Ruanda: el país de Paul Kagame
- El país se encamina a unas nuevas elecciones sin rivales para Paul Kagame
- Los opositores denuncian que son perseguidos y los periodistas, amedrentados
Desde que en julio de 1994 los rebeldes del Frente Patriótico Ruandés (FPR) tomaran Kigali y pusieran punto y final a uno de los peores genocidios que recuerda la humanidad, Ruanda ha sido país de un solo hombre. Primero, como vicepresidente, y, después, desde el año 2000, como todopoderoso jefe de este pequeño Estado que ha cambiado radicalmente bajo su mando. De la Ruanda apocalíptica del genocidio contra los tutsi hace 30 años, el país enseña hoy una imagen muy distinta.
Kagame volverá a ser la única opción
En su limpia y ordenada capital no paran de construir edificios modernos acristalados. Es una Kigali que acoge eventos internacionales en su fastuoso Centro de convenciones KCC y desde la que Paul Kagame decide todo. Este año se enfrenta, en el mes de julio, a unas nuevas elecciones donde volverá a ser la única opción después de arrasar en las últimas con el 98% de los votos previa criba de todo rival de peso. Porque Kagame, que pasó de ser niño refugiado en Uganda a liderar una revolución, es venerado por sus seguidores como el hombre que salvó a Ruanda del infierno. Se codea con líderes del mundo como un referente en la región de los Grandes Lagos a pesar del reducido tamaño del país, pero también es temido por todos aquellos que en algún momento han pensado diferente.
"Si no atendemos a todas las víctimas, la reconciliación nunca será real"
En los últimos tiempos, aquellos que han optado por intentar fundar movimientos de oposición han acabado mal. Es el caso de Victoire Ingabire que hace 14 años regresó a Ruanda desde Países Bajos y fue detenida por pedir que también se atendiera a “las víctimas hutus que sufrieron antes, durante y después del genocidio”. La justicia le condenó por negación del genocidio, algo que ella niega a RNE. “Yo no niego el genocidio contra los tutsi. Lo que dije fue que si no atendemos a todas las víctimas, la reconciliación nunca será real”, asegura desde su casa de Kigali, donde vive tras recibir un indulto presidencial después de pasar 8 años en la cárcel. Se refiere a las denuncias sobre violaciones de derechos humanos cometidas por el FPR tras la toma del poder y que generaron un éxodo masivo de hutus a la vecina Zaire, hoy República Democrática del Congo, y el inicio de un conflicto que se alarga desde entonces con saqueo de minerales y decenas de grupos armados, algunos apoyados por el gobierno ruandés como el M-23.
Sin embargo, ese perdón no le permite, según la Justicia, presentarse como candidata a las elecciones. “Mi lucha va mucho más allá de mis derechos. Fui a la Corte africana de Derechos Humanos y dictaron que el Gobierno había vulnerado mi derecho a la libertad de expresión, pero mi lucha va más allá de mi persona. Hay tres miembros de mi partido secuestrados de los que no se sabe nada, otros cuatro fueron asesinados. Son acciones que muestran que nos queda mucho para tener una oposición fuerte en Ruanda, que sea alternativa y que pueda pedir cambios al gobierno. Es la lucha que llevo para que haya un Estado de derecho real y que sea posible algún día la alternancia democrática”, cuenta a la vez que explica que Kagame le ha negado siempre los permisos para salir del país para recoger premios como el otorgado en 2019 en España por la Asociación Pro Derechos Humanos, para acompañar a su marido enfermo o simplemente para abrazar a unos nietos que todavía no conoce.
Ingabire recuerda que el propio Kagame reconoció en el pasado “excesos” cometidos por miembros del FPR y ella los eleva a “crímenes de guerra y contra la humanidad” y aunque asegura que está de acuerdo en la política del Gobierno que prohíbe hablar de tutsis o hutus en la Ruanda actual, apunta que “no se puede formar una nación si estamos divididos por nuestra historia. Debemos reconocer todos los hechos del pasado porque fueron los propios ruandeses los que se mataron entre ellos”.
Una máquina de represión internacional
Al constante acoso a ruandeses que sueñan con crear movimientos de oposición también se suma una larga lista de represaliados fuera de sus fronteras. Al finalizar la catástrofe de 1994, muchos genocidas se refugiaron en países africanos y europeos y el nuevo Gobierno ruandés lanzó –como en su día hizo el estado de Israel tras el Holocausto– una campaña para localizar criminales que ha logrado identificaciones, detenciones y condenas. Pero también ha servido de plataforma para la represión de opositores. Fue el caso del asesinado exministro del Interior Seth Sendashonga –del que Kagame reconoció que había “cruzado la línea”–, o el famoso protagonista de Hotel Ruanda, Paul Rusesabagina, detenido de forma turbia en el extranjero y llevado en secreto a Ruanda para ser juzgado y condenado por fundar un grupo armado para derrocar a Kagame. Una represión que no afectaba solo a rivales políticos, sino también a antiguos compañeros de armas como Patrick Karegeya.
Quien fuera jefe de inteligencia ruandés, compañero de pupitre de Kagame, fue estrangulado en Sudáfrica en misteriosas circunstancias, después de renegar de su presidente. Su historia es el hilo conductor que ha utilizado la periodista británica Michela Wrong para su último libro No molestar (No disturb en inglés, Assasins sans frontières en francés). Explica a RNE que a medida que fue investigando “durante cuatro años me di cuenta de que el Gobierno funciona como una maquinaria de represión transnacional” que también han denunciado organizaciones como Human Rights Watch.
Sin embargo, este modus operandi no parece afectar a las relaciones internacionales de Kagame, ya que según Michela Wrong “el Gobierno británico nunca ha visto como un riesgo estas prácticas, estaban más preocupados por el yihadismo y ahora están empeñados en sacar adelante su plan para deportar refugiados a Ruanda a cambio de millones de libras”. “Es absurdo”, añade la prestigiosa escritora experta en la región, porque "Ruanda es el país más densamente poblado de la zona y tiene a la mitad de su población viviendo por debajo del nivel de pobreza. No tiene capacidad para acoger a miles de migrantes". Se da la paradoja de que Ruanda patrocina clubes de fútbol europeos como el Arsenal inglés o el Paris Saint-Germain francés y sus datos macroecómicos no paran de crecer, pero a la vez la realidad en las zonas rurales del país es complicada.
“El ejército de Trolls que funciona a las órdenes de la policía ruandesa es enorme“
Y esa represión que denuncian los de dentro también afecta a los extranjeros que, como Michela Wrong, explican lo que ocurre. “El sistema de acoso de redes sociales del Gobierno ruandés no tiene comparación en África. Hablamos siempre de Rusia, pero el ejército de trolls que funciona a las órdenes de la policía ruandesa es enorme. Cada mañana tengo cuatro o cinco seguidores de reciente creación, sin historial y solo con la foto de Kagame o la bandera ruandesa que me insultan, me acosan y me llaman racista o negacionista”, asegura la británica.
Reconoce que tras la publicación de su libro en 2021 ha tenido que tener más cuidado: “Ya no invito personas a mi casa, organizo citas siempre en lugares públicos, tuve que cambiar de correo electrónico y he dejado de utilizar WhatsApp porque se desveló que el Gobierno ruandés usaba el sistema Pegasus masivamente. Con ellos hay que ser más cuidadosa”, asegura la escritora. También reconoce que nunca ha visto esta situación tras décadas de trabajo en África y denuncia la pasividad de Gobiernos como el británico, el estadounidense o los europeos por no denunciar el apoyo de Kagame al M-23 que controla y somete distintas zonas del este de la República Democrática del Congo en uno de los conflictos de baja intensidad más largos que hoy tiene sitiada a la ciudad de Goma y con una crisis humanitaria enorme. Y es que en una región acostumbrada a la inestabilidad en el conflicto, el puño de hierro de Kagame dentro y fuera de la región se combina con la imagen de un nuevo país que configura a su antojo desde hace 30 años.