Cleopatra, más allá del mito de la mujer fatal, se convierte en reina de su destino
- El libro 'Las máscaras de Cleopatra' analiza su figura en el arte y la literatura finisecular
- Carlos Primo Cano se acerca a un mito modelado por Plinio, Shakespeare o los decadentistas
Cleopatra VII gobernó Egipto durante 22 años, entre el 52 y el 30 a.C., fue su última reina, tras ella pasó a ser una provincia de Roma. Mujer poderosa, culta y políglota, era la única de la dinastía ptolemaica que hablaba el egipcio. Hábil política y estratega, su historia ha sido contada por sus enemigos políticos y su figura reducida a un cliché.
En Las máscaras de Cleopatra: Génesis de una femme fatale (1830-1930), Carlos Primo Cano analiza el mito de Cleopatra en la estética decadentista de finales del siglo XIX.
El escritor señala a RTVE.es que resulta tan fascinante porque en esos años "interesa el mundo de la arqueología debido a las excavaciones, pero también por la popularización de los viajes". La tradición del romanticismo recupera figuras de épocas remotas, a lo que se suma la lectura de los clásicos, por lo que "Cleopatra tenía mucho atractivo".
Mujer fatal
La reina egipcia encarna el arquetipo de la femme fatale, "ese mito de la mujer seductora, peligrosa, que coge mucha fuerza en estos años" explica Primo Cano. "Se sabe que era una mujer inteligente, con mucha capacidad estratégica y una voluntad política también muy fuerte, que supuso un quebradero de cabeza para Roma", añade.
Esa mente estratégica, que en un hombre hubiera sido glosada como perteneciente a un gran estadista, se pintó como un rasgo de una mujer fatal "que sabe manejar los hilos del poder, gracias una belleza inmensa y muy perturbadora y capaz de hacer perder la cabeza a los hombres".
El mito machista de la femme fatale se completa con "elementos esotéricos de magia y brujería, que en una Europa plenamente industrializada, burguesa, capitalista, marcada por la ciencia, se asociaban a la antigüedad". Primo Cano apunta que esa exaltación de la belleza, las artes mágicas y la seducción se produce en "una época en la que la mujer ya empezaba a reclamar una voz propia en la literatura, en la política, o en la esfera pública".
El ensayista indica que la figura imaginaria de Cleopatra "se enarbola como una realidad mitológica, que a los escritores les resultaba mucho menos retadora que las mujeres de su tiempo. Una especie de defensa de la mirada masculina frente a los avances del feminismo y de los movimientos por la lucha de los derechos de las mujeres".
Así, Théophile Gautier la describe en su novela por entregas Una noche de Cleopatra (1838) como "la mujer más completa que jamás ha existido, la más mujer y la más reina, un espécimen admirable al que los poetas no han podido añadir nada, y a quien los soñadores encuentran siempre al final de sus sueños: sobra decir que era Cleopatra".
El repertorio que manejaban los pintores y escritores finiseculares se limitaba a varias escenas recurrentes de la vida de Cleopatra, su relación con César, su encuentro con Marco Antonio, su sensualidad, los venenos, la perla disuelta en vinagre y su muerte voluntaria, por la mordedura de un áspid. Episodios fijados en el imaginario colectivo por las plumas de Plinio, Plutarco o Shakespeare.
La muerte de Cleopatra
La muerte de Cleopatra fue uno de los motivos preferidos de los pintores orientalistas. Ofrecía el subterfugio histórico perfecto para plasmar un desnudo femenino en un marco suntuoso. En este mercado del arte academicista, se vendía bien, era "un tema que les interesaba mucho a los artistas y también era un pretexto respetable para reflejar el erotismo o la sexualidad".
La soberana del Nilo evocaba un oriente mágico, la idea de belleza, deseo y sensualidad: "La muerte por una serpiente, según muchas fuentes literarias, es la excusa para mostrar un cuerpo semidesnudo. Las representaciones de Cleopatra reflejan estos intereses e ilustran muy bien cómo trabajaban y cómo concebían sus obras".
La imbricación entre arte y literatura era manifiesta, en muchas ocasiones las detalladas descripciones de los parnasianos bebían directamente de los cuadros de sus contemporáneos, lo que incluía cometer los mismos errores que los pintores como introducir una pipa de agua o narguile, un objeto claramente anacrónico.
Fruto de ese orientalismo, sobre Cleopatra se proyecta la figura de la odalisca y se la representa en una actitud corporal de abandono, sentada o recostada, aspirando incienso o perfumes embriagadores, en una postura muy alejada de su dignidad real, como la plasma Waterhouse (ver imagen que encabeza el texto).
Ambigüedad
La historiadora Mary Hamer subraya que "Cleopatra, la reina que prefirió matarse a soportar que la pasearan como un trofeo por la ciudad, resonó de forma particular en el París que había visto la humillación pública y ejecución de su reina, María Antonieta, en un periodo profundamente ambiguo de su fundación nacional".
Signo del carácter escurridizo de Cleopatra, La Païva, la cortesana más famosa del Segundo Imperio francés, encargó a Jean-Léon Gérôme, un lienzo monumental para su casa de citas, pero finalmente no se quedó con el cuadro. En Cleopatra y César (1866), la reina de pie, con los pechos desnudos, joyas doradas y sus cabellos trenzados, subyuga a un esclavo y mira a César, sentado en un escritorio ataviado de rojo. En primer plano aparece una pesada alfombra persa, anacronismo evidente que da un toque oriental al decorado.
Icono de la cultura popular
"Cleopatra es uno de los grandes iconos de Egipto, junto con las pirámides, la esfinge, los templos y la tumba de Tutankamón, que han pasado a formar parte de la cultura popular", resume Primo Cano, pese a que Ramsés o Akenatón son faraones más relevantes para la Historia.
El interés por la reina de reyes se mantiene y "llega a nosotros a través de fuentes muy estimulantes como el cómic, la literatura, la televisión. Cada poco tiempo hay una recuperación, sobre todo audiovisual, una nueva película, una nueva serie o una obra de teatro". Lo que lleva a que cada generación ha tenido su propia Cleopatra, desde las divas del cine mudo a Vivien Leigh o Elizabeth Taylor. El autor confiesa a RTVE.es que la suya fue la de Astérix, a la que dio vida Monica Bellucci.
La actriz Theda Bara, que encarnó a la soberana ptolemaica en Cleopatra (1917) y también a mitos como Salomé o Carmen, dejó clara su opinión sobre estas mujeres en el séptimo arte: "Las vampiresas que interpreto representan la venganza de mi sexo contra sus explotadores. Tengo cara de vampiresa, pero corazón de feminista".
Cleopatra va sacudiéndose los estereotipos con los que siglos de miradas masculinas la han sepultado y su figura real emerge como inspiración para las niñas en colecciones de libros infantiles, junto con Hatshepsut, la faraona de la XVIII dinastía. Adaptada al espíritu de los tiempos, la última reina de Egipto cuenta a ritmo de rap su verdadera historia en un vídeo que se hizo viral el 8 de marzo.
El autor de Las máscaras de Cleopatra considera que nuevos estudios rigurosos sobre Cleopatra VII nos permiten acercarnos a su realidad. Es una de las pocas mujeres poderosas de la antigüedad que conocemos (hace poco se ha recuperado a Enneduanna, la primera poeta que firma con su nombre) y "cuya historia ha llegado hasta nosotros con tanta fuerza".
Primo Cano sostiene que le parece "útil que se pueda utilizar a Cleopatra, de forma didáctica, para construir esa genealogía de mujeres poderosas o de mujeres fuertes, que es una constante por parte del feminismo".
"Desde las pantallas, los lienzos, los versos y los escenarios, Cleopatra sigue interpelándonos, aunque el sentido último de su leyenda sea un enigma incluso para la mujer que le dio origen".