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Ayudas sociales que transforman vidas: "Si no fuese por el equipo de Tratamiento Familiar, estaría muerto o entre rejas"

  • El Programa que ampara a menores en riesgo de exclusión de Andalucía ha atendido a casi 80.000 familias desde 2008
  • RTVE.es habla con Juan Miguel, un joven cordobés que relata cómo cambió su vida tras recibir ayudas sociales

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Juan Miguel: “Yo era un bala perdida”
Imagen de Juan Miguel en la actualidad: “Yo era un bala perdida” CEDIDA POR AUTOR

Juan Miguel nació privado de libertad en un módulo penitenciario donde pasó sus primeros tres años de vida junto a su madre. El paso del tiempo le permite relatar visiblemente emocionado, junto a su hija y su mujer, cómo vivió aquella etapa de su vida. Confiesa a RTVE.es que no guarda muchos recuerdos de su infancia, y que hace memoria según las historias que le han contado. 

Él es una de esas personas que, desde el momento de su nacimiento, llega al mundo con todo en contra. Con una historia de vida tan sobrecogedora como inspiradora, actualmente relata orgulloso cómo cambió el rumbo de su vida gracias a su paso por los programas de Servicios Sociales. 

Juan Miguel formó parte del Programa de Tratamiento a Familias con menores en riesgo de exclusión, un proyecto dentro del catálogo de servicios sociales de la Junta de Andalucía destinado a familias cuyos hijos se encuentran en situación de vulnerabilidad.  

Según el primer estudio realizado por varias universidades públicas andaluzas que ha evaluado la eficacia de este programa, se ha demostrado que “los menores en riesgo de exclusión mejoran su calidad de vida” gracias a estas políticas públicas. Un proyecto que ha atendido a casi 80.000 familias andaluzas desde 2008.

“Yo era una bala perdida”

Desde que Juan Miguel nace, le acompañan las cuatro paredes de un centro penitenciario, lugar donde reside sus tres primeros años. Según la legislación, los bebés y los recién nacidos pueden vivir con su madre en la cárcel hasta los 36 meses. Tras este período, los menores deben salir al exterior. Es entonces cuando su abuela se hace cargo del menor y comienza a vivir junto a sus hermanos, Manolín y Kike. Este último “va y viene” de sus vidas, ya que también residía con otra familia de acogida de etnia gitana. Una situación complicada, ya que los padres de Juan Miguel salían y entraban en prisión, por lo que era la abuela quien atendía al menor. 

Yo era un bala perdida, me expulsaban todos los meses y no sentía pasión por nada

Él recuerda su niñez convulsa. Con el paso del tiempo, y a medida que su abuela pierde las fuerzas, Manolín, su hermano mayor, tiene que dejar los estudios para ocuparse de la familia, por lo que pasa a ser su tutor legal.

Reconoce que en el colegio y en el instituto no le fue como le hubiese gustado. “Yo era una bala perdida, me expulsaban todos los meses y no sentía pasión por nada”, asegura. Su situación llegó a ser insostenible, “cuando llegaba a casa me encontraba cosas que no me gustaban, ahí es cuando me di cuenta de que tenía que salir”, confiesa. En el momento en el que entra en el programa de Asistencia Social, Juan Miguel observa cómo sus días cambian.

El joven recuerda a Chari, a Rocío y a Belén, integrantes del Equipo de Tratamiento Familiar de Cabra (Córdoba), como las personas que lograron reconducir su vida.

Rocío Roldán, trabajadora social en este programa, evoca con mucho orgullo lo que su equipo pudo hacer por Juan Miguel. “Es un trabajo multidisciplinar, evalúo las redes sociales, los recursos económicos y educativos para después tomar medidas y que los jóvenes puedan desarrollarse adecuadamente”, apunta Roldán. A ella le corresponde la labor de apoyar y evaluar a familias con menores en situación de desamparo. Cuando se firma un informe de riesgo, aquellos menores que sufren abandono, abuso, maltrato o negligencia hacia sus necesidades físicas o emocionales ejercidas por sus padres o tutores legales, tienen la posibilidad de comenzar a trabajar junto al Equipo de Tratamiento Familiar. 

Los jóvenes mejoran enormemente

La trabajadora social asegura que, en la práctica totalidad de los casos, los jóvenes mejoran enormemente, en cada uno de los ámbitos de su vida, tras su paso por el programa. Junto a ella se encuentra una mujer joven, que llegó a España procedente de Rumania con seis años. Recuerda con emoción los primeros meses en nuestro país. Como niña migrante, el impacto cultural y el cambio de idioma le afectó mucho.

Cuando entró al programa, experimentó una gran mejora en sus relaciones sociales y en sus estudios. En la actualidad tiene 24 años, gracias a las ayudas públicas, recientemente le han concedido un techo a ella y a su hijo de cinco años, quien también forma parte del programa.

De esta manera, son dos generaciones a las que Chari, Rocío y Belén han podido ayudar.  Su hijo tiene discapacidad, la joven afirma que afrontaba momentos muy difíciles ella sola. “Me estresaba mucho, no entendía a mi hijo, y él tampoco me entendía a mí. Ahora ha aprendido a hablar y logro entender el porqué y el cómo ayudarle”. “Era un niño muy cerrado, no se relacionaba en el colegio y no tenía amigos, ahora se comunica con todos y es mucho más feliz”, cuenta orgullosa.   

“He sido muy afortunado”

Entablar vínculos sociales sólidos es uno de los pilares fundamentales de este tipo de programa. Estas intervenciones mejoran la calidad de vida de los menores y al mejorar su bienestar general, adquieren una mayor capacidad para integrarse en grupos, ser incluidos y aceptados y relacionarse mejor entre iguales. Por ello, se fomentan las actividades lúdicas enfocadas a un ocio saludable.

Juan Miguel recuerda con añoranza los campamentos de verano a los que asistía. Allí pudo aprender y relacionarse con jóvenes de todas las clases sociales. “He sido muy afortunado”, expresa con gran emotividad. Son muchas y varias las opciones, lúdicas y formativas que se ofrecen, desde cursos, talleres o grupos deportivos, etc. A través de estas actividades, las trabajadoras sociales guían a los menores hasta encontrar lo que verdaderamente les gusta y apasiona. 

“Te das cuenta de lo que tienes y de lo que has tenido, de lo que debes hacer y lo que no. Intentan mostrarte las dos caras de la vida y te dan las herramientas para salir y buscar una nueva realidad”, asegura Juan Miguel, quien subraya que su paso por el programa de Tratamiento Familiar significó un antes y un después en su vida.

"Descubrí una realidad que no imaginaba"

Gracias a las actividades formativas, descubrió en la tecnología un fuerte aliado para el futuro. Con la ayuda de los trabajadores sociales decidió seguir estudiando, esta vez en Granada, donde comenzó un ciclo formativo al mismo tiempo que se alojaba en una residencia de estudiantes. 

Le diría a mi yo de 15 años que no piense tanto en las cosas, hay que escuchar y ser humilde

Un período que le permitió aprender en todos los ámbitos. “Para mí era la hostia estar en mi casa y que se respirase calma, que no hubiese voces y que no hubiera problemas, hacer cosas normales, como ver una película o escuchar música”, relata. Tras las prácticas curriculares, la empresa donde se formó decidió contratarlo. Gracias a su esfuerzo, este joven está en continuo ascenso en la compañía.

“Le diría a mi yo de 15 años que no piense tanto en las cosas, hay que escuchar y ser humilde. Existen personas bondadosas que te hacen descubrir otra realidad que en su momento ni me imaginaba”, concluye Juan Miguel.

*Antonio Morales Vigo es alumno del Máster Periodismo 360° Universidad de Sevilla. Esther G. Pérez, redactora jefa de Sociedad, ha supervisado la elaboración de este texto.