Matrimonios forzosos y mutilación genital: las mujeres turkana se rebelan contra el machismo ancestral
- RTVE.es da voz a jóvenes turkana pioneras en la conquista de los derechos de la mujer en una sociedad profundamente machista
- En la región más pobre de Kenia las condiciones de vida “perpetúan la desigualdad de género”, según ONU Mujeres
- Día de la Mujer 2024, en directo
"Turkana es una zona rural donde la gente vive una vida dramáticamente pobre", cuenta Pamela Akiru en el vídeo que encabeza este artículo. Es una de las jóvenes kenianas que ha relatado su experiencia a RTVE.es y que se ha convertido en referente para las niñas y adolescentes que habitan el noroeste de Kenia, entre Uganda, Sudán del Sur y Etiopía.
El condado de Turkana es un lugar remoto y de difícil acceso donde el tiempo parece haberse detenido en el Neolítico. La región se encuentra aislada del resto del país por una serie de cadenas montañosas y por las aguas saladas del lago que le da nombre.
“Las niñas son tradicionalmente menos valoradas que los hombres y el matrimonio infantil es una solución común a la pobreza“
En esta zona, "las niñas son tradicionalmente menos valoradas que los hombres y el matrimonio infantil es una solución común a la pobreza", explica Pamela Akiru. Aquí sobreviven unas 621.000 personas en unas condiciones muy difíciles. La mayoría son nómadas o seminómadas entregados a sus rebaños de cabras, camellos y burros. Las familias tienen una media de siete hijos y aún son minoría los que han comenzado a establecerse en pequeños poblados para dedicarse a la pesca o la agricultura de subsistencia.
La pobreza es extrema. Sus habitantes luchan cada día contra el hambre, la sequía y la malnutrición. Apenas hay pozos de agua y las comunicaciones son escasas y muy deficientes. A este rosario de penalidades hay que sumar la inseguridad provocada por los conflictos fronterizos.
ONU Mujeres asegura en sus informes que en este remoto condado de Kenia, “las mujeres no sólo luchan por recoger suficiente agua, sino que cuando escasea la comida, ellas comen menos que los hombres”. Y concluye que “cuando no se garantizan los derechos reproductivos se perpetúa la desigualdad de género”.
A todo lo anterior hay que añadir que los kenianos de Turkana están muy apegados a sus costumbres ancestrales y son muy reacios a al cambio. Pero no todo son malas noticias, últimamente parece que han comenzado a aceptar que las niñas acudan a la escuela.
Rose Nameya, Anjelina Ikaal, Pamela Akiru y Nancy Inam son algunas de las jóvenes turkana que han contado a RTVE su experiencia en esta revolución silenciosa de mujeres que han visto en la educación la mejor herramienta para construir una sociedad más justa donde no se negocie el matrimonio de una niña con un hombre de otro clan a cambio de unas cabras.
Rose Nameya: “Mi familia me dijo que no fuera a la escuela, pero me escapé”
Rose llegó al Centro de Niñas Nómadas San Patricio de Lokitaung huyendo de un matrimonio forzoso. Las hermanas recuerdan que tendría unos ocho años y venía con su hermana pequeña en brazos. Estudió primaria, secundaria y cursó estudios superiores fuera del condado Turkana. Ha regresado y ahora es la responsable de una cooperativa de mujeres que lleva adelante un proyecto de agricultura.
“Las reúno para poder asesorarlas, para reconocer los casos de malos tratos, de violación y de matrimonios precoces y forzosos“
Sorteamos la falta de electricidad y la escasez de conexión a internet con mensajes de audio por Whatsapp. Nameya sabe que es “un modelo a seguir por parte de las niñas de la comunidad”. Se siente muy agradecida con la educación que le han dado las hermanas y explica que su trabajo en la cooperativa agrícola va más allá del cultivo de verduras y hortalizas en una tierra casi estéril.
“Las reúno para poder asesorarlas, para reconocer los casos de malos tratos, de violación y de matrimonios precoces y forzosos”, exclama Rose. “Nuestros padres no pueden aceptar estas costumbres de la dote sólo porque quieran tener más cabras”, apunta con convicción.
Pamela Akiru: “Busco ser ejemplo e influencia para otras mujeres en mi comunidad”
Pamela Akiru fue una de las primeras niñas acogidas por las misioneras que llegaron a Turkana hace 23 años. Es una líder nata. Fue head girl en el Centro de Niñas Nómadas durante muchos años, donde siempre destacó por su madurez y sus grandes dotes de comunicación. “Las niñas son tradicionalmente menos valoradas que los niños y el matrimonio infantil es una solución común a la pobreza”, explica Pamela cuando le preguntamos por la situación de las niñas en Turkana.
“Quiero que las mujeres se empoderen, que accedan a una buena educación y que logren sus metas“
Tras estudiar Community Health Development (Desarrollo sanitario comunitario) en Lodwar -capital del condado Turkana-, y coincidiendo con la pandemia de coronavirus, montó una tienda a través de Whatsapp para vender ropa interior. Su negocio ha prosperado y vende todo tipo de prendas. Además ha abierto una tienda física en Lodwar. “Busco ser ejemplo e influencia para otras mujeres en mi comunidad, empoderándolas para acceder a una buena educación para lograr sus metas”, afirma convencida.
En la actualidad, trabaja también con US AID Nawiri, coordinando un programa de microcréditos para 150 mujeres de la región, entre las que se forman grupos para generar negocios que sean sostenibles. “En 2005 fui ayudada por las Hermanas Misioneras Sociales de la Iglesia. Esto realmente cambió mi vida, fue realmente un cambio drástico”, reconoce Akiru.
Anjelina Ikaal: “Ahora soy independiente y libre”
Anjelina es la primera niña acogida por las hermanas que ha conseguido acceder a estudios universitarios. Desde pequeña siempre ha destacado por su curiosidad y su voluntad de aprender, cualidades que le llevaron a tener un muy buen desempeño académico en Primaria, por lo que el Equity Bank de Kenia le concedió una beca para estudiar Secundaria en Nakuru, la cuarta ciudad más importante del país, en el sur. “Uno de los derechos que he logrado hasta ahora es el derecho a ser independiente y libre. Ahora soy capaz de tomar decisiones mejores”, asegura Ikaal desde la capital, Nairobi.
“Espero que todas las niñas de mi comunidad se eduquen; la educación es la clave de la vida“
En la actualidad Anjelina estudia segundo de Relaciones Internacionales en la Catholic University of Eastern Africa de Nairobi. Su sueño es poder trabajar en la embajada de Kenia en España. En cuanto a idiomas, Anjelina habla turkana, swahili e inglés, y está estudiando además francés y árabe en la universidad. “Espero que todas las niñas de mi comunidad se eduquen; la educación es la clave de la vida. Y la educación es la clave para un futuro mejor”, repite convencida esta mujer empeñada en cambiar las condiciones de la mujer en el pueblo turkana.
En 2023 Anjelina se sumó como voluntaria de la Asociación Manyatta en el Centro de Niñas Nómadas San Patricio. Hoy es un referente para sus compañeras. “Puedo decir que el trabajo que las hermanas están haciendo en Turkana ha impactado en mi vida de manera positiva”, concluye Anjelina.
Nancy Inam: “Los padres creen que las niñas no tienen derecho a ir al colegio”
Nancy llegó al Centro de Niñas Nómadas San Patricio en el año 2007. Tiene parte de su familia repartida entre Lokitaung -donde viven de forma tradicional, en una manyatta típica- y Lodwar, la capital turkana. Su principal característica es la empatía y el sentido del humor. De pequeña nunca destacó por su nivel académico, pero a medida que fue creciendo su rendimiento ha ido mejorando hasta el punto de que ahora mismo se encuentra estudiando Psicología en Eldoret, otra gran ciudad al oeste del país.
“En Lokitaung no hay ningún psicólogo y me gustaría ayudar a algunos niños que son rechazados por sus familias“
Inam se siente muy afortunada de la educación que le han proporcionado las misioneras en un lugar donde “los padres creen que las niñas no tienen derecho a ir al colegio”. Nancy asegura que su principal derecho ahora es el de "ser independiente. Puedo hacer todo por mi cuenta”. Esta estudiante de Psicología explica que en su ciudad, en Lotikaung, “no hay ningún psicólogo” y ella quiere ayudar a “algunos niños que son rechazados por sus familias y tienen problemas. Me gustaría aconsejarlos y darles esperanza en la vida”.
María Soledad Villigua es una ecuatoriana que lleva algo más de año y medio viviendo en Kenia, concretamente en la región de Turkana, al noroeste del país africano. Una zona extremadamente pobre, árida y con costumbres muy arraigadas en su etnia mayoritaria: los turkana. No se trata sólo de matrimonios forzosos o de la mutilación genital, es que “ahí la mujer no tiene voz, no tiene derechos”, nos cuenta esta misionera en una de sus visitas a España.
La sociedad de las cabras
Villigua ha pasado por Madrid para apoyar la campaña de Manos Unidas, una de las oenegés que colabora con los proyectos de las Misioneras Sociales de la Iglesia en Kenia. Ahora andan especialmente preocupadas porque el cambio climático está secando los pozos. Pero es que el hambre sigue haciendo estragos y las mujeres sufren cada día el machismo ancestral de los turkana. “Es muy difícil cortar con ciertas tradiciones”, dice la misionera. Allí la mujer es tratada “como un objeto que se puede comprar y vender”.
“Un hombre, por la poligamia, tiene cuatro, cinco o seis mujeres. Mientras más cabras, más mujeres. Y en cada mujer seis, ocho, diez hijos”, explica la religiosa para tratar de hacernos comprender la cultura de una sociedad rural caracterizada por la falta de libertad, la sumisión al hombre y las condiciones infrahumanas de trabajo.
Javier Venegas, voluntario español de la Asociación Manyatta -creada para financiar la educación de las niñas turkana- confirma que no es fácil romper con estas tradiciones. Cambiar niñas por cabras está normalizado incluso entre las mujeres porque “el matrimonio forzoso es entendido como una forma de ayudar a su familia y a su comunidad”. Voluntarios y religiosas están apostando fuerte por la educación de las niñas para provocar el cambio.
El Ecuador también pasa por Kenia
El país africano también está atravesado por la línea imaginaria que divide la Tierra y da nombre al país americano del que proceden las misioneras. Cuando llegaron las hermanas comenzó la revolución y las mujeres turkana iniciaron su particular paso del ecuador.
Las religiosas comenzaron abriendo centros nutricionales, después perforaron pozos. Siguieron con las escuelas. Han pasado 23 años y algunas de las pequeñas que se acercaron a ellas son hoy el motor del cambio. Mujeres referentes en las que otras niñas se pueden mirar para acabar con el machismo ancestral.
En agosto, los voluntarios españoles de la Asociación Manyatta volverán a la región turkana para seguir acompañando a las niñas y jóvenes en esta revolución feminista que apuesta descaradamente por la formación y la educación para cambiar una sociedad ancestral que no respeta los derechos humanos de las mujeres. Allí se encontrarán con las Misioneras Sociales de la Iglesia. Tres ecuatorianas y veinte kenianas -procedentes de otras zonas del país- que han apostado su vida para ayudar a las niñas y jóvenes que han decidido dar un paso adelante para romper con el machismo ancestral de los matrimonios forzosos y la mutilación genital.