¿Cuánto nos interesan las elecciones europeas? En ocho países nunca ha votado más de la mitad de la población
Entre las posibles causas estaría el “agotamiento”, pero también “un conflicto latente entre euroescepticismo y pro europeísmo”. España, por su parte, fue el sexto país con la participación más alta en 2019.
Quedan menos de 100 días para las elecciones europeas. Entre el 6 y el 9 de junio, más de 370 millones de ciudadanos están llamados a las urnas para poder elegir a sus eurodiputados que, según explica el propio Parlamento Europeo, “dan forma y deciden nuevas leyes que influyen en todos los aspectos de la vida en la Unión Europea”.
Pese a que las instituciones europeas guían nuestro día a día —desde las protestas del campo en países como España, Francia o Italia hasta los cambios en la búsqueda de Google—, lo cierto es que las elecciones europeas no despiertan un gran interés. De hecho, los académicos las estudian como “elecciones de segundo orden”, en palabras del catedrático en Ciencia Política de la Universitat Pompeu Fabra, Mariano Torcal.
RTVE y El Confidencial han participado en el proyecto 'La bomba de relojería de la abstención', un reportaje basado en datos sobre el abstencionismo en la Unión Europea, coordinado por Divergente en colaboración con investigadores de DIN MIA’CET-Iscte, con la Red Europea de Periodismo de Datos (EDJNet, por sus siglas en inglés) y con la participación de otros 14 medios europeos.
Entre el agotamiento y la desafección
Que las elecciones europeas interesan menos se refleja a la hora de votar: en 2019 se abstuvo cerca del 50% del censo. No es el dato más elevado, pero desde 1979 se observa una tendencia a no acudir a votar en este tipo de comicios. De hecho, hasta en ocho países nunca ha votado más de la mitad de la población en elecciones europeas (nueve si incluimos a Reino Unido mientras fue Estado miembro). Se trata de República Checa, Estonia, Hungría, Polonia, Eslovenia, Eslovaquia, Bulgaria y Croacia.
En esa misma línea se pronuncia el divulgador sobre asuntos europeos Karim Hallal, que cree que si la atención mediática se centra en los asuntos más técnicos, por muy importantes y trascendentales que sean, no llegan fácilmente a la ciudadanía de a pie. “Ahora bien, si tienes problemas con la agricultura, el cambio climático, la migración o una tensión que va in crescendo con Rusia, [...] pues puede que eso sí motive más a que la gente entienda la importancia de su voto y que, según los resultados, la Unión Europea va hacia un lado o hacia otro”, explica.
Para Torcal, buena parte de este descenso se explica por la adhesión de países del este, donde las tasas de participación son bajas, más que a un distanciamiento de la política europea. “No diría que hay menos interés”, opina. Además, añade que en estos países existe un conflicto latente entre euroescepticismo y pro europeísmo más acusado, lo cual afecta también a la participación en estos comicios.
Por su parte, Hallal apunta hacia un “agotamiento” generalizado en el continente. “Cuando tú entras de golpe en la Unión Europea, tienes como un énfasis, una emoción que luego se va pasando con el tiempo”, explica, y sostiene que esa sensación se ha trasladado también al ámbito nacional. “Cuando empezó la democracia y la fiesta de los votos, muchísima gente votaba. Era muy importante y se entendía que no había que volver a lo que había antes, pero con el tiempo se ha ido pasando la emoción”, apostilla.
En los últimos comicios, los más abstencionistas fueron, precisamente, los países al este del continente [ver metodología]. En concreto, Eslovaquia, la República Checa, Eslovenia y Croacia son los lugares donde el porcentaje de personas que no acudió a las urnas fue más elevado: por encima del 70% en todos los casos.
En otras regiones, Portugal, Irlanda o Países Bajos figuran también entre las zonas donde más baja fue la participación. España es el sexto país donde la participación fue más alta en 2019, cuando la cita electoral con Europa coincidió también con las de las municipales y autonómicas.
En retrospectiva, solo cinco países han conseguido mantener a raya la abstención por debajo del 50% en todas las elecciones europeas. Son Bélgica, Luxemburgo, Grecia, Italia y Malta. En los tres primeros existe una explicación muy evidente: el voto es obligatorio. Así, en Luxemburgo, la legislación prevé un castigo económico para los abstencionistas. Los belgas van incluso más allá, ya que los infractores pueden verse ‘eliminados’ del censo durante años.
En Grecia, pese a ser también preceptivo el voto, las autoridades no persiguen ni penalizan a aquellos que no cumplen. Hasta hace poco, también era obligatorio ir a votar en Chipre, aunque ya no lo será en las próximas elecciones. En Bulgaria, donde sí se mantiene el carácter imperativo, se abstuvo más del 60% del censo en las últimas europeas. Karim Hallal explica que esta desafección llega tras la celebración de cinco comicios en apenas dos años. “Eso quema mucho a la población, y si las elecciones europeas coinciden antes, durante o después de ese periodo de cinco elecciones, la gente va a perder mucho la confianza en votar porque no va a ver el sentido”, observa el divulgador.
Aunque Italia es uno de los estados donde el abstencionismo no es alarmante, la evolución por países permite ver que la participación allí ha caído año tras año. Entre 1979 y 2019 la diferencia es de cerca de 30 puntos menos. “En algunos países, como es el caso de Italia, el crecimiento del euroescepticismo ha sido bastante importante”, apunta Torcal como una de las explicaciones de este descenso.
Mayor incluso es la desafección en Portugal, con una caída de 40 puntos entre las primeras elecciones y las últimas. Y Grecia es otro de los países donde más acusada es la tendencia. Salvo por el dato de 2019, donde la asistencia a las urnas repuntó ligeramente, esa tendencia se ve también en España, Francia o Chipre. El catedrático recuerda, sin embargo, que los países del sur “han sido históricamente muy proeuropeos”.
Las europeas, elecciones ‘de segunda’
En casi todos los países de la Unión, la participación en las elecciones europeas es siempre menor que en las generales. Además, en estos comicios “de segundo orden”, como indica Torcal, los electores tienden en mayor medida a “hacer experimentos”, como no votar las mismas opciones que en su país o aprovecharlas para mandar un mensaje.
La escasez de información sobre las instituciones para las que se organizan estos comicios, expone el youtuber de asuntos europeos, también influye a la hora de votar. “Falta que se expliquen bien cómo funcionan. Falta que incluso lleguemos a conocer a personas que trabajan ahí dentro y, entre comillas, humanizar a las instituciones. No en el sentido de blanquearlas y pensar que todo lo que hacen está bien y que no haya que cuestionarlas, sino en el sentido de que ‘Oye, ahí trabajan personas que son funcionarios, que se han sacado sus oposiciones y que no tienen nada que ver con la política’”, argumenta.
En las últimas elecciones, solo en Rumanía y Lituania las europeas tuvieron más afluencia de votantes que en sus elecciones generales. Para el catedrático, se trata de países donde esta posibilidad es más factible ya que, de entrada, la participación es baja, a lo que se añade una “alta volatilidad electoral”. “Son países que tienen crisis económicas y políticas muy fuertes y ven en la política europea una posibilidad de incidir a nivel nacional”, opina.
En el caso de Rumanía, el doctor en doctor en Ciencias Políticas en el Instituto Universitario Europeo de Florencia Dani Sandu lo atribuye a una “situación excepcional”. Según narra, las elecciones europeas llegaron dos años y medio después de las generales, rodeadas de múltiples protestas y una movilización masiva contra el gobierno de aquel entonces.
“Fueron la primera oportunidad que tuvo la ciudadanía rumana de expresar su descontento frente a las acciones del gobierno”, comenta. Para Sandu, este comportamiento no es anormal. “Dentro de la investigación política se dice que, en general, las primeras elecciones que se producen después de un largo período en el que los votantes no han tenido la oportunidad de expresar una elección política, siempre tendrán una participación mayor que la ordinaria”, expone.
En el ámbito académico, se ha observado que existe un efecto contagio entre la desconfianza de las instituciones en un país y la que sus habitantes tienen hacia las de la Unión Europea. “La confianza en las instituciones favorece la participación electoral, pero de la misma forma que ocurre en las elecciones nacionales”, afirma Torcal. Sin embargo, en situaciones de crisis (como la del coronavirus), Europa aparece como “salvadora”, lo que eleva la confianza en la Unión y puede generar mayor interés por la política europea, según el experto.
Algunos países, por su parte, pueden otorgar a los comicios europeos prácticamente la misma importancia que a los nacionales. Esto se ha observado en Alemania, donde “los ciudadanos podrían percibir que tienen una mayor influencia para alterar directa o indirectamente las políticas europeas”, según un artículo de Torcal y Toni Rodón publicado en 2021.
A mayor educación (y renta), menor abstención
El proyecto de EDJNet también ha recabado información sociodemográfica de cada uno de los países. Al cruzarla con los datos de abstención de los últimos comicios el equipo extrajo algunas conclusiones, como que los altos niveles de educación superior se relacionan con una reducida abstención. Es así, en países como Suecia, Dinamarca o Países Bajos, donde en torno al 40% de su población ha cursado estudios más allá de los obligatorios. Mientras, las últimas elecciones presidenciales en Rumanía arrojaron un 68% de abstencionismo; allí, solo un 16% tiene estudios superiores.
En esta tendencia aparece igualmente al mirar la relación de la abstención con el sector terciario —proporción de población que se dedica a actividades que ofrecen servicios, como el turismo, la salud o el transporte—, o con la renta media, variables que, a su vez, están también relacionadas con el nivel educativo.
El nivel de conocimiento sobre las elecciones, más elevado también entre la población con estudios superiores, es otra de las variables que, a nivel individual, determina que una persona vaya o no a votar. Estos indicadores son útiles para medir diferencias entre personas, apunta el catedrático en Ciencias Políticas, pero para explicar las diferencias entre países tiene más peso el contexto de cada uno, la situación política y económica en cada caso. Karim Hallal también incide en la importancia de la cultura política de cada país y pone el ejemplo del Reino Unido, donde existen oficinas para hablar con los diputados nacionales, una propuesta que en nuestro país es, a priori, “impensable”.
Los datos, por otro lado, revelan que no hay una clara vinculación entre la edad y la participación, en contra de la creencia popular de que una población más envejecida equivale a unas altas tasas de movilización.
“Los que son ‘hooligans’ van a ir a votar fijo, pero a la hora de la verdad, quién gane o quién pierda va a depender de los no polarizados”, opina Torcal. A su juicio, en España estas elecciones van a ser “como una especie de referéndum al Gobierno, pero no se va a hablar de política europea”. Por una parte, esto podría animar a más personas a ir a votar, pero al mismo tiempo, puede desincentivar el voto, ya que el ciudadano puede pensar que lo que sale en esas urnas no tendrá reflejo en la política nacional.
Ante la clara desconexión entre la ciudadanía y las instituciones europeas, el divulgador Karim Hallal cree que aún hay margen de mejora para hacerlo “más y mejor”, y considera que lo que falla es el público objetivo de las campañas electorales. “Creo que uno de los problemas es saber cómo captar a la gente que de primeras no le interesa la Unión Europea, [...] gente que dice ‘Oye, pues nunca me habían dado una charla sobre la Unión Europea para entender la importancia del voto. Oye, pues nunca había parado a pensar cómo afecta la UE’. Cuando llegas a ese punto es cuando realmente empiezas a hacerlo mejor, no necesariamente haciendo más”, argumenta.
Sobre este proyecto
En la elaboración de este reportaje han participado Marta Ley y Miguel Ángel Gavilanes, de El Confidencial.
'La bomba de relojería de la abstención' es un reportaje basado en datos coordinado por Divergente con el apoyo metodológico y editorial de dos investigadores del DIN MIA’CET-Iscte. Se ha llevado a cabo con la Red Europea de Periodismo de Datos en colaboración con: Are We Europe (Bélgica), Átlátszó (Hungría), Delfi Meedia (Estonia), Denník N (Eslovaquia), Deutsche Welle (Alemania), El Confidencial (España), RTVE (España), EUrologus (Hungría), II Sole 24 Ore (Italia), iMEdD (Grecia), NARA (Lituania), Osservatorio Balcani e Caucaso Transeuropa (Italia), Pod črto (Eslovenia), PressOne (Rumanía), Rue89 Estrasburgo (Francia) y Voxeurop (Bélgica). Con el apoyo de Journalismfund Europe.
A lo largo del texto se hace referencia a distintas regiones dentro del continente. El proyecto agrupa a los países de la siguiente manera:
- Norte: Dinamarca, Estonia, Finlandia, Irlanda, Letonia, Lituania, Suecia.
- Sur: Croacia, Chipre, Grecia, Italia, Malta, Portugal, Eslovenia, España.
- Este: Bulgaria, Hungría, República Checa, Polonia, Rumanía, Eslovaquia.
- Oeste: Austria, Bélgica, Francia, Alemania, Luxemburgo, Países Bajos.