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Entrevista en TVE

"La violencia política muestra que algo no está funcionando"

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Preocupación en la UE por la violencia política tras el intento de magnicidio en Eslovaquia

Analizamos con Ruth Ferrero, profesora de Ciencia Política y Estudios Europeos de la Universidad Complutense de Madrid, el intento de asesinato del primer ministro de Eslovaquia que este miércoles sacudió al país. El ministro del Interior de Eslovaquia, Matus Sutaj, ha informado de que el sospechoso tuvo motivaciones políticas, actuó solo y había participado en protestas antigubernamentales.

PREGUNTA: ¿Qué está pasando en Eslovaquia? 

RESPUESTA: Lo que estamos viendo no es nuevo, porque la sociedad eslovaca lleva ya mucho tiempo polarizando. De hecho, uno de los artífices de esa crítica polarización de la sociedad eslovaca ha sido fundamentalmente Robert Fico. Ya desde sus primeros momentos como primer ministro, con esa salida turbulenta del poder en el año 2018, acusado de tener relaciones incluso con las mafias organizadas para perseguir a la prensa eslovaca con el asesinato de un periodista, siempre ha sido una persona peculiar y que ha estado en el punto de mira de muchas polémicas. En la actualidad, tenemos que recordar que lleva de nuevo en el poder desde el otoño del 2023 y a lo largo de estos meses ha incentivado más esa polarización. Ha tensado mucho más la cuerda. ¿Cómo lo ha hecho? Pues siguiendo un poco el manual de instrucciones que ya ha “patentado” Orbán, que es una victoria electoral seguida de la concentración de poderes en el Poder Ejecutivo, con una reforma del Código Penal, con una reforma de la ley de competencias, quitándoselase al jefe del Estado, al presidente, y arrogándoselas al primer ministro y con una ley de medios que pensaba aprobar en breve. Esta situación lo que ha hecho es polarizar, porque además ha puesto en el punto de mira a varios jueces del Tribunal Supremo en los últimos dos o tres meses, precisamente por esas reformas legales que ha querido poner en marcha, ha señalado a abogados y a psicólogos, incluso, por supuestamente atacar el sistema democrático. 

P: ¿También influye su posición sobre la guerra de Ucrania y la relación con Rusia? 

R: En primer lugar, es verdad que no ha habido injerencias ni ha habido nada que pudiera parecerse a la alteración del resultado el resultado electoral, a pesar de que es verdad que algunos actores apuntaron en algún momento a temas de desinformación rusa. Pero esto nunca se ha podido demostrar. Y de hecho, la OSCE no ha sacado ningún informe en ese sentido. Por otro lado, Fico se ha hecho fuerte porque la opinión pública eslovaca es muy prorrusa, mucho más que otras sociedades de la región en términos porcentuales. En términos relativos, es una sociedad que mira con buenos ojos, digamos, no una ruptura brusca con Rusia, sino un mantenimiento de relaciones tranquilas. La sociedad apoya los postulados que plantea Robert Fico, con todo el populismo que queramos atribuirle también a este político que claramente se determina como un político nacional populista. A todo esto hay que sumar la aparición también, no solamente en Eslovaquia, sino a lo largo y ancho de todo el continente europeo, de grupúsculos de extrema derecha muy radicales que van más allá de las escisiones que podemos ver, por ejemplo, en España del PP y Vox. No, esto va más allá porque son fuerzas políticas que podríamos denominar casi neofascistas y que beben en su imaginario colectivo de las fuerzas autoritarias y fascistas de los años 30 del siglo pasado.  

P: ¿Cómo se pasa de ese contexto a que un individuo concreto dispare contra el primer ministro de su país? 

R: Estas situaciones ya las hemos visto con anterioridad. Por ejemplo, en el Reino Unido con el asesinato de Joe Cox. Se dio como consecuencia de una escalada de la tensión política y del incremento de la polarización producto del Brexit. Lo vimos también en los primeros meses del comienzo de la invasión rusa de Ucrania y ahora estamos viendo el juicio al señor jubilado de Burgos, que mandó cartas bomba a las distintas embajadas. Es un paralelismo sorprendente. Obviamente, no es un intento de magnicidio, pero sí que hay un intento de tomarse la justicia por su mano por parte de personas individuales. Además, estamos percibiendo que una parte de la opinión publicada pone el foco en la persona que ha sido atacada. Y viene a decir que, como es un político autoritario, populista, nacionalista, antiinmigrante, bueno, pues igual lo tenía merecido, ¿no? Y esto es muy preocupante porque del mismo modo que esgrimimos este tipo de argumentos en relación con un líder político, se puede hacer desde el otro marco contra otros líderes políticos. Es fundamental hacer un ejercicio de autorreflexión y autocrítica por parte de la clase política mainstream, por parte de los medios de comunicación, que también azuzan esos procesos de polarización que algunos politólogos han llamado polarización afectiva. Esa teatralización de la política que se hace en sede parlamentaria, o en medios de comunicación, de forma muy agresiva, muy tensionada. Eso llega a las poblaciones que finalmente deciden que, bueno, ¿por qué no? Pues en vez de hablar con mi vecino le pego un puñetazo, ¿no? Y el extremo sería el caso de esta agresión a Robert Fico.  

P: ¿Cree que hay un problema de violencia política en Europa? 

R: Sí, es lo que llevamos viendo ya desde hace varios años. Esto nace en un contexto geopolítico convulso, pero también a partir de una aproximación al análisis de la realidad en clave de blancos y negros. Lo hemos visto en el conflicto en Ucrania. Con la invasión rusa, ha habido ataques viscerales de buenos contra malos. Hay que estar en el lado bueno y los otros son totalmente malos. Es decir, no hay grises, no hay tonos de grises, no hay análisis o te posicionas en un marco o eres prácticamente íntimo amigo de Vladímir Putin, o viceversa. Y, si te posicionas radicalmente contra él, contra Putin, es que eres íntimo amigo de la OTAN. En el caso de Gaza estamos en términos generales también en esos marcos de quiénes son los buenos, quiénes son los malos en función del marco ideológico en el que cada uno está operando y se plantea quién está en el lado bueno y quién no lo está. Esto polariza la sociedad en términos internacionales. 

Otro marco a tener en cuenta viene de la descomposición de los sistemas políticos que han estado vigentes desde la Segunda Guerra Mundial. Desde el fin de la Guerra Fría, hemos visto las caídas de los partidos socialistas, desapariciones de algunos casos como el francés, muy paradigmáticas. Hay turbulencias dentro de esos sistemas de partidos que hacen que también emerjan corrientes mucho más radicales, que estaban ocultas bajo el paraguas de otros grandes partidos y que ahora no tienen miedo a exponerse de forma abierta y sin tapujos. Creo que eso tiene que ver también con la ausencia de la capacidad de los partidos que todavía permanecían siendo ejes de los sistemas políticos para dar respuestas a la ciudadanía en un momento muy convulso, de muchísima transformación de las economías. La transición verde está siendo una bomba de relojería que, desde mi punto de vista, pienso que no se está sabiendo gestionar lo suficientemente bien para llegar a aquellas poblaciones que lo ven como una amenaza. Eso está siendo aprovechado de manera brillante por partidos que cuestionan las democracias liberales. Y por eso el riesgo está en el avance de las democracias antiliberales.  

P: ¿La violencia política tiene un signo de ultraderecha? 

R: Yo creo que sí, pero alimentada también por partidos mainstream. Es decir, hay muchas complicidades en todo esto. La ausencia de respuesta, por un lado, lo que hace es fomentar la aparición de partidos antisistema de un marco. Puede ser de izquierdas radicales, pero también de derechas radicales. Los que más se están arraigando son las derechas radicales. Pero es interesante ver que son muy pocas de esas derechas radicales las que ejercen realmente un cuestionamiento del statu quo. Una de ellas puede ser la alemana AfD, que es la única fuerza que ahora mismo plantea, por ejemplo, la salida de la Unión Europea. Pero ni el partido de Orbán, ni el de Fico, ni Ley y Justicia en Polonia, ni la propia Meloni, ninguno de ellos plantea la salida de la Unión Europea. Ellos no son partidos antisistema, son partidos que operan dentro del sistema, dentro de las dinámicas dominantes de ese sistema capitalista y globalizado. Y yo creo que ahí es donde tenemos que hacer el análisis. Este antisistema se beneficia de ese sistema. La cuestión es cómo romper esos marcos analíticos en los que está instalada la mayor parte de la sociedad y no caer en su trampa. Y el problema es que los partidos mainstream, a izquierda y derecha, han comprado el marco de lo que están planteando esas derechas radicales en materias como Pacto Verde o las políticas de inmigración, y eso hace que en un contexto extremadamente dominado por el discurso de seguridad y defensa alimente, como no puede ser de otra manera, las pulsiones más violentas. Porque si lo que te están diciendo es que estamos amenazados, cualquier cosa puede ser una amenaza. Y como cualquier cosa, puede ser una amenaza, la tendencia es a la defensa, o al ataque. 

P: ¿La violencia política es un síntoma de decadencia? 

R: Yo creo que la violencia política es un síntoma de que algo no está funcionando. Pero no es nuevo. Llevamos ya años hablando de la crisis de las democracias liberales, de cómo no se estaban dando las respuestas a las demandas de la sociedad, del incremento de las desigualdades sociales, de las brechas entre ricos y pobres. Esto es algo que no es nuevo, que no es de este mes ni es de hace seis meses, sino que llevamos ya mucho tiempo. Y de eso es de lo que se aprovechan los Trump en Estados Unidos. Pero también líderes políticos que saben leer estas cuestiones y dan opciones alternativas a sus poblaciones, como puede ser el caso de Orbán. No por nada Orbán se mantiene en el poder durante tanto tiempo y no se puede achacar solo a las reformas institucionales. Tiene una gran masa crítica de apoyo detrás de él. Y esto es lo que le ha pasado a Robert Fico. También ha conseguido saber leer cuáles eran las pulsiones y las demandas de la sociedad eslovaca que le ha dado su apoyo. 

P: ¿Cómo valoras la forma en que se está combatiendo esa violencia? 

R: La cuestión es que aparecen grupos que cada vez son más violentos y eso azuza que los regímenes políticos inserten cada vez más mecanismos represivos. Y bajo esos mecanismos represivos no están solamente los grupos radicales, sino que también está el resto de la sociedad. Yo creo que eso también hay que observarlo con mucho cuidado. ¿Cuáles son los límites de una ley mordaza o del cierre de redes sociales como TikTok? Es decir, si tú cortas fuentes de información alternativas a las predominantes dentro del marco de las opiniones públicas, evitas también pulsiones críticas con determinadas actuaciones y acciones, y mantienes una opinión pública que es homogénea y que no tiene pensamiento crítico. Y si tiene pensamiento crítico, automáticamente se lo criminaliza. Podemos entrar en una espiral de mucha más violencia y mucha más represión también.  

P: ¿Eso es un escenario de Europa años 30 [del siglo XX]?

R: SÍ, ahí podríamos entrar en un escenario de Europa en los años 30, que no es para nada descartable. Estos episodios de violencia van creciendo. Lo hemos visto en Alemania con los ataques a eurodiputados en campaña electoral. Lo estamos viendo con las resistencias por la otra parte a modificar normas que coartan la libertad de los ciudadanos y las ciudadanas, como puede ser la ley mordaza. En el caso español lo estamos viendo en cómo se justifica todo bajo el paraguas de la seguridad. Lo hemos visto en las manifestaciones y en las acampadas de los universitarios en Estados Unidos, pero también en Francia, en Países Bajos, que son paradigmas de la libertad de expresión y la libertad de protesta. Y, sin embargo, vemos cómo el marco se va cerrando. Hay protestas, y como son disidencias, utilizamos lo que se ha dado en llamar el derecho penal del enemigo para, a pesar de que no son una amenaza real para el sistema, reprimir y asustar al resto de aquellos que quieran manifestarse. Si las autoridades no son capaces de identificar cuáles son efectivamente los elementos que son realmente perniciosos para el sistema y mete a todos en el mismo paquete, todos son terroristas, todos son ultras. En ese caso estamos ante un problema muy serio de la propia democracia.