Coppola naufraga en Cannes con 'Megalópolis', su visión de la caída y renacimiento del Imperio americano
- Adam Driver es un arquitecto que sueña con una sociedad utópica en una película que decepciona en el festival
La ley de la expectación, cuando es grande, desemboca en una simple satisfacción cumplida o en una enorme decepción. La energía en el ambiente, las colas, los comentarios, la desesperación por conseguir una entrada, y, en fin, el mito cinéfilo, convertían a Megalópolis en la película del Festival de Cannes 2024 porque todo el mundo quiere de vuelta al mejor Francis Ford Coppola. El cineasta estadounidense apostó por competir por la Palma de Oro en lugar de proyectarse más a salvo fuera de la competición: es un jugador nato y como tal se ha llevado el batacazo del festival con su operística versión de la caída del Imperio americano (y su posible solución).
Coppola juega con Megalópolis en su propia liga: ha financiado la película con 120 millones de dólares de su bolsillo, como hizo con Apocalypse Now o Corazonada, y asumirá de nuevo el veredicto de la taquilla. De Cannes sale con augurios de que no será una competidora de premios, ni aquí ni en el próximo otoño. El gran teatro Lumière, eso sí, ha colmado de aplausos a Coppola en el estreno en honor a su leyenda.
Goethe decía que la arquitectura es música congelada, y Coppola parafrasea al alemán en Megalópolis: la arquitectura es tiempo congelado. Adam Driver interpreta a César Catalina, un arquitecto ambicioso empeñado en derrumbar Nueva Roma –un trasunto romanizado de Nueva York contemporáneo– para levantar una utopía en la que la fe en la creatividad humana ilumine el futuro. “La caída del imperio comienza cuando sus ciudadanos pierden la fe”, se dice en el comienzo.
César puede, literalmente, detener el tiempo porque, razona la película, ese es el poder de los poetas y artistas. Aunque César es poderoso, el alcalde Frank Cicero (Giancarlo Esposito) tacha los planes del arquitecto de utopía de un iluminado y reclama centrarse en los problemas reales del pueblo. Al mismo tiempo, Clodio (Shia LaBeouf) el hijo del hombre más acaudalado de Nueva Roma (Jon Voight) urde siniestras traiciones y seduce al pueblo con un populismo demagógico indistinguible del trumpismo que termina en levantamientos reconocibles donde ondea la bandera sureña.
Las sociedades humanas, según Coppola
Coppola ha condensado en la película su filosofía sobre la sociedad, el poder, el arte y la innovación. Megalópolis, su largo sueño megalómano que acaricia de comienzos de los años 80, es un compendio de sus ideas, pero sobre todo de ideas prestadas: uno de sus principales rasgos es la incesante enumeración de frases de Marco Aurelio, Ralph Waldo Emerson, Rosseau o Safo que subrayan a fuego el mensaje, pero hasta el punto de convertir a los personajes en ametralladoras de citas.
La pretensión era shakesperiana —citado también varias veces— y Megalópolis es una carcasa del teatro del bardo inglés, con sus personajes ambiciosos, sus traiciones y reflexiones sobre el poder. Solo que está vacía: no hay profundidad ni complejidad en los personajes. Tampoco hay misterio ni poesía, lo que podría convertirla en una película de culto, sino que es completamente transparente.
Coppola incluye una performance en la proyección
Megalópolis solo ha regalado un momento verdaderamente único: en mitad de la película, cuando el personaje de César concede rueda de prensa, un actor ha aparecido en la sala con un micrófono y se ha situado frente a la pantalla en la oscuridad como si fuera el periodista que formula las preguntas. Una performance desconcertante que quizá tenga que ver con la obsesión por el ‘cine en vivo’ que Coppola ha teorizado durante la última década y que se repetirá durante todas las proyecciones en Cannes (pero difícilmente, en principio, en la futura vida comercial de la película).
En la tensión entre la utopía y la distopía aparecen ideas que a veces parecen revolucionares y a veces tradicionales. “¿Qué salvarías de tu utopía?”, preguntan a César. “La familia”, responde. Erráticos parecen también los personajes femeninos: Nathalie Emmanuel es Jullia Cicero, hija del alcalde y enamorada de César, mientas que Aubrey Plaza es Wow Platinum, conspiradora femme fatale.
Coppola siempre ha sido un cineasta especialmente ecléctico: es difícil reconocer a un mismo autor en El Padrino, Apocalypse Now o La ley de la calle, todas obras maestras. Quizá por su personalidad poliédrica en la que confluyen el artista, el obseso de la tecnológica y el empresario. En ese sentido, Megalópolis —con Tucker, un hombre y su sueño— es su película más personal: la de un hombre esperanzado en que la tecnología salvará el mundo proporcionando nuevas sociedades.
Quedaba la carta de que una estética fascinante de Megalópolis levantase el conjunto. Nueva Roma tiene un punto art decó —la fachada del edificio Chrysler es la más utilizada— combinado con los vestuarios e imaginería de la antigua Roma. Concebida hace 35 años, da la impresión en algunos detalles (hay satélites de la URSS amenazando con caer o la prensa todavía es escrita) de no ser exactamente una película que recree un universo desde el presente, creando una sensación, más que atemporal, de acumulación de tiempos.
“Cannes es importante para Coppola y Coppola es importante para Cannes”, decía al comenzar el festival el delegado general del Festival Thierry Fremáux. Aquí cimentó su leyenda con sus dos Palma de Oro. El festival cambió las normas en 1979 (un ganador no podía volver a competir) solo para que Apocalypse Now pudiera presentarse, pero no se espera una tercera. ¿Será Megalópolis su canto del cisne? Solo si Coppola quiere: le quedan viñedos, energía e inagotables ganas de experimentar para embarcarse en cualquier aventura. Eso al menos, la mera existencia de Megalópolis solo por su empeño personal de su creador, merece todos los aplausos.