Bandas sonoras de los Goya 2024: música desde montañas heladas, pueblos interiores, Barcelona o Nueva York
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La música transforma cualquier imagen a la que acompaña. Por esta razón, tanto pequeñas como grandes producciones acuden a ella buscando el refuerzo emocional o el apoyo narrativo que creen necesario director y compositor. Los Goya musicales 2024 nos hacen viajar al cosmos desde una habitación, al paraje inhóspito de unas montañas heladas, a un pueblecito del interior que sueña con el mar o a ver el jazz en Nueva York o en Barcelona.
Natasha Arizu (El maestro que prometió el mar)
En el primer largometraje de esta joven compositora y, claro está, su primera nominación, consigue con su música que el qué y el cómo educar se sobrepongan a los ruidos de las armas y la intransigencia.
La pedagogía de un maestro que hace soñar con el mar a sus pequeños alumnos encuentra en el piano la expresión de esa intimidad y la magia de los sueños frente a la dura realidad. Arizu huye de la representación musical de lo geográfico o lo temporal. Su paleta de sonidos nos lleva al drama personal evitando el retrato político de la guerra civil, para encontrar en la sección de cuerdas y la electrónica las texturas adecuadas: más densas y oscuras para el tiempo actual; más luminosas y limpias para subrayar lo sutil y lo intangible de la relación del maestro con sus alumnos. Sortea así el melodrama bélico que no logra del todo el filme de Patricia Font.
Arnau Bataller (La paradoja de Antares)
Una científica explorando la galaxia desde una habitación parecería un espacio poco propicio para que la Orquesta de Extremadura nos transportara con su sonido a lejanas estrellas para encontrar una de las respuestas más buscadas por el ser humano: ¿estamos solos en el universo? En esta partitura, quizá la favorita para llevarse el premio en los foros dedicados a la música para cine (siempre que la inercia de la avalancha de J. Bayona lo permita), Bataller nos propone, con el piano como guía musical y emocional, un tema que, con sus variaciones armónicas y texturales, logra no debilitar ni interferir con las reflexiones de la protagonista. Ella ha tomado una firme decisión, que implicará renunciar a su familia y trabajo cuando unas señales del radiotelescopio parecen dar con la respuesta que ha perseguido toda su vida. Una lección de cómo expandir musicalmente un espacio pequeño y una historia íntimamente universal.
Michael Giacchino (La sociedad de la nieve)
Lo imposible a estas alturas del año es aportar algo en torno al último trabajo de J. Bayona sobre el dramático accidente de avión del equipo de rugby uruguayo en los Andes, en 1972. Es un filme homenaje a los fallecidos y así lo proponen ambos cineastas, Bayona y Giacchino, desde el mismo comienzo: una película coral en la que ninguno de los implicados, ni siquiera los dos que consiguen llegar a Chile a través de las cordilleras nevadas, adquieren, ni visual ni musicalmente, un protagonismo. Un tema principal llevado por el piano, delicado y emotivo, recorre el arco dramático. Lo escucharemos varias veces, con variaciones de timbre, de tempo o dinámica; servirá para la tristeza y para la esperanza. Y encontramos también música áspera, disonante, percutiva, para retratar la hostilidad de la nieve y la montaña. No hay música para el heroísmo, aunque sí, una rítmica y con subrayados corales y orquestales que acompaña los varios intentos para alcanzar la supervivencia; música con instrumentación y voces étnicas que sugieren fraternidad en un grupo que comparte y acepta las decisiones individuales, aunque tengan consecuencias fatales.
El éxito en la búsqueda de la ansiada ayuda, la alegría de la evacuación y el recuentro con las familias es acompañado por el tema principal, ya optimista, y en un largo crescendo orquestal y vocal. Pero, finalmente, la música se repliega en una reflexiva y extática melodía, que nos recuerda que no es una historia de heroísmo, sino de memoria, de recuerdo hacia aquellos que no regresaron.
Andrea Motis (Saben aquell)
Otra debutante en el mundo del largometraje de ficción que se ha hecho un hueco en las nominaciones es esta joven trompetista, cantante y compositora de jazz, que aporta su larga experiencia en este género para acompañar los hitos vitales del humorista Eugenio y su mujer Conchita, quienes compartieron intimidad y escenarios. Una atmósfera artística que Motis retrata a través de temas de aire jazzístico con un conjunto instrumental sencillo, con diferentes timbres protagonistas según el momento emocional: una guitarra, un piano, una trompeta o un violín. El espacio de la banda sonora es compartido con numerosas canciones de época, tanto las interpretadas por el dúo protagonista en su breve carrera conjunta, como diferentes piezas de jazz y de pop que conformaron la cultura musical de la Barcelona de aquella época.
Alfonso Vilallonga (Robot dreams)
Cruzamos el charco para seguir viendo jazz, pero en uno de sus centros vitales: Nueva York. Pablo Berger ha querido homenajear el espíritu de los ochenta de la ciudad americana a través de la espontánea amistad entre un perro y un robot. Vilallonga se aleja de las habituales musicalizaciones de la animación para intentar expresar emociones humanas en estos dos seres solitarios. Una tímbrica amplia pero organizada en torno al piano, aportan melancolía y algunos momentos de euforia, con rápidos y expresivos cambios de ritmo.
El sonido big band y las amplias secciones pianísticas se alternan con la canción que contiene el embrión emocional del filme: September, de Earth, Wind & Fire, de la que el músico catalán se aprovecha para, a través de varios arreglos, conectar los sentimientos de los protagonistas con el ambiente alegre y diverso de la ciudad neoyorquina en aquella vertiginosa década.