Ser mujer en prisión: así es la vida de las presas en un mundo de hombres
- En España hay 4.027 mujeres en prisión que representan el 7,6% de la población reclusa en España
- La presencia minoritaria de las mujeres ha condicionado la estructura, los equipamientos y la intervención
- Día de la Mujer 2024, en directo
La realidad penitenciaria es eminentemente masculina. En estos momentos hay 4.027 mujeres en prisión, al menos 534 residen en los cuatro centros penitenciarios destinados exclusivamente a mujeres. El resto se encuentra en prisiones que albergan población masculina y femenina, tanto en módulos de mujeres como en mixtos. Por lo general, las cárceles están hechas a medida para los hombres. El total de la población reclusa, a 2 de febrero de 2024, se alza a 47.377 (excepto Cataluña y País Vasco). Las mujeres representan el 7,6%. Esa presencia minoritaria de las mujeres ha condicionado la estructura, los equipamientos, los servicios, las actividades y la intervención en centros que se han ido creando "bajo un rol o un patrón del hombre masculino, blanco, heterosexual, no discapacitado y adulto", explica Gloria Poyatos, magistrada del Tribunal Superior de Justicia de Canarias y fundadora de la Asociación Española de Mujeres Juezas de España (AMJE). Nuestro país tiene la mayor tasa de encarcelamiento femenino de Europa Occidental.
Se ha tardado muchos años en poner el foco sobre la necesidad de atender la especificidad de las mujeres. "La entrada, la estancia y la salida de las mujeres en los centros penitenciarios es completamente distinta a la de los hombres", explica Vicenta Alonso, psicóloga del Cuerpo Superior de Técnicos de Instituciones Penitenciarias y directora del Centro Penitenciario de Vizcaya. Las mujeres privadas de libertad tienen como denominador común: la media de edad que se sitúa en los 42,2 años, la condición de víctimas de violencia de género, en torno al 80% la han sufrido, a lo que se añade que la mayoría proviene de contextos socioeconómicos frágiles y la maternidad como patrón más común (ocho de cada diez reclusas son madres).
El género también influye en la tipología del delito. Según Instituciones Penitenciarias, las tres primeras causas de ingreso en prisión de las mujeres se debe a la comisión de delitos contra el patrimonio y el orden socioeconómico, contra la salud pública, y excepcionalmente por homicidio y sus formas. Ellas cometen delitos leves, y menos violentos, normalmente, como consecuencia "de la situación de exclusión social en la que se encuentran", asocia Alonso.
Los factores de intersección más usuales son la etnia, la nacionalidad, la toxicomanía, la discapacidad y la salud mental. “Su nivel de estudio y la cualificación es mucho menor y tienen personas dependientes a su cargo”, detalla la directora del Centro Penitenciario de Vizcaya. “Todas vienen con una mochila muy cargada de experiencias, vivencias e itinerarios personales muy complejos. Y su condición de ser mujeres aporta un valor añadido a la carga que traen”, reflexiona Benito Aguirre, director del Centro Penitenciario de Araba/Álava. Lleva más de 35 años trabajando en Instituciones Penitenciarias. Las voces expertas coinciden en que las prisiones son un reflejo de la sociedad. “Nosotros gestionamos los problemas que están fuera de los muros”, añade Aguirre.
“Han quebrado ese mandato de ser buena mujer y buena madre”
El internamiento para ellas es mucho más traumático. El reproche social por su entrada en prisión es mayor y a esto se le suma, que los hombres reclusos siempre cuentan con el apoyo de una mujer, una madre, una hermana o una hija que les sostiene, emocional y afectivamente. “En el caso de las mujeres, vemos cómo este apoyo no existe y/o se pierde en el momento de ingresar en el centro”, señala. La maternidad en prisión es una cuestión que siempre se plantea; sin embargo, a ellos nadie les cuestiona por cómo viven la paternidad. Las mujeres reclusas se sienten más cuestionadas por la crianza y, evidentemente, eso influye también en su “autoestima y autoconcepto”, coinciden las expertas.
“Son educadas para el cuidado de otros”, reitera la magistrada. Las madres “han quebrado el sistema patriarcal, con ese mandato de ser buena mujer y buena madre”, explica Vicenta Alonso. Por lo que la crianza entre rejas queda reducida a sentimientos de culpa, vergüenza y fracaso personal. Solo los hijos menores de tres años pueden permanecer con sus madres. En las unidades de madres de competencia estatal (excepto Cataluña y País Vasco) hay 47 madres y 48 niños. “Lo que nos lleva a la difícil decisión que tiene que tomar una mujer embarazada o con hijos, de si es mejor para los menores tener a una madre cerca, o sentir la libertad y la sociedad, viendo a sus madres solo una hora a la semana, o cuatro horas seguidas al mes”, recoge un informe de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía que analiza las condiciones de las mujeres privadas de libertad.
Las expertas coinciden que las dos opciones son complicadas y lamentan que no “existen módulos para madres” en todas las cárceles. Reclaman que se tengan en cuenta las necesidades de la infancia al ser un mandato de la Convención Internacional de los Derechos del Niño que ha ratificado España. Es imprescindible, insiste Poyatos, computar las necesidades de niños y niñas en edades muy tempranas. “Necesitan a sus madres, a pesar de que hayan cometido un delito y estén cumpliendo las penas correspondientes”, coincide la psicóloga del Cuerpo Superior de Técnicos de Instituciones Penitenciarias. “Afortunadamente, aquí en el País Vasco, a nivel de judicatura, hay una sensibilidad especial con estos casos y se buscan alternativas al ingreso en prisión”, alega.
La Unidad de Madres en el sistema penitenciario vasco, asegura Alonso, se ha utilizado en muy pocas ocasiones y por periodos muy breves de tiempo. La magistrada del Tribunal Superior de Justicia de Canarias abunda en la importancia de habilitar un lugar de cumplimiento de penas alejado de lo que son los centros penitenciarios. Por otro lado, también denuncian que no se tenga en cuenta, la situación de gestación y parto de aquellas que internas que están embarazadas; en definitiva, las expertas lamentan que el sistema penitenciario no considere las particularidades propias de las mujeres: la culpa por no poder estar al cuidado de su prole en el exterior, que en el mejor de los casos, quedarían al cuidado de otros familiares o pasan a estar al cargo de la Administración y en casos más extremos en procesos de acogida y/o adopción; y el hecho de que para una mujer, el ingreso en prisión puede suponer truncar su proyecto de maternidad.
La violencia de género no es una atenuante
Es importante que “una madre no pierda la noción de lo que son sus hijos y sus hijas. No solamente por el interés de la madre, sino también por el de los menores”, asegura el director del centro de Araba. El sistema penitenciario tiene que esforzarse para que los vínculos no se pierdan, siempre y cuando, la realidad y el procedimiento procesal lo permitan. Pero sobre todo tener claro, reconoce Alonso, que “si la realidad de unos y de otras no es similar, las actuaciones y las intervenciones no pueden ser iguales. Entonces, no estaríamos atendiendo de forma adecuada a esas mujeres”.
Otro dato que prevalece entre las mujeres presas es que el 80% han sufrido, en algún momento, violencia machista. Han sido víctimas de abusos y violencia sexual. En el País Vasco, según datos oficiales, se calcula que un 87% han sufrido maltrato físico, mayoritariamente por parte del entorno familiar, por parejas o exparejas. La fundadora de la Asociación Española de Mujeres Juezas denuncia que el ser víctimas de violencia de género no sea contemplada como atenuante a la hora de determinar la pena.
“A las víctimas de violencia machista se les aplican las mismas penas que a otros que no la han sufrido”, manifiesta. Sin embargo, "las expectativas, las preocupaciones y las experiencias de las mujeres no están recogidas en el derecho en general ni en el Código Penal", lamenta la magistrada. Hay casos, arguye, en los que se han visto empujadas, entre otros motivos, a delinquir también por esa situación de devaluación previa, por esa situación de dificultad y dolor que las ha colocado en un contexto de alta vulnerabilidad en relación con otras mujeres que no han pasado por esa situación traumática.
En los centros penitenciarios se cuenta con un programa especial para prevenir la violencia machista. Uno de los programas puestos en marcha es el de Ser Mujer, que está ayudado a muchas mujeres que "no saben que han sufrido violencia machista". Sólo cuando ingresan en prisión y acceden a estos espacios es cuando se autocuestionan sus vivencias y llegan a la conclusión de que "esto mismo me ha pasado a mí", explica Mercedes Iruarrizaga, psicóloga del Centro Penitenciario de Araba. No se puede dar marcha atrás, dice, pero sí ayuda a prevenirla en el futuro.
Su comportamiento en prisión es menos disruptivo
Por otro lado, su comportamiento en prisión es mucho menos disruptivo que el de los hombres. Es importante que la estancia en un centro penitenciario sirva como una etapa de la vida. De hecho, para muchas mujeres es "una oportunidad para acceder a servicios básicos que un Estado de derecho tiene que garantizarles", enfatiza Benito Aguirre. Acceden por primera vez a derechos básicos como la salud, la educación, el trabajo e incluso el ocio. El trabajo es una pieza fundamental porque por primera vez tienen la oportunidad de hacer algo productivo, tener ingresos propios, cotizar a la Seguridad Social y asumir la responsabilidad con las víctimas.
“Las víctimas están presentes, como no puede ser de otra manera. Un aspecto significativo es ser consciente de que has cometido un delito y que ese delito tiene asociada unas víctimas y que esas víctimas tienen unos nombres y unos apellidos”, señala el director del Centro Penitenciario. Todo lo que pueda aportar para reparar el daño que se ha causado, añade, se va a valorar en el proceso de reinserción en la sociedad.
El empleo y la oportunidad de formarse ayuda a que “el día de mañana puedan tener una salida laboral ajustada a sus necesidades, a sus capacidades, y que ese delito que cometieron, que normalmente está relacionado con una precariedad económica, pues que no lo vuelvan a repetir”, concluye Mercedes Iruarrizaga. Además, Vicenta Alonso, insiste en la importancia, en el caso de las mujeres, de fomentar, impulsar y reforzar su autonomía y su independencia. La clave es que puedan estar en el exterior sin depender de nadie.
Después de haber pasado por la prisión, “si vuelves al mismo entorno, sin las herramientas suficientes, internas y externas, para gestionar las dificultades inherentes a ese entorno tóxico, lo lógico es que vuelvas a intoxicarte”, concluye Benito Aguirre. Aunque en el caso de ellas, según el estudio sobre reincidencia penitenciaria elaborado por la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, el 94,97% de las personas reincidentes eran hombres y el 5,03%, mujeres.
Y las instituciones tienen que tener, recuerda Alonso, “ojo avizor y tener mucho cuidado y estar muy vigilantes para que en ese momento de salida no se estén produciendo situaciones de violencia”.