Treinta años del genocidio que arrasó Ruanda en cien días
- Según los datos oficiales, al menos supuso el asesinato de 800.000 personas
- La comunidad internacional ignoró los avisos para evitar el genocidio
Ruanda ha iniciado ya las conmemoraciones de una de las mayores atrocidades que ha conocido la humanidad. Hace justo 30 años, el derribo del avión que transportaba al entonces presidente, Juvénal Habyarimana, y a su homólogo de Burundi, Cyprien Ntaryamira, desencadenó en apenas horas una matanza que, según los datos oficiales, supuso el asesinato de al menos 800.000 personas en apenas 100 días. “Es algo terrible ver un cuerpo, o dos, o cinco pero ver con tus ojos, cien, mil, o incluso cinco mil es algo difícil de explicar”, recordaba en RNE Jean, un sacerdote ruandés que consiguió huir del país y que vive en España. “Cuando fui a la parroquia yo sabía que algunos de mis familiares o muchos amigos de mi infancia, a los que conocía de toda la vida, estaban entre esos cadáveres. Fue como si de repente, de un día para otro, las calles de todo el país se quedaran vacías. Y solo había cuerpos por todas partes”, aseguraba en 2019.
La masacre no solo fue ejecutada por soldados o policías, también por vecinos que, machete en mano, seguían las llamadas al exterminio que se lanzaban desde ‘Radio Televisión Libre Mil Colinas’. Sus locutores señalaban nombres, apellidos y direcciones de tutsis, a los que llamaban cucarachas. “Yo entonces era profesora y, aunque mi padre falseó mis documentos para poner que era hutu, todos sabían en el barrio que era tutsi. Cuando empezó todo, uno de mis alumnos me atacó con un machete”, explicaba también Claudine, que consiguió huir entonces gracias a un familiar que vivía en España. “Después de días de abusos en mi casa dije basta: que prefería morir antes de vivir un día más así. Así que me obligaron a cavar mi propia tumba pero un hombre que me conocía me ayudó a escapar. Los que nos estaban haciendo eso eran personas conocidas”, aseguraba a RNE.
El genocidio fue dirigido contra los tutsi, pero también murieron miles de hutus que se negaron a participar en esta masacre alentada por un gobierno radical que en aquel momento intentaba evitar el avance del Ejército Patriótico Ruandés, una guerrilla formada por exiliados ruandeses criados, hijos e hijas de los que huyeron en los años 60 de otra limpieza étnica similar. Al frente de aquel grupo armado sostenido por el gobierno del todavía presidente ugandés, Yoweri Museveni, estaba ya un treintañero como Paul Kagame, que sigue hoy al frente de Ruanda.
Un genocidio a la vista de todos
Cuando se desató el genocidio en Ruanda existía una misión de cascos azules que tenía que mantener la paz tras cuatro años de guerra civil. Aquel destacamento estaba dirigido por el canadiense Romeo Dallaire, que alertó en numerosas ocasiones del clima que se vivía y que, sin embargo, vio cómo el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas redujo el despliegue a pesar de sus peticiones. Entonces, España tenía un asiento que ocupaba el embajador Juan Antonio Yáñez-Barnuevo que recordaba hace cinco años en Cinco continentes de Radio 5 como “un trauma personal tremendo porque no conseguimos tomar decisiones rápidas. El entonces secretario general de la ONU, Butros Butros-Ghali, se desgañitó pidiendo a todos los Estados que aportaran más medios y no hubo respuesta. Los africanos no querían ni oír hablar de la palabra genocidio porque consideraban que era señalar con el dedo a África. Y por otra parte, las grandes potencias no querían tampoco que se hablara de genocidio porque implicaría una responsabilidad para ellas y no querían actuar”, explicaba.
En 1994 veníamos del desastre estadounidense en Somalia, los Balcanes estaban en guerra y el orden mundial se estaba reconfigurando tras la caída de la Unión Soviética. “Hubo discusiones interminables para reforzar la misión pero nadie quería implicarse tras la muerte de los soldados belgas en el asesinato de la primera ministra ruandesa. No hubo modo de reunirse las fuerzas necesarias para actuar y muchas potencias no parecían tampoco por la labor por su implicación”, decía el ya jubilado diplomático español. Entonces, Francia era el gran aliado del gobierno hutu y la guerrilla de Kagame contaba con apoyo de Estados Unidos. “Hay una verdad que hay que decir: una vez empezado el avance de las fuerzas del Ejército Patriótico Ruandés, Kagame siempre objetó a una intervención en Ruanda porque realizaba una ofensiva con genio militar, rodeando por el este para poder llegar a la capital. Él no tuvo interés en parar el genocidio porque desde entonces ha justificado todo lo que hace por aquello”, aseveraba Yáñez-Barnuevo.
El papel relevante en el saqueo irregular de minerales congoleños
Lo cierto es que las fuerzas rebeldes alcanzaron Kigali y millones de hutus huyeron hacia Zaire, desatando una gigantesca crisis humanitaria e internacional. El gobierno de Kagame acusaba a sus vecinos de refugiar a los genocidas y se posicionó junto al rebelde Laurent Kabila para acabar con la dictadura zaireña de Mobutu Sese Seko. Desde entonces, Ruanda ha ejercido un papel relevante en el saqueo irregular de minerales congoleños, animando el conflicto de baja intensidad protagonizado por decenas de grupos armados y, según el ejecutivo congoleño, apoya activamente a los rebeldes del M-23 que ahora mismo amenazan con tomar la ciudad de Goma, una urbe de un millón de habitantes que ha recibido en apenas tres meses a más de 300.000 personas que huyen de la violencia. Tres décadas después y aunque Ruanda ofrece una imagen de paz, tranquilidad y una prosperidad que no alcanza a todos, los estertores de aquel genocidio siguen vivos más allá de sus fronteras.
En Ruanda hoy no se puede hablar ni de tutsis ni de hutus. Treinta años después, el país alardea de una capital con edificios ultramodernos, relevancia internacional y un gran crecimiento macroeconómico, pero sin permitir un ápice de oposición. Tras cambiar la Constitución para eliminar la limitación de mandatos, el presidente se presenta en julio a unas elecciones después de haber vencido en las últimas con más del 98% de los votos y sin permitir que nadie se atreva a cuestionar su poder con el visto bueno de las potencias occidentales que mantienen grandes cantidades de ayuda al desarrollo y que incluso, como intenta hacer el gobierno británico, prometen millones de libras para que se ocupen de sus migrantes irregulares. Treinta años después de la masacre, Ruanda hoy es un socio para aquellos que siguen sin querer ver lo que pasa dentro.