados bajo un régimen de excepción que se ha ido prorrogando durante casi dos años y que ha traído consigo cifras récord de reducción de la criminalidad. Todo ello motivado por una encarnizada lucha contra las pandillas que enfrenta críticas de organizaciones de derechos humanos y que se ha convertido en una de las principales señas de identidad del que ahora es uno de los líderes más populares de Latinoamérica, aunque no es la única. 

Barba perfectamente recortada, gomina, vaqueros, gafas de sol y una gorra blanca son los componentes estéticos que acompañan a un discurso populista y embaucador que rompe con las reglas de la corrección política y que seduce a jóvenes y mayores. Bukele se dio a conocer al mundo entre comparaciones con el entonces presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, pero lo cierto es que en cinco años al frente de El Salvador ha sabido proyectar una manera propia de hacer y decir las cosas con la que incluso ha creado escuela para otros líderes de la región.

“En algún punto, Bukele deja de ser ‘trumpista’ o representante de algo parecido a eso y se convierte en ‘bukelista’. Con el ‘bukelismo’, empieza a generar su propio estilo, especialmente en el marco de América Latina, y consigue terminar de construir su marca principal alrededor de las políticas de seguridad, o de represión”, expone a RTVE.es el analista internacional y creador del proyecto Epidemia Ultra, Franco Delle Donne. Destaca en él un componente “populista” y “autoritario”, pero también su capacidad de construir una marca alrededor de lo que hace y de lo que es, a través de su estética y un discurso estructurado con ideas “bastante coherentes entre sí”. 

Bukele dice de sí mismo que no es “ni de izquierda ni de derecha” y presume de llevar a cabo un plan contra la delincuencia “guiado por Dios”, al que menciona a menudo para justificar algunas de sus decisiones políticas y con el que asegura hablar de vez en cuando. Su andadura política la inició de la mano del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), y fue alcalde de Nuevo Cuscatlán, primero, y de San Salvador, después. Al Ejecutivo, sin embargo, llegó en 2019 como candidato de GANA, que había sido señalado por corrupción, convirtiéndose en el primer presidente desde la guerra civil que no representaba a las dos principales fuerzas, FMLN y ARENA. 

Nacido el 24 de julio de 1981 en San Salvador, Bukele, que tiene ancestros palestinos, es hijo de Olga Marina Ortez y Armando Bukele, un importante empresario de su país conocido también por haber sido pionero en la construcción de mezquitas. Con tan solo 18 años, el líder salvadoreño ya manejaba varias compañías familiares y, aunque empezó la carrera de Derecho, nunca la terminó. Ahora está casado y tiene dos hijas a las que tanto él como su mujer muestran en algunas de sus publicaciones en redes sociales. 

“Su matonería y proceder autoritario en temas de seguridad lo han puesto en el ojo público, pero su popularidad comenzó a construirse desde los inicios de su carrera política”, señala a RTVE.es la periodista de El Faro, Victoria Delgado. Bukele era un publicista experimentado en las empresas de su familia que ha sabido posicionarse como un “político cool”. Irrumpió en mitad de un clima político "decepcionado" por el bipartidismo que regía desde el final del conflicto armado y la firma de los Acuerdos de Paz de 1992 y "forzó su expulsión del FMLN para construir la imagen de 'un nuevo movimiento político' como una opción distintas a 'los mismos de siempre'", añade Delgado.

Un mandato a golpe de tuit

Poco después de ganar las elecciones, Bukele utilizó Twitter para anunciar una larga lista de despidos de cargos institucionales bajo la fórmula del “se le ordena”, que después utilizarían él y sus seguidores en otros contextos menos formales para burlar las críticas sobre su espíritu autoritario, al igual que hicieron con el término “dictador”. “Se les ordena que vayan a dormir”, escribió en una ocasión. 

“Es una estrategia de comunicación bastante eficiente que tiene que ver con la idea de banalizar las críticas”, explica Delle Donne, que destaca “la gran experiencia de Bukele” y su capacidad de “entender cómo funciona la comunicación política”. Tomárselo a risa e incluso llevarlo al extremo “le quita el sentido real que tienen ese tipo de acusaciones” y se trata de una estrategia “muy utilizada por partidos y líderes que tienden al autoritarismo”.

Y es que Bukele se mueve como pez en el agua en las redes, donde se muestra como un líder cercano y donde sus seguidores validan sus mensajes a golpe de ‘retuit’ y ‘me gusta’. El mandatario conoce el poder del ‘hashtag’ y se hace ‘selfies’ para compartirlos, como hizo nada más subir a la tribuna en una de sus intervenciones ante la ONU. “El mundo, el nuevo mundo, ya no está en esta Asamblea General, sino en el lugar a donde irá esta foto", dijo después.

En las últimas semanas, también se ha servido de sus redes para pedir el voto en los próximos comicios, en los que, según todos los pronósticos, volverá a ser elegido presidente pese a que esto sea algo que prohíben varios artículos de la Carta Magna. Su candidatura, sin embargo, está avalada por la Sala de lo Constitucional, conformada por jueces impuestos por su partido, y parece que será apoyada por la mayoría de la población salvadoreña, satisfecha con la efectividad de su "mano dura" contra las pandillas.

“El Salvador ha pasado de ser, literalmente, el país más peligroso del mundo, a estar en camino a ser el país más seguro de América”, aseguró Bukele ante los líderes mundiales de la ONU en septiembre de 2022. La tasa de homicidios al cierre de 2023 fue de 2,4 por cada 100.000 habitantes, cuando solo cuatro años antes, en 2019, se situó en 38,2. En cifras, el éxito de su política de seguridad es innegable, pero las voces consultadas dudan de su efectividad en el largo plazo y advierten del “alto precio” que está pagando la sociedad salvadoreña. 

Todo contra las maras 

El fenómeno de las maras, aunque surge en California a raíz de la llegada de una oleada de migrantes sin recursos, llegó a El Salvador en los años 70, cuando sus miembros fueron deportados de vuelta a su país. Como señala el director de El Orden Mundial (EOM), Eduardo Saldaña, estos grupos tienen “una implantación muy local” y juegan, incluso, “un papel identitario” en los barrios salvadoreños, donde su población ha estado expuesta durante décadas a la “violencia física y económica” de estos grupos, cuya actividad e ingresos vienen, sobre todo, de la extorsión y el chantaje. 

De acuerdo con varias investigaciones de El Faro, en 2019 Bukele llevó a cabo negociaciones clandestinas con pandillas como la Mara Salvatrucha o Barrio 18. Sin embargo, el pacto se rompió en marzo de 2022, cuando el Gobierno instauró por primera vez el estado de excepción después de unas violentas jornadas en las que se registraron más de 80 muertes. Desde entonces, tras más de 20 meses de prórrogas, este régimen continúa vigente y bajo sus efectos han sido detenidas más de 77.000 personas. De ellas, al menos 7.000 (es decir, el 10% del total) han sido liberadas, según anunció el propio ministro de Seguridad, Gustavo Villatoro, respondiendo a lo que se conoce como “margen de error”. 

“En razón de la reducción de los delitos cometidos por grupos delincuenciales ha tenido efectividad, sin embargo, ha sido con un costo muy alto con respecto al marco de estado de derecho y los derechos humanos de la población”, apunta a RTVE.es la politóloga salvadoreña Karen Estrada, que, como el resto de expertos, hace mención a un elevado número de patrones de violación de derechos identificados durante el desarrollo de esta política pública. 

En su informe Un año bajo el régimen de excepción Cristosal denuncia detenciones arbitrarias, falta de investigación previa, allanamientos de morada, estigmatización por tatuajes o la ausencia de información a las familias sobre las condiciones de vida, o muerte, de sus detenidos. Además, pone de manifiesto las duras condiciones en las cárceles salvadoreñas y señala que hasta 153 personas murieron estando privadas de libertad desde el inicio del régimen de excepción y que, para entonces, ninguna de ellas había sido declarada culpable del delito atribuido. 

Pese a todo, la sensación de seguridad en las calles hace que la población no haga sino apoyar esta medida que ha frenado una lacra que arrastraba El Salvador desde hace décadas. Según un informe del Instituto Universitario de Opinión Pública, la calificación otorgada por la población al régimen de excepción en su primer año de vigencia era del 7,92, aunque el mismo estudio revela que 75 de cada 100 salvadoreños desconocen cuáles son las garantías y derechos suspendidos por esta medida.

Y es que, como explica el periodista afincado en El Salvador Roberto Valencia, más allá de las cifras, "basta con llegar a cualquier comunidad a las que antes, literalmente, no se podía entrar sin el aval directo o indirecto de la pandilla que ahí controlaba para darse cuenta de que algo ha cambiado para bien". Por eso, pese a las denuncias señaladas, parece que la población "está dispuesta a pagar ese precio".

Ahora bien, como señala Estrada, “el hecho que la población la considere como una medida efectiva daría apertura a contar con un mandatario que dispone de medidas no democráticas y restrictivas ante problemas que son estructurales”. Por ello, dice, habrá que considerar si la política es sostenible y, de no serlo, “quiénes serían los enemigos a culpar, como es propio de los populismos. El discurso polarizante es un factor presente y la disciplina en el discurso es su fórmula”. 

“En el corto plazo, está funcionando. Los homicidios han caído y el crimen se ha reducido, pero en el largo no se sabe cómo puede afectar a la estabilidad de las instituciones o al poder que tengan los futuros gobiernos en El Salvador”, expone Saldaña. “El gran temor es que estas políticas, esa erosión de las Instituciones, pueda legitimar una concentración de poder y una persecución de fuerzas opositoras, de grupos de sociedad civil o de ONG".

“El problema está detrás, cuando, en algún momento, ese estado de excepción deje de ser tal, ya que no hay un plan sustentable en el fondo que ataque a las causas del crecimiento de las pandillas”, señala Delle Donne, que apunta a que la popularidad de Bukele de alguna manera le da “una suerte de cheque en blanco, por ahora, frente a la población”, que se plantea “¿por qué cambiarlo?¿ Cuál sería la opción? ¿Quién sería aquel o aquella que lo haría mejor que él?”.

La principal preocupación de la población salvadoreña se ha trasladado. Solucionada, en apariencia, la problemática de la inseguridad en las calles, ahora lo que más preocupa a la ciudadanía es la economía. De ser reelegido, Bukele tendrá que dar respuesta a las dudas sobre la continuidad de sus políticas y su régimen de excepción, y deberá hacer frente a las nuevas inquietudes de los salvadoreños.