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Don Quijote en Brooklyn: Paul Auster y el juego cervantino

  • El escritor norteamericano Paul Auster recibió el Príncipe de Asturias de las Letras en 2006
  • Admirador del Quijote, en gran parte de su literatura se puede rastrear la huella de Cervantes

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Paul Auster, el admirador de Don Quijote con detalles de Cervantes
Paul Auster en Oviedo, en 2006 Reuters/Eloy Alonso

Llegó Paul Auster a Oviedo en el otoño de 2006, para recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, y aunque para leer el discurso de agradecimiento tuvo que ponerse gafas, en sus paseos por la ciudad mostró la seguridad y el paso firme de una estrella de rock. Tenía 59 años y estaba en la cima de su carrera, un narrador que iba más allá de géneros y formatos.

El jurado destacó que su obra fusionaba con naturalidad la mejor tradición de la literatura norteamericana y europea, bebiendo lo mismo de la fuente de Mark Twain que de la de Dostoievski. Fumando de la cajetilla de uno y otro, se podría decir, mejor, daba su afición desmedida al tabaco (ha muerto de cáncer de pulmón, recordemos).

Paul Auster recibe el Premio Príncipe de Asturais, en 2006

Paul Auster recibe el Premio Príncipe de Asturais, en 2006

En el discurso, Auster reconoció que no sabía bien para qué servía la literatura, pero que no se imaginaba haciendo otra cosa. También aseguró que la novela, por mucho que digan que está en crisis, nunca terminará de morir, pues el ser humano necesita el relato para vivir, igual que la comida.

Quizá esa necesidad de relato para vivir fue lo que le empujó a escribir la descomunal y brillante 4 3 2 1 , una novela que cuenta cuatro posibles vidas de una persona llamada Archie Ferguson, que es o pudo haber sido el propio Auster y que nos explica la historia reciente de EE. UU como pretende toda 'Gran Novela Americana'.

Paul Auster publica "4 3 2 1", tras siete años de silencio literario

Al concederle el Príncipe de Asturias de las Letras, España se sumaba al reconocimiento ya realizado por Francia, que le nombró en 1992 Caballero de la Orden de las Artes y las Letras. Su literatura siempre ha sido muy valorada en Europa y él se sentía a gusto al otro lado del Atlántico, como buen intelectual neoyorkino.

El juego de las identidades y la tradición cervantina

La primera novela que publicó Paul Auster, Jugada de presión (1976), cuenta la historia de Max Klein, un detective privado al que contrata un tal George Chapman, exjugador béisbol que tiene la misma edad y ha estudiado en la misma universidad que el protagonista. Chapman se ha retirado del deporte tras un accidente e inicia carrera política. Está recibiendo mensajes anónimos amenazantes y quiere conocer quién está detrás de todo esto… o sea, puro noir. Empieza a desarrollarse la trama y a la vez empieza el juego de confusiones e identidades dudosas, juego al que el propio autor contribuye, pues firmó con el seudónimo de Paul Benjamin.

Jugada de presión tuvo poco recorrido entre el público y la crítica, en su momento, la ignoró, pero leída ahora deja entrever algunas de las claves de la literatura de Paul Auster, que terminarían fijándose definitivamente con Ciudad de cristal, publicada en 1985, primera parte de La trilogía de Nueva York (junto a Fantasmas y La habitación cerrada) y reconocida como revulsivo de la siempre inquieta y vigorosa literatura norteamericana.

En su trilogía neoyorkina, Auster se zambulle por completo en el juego cervantino. Igual que Don Quijote parodia la novela de caballerías y se deja llevar por la fantasía, con Cervantes como personaje del propio texto, Auster hace lo mismo con el género negro, los detectives con problemas personales, la confusión de la vida y la ficción y los narradores mentirosos. La Mancha cervantina se convierte en una Nueva York de bares llenos de humo, luces de la policía, tan reconocible como alucinada.

Un escritor de Nueva York

La trilogía convirtió a Paul Auster en una figura literaria internacional, estatus que nunca perdió y que se fue desarrollando con los años, hasta alcanzar la cima de las letras norteamericanas. Jugó en la misma liga que Faulkner o Roth y uno de sus últimos libros se lo dedicó a otro gigante de su país, no tan reconocido, Stephen Crane, el cronista de la guerra de Cuba.

Paul Auster regresa con una monumental biografía sobre el escritor y periodista Stephen Crane

Auster consiguió lo que muy pocos escritores consiguen, aunque casi todos intenten de una forma u otra: conquistar un territorio y moldearlo a su antojo, que fue lo que hizo con Nueva York, con el barrio de Brooklyn, donde se instaló en los años 70 y donde desarrolló buena parte de su literatura.

Sus textos están plagados de topónimos de la ciudad, que se pueden localizar con los mapas digitales para trazar un mapa preciso de lo narrado, y todas sus palabras se impregnan con naturalidad de la locura y la maravilla de la 'Nueva Roma'.

En los últimos años el trabajo de Auster no fue ajeno al mundo que le rodeaba. Todo cambia y América también lo ha hecho, muy rápido y sospechamos que no a mejor, y en esa Nueva York suya quizá había ya más evocación que descripción.

Los ambientes están muy cargados por allí y no de humo de tabaco, precisamente.