Navalni, víctima del 'gulag' de Putin
- Aspiraba a ser 'el Mandela ruso' y a pasar algún día de preso a presidente
- Se ganó hasta el respeto de quienes hasta entonces le criticaban dentro de la fragmentada oposición rusa
Alexéi Navalni era muy consciente de que su oposición a Vladímir Putin podía costarle la vida. “Si me matan, no os rindáis”, dejó dicho en un premiado documental como mensaje póstumo a los rusos. Tenía claro que el Kremlin quería eliminarlo después de haber sufrido un ataque con armas químicas que casi le cuesta la vida. Aun así, tras recuperarse en Alemania, volvió a Rusia. Muchos lo vieron como un acto suicida. Le detuvieron en el mismo aeropuerto y ya nunca recuperó la libertad. Pese a sus huelgas de hambre, pese a las protestas ciudadanas y pese a las sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que afirman que todos los cargos contra él son falsos, fabricados para que no pudiera disputarle a Putin la presidencia en unas elecciones libres.
Con su gesto suicida, se ganó el respeto de quienes hasta entonces le criticaban dentro de la siempre fragmentada oposición rusa. Ni dentro de prisión, en las más duras condiciones, consiguieron quebrar su voluntad. Seguía determinado a influir en la vida política, en crear un futuro distinto para Rusia, a través de la enorme red de colaboradores que tejió durante años dentro y fuera del país. Aspiraba a ser 'el Mandela ruso' y a pasar algún día de preso a presidente. Así se convirtió en símbolo y ejemplo de coraje para los rusos, a la vez que en una amenaza latente, persistente y muy molesta para Putin.
Quizás nunca llegue a conocerse toda la verdad sobre su trágico final en el reino del secretismo oficial, las mentiras y el silencio, pero los rusos exiliados por motivos políticos tienen claro el culpable. En las manifestaciones que se están convocando frente a Embajadas y Consulados de Rusia por el mundo, el grito más escuchado es “Putin asesino”.
Incluso dentro de los confines de Rusia, pese a los rigores de la represión, muchos buscan la forma de expresar su repulsa a lo ocurrido, su sentido homenaje al hombre que llevó su lucha política hasta las últimas consecuencias. A falta de un cuerpo o una tumba que honrar, lo hacen llevando sus flores a los monumentos por los millones de víctimas de la represión política del país.
Como la piedra de Solovietsky, traída de uno de los remotos campos de trabajos forzados a donde Stalin desterraba a sus enemigos, reales o imaginarios. Las cárceles actuales rusas son herederas de aquel brutal sistema carcelario del gulag (La Dirección General de Campos y Colonias de Trabajo Correccional), de donde la mayoría de presos jamás regresaba.
De la represión de Stalin a la de Putin
Uno de los reportajes que más me permitieron entender las sombras de Rusia en mis cinco años como corresponsal fue 'Hijas del gulag' emitido en Informe Semanal. En él, entrevisté a descendientes de represaliados políticos de la Unión Soviética, en ocasiones sin más motivos que las paranoias, la crueldad y el miedo a perder el poder de Stalin.
En el propio museo del gulag que hay en Moscú, el director me explicó que Moscú exigía a las regiones que les enviaran cupos mensuales de presos, divididos en dos categorías: a unos se los enviaba a los campos de trabajos forzados; a los otros se los ejecutaba directamente. Acabar en una lista u otra era muchas veces cuestión de suerte. Así entendí de dónde viene la llamada arbitrariedad rusa y cómo este país ha sacrificado las vidas de tantos ciudadanos en nombre de la supuesta grandeza del Estado.
También vi con mis propios ojos y documentadas las mentiras del poder. A las familias no se les comunicaba que los reos habían sido ejecutados. Les escribían “está condenado a diez años sin correspondencia”. Solo con la caída de la URSS, al desclasificarse secretos oficiales, descubrieron el verdadero y macabro significado de esa frase.
Igual que aquellos presos, también Navalni ha acabado sus días desterrado en una remota prisión del Ártico, sufriendo en sus carnes toda la crudeza de un sistema carcelario pensado no para la reinserción sino para el castigo y la eliminación de cualquier disidencia. Nadie espera en Rusia la versión oficial del fallecimiento, les han engañado demasiadas veces. Con sus homenajes, los rusos demuestran que ven a Navalni como una víctima más del gulag de Putin. Ahora son ellos los guardianes de su memoria. Saben que el aparato del Estado hará todo lo posible por borrar incluso su recuerdo.