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Luis Mateo Díez, un Cervantes muy cercano al caballero de la triste figura

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Los reyes con Luis Mateo Díez, premio Cervantes
Los reyes con Luis Mateo Díez en Alcalá de Henares.

El caballero de la triste figura viste un elegante frac en una fría mañana del mes de abril. A lomos de su fantasía ha llegado hasta la Universidad de Alcalá de Henares, Luis Mateo Díez, el último Premio Cervantes.

Un sol radiante ilumina las losas del patio, en el que resuenan los pasos de tantos nombres ilustres de las letras hispanoamericanas. A la puerta del paraninfo, el galardonado intercambia unas palabras con los reyes y saluda brevemente al presidente del Gobierno.

Luis Mateo Díez luce una inmaculada camisa blanca, chaleco, corbata gris con arabescos geométricos y en la solapa del frac la insignia que le identifica como académico de la Lengua. Dispuesto a disfrutar de la ceremonia, en su corazón guarda el recuerdo de las ausencias de su vida.

Empinada escalera

Tras la intervención del ministro de Cultura, la lectura del acta del jurado y la entrega de la medalla y la escultura por parte de Felipe VI, el escritor ha subido las empinadas escaleras hacia el atril de la cátedra. Un gesto repetido, que había ensayado días antes para evitar un tropiezo.

La nieve, que impedía salir al patio a aquel niño, propició que su maestro leyera las aventuras del Quijote y que su mente infantil se encandilara en aquel valle con las andanzas de un héroe entrañable por "la llanura de un sol agostado".

Con humor, Luis Mateo Díez soslayó el riesgo de convertirse en "aquel repelente niño Vicente, que en la deliciosa novela de Rafael Azcona hacía redacciones sobre la vituperable vida de las moscas" y maduró en su "destino irremediable" de narrador.

Conquista de lo ajeno

"La vida como una narración y la invención de vivirla" desembocan en su poética en "la conquista de lo ajeno", pero con respeto para que sus personajes "sean dueños de sus actos y alcancen la solvencia de su identidad o alimenten la trama que conjuga su destino".

Al final de su discurso, que ha escuchado su familia desde los asientos laterales, menciona de nuevo a sus personajes, que a veces se convierten en "personificaciones": "A ellos vivo entregado, ya que son ellos quienes me salvan a mí".

Al bajar desde la cátedra, que invita "al examen de conciencia y a la predicación", un ligero temblor de manos delata sus 81 años, con una reverencia a Don Felipe y Doña Letizia y un saludo más informal al respetable concluye el descenso y ocupa su lugar para escuchar el discurso del rey.

Gestos cariñosos

La ceremonia concluye con el Gaudeamus Igitur, himno académico que los asistentes escuchan de pie, y con unos cálidos aplausos.

La reina habla con el premiado, y con gestos cariñosos le toca en el brazo o en la espalda. La conversación se mantiene mientras cruzan el patio trilingüe y el patio de los filósofos.

Los reyes se hacen una foto con las autoridades presentes y la familia de Luis Mateo Díez, que mantiene en todo momento el premio en las manos. Finalmente, su hijo Jaime le libera del peso y la escultura espera escondida, debajo de la chaqueta amarilla de su nuera Lucía.

En los corrillos, de forma distendida, se habla de las últimas novelas leídas. La escritora y periodista, Rosa Montero, conviene en que Luis Mateo es uno de los Cervantes más cervantinos, al menos por su figura, y también por su manera de entender la novela como un acercamiento al otro.

El premiado y su familia se van en autobús, con la escultura a buen recaudo, y la tuna irrumpe en el patio sin saber a quién rondar.