Lecciones del caso Catalina
- Kate Middleton anunció el viernes que tiene cáncer y que está recibiendo quimioterapia
- La retirada de los focos de la princesa de Gales había generado todo tipo de especulaciones sobre su situación
Según el sistema de salud británico, una de cada dos personas desarrollarán a lo largo de su vida alguna forma de cáncer. El rey Carlos III y la esposa del heredero al trono, la futura reina, la princesa Catalina, están en ese 50% de tocados por una lotería que no entiende de clases sociales ni realezas.
La princesa, diagnóstico en mano, optó por quitarse la tiara para priorizarse. Ella, su salud, su familia. Para Catalina Middleton, la niña que creció en Chapel Row, Catalina Middleton es lo más importante. Y para los que la quieren sin las inasumibles exigencias de perfección que implican los focos, también.
Persona, mujer y madre antes que personaje público por un rato. Es, sin embargo, imposible dejar de serlo. No hay tregua, a la vista está, para uno de los principales activos del entorno palaciego. La institución a la que representa le llevó –tarde para muchos, antes de lo que hubiera querido seguramente- a sentarse en un banco en el jardín para contar al mundo que está viva y que pelea por seguir estándolo. Ahí, frente a la cámara, para explicar que tiene una enfermedad que a muchos pacientes les cuesta asumir, verbalizar y gestionar. La popularidad global y su reverso: la presión hiperbólica.
¿Tienen los miembros de la familia real derecho a la privacidad? Es un debate. Lo que no es cuestionable es que es humana. De tú a tú habló a todos aquellos que pueden comprenderla, que son la mayoría porque casi todos, de forma directa o indirecta, hemos sido tocados por el cáncer. Hubiera querido no estar ahí. Porque hubiera indudablemente preferido estar sana y porque en su condición de paciente, sus necesidades no responden seguramente a nuestras urgencias. Ya lo decía Isabel II: ‘ser vista para ser creída’. Parece que sigue siendo el trato. Tenía otro lema: never complain, never explain (Nunca quejarse ni dar explicaciones). Esa cláusula, hoy en día, ha quedado desfasada.
El virus de la desinformación
Con la misma compulsión con la que impacientes y conspiranoicos dispararon barbaridades a discreción sin miramiento (ni conocimiento de causa alguno) ahora se disponen a borrar, si no desde la vergüenza, al menos desde el arrepentimiento, el veneno vertido en redes.
Quienes han hostigado sin contemplación parecen considerar el cáncer lo suficientemente ‘malo’ como para callar y conceder el espacio que permite el silencio. Como si la inquina que han escupido fueran cuentos de hadas y no historias para no dormir. La purga de sus comentarios en sus timelines parece más un lavado de conciencia que otra cosa. Porque al fin, piensan muchos, si lo hubiera dicho antes, hubiera sido de otra forma. Como si la culpa de nuestra miseria moral, la tuviera Catalina Middleton, hasta este viernes objeto de todos sus chismes.
La princesa de Gales, me permiten llamarla Kate que Catalina me suena raro, es para la mayoría de los británicos alguien ‘de casa’. Porque así se ve a la familia real. Gente con la que viven, conviven y crecen. No coincidirán ni charlarán posiblemente nunca, pero siempre están. Son uno más de su propio hogar y hablan de ellos con la familiaridad con que hablan del primo que vive en Southampton (y al que quizá tampoco vean jamás). De entre todos los que son, Kate es una de las más queridas y populares. Con ella fuera, la mitología real quedó vacía y dio paso a la creación de monstruos mitológicos extraños, venidos, en muchos casos, del otro lado del Atlántico, donde hay fascinación pero no apego.
Ella, cortés, agradecía los comentarios de apoyo en lo que parecía una súplica de piedad. El tiempo dirá si la opinión pública, implacable, le brinda el respeto que pide. El proceso será largo y no siempre sabremos todo lo que quisiéramos. Sea como sea, convertida la ‘desaparición’ en un asunto global, la ‘reaparición’ parece marcar un punto y aparte. Cambio drástico de tono. Retorno a los elogios que debiera llevarnos a la reflexión y a la prudencia.
La comunicación por parte de Kensington Palace ha sido errática si no desastrosa. Una institución puede callar pero no distribuir información falsa. Esa crisis de credibilidad, que ha llevado a que agencias internacionales como AFP les comparen como fuentes de noticias a regímenes como el iraní o el norcoreano, la tendrán que gestionar como mejor puedan. La nuestra, la tendremos que manejar nosotros. El ‘periodismo’ debería hacer autocrítica. No vale cualquier mensaje por muy viralizado que esté para por un puñado de clics contribuir a la metástasis de la mentira. Si la monarquía vive de la confianza del público, los informadores también. Cuando todo vale, nada merece. Y en ese saco de desapego entran incluso los que hacen su trabajo con la mayor de las diligencias profesionales.
‘No estáis solos’ – decía Catalina Middleton para terminar su video-confesión. Según Cancer Research, en Reino Unido se diagnostican más de 375.000 casos de cáncer cada año. No sabemos dónde recibe tratamiento Kate Middleton pero fue diagnosticada en un centro privado, The London Clinic. La mayoría, sin embargo, dependen del sistema nacional de salud, otrora orgullo nacional, hoy en horas delicadas.