El 11M como obra maestra negra: de la crónica adictiva de Jabois a la serie de los Sánchez-Cabezudo
- La serie Nos vemos en otra vida es una contundente recreación de la trama asturiana
- Está basada en el libro de Manuel Jabois surgido de la entrevista al único menor condenado
- 11M, en directo: actos y homenajes por el 20 aniversario
Al periodista Manuel Jabois la crónica “se le fue de las manos”. En 2014 le sugirieron entrevistar a Gabriel Montoya Vidal (alias "Baby"), el primer condenado por los atentados del 11M. Montoya tenía una particularidad: era menor en 2004. Por eso no fue al macrojucio de 2007 más que como testigo: ya había sido condenado a seis años de internamiento en un centro. Y por eso entender por qué transportó explosivos desde Avilés a Madrid en autobús de línea tenía un asterisco.
Baby (léase babi) tenía 16 años cuando, en octubre de 2003, Emilio Suárez Trashorras, uno de los delincuentes que reinaba en Avilés traficando con drogas, le acogió como uno de sus chicos favoritos para el menudeo. Baby tenía 25 años cuando Jabois le abordó en Avilés y no logró convencerle. Se mostró reacio y luego indagó quién era el periodista. Leer que había compuesto el himno del Real Madrid le hizo aceptar un año después.
Montoya llevó su vida a sucesivos encuentros en Áviles y Bilbao con Jabois para contarla. Tanto, que el periodista vislumbró que era la puerta de entrada para ensanchar el testimonio en un libro que terminó por recrear toda la preparación del 11M: Nos vemos en esta vida o en la otra (Planeta), publicado el 2016 y reeditado estos días.
Han pasado otros diez años y Jabois ha mantenido un contacto telefónico muy esporádico con Montoya. “Vive en el norte, ha tenido trabajos precarios. Me preguntan si está rehabilitado y no lo sé, pero cuando hacía la entrevista mi impresión era que sí. Le dije que el libro no era un libro exculpatorio y que no quería su versión, sino la verdad”, recuerda.
Jabois quería vestir con descripciones los hechos probados en la sentencia. “Buscaba la vida costumbrista, su ropa, lo que hacía con los amigos, sus rutinas”, explica. Gabriel pasó solo en cinco meses de ser un chaval que fumaba porros a llevar en el coche a Jamal Ahmidan "El Chino" para sustraer varios cientos de kilos de dinamita en Mina Conchita.
Inspirado por la filósofa Hanna Arendt, Jabois lo expresa lúcidamente en el prólogo: La normalidad, cuando no es consciente de su distorsión, lleva al horror de forma natural. “Con 16 años, una familia desestructurada, y te juntas con un hombre que te da cocaína, que trafica con prostitutas. No es un gen psicópata. Cualquiera puede verse ahí. Daba vértigo”.
La banalidad y también la casualidad del mal. El encuentro en la cárcel entre dos traficantes, Antonio Toro y Rafa Zouhier, acabó conectando a un esquizofrénico violento con acceso a dinamita (el exminero Trashorras) con ‘El Chino’, un exyonqui mafioso redimido por Alá. Los explosivos viajaron al sur a cambio del polen (resina de marihuana tamizada) que subió al norte.
“Y también la cantidad de veces que pudieron ser cazados: el coche de ‘El Chino’ fue parado en un control de la Guardia Civil, tanto Trashorras como Zouhier eran confidentes de la policía. Lo cual es terrible, pero te hace pensar que los malos tienen que tener mucha suerte para que un atentado tenga éxito”, reflexiona Jabois.
Nos vemos en esta vida o en la otra es tan directo que habita el filo entre la crónica fiel y una literatura espontánea. Deliberadamente, ni el título ni nada en la portada remitían al 11-M. “En 2016 la gente estaba ya cansada del tema, porque se había publicado mucha mierda al respecto”, lamenta.
El 11M como obra maestra del género negro
Jorge Sánchez-Cabezudo y Alberto Sánchez-Cabezudo fueron dos lectores atrapados por el libro. Ya habían dirigido Crematorio, adaptación de Rafael Chirbes que supuso un hito en el salto de calidad de las series en España. Los hermanos forman un equipo en el que ambos trabajan en los guiones y Jorge asume luego la labor de dirección. Compraron los derechos del libro hasta en tres ocasiones, porque les vencía el plazo sin haber conseguido levantar el proyecto.
En la aséptica crónica de Jabois adivinaban el mejor cine negro posible. El arco de cinco meses de Baby, además, era el arquetipo de joven seducido por el hampa de, por ejemplo, Una historia del Bronx. “Desconocía que el primer condenado por el mayor atentado en suelo europeo fue un chico de 16 años español de Avilés. Eso me sobrecogió”, rememora Alberto.
En el fondo no dejaba de ser una suerte de La isla del tesoro cañí y mugrienta: Jim (Baby) arrastrado por el pirata Long John Silver (Trashorras), un joven seducido por un malvado que aparentemente le protege, pero que no puede renunciar a su naturaleza de escorpión. A los Sánchez-Cabezudo les fascinaba como una historia de macarras de barrio se imbricaba con lo más abyecto: la negrura del 11M planea latente sobre la serie cargándola de peso. “Es una crónica criminal desde el único testigo del robo de Mina Conchita”.
Para armar la estructura de la serie (bautizada como Nos vemos en otra vida y estrenada en Disney+), incluyeron a Jabois como personaje para que la voz en off del Gabriel adulto durante las entrevistas guíe la trama. Propusieron al periodista interpretarse a sí mismo y este no dudó un segundo en responderles: no. “Me da mucha vergüenza verme y escucharme en la televisión, en una serie me daría más”, explica (finalmente le interpretó el actor Jaime Zatarain).
El libro de Jabois carecía prácticamente de diálogos. No solo había que atenerse a la verdad judicial, sino acertar con la verosimilitud de un asunto tan delicado. Un grupo de guionistas (Pablo Remón, Daniel Remón, Roberto Martín Maiztegui) ayudaron a encontrar la voz del barrio. “Había diálogos reales en el sumario que eran increíbles, como cuando Toro dice que cuando Trashorras hablaba se iban hasta las piedras. Nos ayudó a encontrar el tono”, aclaran.
Faltaba la piedra filosofal, un actor para Gabriel, que surgió en la clásica historia de castings de apariencia apócrifa, pero cierta en esta ocasión: vieron a la salida de una hamburguesería a un chaval, Roberto Gutiérrez, cuyo físico les encajaba. Fue algo más que un accidente afortunado. Al principio les dijo que sí, a condición de que colocasen las cámaras lejos. “Acabó llevando el peso de toda una serie en la que literalmente tiene la cámara pegada todo el tiempo: ha rodado más planos que actores profesionales que han sido secundarios toda su vida. Entendió la profesión en tres meses”, cuentan los hermanos todavía con asombro. Quim Àvila da continuidad como el Gabriel ya adulto que concede la entrevista.
Para Trashorras seleccionaron a Pol López (Suro), que hace una composición más allá de lo memorable, destinada a ganar todos los premios del año que viene. “Necesitábamos a alguien que cuando entre en una habitación no sepas lo que va a pasar: alguien imprevisible. Y Pol tiene eso: cuando encuentra su punto de interpretación, vibra”, explican.
Cielos encapotados de Avilés como los de cualquier ciudad del norte, un barrio de la periferia como el de cualquier ciudad de España. Si el libro era parco en juicios, la serie tiene un punto más inclinado a lo social, subrayando el complicado origen de Baby sin caer nunca en la justificación: también muestra otros jóvenes que deciden apartarse de Trashorras. La realización de Jorge Sánchez-Cabezudo enlaza con referentes de ese cine realista, como los hermanos Dardenne, Los miserables, Gomorra o El profeta, que cita como inspiración. Con todo, el resultado sigue siendo escrupuloso con los hechos. “No me atrevería a decir que es una serie de ficción, desde luego no enteramente”, concede Jabois.
La esperanza de superar el legado amargo del 11M
La serie reserva un espacio en el penúltimo capítulo a las víctimas recreando dos testimonios del macrojuicio: cuando una de ellas llega al juicio no tiene un espacio habilitado para aparcar su coche y cuando abandona la sala mira con resignación, como saliendo de la Historia. El 11M dividió a la sociedad en 24 horas debido la discrepancia política y mediática sobre la autoría, que pervivió incluso negando la verdad judicial. ¿Ha dejado un legado amargo?
Jabois desarrolla: “Tengo esperanza en la serie porque va a llegar a mucha gente y se enterarán de cosas que no saben. La mayor desgracia de la intoxicación mediática fue que se solapaba con la información y se insistió en una verdad alternativa que servía a un poder político”.
A través de Eulogio Paz, presidente de la Asociación 11M, los hermanos Sánchez-Cabezudo mantuvieron contacto con víctimas y la voluntad de buscar su aprobación la llevaron al extremo: no se comunicó públicamente la existencia de la serie hasta que algunas de las víctimas la vieron. “La ficción tiene ese poder de fijar y preservar la realidad”, dice Alberto. “Y, aunque conocían los datos, a alguno le sorprendía lo vulgar y sucio que fue todo. Al final, la serie cuenta que el mal está a veces en cosas muy cutres”. Y Jorge concluye: “Como sociedad, a las víctimas les debemos mucho porque no se conocen cosas que están juzgadas, probadas y, como mínimo, les debemos que el relato no genere discusión”.