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Luis Mateo Díez, Premio Cervantes: "La gran desgracia de mi vida es no ser un buen bailarín"

  • El ganador del Premio Cervantes define la vejez como "una edad atrabiliaria", nada de "remanso de paz"
  • Ante la ceremonia, se siente "inquieto" por el alboroto, pero espera "estar a la altura" y disfrutar

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Luis Mateo Diez, en su casa de Madrid
Luis Mateo Diez, en su casa de Madrid CRISTINA PÉREZ

En un lugar de Madrid, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía y vive un alto caballero, rodeado de libros, enamorado de Margarita y gobernador a perpetuidad de la ínsula de Celama.

Un leve temblor en sus manos delata su edad. Luis Mateo Díez (Villablino, 1942) es un octogenario jovial al que no le gustan los nombres compuestos porque producen "mucho equívoco". No cultiva la vanidad, ni la arrogancia, confiesa tener "la autoestima baja" y haber sido "un niño consentido".

En una luminosa mañana de abril, RTVE.es mantiene una conversación distendida en el salón del escritor, leonés de nacimiento, letraherido y académico de la Lengua. El ganador del último Premio Cervantes ya tiene listo el chaqué para la ceremonia en Alcalá de Henares.

P. ¿Qué estaba haciendo cuando recibió la noticia de que había ganado el Cervantes?

R: Estaba ahí sentado, leyendo tranquilamente. Me llamaron de la Academia y me sugirieron que cogiera un taxi para allí, que organizaban una rueda de prensa y demás.

P: En otra entrevista, contó que estaba poniendo el punto final a una obra que se llamaba Últimas Voluntades.

R. Mentí como un bellaco. Es verdad, que por la mañana acababa esa novela, pero por la tarde, estaba ahí leyendo tranquilamente o atontado tomando un whisky.

P: ¿Cómo se siente ante la ceremonia de entrega del Premio Cervantes?

R. Me siento muy contento porque ha sido una gran noticia, muy alborotadora y, en ese sentido, muy buena, muy reconfortante y muy complaciente. Un reconocimiento de esta categoría te da una fuerte emoción. Noto la cercanía en la gente que me lee, me sigue o me saluda por ahí. Halago, mucho halago. Según se acerca la fecha, un poco inquieto. Me doy cuenta de que es un momento extraordinario. Es una ceremonia muy especial, muy emotiva, en la que uno tiene que estar a la altura de las circunstancias. Lo que me aconseja todo el mundo es que lo disfrute y espero hacerlo.

P: ¿Ha escrito ya el discurso?

R. Sí. El discurso, ya sabes que pertenece al secreto del sumario. Se desvelará el martes cuando lo lea.

P: ¿Se inspira en Don Quijote cuando nieva, un texto que publicó en la revista El urogallo?

R. Sí, claro. Tú me tienes muy perseguido. El discurso me lo he planteado con mucha naturalidad, no una pieza de estudio. Como el discurso que hice al ingresar en la Academia, que a lo mejor dices cosas muy interesantes y es bonito y entretenido y esa pata puede que esté aquí también. Es una reflexión un poco sobre mi poética, de dónde vivo como escritor, dónde me veo y ese tipo de banalidades.

P: ¿Por qué fue tan importante su primer contacto con el caballero de la triste figura en la voz de su maestro de escuela?

R. Pues porque me impresionó mucho, porque yo, que era un niño inquieto, sensible, extraño, un poco misterioso, con el que he tenido, diríamos una relación no muy buena. Luego la he ido nivelando y a través de alguna novela inédita, El niño pródigo, creo que eso ha quedado en su sitio. Ese extraño sujeto, niño de postguerra, leía tebeos, veía las películas de Tarzán, de Robin de los bosques, iba al cine del pueblo que echaba funciones los fines de semana y cuando eran de mayores no podíamos entrar. Sentía esa fascinación de los héroes triviales, y de pronto, en la voz de aquel maestro que nos leía El Quijote, en una edición adecuada para los chavalitos que éramos, yo me identifiqué mucho y además tuve algunas sensaciones físicas un tanto curiosas porque lo asumía a un tío mío. En el ingenioso hidalgo veía a mi tío Esteban, un ser muy especial, un ser humano que te marca la vida por su discreción y sus dolencias estomacales y su mirada triste de casi todo. Era mi héroe, aquel héroe vapuleado y que tenía tanta sabiduría y que iba con un señor que solo se refería a las cosas prácticas para que aquel ser no huyera en las quimeras y fuera allí a luchar contra los gigantes que eran molinos y cosas de esas.

P: Ha dicho que su tío Esteban era una figura quijotesca. ¿Cómo era su relación con él?

R. Muy intensa, una relación de cariño enorme. Él era un ser silencioso. En mi vida, en el mundo de las parentelas y de los afectos familiares, siempre cobró una dimensión tremenda la condición de tío carnal. Mi tío Luciano, mi tío Esteban, mi tío Muralda. Esos son seres cruciales en mi vida y tal vez hasta en los relatos (recupera sus voces en Las palabras de la vida). Siendo gente normal, común, sin andar en hazañas, pero eran un buen panadero, un buen ganadero, alguien muy cuidadoso con las flores y con la huerta. Y tal vez por la fijación que ellos tenían, descubrían en mí algo, me involucraba mucho con ellos. Yo me hice panadero, me hice ganadero, me hice del bar, me hice apicultor. Yo iba al rabo de lo que ellos decían. Era, claro, un niño consentido.

P: En la mejor tradición de Cervantes y la novela picaresca, sus personajes fracasan y están perdidos. ¿Qué papel juega el extravío en su mundo literario?

R. Creo que juega un papel equivalente al que ha jugado en mi vida, porque yo he tenido siempre un poco ese tipo de sensaciones, de no tener mucha seguridad ni siquiera a la hora de afrontar decisiones, de ir aquí, de ir allí. Siempre he tenido un componente muy dubitativo. El extravío tiene mucho que ver con la fragilidad, con una cierta idea de la condición humana. Y, la fragilidad aboca a la falta de convicciones concretas de lo que uno es, de por dónde va. El extravío me parece muy literario, es el andar perdido por la vida en el sentido de que uno promueve o asume pérdidas y luego sin remisión, pues anda por caminos de perdición. Un asunto literario también.

P: Los protagonistas de sus ficciones suelen ser héroes del fracaso. ¿Le interesan más los perdedores que los triunfadores?

Luis Mateo Díez es un cinéfilo empedernido

Cartel de 'Casablanca' de 1947 EFE/ARCHIVO

Sí, es verdad. Aunque lo de perdedor es una palabra que no me gusta, se ha usado mucho en el cine americano, un gran perdedor era Humphrey Bogart, con su gabardina en Casablanca. Héroes del fracaso, en el sentido de personas comunes, aunque especiales, con una vida interior fuerte y un destino a la vuelta de cada esquina. Con sorpresas y con un punto de heroicidad, de asumir sus convicciones con consistencia, un sentido vital abocado un poco al fracaso, a que aquello no llegue a buen puerto.

P: A la hora de tomar decisiones dice que duda, sin embargo ha tenido una vida muy ordenada de funcionario en el Ayuntamiento de Madrid.

R. Lo que he buscado es soluciones. Siempre he tenido propensión al desorden y un poco al extravío o a la pérdida. Es como el destino de un instinto un poco equívoco, entonces si me he reglamentado. Tenía conciencia de que cuando uno tiene esas facilidades para andar por donde no debe, lo mejor es asumir responsabilidades que lo eviten.

P: Otros escritores como Pessoa se sometieron también a la rutina aparentemente gris de la vida de oficinista...

R. Sí, Pessoa, Kafka, dentro del mundo de la de la oficina ha habido grandes escritores y artistas en general. La oficina da esa medida de la rutina y de los horarios convenidos que hacen que asimiles un poco esa responsabilidad o esa obligación. Aparte de eso, a mí la rutina me gusta. No la rutina en el sentido penoso de trabajo, sino el hacer muchas cosas con insistencia, que es lo que produce profundización a la hora de hacerlas -la ritualización de los actos y lo mismo en las creencias o en todo-. Sí, parece que eso da consistencia o posibilidades, cuando además se es un poco ido, despistado, da un conducto normativo que se convierte en costumbre.

P: En su rutina diaria, suele desayunar un café con leche, luego lee unas dos horas y escribe tres o cuatro horas y siempre lee antes de escribir.

R. Leo de manera desordenada, con la edad he ido perdiendo un poco una curiosidad estricta sobre lo que leo. Tal vez en lo que en lo que he perdido más curiosidad es en la actualidad de lo que sale, quitando lo que publican mis amigos o alguna cosa que me recomiendan mucho. Lo que sí que hago es releer clásicos, además el desorden me ha llevado a tener, por circunstancias de la vida, una biblioteca totalmente desordenada y eso ya me incita, en vez de a buscar, a encontrar algo. O sea que también leo hallazgos.

P: En La gloria de los niños, el protagonista es un auténtico héroe clásico porque recibe de su padre moribundo una tarea difícil de cumplir, que logra completar.

R. Claro, es un niño, un héroe infantil y es algo que yo he admirado muchísimo en la vida, por supuesto, y en la literatura. Los niños heroicos están mucho en la literatura rusa. A veces en esa literatura maravillosa que llamamos infantil, porque los héroes son niños, pero que tienen unas connotaciones mucho más intensas. Es verdad que siento una fascinación especial por estos niños que reciben un encargo, lo culminan y es suyo. Es una heroicidad que está muy por encima de sus posibilidades, niños que tienen que asumir cosas de grandes responsabilidades. Y me gusta porque ese tipo de niño marca un punto de ejemplaridad del comportamiento, pues para todas las edades.

P: La atmósfera de La gloria de los niños, me recuerda a La noche del cazador de Charles Laughton

'La noche del cazador' es una de las películas favoritas de Luis Mateo Díez

Fotograma de 'La noche del cazador' de Charles Laugthon

R. ¡Qué más quisiera yo!. Me citas una de mis películas favoritas. La noche del cazador fue la única película que hizo Laughton, lo cual es increíble. Está basada en una novela muy bonita también. Pero claro, la trama de ese maldito perseguidor miserable -un fascinante Robert Mitchum- y esa señora, con el rescate de los niños perdidos, es otro de los elementos que a mí me gusta mucho. Bueno, como soy muy cinéfilo, me descubres algo que podría ser cierto porque, aparte de la belleza que tiene, es una novela. Es una película de atmósfera fotográfica muy especial, algo que me interesa mucho. En todas mis novelas hay mucho paisaje urbano, hay mucha descripción, pero casi siempre desde la mirada de la climatología y de la atmósfera.

P: ¿Qué papel juega el humor en su literatura?

R. El humor es un don maravilloso que se tiene o no se tiene. Hoy día abundan por ahí profesionales del humor que da pena verlos porque son graciosos y no humoristas. Normalmente proviene de tener una cierta mirada humorística, no solo con el derivado de la ironía y sirve para rebajar la seriedad de las cosas. Todo eso está bien, pero es que el humor es un punto de lucidez y luego de conexión. El Quijote vuelve siempre por la vertiente humorística. El humor es fundamental, marca la distancia y quita pomposidad. Estar leyendo una grandísima novela y encontrar elementos que te mueven a la risa: "Joder, dices, pero qué maravilla".

P: ¿Le gusta escribir?¿ Se lo pasa bien?

R. Sí. No entiendo la escritura ni el arte como sufrimiento. Tampoco esto es un placer de dioses, lo que pasa es que es una actividad que tiene mucho de satisfacción cuando articulas bien lo que quieres hacer y te va saliendo y produce satisfacciones inmediatas, grandes. Y luego los reconocimientos: "¿Qué más quieres?".

P: ¿Qué queda de aquel niño que lloraba leyendo Corazón de De Amicis en un desván?

R. Queda el indeleble recuerdo de que la literatura es una parte sustancial de mi vida. El patrimonio de lo imaginario y de las invenciones puede tocarte el corazón intensamente, puede conmoverte, perturbarte y darte miedo, zozobra, congoja. Te puede llevar a emociones compulsivas que, siendo literarias, son todas buenas y agradecidas. De Corazón, me quedan las lágrimas derramadas, escuchando aquellas historias, con el pobre Antón (su hermano, da más detalles en Días del desván). Sacar aquel libro de uno de los de los cajones, con el tampón de "requisado". Nos emocionaba tanto porque además lo leíamos como un libro secreto, un vestigio de las escuelas republicanas que estaba en el desván del Ayuntamiento. Abrir un cajón, sacar un libro de esos que olía ya un poco a la antigüedad, que tenía allí metido, cuando te ha pasado eso en la vida es un aldabonazo de que la literatura puede ser tu existencia. Y lo ha sido para mí y luego para muchos de los amigos con los que compartimos aquello, manteniendo el secreto, viendo que aquello era algo prohibido.

Luis Mateo y su hermano Antón en 'Días del desván'

Luis Mateo y su hermano Antón en 'Días del desván'

P: ¿Conserva algún ejemplar con la palabra "requisado"?

R. No. A lo largo del tiempo, he comprado mucho Corazón -siempre que lo veía- y lo he ido perdiendo. Tengo un pequeño ensayo que sirvió de introducción a una de las ediciones de la obra de De Amicis que hizo Gadir, se llama Clima del corazón. Pero no, después de los 70 y tantos libros que podría haber en aquel cajón, no conservo ninguno.

P: El texto de De Amicis fue el primero que le hizo llorar. ¿Cuál ha sido el último?

R. ¿Lágrimas literarias? Yo creo que no. Fui un niño llorón y, a lo mejor, me he podido humedecer al ver una película, pero tampoco demasiado. Aquellas lágrimas primeras son invaluables.

P: Le ayudo a hacer memoria, al depositar el legado en la Caja de las Letras, lloró al leer un texto de su nieta Mónica sobre su abuela Margarita

R. Ya, pero no es un libro. Tienes toda la razón. Sí, hay un texto de Moni que me emocionó, un texto escolar que hizo para una redacción. Y sí, me emocionó porque era un tipo de recuerdo en la mirada de una niña que tenía un punto que llevaba más allá de lo debido. Lágrimas sentimentales, no literarias.

P: En la Caja de Las letras número 1106, donde está su legado con esa redacción escolar, hay varios documentos y también un opúsculo inédito llamado Compulsaciones...

R. Compulsaciones tiene varias cosas. Es la primera vez que hay elementos de un diario, jamás había escrito así. Un diario de un mes de agosto en el que no me moví. Margarita estaba ya muy mal, en una residencia porque necesitaba medicación y ya no la podíamos atender. Hubo un desastre de esos finales y entonces lleve un diario de esos días y a la vez un poco de las novelas que se me estaban ocurriendo. Compulsar es un medir una cosa con otra, no creo que tenga que olvidarlo, pero no lo veo muy publicable, no me apetecería mucho.

P: ¿No quiere publicarlo porque contiene vivencias muy íntimas?

R. Bueno, pueden ser elementos personales pudorosos. Lo único que hice y está publicado fue un libro que se llama Azul Serenidad o La muerte de los seres queridos. Ese sí que es un libro más de intimidad y concilia dos o tres muertes familiares en la muerte de mi sobrina Sonia. No lo sé. Yo sí que tuve ahí un impulso, cosa que yo no he hecho jamás, como diciendo yo puedo echar una mano a lo que nos ha pasado. Era como aquellas piedades antiguas que se escribían para aliviar las penas. Y salió ese libro que tiene un punto elegíaco al recuerdo de Sonia y un poco de pacificación. Porque, en fin, esas desgracias de muertes voluntarias ya sabes que son terribles.

P: ¿Tiene más miedo a la muerte o a cómo morir?

R. La muerte anticipada, la muerte trágica, la muerte accidentada es terrible. La muerte como desgracia irreparable es lo peor que nos puede traer la vida. Pero puestas las cosas ya en su sitio, tengo asimilada esa idea de la muerte. Lo malo es el cómo. Por eso, soy proclive a todas estas medidas razonables de muerte voluntaria. Uno de los elementos diríamos de este tránsito es el desgaste hacia los demás. El que está solo es su destino y su condición, pero llega un momento en el que puedes recabar desgracias para los demás, no ya de atención, de ayuda, de malestar, de amargura, de estar segregando cosas que ya no son honorables.

P: ¿Cómo lleva la vejez?

R. No me persiguen los fantasmas de mi vida, ni contaminan los sueños, pero soy un octogenario desengañado. Con la edad, con la vejez, nos han engañado o nos autoengañamos. No es nada buena, la vejez nos la da vuelta. Todo eso de que es la experiencia, una edad de remanso y tal, es mentira. Es una edad muy atrabiliaria, muy de desgaste. Se duerme mal, el cuerpo pesa. No, no es recomendable, pero todos queremos llegar a ella.

P: Asegura que contar es vivir y vivir es contar. ¿Cómo afrontaría un deterioro cognitivo o una demencia?

R. Yo por suerte todavía no los padezco, pero vete a saber, pasado mañana. Ya la he vivido con una intensidad tremendamente dramática en mi mujer Margarita y es una experiencia demoledora, de lo peor que te puede caer en la vida. El deterioro cognitivo acarrea una pérdida de identidad, una pérdida de conciencia y también en lo que yo viví, un alboroto nervioso porque hay variantes. Es una enfermedad terrible.

P: ¿Tiene preparado el entierro o escrito su epitafio?

R. No, el epitafio, no. Lo que tengo ya es el seguro de defunción. ¿Cómo vas a dejar ahí el cadáver a los que te heredan? Eso es una cosa fea. Recuerdo que lo sugirió mi mujer, pagamos un seguro de defunción y nos dejamos de bobadas, que lleve la incineración y esas cosas.

P: En la literatura japonesa es tradición escribir los poemas de la muerte, pese a que pueda sonar fúnebre, muchos tienen un tono humorístico. ¿Cuál sería el suyo?

R. Sería algo así como: "¡Ay, qué gustín da morirse!. Valle Inclán cuando se estaba muriendo, miró alrededor y dijo: "¡Cuánto tarda esto!"

P: Defiende la melancolía y aborrece la nostalgia. ¿Qué matices encuentra entre estos dos sentimientos?

R. A veces digo cosas demasiado exageradas. La melancolía es un sentimiento de madurez, que también nos remite al romanticismo, y habría que matizar todo eso más, pero me parece que es un sentimiento más noble, más duro, más honorable. Y la nostalgia, no sé por qué, me parece un sentimiento más blando, más inicuo o más innecesario. En realidad, tener nostalgia de algo, dice muy poco de quien la tiene. En mi caso, cuando tengo un arrebato nostálgico, pues siempre me llamo al orden. La melancolía tiene más profundidad, se nutre de las ausencias, de las pérdidas, de lo que alimenta la vida humana. Y cuando se va cumpliendo el tiempo, normalmente lo que lo que aflora es una mirada melancólica que proviene de algún tipo de enfermedad del alma.

P: Su literatura se articula en torno a la experiencia, la imaginación y la palabra. ¿Qué peso tiene cada una?

R. Diría que la imaginación es un elemento desencadenante fundamental como motor de las invenciones y de todos los recursos, de las tramas y de todo eso. La experiencia como alimento muy nutritivo. Con la imaginación solo puedes dedicarte a la fantasía límite que no requiere especial experiencia de la vida, las distopías o lo que quieras. Y luego la palabra, que lo materializa todo. En la literatura y en la imaginación literaria el elemento crucial es la escritura. La escritura es lo es casi todo. Podríamos llegar a un límite de la escritura tan poderosa que necesita poca imaginación y ninguna experiencia, lo cual sería un límite de experimentación de no mucho porvenir.

P: ¿Volverá a Celama?

Mapa de Celama, el territorio imaginado por Luis Mateo Díez

Mapa de Celama, dibujado por Ismael Cuende

R. Este verano estaba con mi hermano Antón, retirados del mundo, y se me ocurrió que había una cosa que no había hecho, que eran las historias sacras. Un repaso de los santos, de la imaginería, de la santería de Celama, en algunas ermitas, en una iglesia caída y en una iglesia perdida. Y escribí un pequeño volumen que se llama Sacras historias de Celama. Y bueno, en algún momento, cuando se haga una reedición del Reino de Celama, probablemente podrá incluirse y espero no cometer más pecados veniales.

P: ¿Cómo surgió el territorio imaginario de Celama?

R. Quería ser propietario en vez de tener una finca o comprar por ahí algo en la playa. Yo quiero tener un territorio imaginario que sea una provincia innominada, no un trasunto realista, ni testimonial, ni sociológico. Una comarca en el suroeste que es Celama y fui nombrando todas las ciudades de sombra, con su fisonomía y su callejero. Esto es una cosa del método personal que no vale para nada y que no es ejemplo bueno para nadie. Es verdad que, cuando termino una novela, vuelvo allí y digo a ver qué hay por aquí. Ese territorio da cosecha y yo recolecto en mi finca. El único riesgo es estar muy advertido, de lo buenas que son las reiteraciones para profundizar en lo que uno hace y lo malas que son las repeticiones. Al primer aviso tengo que decir: "se acabó lo que se daba".

P: ¿Sigue confiando en la condición humana o el pesimismo va ganando terreno?

R. Me resisto a a tener una visión pesimista en este momento que estamos viviendo tan poco propicio al optimismo. Surgen corrientes muy inquietantes, un poco miserables y bastante enojosas que contraponen cosas cruciales de nuestras conquistas, de las posibilidades de la convivencia, del entendimiento en el uso del bien mayor que es la democracia, Pues todo esto está revuelto y a mí lo que me fastidia más es como bullen las cosas feas, y vuelve a resonar el verso de Machado: "Españolito que vienes al mundo te guarde Dios...".

P. Abomina de la dictadura y defiende los valores de la transición...

R. Yo exijo claridad en la gobernación del mundo y en lo que a mí compete, yo exijo ejemplaridad. Las malversaciones se explican por las pasiones humanas, pero me revientan las polarizaciones y todas estas historias. Un derecho que tengo como demócrata furibundo es la abstención. Soy un defensor acérrimo de la abstención. Cuando no tienes a quien votar te abstienes, cuando no hay nada que te interese en cuanto a ideologías y demás.

P: En 1972, publicó Señales de humo, su primer y último poemario en solitario. ¿Ha vuelto a escribir versos?

Parnasillo provincial de poetas apócrifos

Parnasillo provincial de poetas apócrifos

R. No, para nada, son unos poemas infames. Deben de quedar pocos ejemplares por ahí, durante un tiempo me ocupé de su desaparición. También recuperé una novela de meapilas que se titulaba El club de las bestias. Volviendo a Señales, aquello fue una contaminación premeditada por parte de mis amigos de la revista Claraboya. Yo he sido siempre de esos que se dejan guiar, pues era un poeta, diríamos que apócrifo. Y luego hicimos un librito muy bonito Agustín Delgado, José María Merino y yo, que se titula Parnasillo provincial de poetas apócrifos.

P. ¿Le apetecería volver a la taberna del Delfín del puerto de Casablanca?

R. Ahí sí, porque me acuerdo de la torre y de Marruecos tengo siempre un recuerdo maravilloso. El poema La taberna del delfín del puerto de Casablanca estaba escrito con una cierta resonancia de alguna de aquellas canciones de Jacques Brel (Dans le port d'Amsterdam). Por ahí quedó algo de eso, porque yo era muy seguidor del cantautor belga.

P: ¿Le gusta bailar?

R. Ahí me tocas la tecla de mi vida, la mayor herida de mi vida. Daría un 5% de lo que he escrito por ser un bailarín, pero un bailarín de verdad. Nada, una incapacidad absoluta. Lo he intentado con amigas maravillosas, he ido hasta una clase de baile cerca de Sol. Imposible, de todo punto, una incapacidad rítmica total, hasta los bailes sencillos y demás, nada. He aborrecido mi cuerpo por su incapacidad de armonía. Te lo digo de verdad. Lo que más echo en falta en la vida es saber bailar. Además me fascina ver bailar, veo muchas películas y cuando empiezan a bailar, me emociono mucho. Es la gran desgracia de mi vida, sin duda de las normales, no ser bailarín.

La charla llega a su fin, Luis Mateo Díez, acompaña a la visita a la puerta, le regala un libro raro de versos y lanza una última humorada. Se imagina con el frac puesto en su ataúd, con los brazos cruzados como un pasmarote, "un buen traje fúnebre". Vale.