El tren que taladra las cavernas en México
- Los constructores del Tren Maya han talado grandes áreas de vegetación y han destruido parte de las estalactitas de las cavernas
- Los activistas denuncian la ilegalidad y falta de transparencia de las obras que un juez ordenó suspender
La cita es a la ocho de la mañana en Playa del Carmen, en un aparcamiento a la espalda de una cafetería de carretera. Nos piden discreción, aunque no tardamos en reconocer a los espeleólogos por sus ropas brillantes y sus aperos de trabajo. Para ellos es una excursión más, pero nosotros estamos a punto de descubrir una aberración inimaginable.
Tomamos la autovía 307, sentido Tulum. La carretera se desliza en paralelo a la Riviera Maya. Circulan autocares de cristales tintados con turistas norteamericanos, tráilers kilométricos y mexicanos a pie que van o regresan de sus trabajos en hoteles de lujo. Estamos en campaña electoral y cada poco tiempo vemos en las cunetas carteles con el rostro sonriente de la candidata del partido gobernante, Claudia Sheinbaum. Como nos han pedido discreción, la miramos de reojo, no vaya a ser que descubra nuestro destino.
Varios kilómetros después, abandonamos la 307 y enfilamos un camino de tierra que penetra en la selva maya. Perdemos la cobertura en los móviles. Ya nadie sabrá de nosotros hasta que regresemos a la 307. Estamos en una selva rara porque los árboles nos parecen poco elevados (después nos explicarán que la superficie es roca kárstica y las raíces no pueden ser muy profundas) y porque durante todo el trayecto nuestro coche se cubre de polvo. Nos cruzamos con un puñado de volquetes. Las obras del Tren Maya no deben estar lejanas.
Aparcamos los vehículos, cargamos el material básico en bolsas secas y nos ajustamos los cascos de espeleología. Guillermo D.Christy, el espeleólogo mexicano con el que contacté días antes desde Ciudad de México, está atento a una señal en el bosque que nos indica dónde debemos dejar el sendero y atravesar la selva machete en mano para desbrozar la maleza. Hora y media después de la cita en el aparcamiento a la espalda de la cafetería, se abre ante nosotros la enorme boca de la gruta que buscamos. Parpadeamos para acomodar la vista a la oscuridad de la caverna y descubrimos miles y miles de estalactitas que dan techo a una laguna de agua prístina.
Roberto Rojo, el otro espeleólogo, nos pide aplomo y advierte: “La superficie no es resbalosa, pero es mejor dar pasos grandes y firmes”. La majestuosidad del momento nos impide prestar atención a los consejos.
Cavernas prehistóricas
El primer humano que visitó y catalogó este cenote lo hizo hace solo nueve años, en 2015. Fue el espeleólogo texano Peter Sprouse. Hasta entonces, nadie había entrado, salvo —posiblemente— algunas comunidades mayas que las visitaban para realizar rituales religiosos y agradecer la riqueza que les proporcionaban sus aguas. Cenote es una palabra maya que significa algo así como profundidad, abismo.
La gruta por la que vamos a transitar forma parte del sistema Aktun t’uyul y tiene forma de estrella irregular de tres puntas. Entramos por la punta conocida como Manitas y nuestro destino está en otra de las puntas de la estrella, bautizada como Oppenheimer en honor al físico estadounidense y su reciente película.
La primera impresión es incómoda. Uno siempre ha accedido a estas cavernas prehistóricas después de pagar una entrada y haber escuchado decenas de recomendaciones y prohibiciones. Tengo la sensación de estar violentando a la Naturaleza, entre otras cosas, porque iluminamos una obra de arte que ella, la Naturaleza, ha querido mantener en la más absoluta oscuridad.
Nos orientan unas cuerdas amarillentas, desplegadas en su día por Sprouse. Sorteamos las cuchillas talladas a partir de gotas de agua calcárea. Prohibido tocarlas. Cruzamos a nado pozas de aguas cristalinas. La temperatura es estable, 23 grados.
Y, de repente, descubrimos que el agua se turbia, que sobre la superficie flotan filetes de espuma de cemento, que a los lados surgen chispas de alguna soldadura, que el silencio de sepulcro se ensucia con música latina que surge de las cúpulas puntiagudas. Y es en ese momento cuando entendemos que no somos nosotros quienes violentamos a la Naturaleza.
Ante nosotros se alzan tres columnas de acero relleno de hormigón. La estampa produce náuseas. Para abrir camino al Tren Maya, los ingenieros han rajado la selva talando cerca de 10 millones de árboles y para sostener las vías elevadas han taladrado la roca calcárea: cuatro pilares por cada 17 metros. Y para todo eso, han hecho añicos las estalactitas que la Naturaleza ha esculpido pacientemente durante centenares de miles de años. A las estalagmitas no les toca mejor suerte: algunas han quedado cubiertas por el hormigón sobrante.
Obras ilegales
Roberto no se puede contener. "Me encantan las cuevas —nos dice—, trato de estar el mayor tiempo posible en ellas. Pero venir aquí y ver esto me rompe el corazón y me llena de coraje. Me hierve la sangre cuando veo todos estos pilotes que están poniendo en ilegalidad". Sostiene en ilegalidad porque Roberto, Guillermo y otros tantos han logrado convencer a un juez para que decrete la suspensión de las obras. A quien no han convencido es a la persona que está empeñada en terminar el Tren Maya como sea y al precio que sea, al presidente Andrés Manuel López Obrador. Y Roberto remata: “Es un capricho del presidente que no obedece ni a la protección de la naturaleza, ni a la protección de la cultura, ni a la protección de las personas”. No está claro el beneficio social que va a aportar la obra; lo que sí se sabe es que su presupuesto se ha disparado y no hay manera de fiscalizarlo porque se ha decretado secreto al estar considerada una obra de seguridad nacional. Siempre que se le pregunta, el presidente minimiza los daños.
Abajo, en la gruta, a seis metros bajo el nivel de la superficie, impera el silencio. Se rompe en ocasiones por el sonido de los taladros, charlas entre obreros que no logramos entender y la música latina. La gruta está silente, no protesta. Y quizá por eso le toca ahora sufrir.
Al principio se barajó llevar el trayecto por encima de la autovía 307. Los encargados de las finanzas protestaron. Muy caro. Después se decidió que la vía correría en paralelo a la 307. Los hoteleros protestaron. Ruido de obras y polvo cuando los turistas lo que quieren es silencio y sol. Y al final, el proyecto se trasladó a plena selva. Y la selva y las cavernas siguieron silentes.
Roberto y Guillermo han decidido romper el silencio de los cenotes. Protestan en redes sociales, denuncian ante tribunales y ayudan a los periodistas a entrar en la cueva para que veamos y contemos.
Antes de regresar, Guillermo graba un nuevo vídeo para las redes sociales. “Señor presidente, aquí luchamos por los derechos humanos de toda la comunidad. El derecho al agua limpia, no contaminada, el derecho a una selva y un patrimonio cultural. Esto no puede continuar”. Y Roberto pone después su sello directo. “Espero que los responsables paguen su delito con la cárcel”.
Siete horas después, recuperamos la cobertura de nuestros móviles y volvemos a circular por la autovía 307. Nos cruzamos con los autocares de lujo para turistas, con los camioneros, con los trabajadores y con otros carteles, estos del Partido Verde, pidiendo el voto para la oficialista Claudia Sheinbaum.