Mimbre, el color del campo que se apaga en Cuenca
- Los productores están en plena campaña de corta
- Prevén peor producción por la sequía, las heladas y la falta de relevo
Al levantar la niebla del invierno, las franjas verdes del monte se alternan con los grises de las choperas en la ribera del río Escabas cuya vega en Cañamares (Cuenca) se torna marrón, granate o naranja, según el momento en el que le caiga la luz. Es el color del mimbre listo para su corta.
Y antes de que la mañana se desperece, ‘Los Isras’ han levantado ya en la era más de diez toneladas de haces en las características tiendas de campaña. Estos hermanos, conocidos así en Cañamares, corazón de la producción del mimbre del país, se dedican a su corta.
Menor producción
Tras el almuerzo, es el turno de la desbrozadora con la que cortan las cepas en un visto y no visto. Hasta la mecanización del campo, las familias lo hacían a tijera y de rodillas.
"La producción es inferior a otros años porque la verdad que son ya muy viejas las cepas. Y la climatología, el frío, a veces heladas, pedrisco, cosas… cada vez van perdiendo y no se reponen" nos comenta Luis Jesús Vindel, uno de los hermanos. También los animales que entran a comer a la vega han hecho de las suyas, apunta.
“La producción es inferior a otros años porque la verdad que son ya muy viejas las cepas“
Por otro lado, la calidad tampoco es uniforme: “En Cañamares, la calidad suele ser buena. De todas formas, llevamos varios años por la climatología que vienen los veranos muy calurosos y tampoco le va excesivamente bien al mimbre. Entonces hay zonas con un mimbre de mucha calidad y hay otras zonas que han pasado sed, y al pasar sed la calidad es inferior”, explica.
Falta de relevo
Luis Jesús y su hermano Israel son de los pocos jóvenes que han seguido en el campo. Según se jubilan las familias, es cada vez más improbable la continuidad: “Es un trabajo bastante fuerte físicamente entonces esto no lo quiere nadie prácticamente", asegura Luis Jesús.
“Es un trabajo bastante fuerte físicamente entonces esto no lo quiere nadie prácticamente“
Según rematan la hilera atan los haces y los echan al remolque. Tras descansar en la era, parte de la corta bajará a Cañada del Hoyo. Allí Carlos Javier Moriana está empozando unas 2.000 gavillas para mimbre blanco. El mimbre se quedará unos meses en las balsas de agua hasta que brote. Luego, lo pelarán para sacar el color más claro.
En esta campaña, también ha empeorado el tamaño: "Las medidas van de veinte en veinte centímetros, pues me ha bajado dos-tres medidas en altura. El mimbre alto, ahora, (es) escaso", comenta Moriana.
Cifras y especulación
Cuenca acapara la mayor superficie del país en uno de los territorios más despoblados de España, con un puñado de hectáreas entre municipios como Mariana o Villalba de la Sierra, en el Campichuelo, y otros más al norte entre la Serranía y la Alcarria, como Beteta, Priego o Villaconejos de Trabaque.
Sin embargo, nadie precisa las cifras para un cultivo para el que no hay ayudas ni subvenciones y cuyos productores tampoco han estado nunca organizados. La administración autonómica no tiene registros precisos al no ser un cultivo subvencionable en la Política Agraria Común (PAC), por lo que su declaración es voluntaria.
Todo este conjunto de factores ha dado lugar a otro fenómeno reciente: la especulación de precios. María del Pilar Pérez es la última artesana de la zona, con su taller en Villaconejos de Trabaque. Recuerda cómo ha tenido dificultades para comprar mimbre de su propia comarca al ser adquirido por un intermediario, de otra comunidad, que procesa el producto aprovechando el vacío que ha quedado tras la jubilación de las familias que se dedicaban a la transformación.
Pilar, la última artesana
Pilar espera que este año el kilo no le cueste más de tres euros y medio. Es otro revés para el oficio de artesano en el que solo queda ella, tras la jubilación de su marido: "Solo queda este taller. Prácticamente la última artesana de toda la zona soy yo" sentencia sin levantar la mirada del cestillo que tarda en tejer lo que dura la entrevista. Luego repasa los años “buenos”, hace cuatro décadas, cuando en el pueblo había más de medio centenar de artesanos y se recogían 3.000.000 de kilos de mimbre en la vega. Este año, calcula que no pasarán de los 200.000.
Cuando le preguntamos por las soluciones, Pilar mira a los gobernantes: “Nadie se ha ocupado de los artesanos y ahora ya, si quisieran los políticos que tanto hablan de despoblamiento… si hubieran frenado un poco el despoblamiento en estas zonas… No se han ocupado y ahora, cuando quisieran hacer algo, ya llegarían tarde. Yo creo que esto ya no tiene solución”.
A esta artesana no le falta trabajo, pero no es optimista: “Esto está en vías de desaparecer. A la vuelta de cuatro o cinco años no habrá nada. Aquí, en Villaconejos, no habrá nada”. ¿No hay relevo?, le preguntamos. “No, tampoco. No habrá cultivo y no habrá artesanos”, afirma rotunda, y corta las puntas que le sobran al cestillo. Ahora está con un encargo de trescientos, para la fermentación del pan, de una famosa panadería en Dinamarca. En otoño, tejerá cestas para las setas.