No a la 'política ficción': por qué es un error trasladar el resultado de las elecciones europeas a unas generales
- Los ciudadanos votan diferente -si es que votan- en unos comicios europeos considerados de menor importancia
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Como si se hubiesen celebrado pocas elecciones en España en el último año, después de las elecciones europeas del 9 de junio no van a faltar informaciones en los medios y, sobre todo, en los partidos, que simulen qué habría pasado con los resultados obtenidos si las elecciones que se hubiesen celebrado fuesen generales.
Un ejercicio que no es de ahora, en el que los medios incurrimos de manera reiterada —lo vivimos justo hace un año, después de las elecciones municipales de mayo ante las elecciones generales anticipadas de julio—; y en el que, si acertamos, es a medias y, como en la fábula del burro flautista, por casualidad. Y sí, matemáticamente es posible responder a la pregunta de qué pasaría en unas eventuales elecciones generales con el escrutinio recién salido de las europeas, asumiendo por delante que se trata de “política ficción”, de un juego especulativo. Pero reconocer lo ficticio de la traslación ni mejora su resultado ni descarga de responsabilidad al medio que lo publica.
Hay una serie de razones conocidas por los analistas políticos (y también por los periodistas, aunque prefiramos olvidarlas por un rato) que hacen que la comparación de una arena electoral con otra sea entre arriesgada y engañosa. Y aunque también nos repitamos en el ejercicio de refutación, es conveniente recordarlas.
La participación es muy diferente. No se puede extrapolar la abstención
Debería ser imposible preguntarse a partir de unas elecciones europeas qué habría pasado en unas generales si cerca de la mitad del censo no vota cuando se trata de formar el Parlamento Europeo.
La media de la participación en España en unas elecciones europeas es del 54,99%, pero, pasado el entusiasmo inicial de la entrada en la CEE en los 80, si los comicios europeos no coinciden con unas elecciones municipales y autonómicas, la participación se ha quedado en un ramplón 45%, un 49,2% en estas elecciones. En cambio, la media de la asistencia a las elecciones generales es del 72,04%, y nunca ha bajado del 66%.
Con un censo de más de 37 millones de electores, son varios millones de votantes que no se manifiestan en las urnas europeas y cuya voluntad en unas eventuales elecciones generales no se puede proyectar con un mero recálculo de la fórmula D’Hondt. Sencillamente, falta información.
Extrapolar el resultado a unas generales (en principio) muy lejanas
¿Es relevante proyectar un efecto de unas elecciones recientes para otras que no tienen ni fecha en el calendario? En 2014, las elecciones europeas eran las primeras a nivel nacional desde 2011, y supusieron la puesta en escena de Podemos y Ciudadanos, llamados a ser protagonistas en el ciclo de elecciones municipales, autonómicas y generales que se abría en 2015. Había una imperiosa curiosidad informativa en la comparación. Ahora es al contrario: las elecciones europeas cierran un ciclo abierto en 2023 y prolongado este año con episodios en Galicia, País Vasco y Cataluña, de carácter 'local', por más que se buscase trasvasar el debate político nacional a esos territorios. No hay elecciones generales a la vista hasta, en teoría, 2027.
Así, estas elecciones europeas no tienen horizonte para asentar un efecto perdurable, "un estado anímico" para las siguientes urnas, en palabras de Carlos Domínguez, director del área política de 40dB, agencia que realiza sondeos electorales. Estamos hablando del efecto del caballo ganador, o el efecto luna de miel, como se conocen en demoscopia, que benefician al partido más pujante del momento.
“Si venimos de observar una victoria aplastante de un partido en elecciones celebradas hace poco, es probable que los votantes de ese partido estén motivados para votar y volver a ser parte de una victoria electoral”, y viceversa. Pero es un efecto perecedero. Sin unas elecciones generales a la vista y un clima político que puede cambiar de manera radical e imprevisible de un día para otro, el realismo de una proyección meramente matemática se desvanece.
El contexto de celebración de las europeas importa
Para usar las elecciones europeas como predictor de otras, "lo más relevante es si van acompañadas o no de otras elecciones", añade además Carlos Domínguez. "Hay un efecto de contaminación" entre urnas próximas.
Cuando unas elecciones europeas se celebran simultáneamente con otras (como en 1999 o 2019), se observa "mayor concentración del voto en partidos mayoritarios" como el PSOE y el PP. "Sin embargo, en elecciones europeas independientes, la tendencia es la contraria, mayor fragmentación". Hay lugar, por lo tanto, para un voto expresivo por parte de los ciudadanos, y aquí entra en consideración cómo votamos cada vez que votamos.
El "voto gamberro"
Es cierto que en las elecciones europeas los principales partidos, PSOE y PP, tratan de mover a sus electorados respectivos con el mismo relato que en las últimas generales, y también que los españoles solemos votar en esta cita en clave nacional. Según la última encuesta del CIS, el 57% de los ciudadanos consideraba más importantes a la hora de votar en las elecciones al Parlamento Europeo los temas relacionados con la situación política actual de España, y un 9,8% le daba tanta importancia a estos como a los relacionados con la Unión Europea.
Pero al mismo tiempo, según el CIS, los españoles consideran las elecciones europeas las de menor importancia y, en estos comicios, un tercio de los votantes (35,5%) piensa que "puede ser conveniente votar por un partido diferente al que se vota en las elecciones generales".
De esta manera, ante unas elecciones 'menores', se potencia un voto de protesta, rebelde, que se percibe sin efectos, también por el desconocimiento de para qué sirve el Parlamento Europeo. Un "voto gamberro", etiqueta elocuente que maneja la politóloga Cristina Monge, por el que se vota "a opciones que no te plantearías si tuvieras que elegir a tu alcalde o al presidente de España, pero que también se puede utilizar como voto de castigo".
El primer Podemos que emergió de unas elecciones europeas en 2014 recogió la expresión política de una parte de la izquierda descontenta, ejemplifica la analista política a RTVE.es. "Cuando Herri Batasuna se presentaba a las elecciones del Parlamento Europeo, sacaba muchos votos fuera del País Vasco y Navarra [53.216 en el año 1989, casi un 20% del total de sus votos]. ¿Eso quiere decir que había abertzales en otros sitios? No; quiere decir que en ese momento Batasuna era visto por mucha gente como un corte de mangas [al sistema], un voto de cabreo".
"En España hemos aprendido a votar", afirma Monge, en el sentido de que "sabemos diferenciar perfectamente nuestras preferencias cuando se trata de decidir quién dirige la ciudad, quién dirige la comunidad autónoma o quién dirige el país". El voto dual existe y lo ejercemos de forma cada vez más natural, como muestran los resultados de las elecciones generales de abril de 2019 y las europeas de un mes más tarde en territorios como Cataluña, País Vasco y Galicia, donde no se calibra igual el voto a las formaciones soberanistas y no soberanistas en cada elección.
Las reglas cambian: los efectos de la circunscripción única
La última razón es la más determinante. Las elecciones europeas son diferentes a unas generales porque no se siguen las mismas reglas. En las europeas, toda España es una única circunscripción, todo el país es una misma provincia en la que se reparten con el mismo peso todos los votos. Tampoco hay una barrera electoral, es decir, un porcentaje de voto mínimo que haya que superar para optar al reparto de escaños. Y esos dos cambios en las instrucciones del tablero lo cambian todo.
Aquí ninguna candidatura se ve beneficiada por concentrar sus apoyos en una determinada comunidad autónoma ni perjudicada por lo contrario. Y no entra en escena el voto útil o estratégico, que en las generales forma parte del cálculo electoral de los ciudadanos, de modo que la gente "se permite más votar a su primera preferencia política", señala Carlos Domínguez, de 40dB.
La suma del voto gamberro y de esta circunstancia explica la eclosión de ofertas electorales como Se acabó la fiesta, o en su día la de otras agrupaciones de electores como la construida en torno al histriónico empresario José María Ruiz-Mateos, que obtuvo más de 600.000 papeletas y dos escaños (para él y para su yerno) en las elecciones europeas de junio de 1989.
En unas elecciones generales, la misma distribución de votos para un partido outsider de este tipo sería estéril en su mayoría a no ser que concentrase sus apoyos en las circunscripciones que reparten más escaños (a partir de 8-10), y además, cuantas más circunscripciones pequeñas hay, más se penaliza la competencia entre formaciones ideológicamente similares.
Es lo que le pasó a IU tradicionalmente durante años en las elecciones generales o lo que han vivido Sumar y Podemos en los últimos comicios autonómicos desde que rompieron. Al partido de Ruiz-Mateos, cuatro meses después de su éxito europeo, le votaron en las generales de octubre 400.000 personas menos. Lo dicho: no se vota igual en unas europeas y en unas generales.