Fentanilo: desolación, desamparo y muerte en San Francisco
- San Francisco casi triplica la incidencia media de muertes por sobredosis en todo EE.UU.
- Un millón de personas podrían morir en esta década si no hay cambios políticos de calado
“Me siento deprimido, triste, dolido porque nadie me escucha o me ayuda. No tomo drogas para sentirme mejor, sino porque estoy triste. Es lo único que me permite desconectar mentalmente. Tomo fentanilo. Incluso puedo llegar a tener una sobredosis. Necesito dejarlo”. Así describe Tony, de 29 años, la sensación de desolación y desamparo que se palpa en las calles del céntrico barrio de Tenderloin y epicentro de la crisis del fentanilo en San Francisco.
Tony es solo una de las casi 9.000 personas que viven en la calle. Alrededor de 4.000 duermen al raso porque a la ciudad le faltan plazas para darles cobijo. El 46% de los sintecho, tienen problemas de adicción o salud mental, según el departamento de Salud Pública.
El acceso a los tratamientos de desintoxicación y rehabilitación públicos es un laberinto de trámites burocráticos, seguros médicos y plazas limitadas. Conseguir una no garantiza el éxito porque habitualmente, aunque logren superar la adicción, tienen que volver a vivir en la calle. Son algunos de los problemas estructurales que no se ven a simple vista, pero que están también detrás de la crisis que desde Europa vemos en vídeos virales en los móviles con personas adictas deambulando por las calles de EE.UU.
La Tormenta Perfecta
“Hay mucha atención puesta en cómo le va a San Francisco con la crisis de sobredosis y hay motivos porque la ciudad tiene una de las tasas de sobredosis más altas de todos los condados de EE. UU.”, nos cuenta Christian Leonard, reportero de Datos del San Francisco Chronicle. Como publican en su ‘National Overdose Tracker’, la incidencia media de muertes por sobredosis en San Francisco casi triplica la de todo el país. En la ciudad hay más de 80 fallecidos por cada 100.000 habitantes, mientras que la media nacional se sitúa en 32.
“El fentanilo es un problema grande, pero los problemas que tiene San Francisco vienen de los cambios de la pandemia. La mayoría de la gente viene a la oficina a trabajar dos días a la semana o uno”, afirma Emilio García-Ruiz, director del San Francisco Chronicle. Solo el 42% trabajó presencialmente alguna jornada en 2023 y, señala García-Ruiz “la economía no funciona, los restaurantes tienen que cerrar, las tiendas cierran. Un problema económico increíble. El centro está vacío”.
Una epidemia que solo va a más
Es en ese escenario casi apocalíptico donde se despliega la “peor crisis de adicción de EE.UU.”, afirma el profesor Keith Humphreys, presidente de la Comisión Stanford-Lancet para la Crisis de los Opioides en Norteamérica. El fentanilo “lo ha cambiado todo”, dice Humphreys. “Cualquier químico puede prepararlo en un laboratorio en cualquier parte del mundo”, asegura subrayando que es un negocio redondo para narcotraficantes porque es barato de producir y difícil de incautar. Desde el punto de vista del adicto, recuerda Humphreys, “es el opioide más potente que jamás haya podido consumir. Una cantidad mayor de lo que cabe en la uña de mi dedo meñique es suficiente para matarme”.
Los muertos por sobredosis de opioides en EE.UU. son más, año tras año, desde 1999. 645.000 personas fallecieron en las primeras dos décadas del siglo XXI, según el Centro de Prevención y Control de Enfermedades. Las cifras de muertos crecen exponencialmente desde la llegada del fentanilo a partir de 2015. Las previsiones, para esta década, son más sombrías. “Más de un millón de personas morirán si no realizamos un cambio radical en nuestras políticas”, avisa Humphreys. Y todo apunta a que puede ir a peor porque ahora se están registrando más muertes por “tomar metanfetamina mezclada con fentanilo y, para empeorar las cosas, también se ha detectado xilazina, que es un tranquilizante para animales, mezclada con fentanilo, provocando un aumento de las sobredosis”, según Keith Humphreys.
¿No way out?
Una muerte accidental acecha potencialmente en cada esquina. Escuelas, bares o habitantes de San Francisco se han familiarizado con el Narcan, el nombre comercial de la Naloxona, un espray nasal que sirve para revertir una sobredosis de opioides y salvar a alguien de la muerte. El profesor Humphreys nos enseña que lo lleva guardado en su bolsillo. La drag queen y activista, Kochina Rude, explica cómo usarlo en el Club Oasis, en el intermedio de una fiesta que rinde tributo a Britney Spears un sábado noche en el barrio de SoMa, en el centro de la ciudad.
Lleva dos años haciéndolo, en directo y en redes sociales, porque “no había suficiente información sobre cómo revertir una sobredosis y quería asegurarme de que la gente supiera reconocerla y saber cómo actuar”, nos cuenta Kochina Rude también conocida como ‘Narcan Queen’. Su objetivo es sensibilizar a la gente que sale de fiesta y que corre el riesgo de morir por sobredosis accidental al consumir cualquier otra droga que probablemente contenga fentanilo. “Mucha de la gente de la noche no se considera consumidora de drogas. Muchos piensan que son los que se drogan en las aceras o en los callejones”, recuerda Kochina Rude.
La reducción de daños es uno de los frentes de la estrategia de la ciudad para frenar los estragos del fentanilo. Sirve para mantener vivas a las personas. Pero eso no corta de raíz el problema. Ofrecer tratamientos para abandonar los opioides, es otro de los frentes. Y no todos piensan que la ciudad esté teniendo una estrategia y esfuerzo exitoso para los que quieren intentar dejar atrás la adicción. “Mi hijo ha estado entrando y saliendo de psiquiátricos y de hospitales durante años. Ha tenido varias sobredosis”, cuenta Tanya Tilghman de su hijo Roman, adicto desde los 15 años cuando le recetaron Ritalin para un TDAH y ahora en la cárcel. “El sistema no funciona: faltan plazas en albergues, falta personal en los centros de tratamiento, faltan plazas de desintoxicación”, denuncia Tilghman, miembro de ‘Mothers against addiction and deaths’.
Tom Wolf opina lo mismo que Tanya Tilghman. Este consultor echó su vida por la borda cuando se enganchó a los opioides recetados tras una cirugía en su pie derecho en 2015. 3 años después, había pasado de las pastillas a la heroína y el fentanilo, y terminó viviendo en la calle en el Tenderloin. Ahora, recuperado, aboga por hacer más énfasis en los tratamientos porque, según Wolf, “en EE.UU. y en San Francisco hemos renunciado a la idea de que uno puede recuperarse”. Él recuerda que cuando estaba en la calle adicto no quería morir, pero no le importaba si eso ocurría. Por eso, Tom Wolf afirma “que la sociedad y las instituciones deben intervenir para ofrecer tratamientos a demanda” sin burocracia ni farragosos trámites, imposibles de afrontar para un adicto.
El papel de la prevención
Más inversión es necesaria. Y también cambios profundos en el sistema sanitario. Sigue habiendo estados que se niegan a proporcionar un seguro médico básico para acceder a los tratamientos. Y también los médicos se resisten a tratarlo como una enfermedad habitual en sus consultas y recetar buprenorfina, metadona o naltrexona. Son medicamentos imprescindibles para tratar la adicción a los opioides, pero solo uno de cada cinco doctores los receta, según un estudio reciente publicado por el Journal of the American Medical Association.
“Ninguna epidemia en la historia ha terminado curando a la gente que enferma. Las epidemias se terminan cuando se es capaz de prevenir nuevos casos. Así es como se controló el COVID y el VIH” afirma Keith Humphreys.
La prevención es una inversión a largo plazo, incompatible con la fragilidad y aprobación inmediata de la política del tiempo presente. Quizá por eso Kochina Rude reparte tiras de testeo de fentanilo en bares y lugares públicos, como ocurría con los preservativos en plena epidemia del SIDA. “Son importantes porque las tiras pueden evitar una sobredosis accidental”, explica la drag queen, que las distribuye por su cuenta en un intento de frenar la matanza de sobredosis y a la espera de que alguien, con más poder, decida que estén disponibles para todos sin prejuicios de que repartirlas supone fomentar el consumo de drogas.