Encarcelados, exiliados o muertos: la suerte de la oposición en Rusia
- Las casualidades de los últimos 20 años ponen bajo sospecha toda encarcelación o muerte de opositores
- Alexei Navalni era el líder más carismático de la oposición ruso, el más incómodo para el presidente Putin y su Gobierno
En un mes, del 15 al 17 de marzo, en Rusia escenificarán el ritual de una votación, millones de personas depositarán una papeleta en una urna.
Pero si estamos de acuerdo en que una elección consiste en eso, en elegir, en seleccionar una opción entre varias, lo de ese fin de semana no será una elección, será una representación teatral con los ciudadanos rusos como actores de reparto. Vladímir Vladimírovich Putin no tiene oposición real y cuando la ha habido le han prohibido presentarse, ha acabado en la cárcel, en el exilio o muerto. El último ha sido Alexéi Navalni.
Cuando ha saltado la noticia, los periodistas hemos pegado un respingo, las redacciones se han puesto en modo urgente. "Ha sido como un electroshock en la sala", ha comentado la enviada especial de la BBC a la Conferencia de Seguridad en Múnich. Pero no de sorpresa. Porque Navalni era un superviviente, ya estuvo a punto de morir en 2020 por un envenenamiento por novichok, un agente nervioso en posesión de las fuerzas armadas rusas. Le salvaron la vida en Alemania. Fue evidente que Navalni estaba sentenciado a muerte y, a pesar de eso, el líder más carismático no se exilió y volvió a su país.
Acabó en la cárcel, no cualquier cárcel, un penal en el norte de Rusia, una versión "moderna" del Gulag soviético, pegado al Círculo Polar Ártico. Para que se hagan una idea, el día que ha muerto la temperatura estaba por debajo de los -20ºC. El novichok no lo mató gracias a la medicina alemana, pero la cárcel en condiciones extremas lo ha hecho.
Cuando nadie cree en las muertes naturales
"La casualidad también existe", decía un personaje en una película argentina. "También". Los observadores de Rusia y la mayoría de la población tampoco creen en las casualidades. Ni en las versiones oficiales. En este caso, nadie fuera de Rusia ha exculpado al Kremlin en esta última muerte, porque la lista de casualidades es demasiado larga y, en algunos casos, los muertos por envenenamiento químico o radioactivo.
En 2003 ―Vladímir Putin llevaba tres años de presidente― asesinaron cerca de casa a Seguei Yushenkov; meses después murió de una "extraña enfermedad" un periodista que investigaba, Yuki Shschekochijin. Al director de la revista Forbes le pegaron un tiro y, en 2006, le llegó el turno a la periodista Anna Politkovskaya llegando a su casa. Hasta que apareció Navalni, el político de más peso opuesto a Putin fue Boris Nemtsov, ex viceprimer ministro. Lo mataron de un tiro en 2015 a pocos metros de la murallas del Kremlin.
El año pasado, el dueño de la empresa de mercenarios Wagner, Yevgueni Prigozhin, pasó de hombre de confianza y ejército B en Ucrania a crítico de cómo el Gobierno dirigía esa guerra. La crítica llegó a la sublevación cuando lideró un intento de golpe de Estado con una columna de tanques para derrocar al ministro de Defensa. Poco antes de llegar a Moscú dio media vuelta, y oficialmente llegó a un acuerdo con Putin.
¿Cómo? Navalni sólo por movilizar a miles de rusos está en un penal de alta seguridad, y Prigozhin amenaza con tanques. ¿Y no pasa nada? Dos meses después el avión en que viajaba se estrelló y Prigrozhin no sobrevivió.
El exilio no te salva
Fui testigo de cómo los envenenamientos y las muertes extrañas de opositores o críticos del gobierno ruso los alcanzaban en Gran Bretaña. El caso más célebre fue el del antiguo espía Alexander Litvinenko, muerto por envenenamiento de polonio, radioactivo, en Londres. Unos años después, Boris Berezovski, quien fue una especie de Rasputín del presidente Yelstin, y a quien se atribuyó la promoción de Putin a la cúspide del poder, se enfrentó a su antiguo protegido, se exilió en Londres y un día apareció muerto en el baño de su casa. La causa oficial fue un infarto, y es posible que lo fuera, pero para entonces (2013), toda muerte de un crítico a Putin estaba ya bajo sospecha.
Muerto Navalni, el crítico más prominente vivo y con mayor proyección fuera de Rusia es Mijail Jodorkovski, un exmagnate del petróleo que llegó a ser la persona más rica de Rusia. Pasó diez años en prisión (2003-2023) y desde su liberación vive en Londres, donde ha creado una organización contra el gobierno de Putin.
Siempre hay un motivo para encarcelar
Uno no se convierte en millonario, mucho menos en multimillonario, cumpliendo la ley de manera ejemplar. No en Rusia. Por la manera en cómo se hacen negocios y por cómo funciona el Estado. Es un sistema con leyes difíciles o imposibles de cumplir a rajatabla.
Cuanto más poder se tiene o se pretende, más alianzas, componendas y trapicheos se llevan a cabo para conseguir los objetivos. El Gobierno hace la vista gorda confiado. Confía porque el hecho de que casi todo el mundo tenga alguna falta o delito en su haber los vuelve vulnerables y le da un arma al Kremlin: siempre puede encontrar argumentos para detener y acusar a alguien por fraude económico o algún tipo de corrupción. Tan probable es que los cargos contra los opositores sean inventados, hinchados, como ciertos. Pero esa no es la cuestión, la cuestión es a quién se aplica esa vara de medir y a quién no.
Las reacciones de Gobiernos y personalidades se están sucediendo desde que las autoridades penales de Rusia han anunciado la muerte de Navalni. Y hay un consenso, Occidente no cree en las casualidades.