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El porno y los adolescentes, de la ficción a la realidad: “Me ha dado miedo lo que mi cerebro me pide ver para excitarse”

  • Siete de cada diez adolescentes admiten que el porno les ha influenciado mucho o bastante en sus relaciones sexuales
  • Los expertos y los jóvenes entrevistados insisten en la importancia de una educación sexual integral

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Consumo de pornografía entre adolescentes
El consumo de porno por los adolescentes se ha convertido en una preocupación política DISEÑO RTVE

El acceso al porno en internet por parte de niños, niñas y adolescentes se ha convertido en una prioridad política en España desde que el pasado mes de enero el propio presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, lo definió como “una auténtica epidemia” y expresó su intención de regularlo con una estrategia que implica a varios ministerios, cuyo primer paso es una app con un sistema de verificación de edad.

Nueve de cada diez españoles, incluidos los adultos más jóvenes, están de acuerdo en que los menores deberían tener restringido o prohibido este tipo de contenidos, según una encuesta del CIS difundida poco después que avala esta iniciativa del Ejecutivo.

Pero para atajar el problema de que el primer acercamiento a la sexualidad se base en los vídeos para adultos, es necesario entender con datos y el testimonio de chicos y chicas qué es lo que motiva el consumo de pornografía y cómo puede influir a los menores a la hora de relacionarse sexo-afectivamente. En definitiva, y valga aquí el spoiler, la ‘llave’ del problema no es la que cierra el acceso a los contenidos, sino la que abre la educación sexual de los adolescentes.

El último informe de Save The Children (2020) sobre este asunto daba la medida de un problema que la mayoría de padres y madres desconocen: el 53,8% de los adolescentes entrevistados accedió por primera vez al porno antes de haber cumplido 13 años. En la misma línea, otros estudios internacionales sitúan en unos 11 años la edad media de acceso.

La primera vez que Roberto (nombre ficticio) vio porno tenía siete años y lo vio con uno de sus primos como una “trastada” a espaldas de sus padres. Ahora, ya con 26 años, admite que lo consume varias veces a la semana, sobre todo cuando lleva un tiempo sin mantener relaciones sexuales, y asegura que las medidas de control deberían ser más estrictas: “Solo te preguntan si eres mayor de edad y con hacer clic en permitir ya puedes entrar, tengas la edad que tengas.”

Como Roberto, siete de cada diez adolescentes consumen contenidos sexuales de forma frecuente. Según los datos de Save The Children, el 87,5% de los chicos consume porno, frente al 61,1% de las chicas, pero, ¿cómo llegan a estas páginas para adultos? 

Uno de cada dos adolescentes (de 13 a 17 años) accede por primera vez a contenido pornográfico a través de su grupo de iguales, ya sea porque un amigo se lo enseñe o se lo envíe o porque él mismo lo busque después de hablar de ello. 

Este también es el caso de Bea. “Cuando vi porno por primera vez, aún no me había bajado la regla, y me bajó con 11 años”, admite la joven de 25 años. Lo buscó en internet porque “todos los niños de mi clase hablaban sobre eso y quería saber qué era”. Y, hasta años después, pensó que las relaciones sexuales eran tal cual las veía en las páginas para adultos.

El efecto de ver porno a una edad tan temprana, en la que el cerebro no está desarrollado ni física ni emocionalmente, puede ser “una verdadera bomba de relojería”, asegura el psicólogo Sergio Cruz. Puede generar problemas como “peor tolerancia a la frustración; problemas de autoestima e inseguridades; menos autocontrol; ansiedad social, aislamiento y depresión; problemas de atención y concentración; además de problemas físicos como disfunción eréctil, eyaculación precoz o tener menos niveles de energía”, apunta el experto en adicciones del comportamiento. 

Solo un 26% de los adolescentes adquiere información sexual en su centro educativo y dos de cada cinco recurren a la pornografía para informarse. Esto evidencia la ausencia de “una educación sexual integral, feminista y diversa” que dé herramientas para entender la complejidad de la propia sexualidad, los encuentros sexuales y las identidades sexuales, indica María Santana, educadora social y sexóloga.

“Hablar de sexo o de sexualidades no implica que los adolescentes vayan a tener relaciones sexuales desenfrenadamente. La educación sexual lo que hace es reducir miedos, reducir riesgos y generar un acercamiento mucho más amable”, enfatiza la experta. 

Sin una educación sexual efectiva, hay más riesgo de no discernir entre ficción y realidad. El 28% de los adolescentes no identifica las prácticas que ven en el porno como violentas, especialmente los chicos. Además, el 59% de los que consumen porno frecuentemente prefiere ver vídeos con jerarquías de poder explícitas (dominación-sumisión).

Armando (29 años) cree que el porno podría incitar a la violencia, pero, al mismo tiempo, asegura que entra en conflicto consigo mismo cuando “hay chicas que le piden prácticas propias del porno”. 

Según el psicólogo Sergio Cruz, la mayoría de los adolescentes no tiene capacidad de entender que el porno es una ficción y, por tanto, genera expectativas sobre la sexualidad que son difíciles de combatir: “El hombre vale por el tamaño de su miembro, lo que es capaz de aguantar o su cuerpo; y la mujer, por sus atributos corporales, flexibilidad, sumisión y capacidad de satisfacer al hombre”. 

Verónica (nombre ficticio) tomó el porno como modelo a seguir y eso ha marcado sus relaciones sexuales: “Creo que siempre me ha gustado el rol sumiso y el BDSM [prácticas que incluyen la inmovilización y el sadomasoquismo, entre otras] por haber consumido porno desde tan joven”. Es más, la joven de 26 años asegura que de pequeña pensaba que la mujer disfrutaba y que, con algunas parejas sexuales, se vio “obligada” a hacer algunas prácticas “para no cortarles el rollo o defraudarles”.

Como le pasó a Verónica, el 47,4% de los adolescentes que ven porno frecuentemente han llevado a la práctica lo que han visto en sus relaciones sexuales y a siete de cada diez les ha influenciado mucho o bastante. El porcentaje es mayor en los chicos heterosexuales que, además de ser los que más lo consumen, son los que más lo imitan. 

A Luisa (25 años) le gusta el porno y considera que aprende de él, pero también ha llegado a generar en ella fantasías que afectan a su vida sexual: “El otro día quedé con un chico, el sexo estuvo superbién, pero no pude terminar hasta que me imaginé una escena de un vídeo porno que había visto recientemente”, recuerda.

Por su parte, Fran (35 años) asegura que el porno le ha llevado a experimentar cosas que no suele hacer, como provocar asfixia -”sin pasarme”, aclara- o probar el sexo anal. Reconoce que se ha planteado dejar de consumir porno: “Me ha dado miedo lo que mi cerebro me pide ver para excitarse”. 

Según el Instituto Vasco de la Mujer (Emakunde), el 88,2% del porno contiene violencia física o verbal contra las mujeres. “Lo normal en un vídeo porno es que haya violencia, aunque no veas a una persona pegando a otra. Por ejemplo, puedes ver a una chica completamente rasurada, con facciones infantiles, vestida de colegiala y eso es una apología de la pedofilia”, evalúa Uxía López Mejuto. 

Según explica la socióloga, hay mucho debate sobre si el porno puede crear adicción. “El cerebro hace relaciones”, afirma, y si se ha alcanzado el orgasmo viendo repetidas veces una determinada imagen, “al final recurre a esa imagen para llegar a ese nivel de excitación”. La investigadora remarca que ningún organismo médico oficial considera el consumo de porno un tipo de adicción en sí mismo.

“Creo que no entender los límites de tu libertad sexual y, encima, ver que hay hombres que se ganan la vida haciendo como que violan o mujeres como que son violadas, pero terminan diciendo ‘qué bien me lo he pasado’, da un mensaje de que todo es bueno y que igual ahora está diciendo que no, pero que al final le va a gustar”, reflexiona Bea. 

López Mejuto realizó un estudio en el que relaciona el consumo temprano de pornografía como una de las causas del incremento de la violencia sexual en España, y señala que “el porcentaje de agresiones sexuales a menores de 16 años ha aumentado y, sobre todo, por parte de sus iguales”. 

En 2022, se denunciaron 6.349 hechos de agresión sexual o violación a menores, según datos del Ministerio de Interior (2023). De acuerdo con la investigadora, la toma de conciencia que tienen las mujeres más jóvenes ha sido clave para que aumente el número de denuncias.

Para Juan José (22 años), el problema principal es que los adolescentes “deberían saber que todo lo que se ve [en el porno] está pactado y que no es real”. El joven señala que “el porno suele ser violento” y que, de imitarse, solo generaría relaciones “muy violentas”.

En la misma línea, Ares (24 años) cuenta que poner en práctica, especialmente sin el consentimiento de la otra persona, lo que se ve en este tipo de vídeos puede llegar “demasiado lejos”. Recuerda que cuando era más joven se sentía “presionado” por una expareja que le insistía en llevar la ficción a la realidad y que incluso le “chantajeaba emocionalmente”. 

En 2022, 930 menores fueron detenidos por agresión sexual o violación y 165 fueron condenados, mayoritariamente varones: del total, solo hubo 94 detenidas y tres condenadas. Ante estas cifras, la educadora social María Santana no señala al porno como responsable, porque asegura que “las personas que deciden agredir y violar no lo hacen por placer, lo hacen por poder y por la sensación de impunidad que tienen al hacerlo”. 

En la misma línea, Sergio Cruz incide en que el porno “no es el único ni el principal culpable” de este problema: “Sería como decir que los videojuegos violentos o ver películas en las que hay asesinatos son la única causa de que haya personas que cometan crímenes”. 

Aunque en los contenidos para adultos no se muestre la fase de aceptación y consentimiento de la relación sexual, Santana cree que “el problema no está en el porno, sino en lo que se hace con él”, ya que “no todas las personas que ven porno se convierten en agresoras”. “Si ponemos el foco en que lo problemático es la pornografía en sí, hay muchos lugares a los que no estamos llegando”, evalúa.